La cruz y nuestras preguntas más profundas
Las preguntas sobre la presencia de Dios en nuestro sufrimiento surgirán. Aquí hay tres verdades que nos elevan por encima de la gravedad de esas preguntas.
Yo estaba apurado para llegar a una reunión en la iglesia y pensé en pedir una taza de café puro, algo que fuera rápido de hacer.
Antes de jubilarse Greg lideraba la cafetería, pero ahora solo trabaja los domingos, aunque a veces él se va de viaje a Costa Rica sin avisarle a nadie. Por lo general él viste con camisas tropicales como si recién regresara de un crucero.
Sin embargo, a Greg no le gustan los cruceros; él insiste en que no dan el tiempo suficiente para conocer a los lugareños, y que está demasiado comercializado. Greg no tiene prisa, es espontáneo y extrovertido. Pero yo tenía que reunirme en la reunión semanal con los líderes principales de nuestro equipo para fundar iglesias, y no tenía tiempo para conversaciones triviales. Aún me dolía la cabeza por la falta de sueño y mi mente estaba ocupada con mi agenda.
— Hola, Preston — dijo Greg detrás del mostrador.
— Hola — le dije y sonreí. Y entonces nos fijamos la mirada.
— ¿Eres pastor, verdad?
— Sí — le respondí. Pero sé que esa es una palabra cargada para muchas personas. Así que prefiero no comenzar con eso.
Detrás de mí había una gran foto de Greg montando en motocicleta con su tercera esposa, tomando la foto mientras él manejaba. Ni los empleados ni los clientes parecían del tipo de religiosos que publican fotos en Instagram de sus devocionales tomando café.
— Tenía que hacerle una pregunta rápida sobre todo ese asunto — continuó Greg.
— Sé que crees en Dios, pero si Dios es real, ¿cómo debemos entender el dolor que experimentamos? Yo digo que lo que a uno le da resultado es lo que uno debe hacer. No hay una sola creencia en Dios que da resultado a todos. La vida es muy dura.
Y con solo eso, supe que llegaría tarde para mi reunión. Yo había estado en contacto con Greg por más de un año y justo eligió ese momento, y ese lugar, para hacerme una de las preguntas más profundas de la vida: ¿De qué manera hace Dios que todos nuestros sufrimientos resulten para bien?
Sea que surjan de nuestras propias experiencias o de las conversaciones con las personas a quienes ministramos, las preguntas acerca de la presencia de Dios en nuestros sufrimientos surgirán. Las siguientes tres verdades nos elevan por encima de la gravedad de esas preguntas: Jesús anticipa nuestras preguntas, Él empatiza con nuestro dolor, y hoy debilita el aguijón de las preguntas y el dolor.
Él anticipa nuestras preguntas
La humanidad de Jesús nunca se hizo más evidente que cuando Él clamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46, nvi).
No fue una pregunta filosófica, sino existencial en naturaleza; surgió no solo de la identificación de Cristo con las luchas humanas descritas en el Salmo 22, sino también de su experiencia personal con el sufrimiento. Nuestro dolor no ofende a Dios, como tampoco lo hacen nuestras preguntas sinceras.
Seguro que los once tuvieron muchas preguntas entre las horas de la crucifixión y la resurrección Jesús. En su luto, tal vez los discípulos cuestionaron sus propias decisiones de abandonar su vida normal para seguir a Jesús en sus viajes.
Los seguidores de Cristo y los incrédulos de todas las generaciones han luchado con preguntas. La decepción y el desánimo pueden tornarse en una desilusión cuando tratamos de llevar a las personas muy rápido hacia la Pascua. Antes de que la respuesta se haga evidente, habrá preguntas. Antes de la resurrección nos encontramos con la cruz.
En términos inequívocos, la resurrección de Cristo es nuestra victoria y esperanza. No obstante, se siente algo insincero llegar al punto de la resurrección sin primero reconocer que, para algunos, la agonía de la cruz llega a lo más profundo del ser. A veces las realidades existenciales de la vida son tan desconcertantes que pasamos más tiempo con el Hijo de Dios colgado sobre un madero.
Jesús comparte nuestros moretones y cicatrices, ningún dolor pasa desapercibido. El Señor cargó todo sobre Él mismo por nosotros.
Por eso, al Pablo escribir sobre la muerte pudo decir: «¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!» (1 de Corintios 15:57, nvi). Sin embargo, antes que el apóstol escribiera esas palabras Jesús preguntó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?».
Jesús nunca nos prometió una vida libre de aflicciones; de hecho, nos dijo: «En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33, nvi, énfasis agregado). En los tiempos de aflicciones y agitación podemos encontrar respuestas a nuestras preguntas existenciales no solo en la resurrección de Jesús, sino también en su sufrimiento.
¿Dónde está Dios en mi dolor? ¿Por qué contrajo cáncer mi esposa? ¿Cómo fracasó mi compañía? ¿Cuándo se desmoronó nuestro matrimonio? Habrá aflicciones y preguntas, pero «¡anímense!».
En libros y sermones, el autor Brennan Manning acuñó la famosa frase: «Dios te ama incondicionalmente tal como eres y no como debes ser, porque nadie es como debe ser». La cruz nos deja saber que verdaderamente Dios nos ama de esta manera, en medio de todas nuestras preguntas sin resolver y nuestro dolor implacable.
Nunca me ha gustado el dicho: «No pongas un signo de pregunta donde Dios puso un punto». Tal vez sea mi naturaleza curiosa o mi aversión a los clichés. Pero he notado que Jesús mismo hizo preguntas.
Cuando experimento el sufrimiento y el dolor, muchas de mis preguntas hacen eco a lo que Jesús ya preguntó. Y según lo sigo, es natural que sufra y que tenga preguntas. Si Jesús no las pudo evitar durante su vida, ¿cómo podría ser que sus seguidores no las experimenten también?
Jesús les preguntó a los doce: «¿También ustedes quieren marcharse?» (Juan 6:67, nvi).
Yo: «¿Voy a quedarme solo?».
Jesús: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46, nvi).
Yo: «¿Dios, estás allá arriba? ¿Por qué no te siento?».
Jesús: «Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo» (Mateo 26:39, nvi).
Jesús nos lidera aun en nuestros cuestionamientos. Cuando deseamos estudiar a Dios y su carácter, Cristo ya hizo dos cosas:
- Por medio de su ejemplo, Él ha reconocido el dolor de la situación.
- Él ha puesto el foco de atención nuevamente sobre nosotros revelándonos las áreas de nuestra vida que necesitan su obra redentora.
Cualquiera sea el caso, servimos a un Dios que no está interesado en esquivar nuestras preguntas.
Hebreos 4:15 (nvi) dice: «Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado».
Él empatiza con nuestro dolor
El fallecido ministro escocés George MacLeod escribió: «Jesús no fue crucificado en una catedral entre dos velas, sino en una cruz entre dos ladrones».
Ese día, sobre el monte no hubo una gloria terrenal para contemplar. Ni una resurrección para predicar. La redención de Israel parecía lejana. Y, lo peor de todo, no había un Salvador resucitado para el mundo. La misión exitosa de Jesús parecía ser como un ministerio que rápidamente desaparecía.
Como dijo Dietrich Bonheoffer en su libro Ética: «La figura del Crucificado invalida todo pensamiento que tome el éxito como su estándar».
El mensaje de Dios fue clavado en la cruz, un lugar para los ladrones y los malvivientes de ese tiempo. Según todas las apariencias, la Luz del Mundo había sido extinguida por las tinieblas.
Felizmente, ese no fue el fin de la historia. Juan lo escribió después: «Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla» (Juan 1:5, nvi).
Jesús obtuvo la victoria, pero eso no nos concede inmunidad contra el dolor. En este mundo caído aún experimentamos días oscuros.
Algunos valles llegan a ser tan profundos que pareciera que las sombras nos consumirán. Yo sentí ese tipo de dolor y desesperación cuando estaba en el colegio bíblico como estudiante de segundo año. Las preguntas empezaron con algo que uno consideraría ser apologético en su naturaleza. ¿Será Dios real? ¿Cómo sé que el cristianismo es la única religión verdadera? ¿Por qué le suceden cosas malas a la gente buena?
Yo no había escuchado acerca de la palabra «apologética»; no sabía lo que significaba, para quién era, ni como usarla. Pero estas preguntas rápidamente se tornaron existenciales en naturaleza, resultando en un profundo sentimiento de duda acerca de si Jesús era quien decía ser. Mis pensamientos pasaron de ser preguntas a ser dudas en la siguiente manera:
«¿Existe Dios?» pasó a ser: «¿Marca Dios una diferencia en mi vida?».
«Será que el cristianismo es la única religión verdadera?» pasó a ser: «¿A quién le importa la verdad?».
«Por qué le suceden cosas malas a la gente buena» pasó a ser: «¿Por qué sufro y a nadie le importa?».
Nuestro dolor no ofende a Dios, como tampoco lo hacen nuestras preguntas sinceras.
A causa de la duda, me estaba hundiendo en una depresión profunda. Llegó un momento que miré a un doctor a los ojos y le dije: «Por favor, encuentre algo que esté mal conmigo y deme una píldora para arreglarlo».
Una píldora o un Salvador… hubiera aceptado cualquiera de los dos. Y como parecía que mi Salvador seguía colgado de un madero, yo quería probar otra cosa.
Era infeliz con el sistema de creencias que había elegido, y parecía que me había quedado estancado.
En su clásico para niños, El león, la bruja y el ropero, C.S. Lewis describe sobre un tiempo lúgubre en la tierra de Narnia: «Siempre es invierno y nunca llega la Navidad». Similarmente, la crucifixión pareció ser el final de la historia. ¿Dónde estaba la Pascua?
Tal vez así fue la manera que se sintieron los discípulos el día que Jesús murió. Las afirmaciones que ellos querían que fueran ciertas no parecían sostenerse delante de ellos. Los discípulos necesitaban que Jesús se bajara de ese madero y estuviera otra vez activo en el mundo.
Poco sabían los discípulos que para que ocurriera el evento más grande de la historia, Jesús tenía que conquistar los dolores más profundos. Y para conquistarlos Él tuvo que enfrentarlos. Experimentarlos. Y, hacer preguntas.
Tales cosas no siempre son evidentes en el momento del sufrimiento y el dolor. No obstante, no tenemos que quedarnos perplejos. Hay esperanza cuando avanzamos. Hay actitudes cambian nuestra perspectiva que nos ayudan a desenredarnos de la suposición común que la vida nos debe algo más.
Stephen Hawking fue un astrofísico de la Universidad de Cambridge. Y aunque su brillantez y carácter no siempre coincidían, no hay duda que Hawking hizo avances sustanciales con la teoría de la relatividad. Hawking también tenía la enfermedad de Lou Gehrig (esclerosis lateral amiotrófica, o ELA), que eventualmente le quitó la vida.
Con el paso del tiempo, Hawking perdió la habilidad de caminar y de hablar. Aprendió a articular sus pensamientos por medio de minúsculos movimientos que hacía con sus dedos. Esto no impidió que Hawking escribiera, progresando su campo de estudio, y participa en entrevistas.
En diciembre de 2004, un periodista le preguntó a Hawking cómo mantenía su ánimo en pie. La respuesta de Hawking fue algo fascinante: «Cuando cumplí 21 años mis expectativas se redujeron a cero. Todo desde entonces ha sido un extra».
Cuando uno tiene los días contados, de repente, cada pequeño placer se torna en algo invaluable.
Estoy consciente de que en una discusión acerca de la obra de Cristo en la cruz, un famoso ateo parecería estar fuera de lugar. Pero el punto es que todas las personas experimentan más preguntas aun más dramáticas como consecuencia de su dolor. Por supuesto, no todos llegan al conocimiento de la salvación en Cristo.
Lo mejor que Hawking pudo hacer fue aprender a vivir cada día con gratitud, y aunque esto fue bueno, los cristianos tienen una luz más fuerte para brillar que esa.
Al hablar con ateos y expertos he aprendido que la manera en que respondemos a las preguntas existenciales de la vida debería ser lo que realmente diferencia a los seguidores de Cristo de los demás. La gratitud es el piso no el techo, para aquellos que entienden lo que Jesús hizo en la cruz.
Si te sientes acosado por preguntas de la aparente ausencia y la falta del poder de Dios en tu vida, debes saber que Él está contigo en tu dolor.
Cuando enfrentó la muerte de un ser amado: «Jesús lloró» (Juan 11:35). Esto parece algo natural, excepto que cuando continúas leyendo y te das cuenta de que Jesús debió haber sabido que resucitaría a Lázaro de la muerte unos momentos después.
Nosotros sabemos porqué lloramos cuando alguien muere. Simplemente dicho, no tenemos el poder para resucitarlos. Entonces, ¿por qué lloró Jesús? Francamente, yo creo que el dolor de sus seguidores lo conmovieron al punto de las lágrimas.
Siendo las «imagen del Dios invisible», Jesús nos mostró lo que siente el Padre sobre nuestra aflicción y dolor. Dios no se complace en nuestro sufrimiento. Sea la muerte literal o la muerte de una relación de alguien en quien confiábamos, Dios es compasivo y las lágrimas de Cristo son reales. Jesús verdaderamente entiende nuestro dolor.
Él debilita el aguijón
La cruz representa mucho más que la habilidad de Dios para empatizar con nuestro dolor físico y emocional.
Jesús experimentó sobre la cruz todos los tipos de sufrimientos posibles: el espiritual, el físico y el emocional.
Isaías 53:3-5 (nvi) describe proféticamente el escenario: «Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos. Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados».
El enemigo de nuestras almas descargó las armas del infierno sobre un Hombre, pero Jesús dio un giro a la situación. Colosenses 2:15 (nvi) dice que Dios: «Desarmó a los poderes y a las potestades, y por medio de Cristo los humilló en público al exhibirlos en su desfile triunfal».
A la luz de la resurrección, ninguna esperanza del mundo puede compararse a la luz de Dios, brillando por medio de Cristo sobre la cruz. A medida que ministras a aquellos que sufren durante esta Pascua, ten cuidado de no comparar sus luchas o cualquier otra cosa a lo que Cristo experimentó sobre la cruz.
El punto no es elevar el dolor de ellos, sino recordarles que el dolor que Dios experimentó fue exponencialmente mucho más grande que el nuestro, y de que Él prometió estar con nosotros en medio de lo que se siente abrumador.
Por este motivo, la cruz parece más real que la resurrección desde este lado de la eternidad. Es la parte de la historia que podemos sentir, ver y tocar. No hace falta tener fe para sufrir. Hace falta fe para confiar en aquel que precedió nuestro sufrimientos, en todas las formas y salió victorioso.
Dios giró toda la historia hacia el dolor más profundo y la injusticia más grande que jamás haya sucedido para que todos podamos ver y experimentar la victoria más grande de todos los tiempos.
Nuestras preguntas acerca del dolor y el sufrimiento nos llevan a la cruz, pero no nos dejan allí. Si el dolor de Jesucristo nos da consuelo en esta vida, su resurrección nos da la esperanza de que nada en esta vida tiene la última palabra.
El mensaje de la Pascua no es solo que Jesús vive. El mensaje de la Pascua es que ¡Jesús ha resucitado! Todo fue puesto sobre Él, pero nada pudo retenerlo.
Jesús es el pionero que nos precedió en todas las maneras. Cristo conoce el camino de nuestras preguntas y nuestro dolor. Él posee las cicatrices de uno que ha pasado por el sufrimiento, y vivió para contarlo acerca del mismo.
Siempre me pareció curioso de que el cuerpo glorificado de Cristo aún tenía marcas. No sabemos mucho acerca de cómo se veía el Señor resucitado, pero la Escritura parece indicar que Él tenía marcas (Juan 20:24-27, nvi). Es como si la resurrección es insuficiente sin la cruz, y la cruz no vale nada sin la resurrección.
Nuestro Dios lleva las marcas de nuestras preguntas y nuestros dolores. No solo que hoy Él debilita el aguijón de ambas, sino que en la era que viene quitará completamente el aguijón. «Entonces se cumplirá lo que está escrito: “La muerte ha sido devorada por la victoria”. “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?” “Dónde está, oh muerte, tu aguijón?”» (1 de Corintios 15:54-55; cf. Isaías 25:8; Oseas 13:14).
Y como Jesús nos precedió, Él ahora nos da la fortaleza para ir con Él.
El autor de Hebreos lo dice de esta manera: «Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, él también compartió esa naturaleza humana para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida… Por haber sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados» (Hebreos 2:14-15, 18, nvi).
Al fin cuando terminé mi conversación con Greg, me dijo que él nunca se dio cuenta del dolor similar que Jesús experimentó. Greg había escuchado sobre la resurrección, pero nunca sobre la humanidad de Jesús en la crucifixión. A partir de ahí, cambié mis reuniones de líderes para que Greg y yo nos pudiéramos juntar los domingos para hablar sobre las preguntas de la vida.
Para Greg, el evangelio no era Buenas Nuevas si saltamos directamente a la resurrección. No solo fue la manera que él aprendió que Dios sabe de nuestros dolores, sino que también fue donde Greg aprendió cuánto Dios lo ama.
En esta Pascua cuando tenga un diálogo acerca de Jesús, asegúrate que tus sermones y conversaciones den lugar a aquellos que están agobiados con las preguntas acerca de la vida. ¡Esto hace que la resurrección sea aún más excepcional!
Preston Ulmer es el director del desarrollo de las redes de AG Church Multiplication Network en Springfield, Misuri.
Este artículo apareció originalmente en la edición marzo/abril 2020 de la revista Influence.
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