Los buenos pastores

Qué significa cuidar del rebaño de Dios

Christina Quick on November 5, 2025

Les gusta la pizza?»

Mi esposo, Wade, y yo teníamos un trasfondo religioso, pero nuestra fe cristiana era poco más que nominal. Recién casados, con poco más de veinte años, sabíamos que necesitábamos un lugar para crecer espiritualmente.

Eso fue lo que nos llevó a una iglesia de las Asambleas de Dios en el noreste de Arkansas. Lo que nos mantuvo allí al principio fue la pizza.

Shannon, el joven pastor asociado de la iglesia, nos invitó a acompañarlo a un restaurante local después del servicio del domingo por la noche. Mientras comíamos una pizza de pepperoni, Shannon compartió un poco de su historia, nos preguntó sobre la nuestra y se ofreció a responder cualquier pregunta.

Al final de la comida, todos reíamos como viejos amigos. Supe que habíamos encontrado la iglesia correcta.

Poco tiempo después, Wade y yo entregamos nuestras vidas completamente a Cristo. Poco después, Shannon oró con nosotros en el altar y fuimos bautizados en el Espíritu Santo.

Mark, el pastor principal de la congregación, se interesó activamente en nuestro discipulado.

Cuando comencé a sentir el llamado al ministerio, Mark lo confirmó y me ayudó durante el proceso de formación y acreditación.

Mark dedicó personalmente muchas horas a nuestra capacitación y guiarnos a Wade y a mí, brindándonos oportunidades para servir y liderar.

El pastor Mark nos acompañó en los momentos difíciles y celebró nuestros triunfos.

Cuando tuve serias complicaciones en mi primer embarazo, Mark oró por mi sanidad. Fue de los primeros en visitarnos y alegrarse con Wade y conmigo tras el nacimiento de nuestro hijo, y completamente sano.

Asistimos a la iglesia durante ocho años antes de mudarnos a otro estado. Lo más difícil de esa mudanza fue dejar atrás la comunidad de fe que nos había amado y cuidado tanto.

La iglesia se había convertido en nuestro hogar y la congregación en nuestra familia extendida. El ambiente acogedor y la comunión que experimentamos desde el principio nos mostraron que estábamos entre verdaderos discípulos de Jesús (Juan 13:35).

En todo sentido, Mark y Shannon fueron nuestros pastores. El florecimiento de la iglesia — y el nuestro — fue un reflejo de una excelente atención pastoral.

 

Los pastores en el Antiguo Testamento

No es casualidad que la palabra «pastor» suene muy parecida a «pasto». El título proviene del latín y se refiere a la persona que guarda, guía y apacienta al ganado, especialmente el de ovejas.

Esto nos recuerda que los líderes de la iglesia son, ante todo, pastores; no directores ejecutivos, figuras mediáticas ni oradores carismáticos, sino cuidadores del rebaño.

El apóstol Pedro sin duda lo veía así. Pedro instruyó a otros líderes de la iglesia: «pastoreen el rebaño de Dios que está a su cargo, no por obligación ni por ambición de dinero, sino con deseo de servir, como Dios quiere. No sean tiranos con los que están a su cuidado, sino sean ejemplos para el rebaño» (1 Pedro 5:2–3).

El ministerio de Cristo es el modelo supremo de liderazgo pastoral. Jesús es el «Pastor supremo», como lo expresó Pedro (versículo 4).

En Juan 10:11, Jesús dijo: «Yo soy el buen pastor». Esta declaración estaba cargada de simbolismo profético e histórico. El pastoreo era una metáfora común tanto para reyes como para deidades en el Antiguo Cercano Oriente.

Abraham e Isaac eran pastores nómadas (Génesis 24:35; 26:12–14), pero fue Jacob quien primero se refirió a Dios como pastor (Génesis 48:15; 49:24).

Moisés cuidaba ovejas en el desierto cuando oyó a Dios llamándolo desde una zarza ardiente (Éxodo 3:1–4).

Salmos 77:20 habla del Señor pastoreando a su pueblo a través del liderazgo de Moisés y Aarón. Hacia el final de su vida, Moisés imploró a Dios un sucesor, para que los israelitas no fueran «como rebaño sin pastor» (Números 27:17).

Josué heredó el rol de pastor después de Moisés, y le siguió una serie de jueces (Jueces 2:8,16).

Esto nos recuerda que los líderes de 
la iglesia son, ante todo, pastores; 
no directores ejecutivos, figuras mediáticas ni oradores carismáticos, sino cuidadores del rebaño.

Luego llegó la época de los reyes.

El rey Saúl, mucho más alto  de estatura que sus contemporáneos, se destacaba entre la multitud (1 Samuel 9:2). Si hubiera sido un predicador televisivo, el apuesto joven habría cautivado a su audiencia tanto como impresionó a los israelitas.

Sin embargo, Saúl no tenía la disposición de un líder pastor. Según 1 Samuel 15:23, Saúl era rebelde y arrogante, y desobedecía los mandamientos de Dios.

Por eso, Dios eligió a otro líder: un hombre conforme a su corazón (1 Samuel 13:14).

El Señor había dicho de Saúl: «Él gobernará a mi pueblo» (1 Samuel 9:17). Pero Dios le dijo a David: «Tú pastorearás a mi pueblo Israel y lo gobernarás» (2 Samuel 5:2; 1 Crónicas 11:2).

Al igual que los patriarcas y Moisés, David comenzó su formación como líder en el desierto, donde los animales dependían diariamente de su cuidado atento y diligente. Cuando Samuel fue a ungir al próximo rey de Israel, Isaí explicó que su hijo menor estaba cuidando el rebaño (1 Samuel 16:11).

El pastor de ovejas debió parecer un candidato improbable para el trono, pero Dios le recordó a Samuel que Él se fija en el corazón (versículo 7). Un pastor era precisamente lo que Dios quería para su pueblo.

«Este es; levántate y úngelo», dijo el Señor (versículo 12).

Con el olor del campo aún impregnado en su ropa, David emprendió su camino hacia su destino divino.

Como dice Salmos 78:70–72: «Escogió a su siervo David, al que sacó del redil de las ovejas, y lo quitó de andar arreando los rebaños para que fuera el pastor de Jacob, su pueblo; el pastor de Israel, su herencia. Y David los pastoreó con corazón sincero; con mano experta los dirigió».

El Salmo 23, tradicionalmente atribuido a David, utiliza imágenes pastorales para ilustrar las bendiciones de seguir y confiar en Dios.

El primer versículo del salmo exclama: «El Señor es mi pastor».

David se identificó como parte del rebaño de Dios. Reconoció a Dios como el modelo supremo de liderazgo, sabiduría y cuidado.

La palabra hebrea traducida como «pastor» describe la labor de cuidar, apacentar y supervisar. En su comentario sobre los Salmos, Allen P. Ross sugiere que Salmos 23:1 podría traducirse como «El Señor es mi apacentador».

David se vio a sí mismo como oveja y pastor, dependiente de Dios y responsable ante Él por el rebaño. Incluso en sus peores momentos, esta perspectiva guio a David de vuelta al buen camino.

Cuando las transgresiones de David trajeron una plaga a la tierra, suplicó a Dios que perdonara al pueblo: «¿Qué culpa tienen estas ovejas? ¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el que ha hecho mal! ¡Descarga tu mano sobre mí y sobre mi familia! (2 Samuel 24:17).

Trágicamente, muchos de los reyes que sucedieron a David no compartieron su actitud humilde y arrepentida. Se aferraron al orgullo y al egoísmo, anteponiendo sus propios intereses a los del Pastor divino y su rebaño.

Un reino dividido se sumió en ciclos de rebelión, idolatría e injusticia. Esto culminó en exilio, pérdidas y calamidades.

El profeta Jeremías lanzó una dura crítica contra los pastores ineptos de Judá: «¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mis praderas!» (Jeremías 23:1). Ezequiel, exiliado, retomó el mismo tema, proclamando con vehemencia: «Así dice el Señor y Dios: Yo estoy en contra de los pastores. Les pediré cuentas de mi rebaño; les quitaré la responsabilidad de apacentar a mis ovejas y no se apacentarán más a sí mismos. Rescataré mis ovejas de su boca, para que no les sirvan de alimento» (Ezequiel 34:10).

Las palabras de Ezequiel parecen evocar las terribles experiencias de David en el desierto. En 1 Samuel 17:34–35, David describió ocasiones en las que persiguió y mató a un león y a un oso, arrebatándoles las ovejas de la boca.

David comenzó su formación como líder en el desierto, donde los animales dependían diariamente de su cuidado atento y diligente.

Con el tiempo, los líderes de Judá se habían convertidos en los depredadores mismos contra los que se debía proteger al rebaño.

Preocupados solo por sí mismos, estos pastores malvados explotaban a las ovejas sin atender sus necesidades (Ezequiel 34:3–4). Eran negligentes y dejaban a las ovejas extraviadas desprotegidas (versículos 4–8). Y eran abusivos, aprovechándose de los vulnerables.

En Shepherds after My own Heart [Pastores según mi corazón], Timothy S. Laniak observa: «El abuso que se ejercía era una expresión de la arrogante suposición de que el poder es principalmente un privilegio, y no una responsabilidad».

Esta actitud tóxica persiste en muchos ámbitos del liderazgo actual. Y sigue siendo contraria a la vocación divina de Pastor.

Las Escrituras señalan un modelo superior de liderazgo—no es terrenal, sino celestial. Ezequiel previó un siervo real, siguiendo la tradición de David, que ejemplificaría a la perfección el modo de pastoreo de Dios (Ezequiel 34:23–24).

Los Evangelios presentan a Jesús como ese Buen Pastor prometido (Mateo 2:6; 9:36; 18:12–14; 25:31–33; Marcos 6:34; 14:27; Lucas 15:3–7; Juan 10:1–18, 26–27; 21:15–17).

 

El Buen Pastor

Entre las faltas de los líderes de Judá, según Ezequiel 34, se encontraba el descuido hacia los que sufrían.

«No fortalecen a la débil, no cuidan de la enferma ni curan a la herida», dijo Ezequiel. «No han traído a la descarriada ni buscan a la perdida. Al contrario, tratan al rebaño con crueldad y violencia. Por eso las ovejas se han dispersado: ¡por falta de pastor! Y cuando se dispersaron se convirtieron en alimento de las bestias del campo» (Ezequiel 34:4–5).

En contraste, Jesús vino a sanar, a buscar a los perdidos y a ofrecer ayuda y esperanza. Tuvo compasión de las multitudes, que parecían ovejas sin pastor (Mateo 9:36; Marcos 6:34).

Como el Salvador y Pastor, Jesús «vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19:10). Cuando Juan el Bautista preguntó quién era Jesús, él respondió: «Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen alguna enfermedad en su piel son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas noticias» (Lucas 7:22).

El discurso del Buen Pastor en Juan 10 sigue a la dramática sanidad de un ciego. Tras experimentar este milagro, el hombre expresó su fe en Cristo y lo adoró (Juan 9:38).

En lugar de celebrar, los fariseos expulsaron de la sinagoga al hombre sanado. No solo desatendieron las necesidades físicas y espirituales del hombre, sino que atacaron y rechazaron al Sanador, a quien sí las atendió.

Jesús desenmascaró la hipocresía de estos falsos pastores, diciendo: «El que no entra por la puerta al redil de las ovejas, sino que trepa y se mete por otro lado, es un ladrón y un bandido. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas» (Juan 10:1–2).

Los fariseos conocían bien las imágenes del Antiguo Testamento sobre el pastoreo. Y ningún texto influye más en la reprensión de Jesús que Ezequiel 34.

Al igual que el vigía del exilio, Jesús denunció con valentía a los líderes corruptos que se enriquecían a costa de los vulnerables. Muchos de los que ocupaban puestos de poder tenían más en común con ladrones y salteadores que con pastores. Otros eran como jornaleros que solo pensaban en su propia supervivencia (Juan 10:12).

Contrastando estos malos ejemplos de liderazgo con su propio ministerio, Jesús dijo: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Juan 10:11).

Jesús, en efecto, entregaría su vida en la cruz y la volvería a recibir en su resurrección (versículos 17–18). No solo arriesgó su vida, sino que la entregó para que otros pudieran vivir y experimentar las bendiciones de Dios «en abundancia» (versículo 10).

En resumen, Jesús es todo lo contrario a los falsos pastores de Ezequiel 34 y Juan 10. Él encarna al Pastor divino que David vislumbró en el Salmo 23.

 

Los pastores de la Iglesia

La metáfora pastoral no termina ahí.

Jesús envió a sus discípulos «como ovejas en medio de lobos» (Mateo 10:16). También les confió la labor de pastorear: buscar las «ovejas perdidas», sanar a los enfermos y cuidar a los afligidos (versículos 6–8).

Quienes sirven como pastores auxiliares de Cristo deben recordar que el rebaño pertenece a Dios. «Apacienta mis corderos», le dijo Jesús a Pedro. «Cuida de mis ovejas… Apacienta mis ovejas» (Juan 21:15–17).

Los seguidores de Cristo no cumplen su misión con sus propias fuerzas, sino mediante el poder del Espíritu Santo (Hechos 1:8). De hecho, es a través del Espíritu Santo que hombres y mujeres comunes se convierten en pastores del rebaño de Dios.

Durante su mensaje de despedida a los ancianos de Éfeso, Pablo dijo: «Tengan cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo los ha puesto como obispos para pastorear la iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre» (Hechos 20:28).

Esta labor pastoral no se trata de un cargo, sino de una actitud. Es liderar como seguidor (1 Corintios 11:1) y servir con humildad (Juan 13:14).

Es a través del Espíritu Santo 
que hombres y 
mujeres comunes 
se convierten en 
pastores del 
rebaño de Dios.

Pastorear implica formar, nutrir y capacitar discípulos (Mateo 28:19–20; Efesios 4:11–12). Incluye cuidar con compasión a los que sufren y a los marginados (Santiago 1:27).

Los pastores deben predicar y corregir, pero siempre con una actitud alentadora y paciencia (2 Timoteo 4:2).

Quienes tienen vocación pastoral velan por el rebaño, no como abusadores ni tiranos, sino como discípulos dispuestos a entregarse. Son un ejemplo de cómo se debe seguir al Pastor supremo (1 Pedro 5:2–4).

Los pasajes bíblicos sobre el pastoreo señalan varias verdades que los pastores deben tener presentes al seguir el ejemplo de Cristo.

Primero, los buenos pastores conocen a sus ovejas. El pastor de Juan 10 llama a sus ovejas por su nombre (versículo 3). Los miembros del rebaño responden porque conocen al pastor (versículo 4).

El autor Carey Nieuwhof sugiere que una razón para la disminución de la asistencia a la iglesia en Estados Unidos es la priorización del contenido sobre la conexión: la programación sobre las relaciones personales. Lo primero es importante, pero lo segundo es la esencia de la labor del pastor.

Jesús dijo: «Yo soy el buen pastor; conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí» (Juan 10:14).

Segundo, los buenos pastores protegen. Gracias al cuidado y la vigilancia del pastor, el salmista puede descansar sin preocupación alguna en las praderas verdes (Salmos 23:2).

Entre otros peligros, los pastores deben protegerse de la falsa doctrina.

Pablo dijo: «Sé que después de mi partida entrarán en medio de ustedes lobos feroces que procurarán acabar con el rebaño. Aun de entre ustedes mismos se levantarán algunos que enseñarán falsedades para arrastrar a los discípulos que los sigan. Así que estén alerta» (Hechos 20:29–31).

En tercer lugar, los buenos pastores buscan a los perdidos. En Ezequiel 34:11, el Señor dice: «Yo mismo me encargaré de buscar y de cuidar a mi rebaño».

Jesús habló de un pastor que dejó a las noventa y nueve ovejas para buscar a una que se había perdido, y añadió que el cielo se regocija cuando un pecador se arrepiente (Lucas 15:4–7).

Los líderes que representan a Cristo deben tener compasión por los perdidos.

En cuarto lugar, los buenos pastores guían a los que son hallados. «[El Señor] me guía por sendas de justicia», dice el salmista (Salmo 23:3).

Nieuwhof observa que la participación en la iglesia debe conducir a la conexión, la comunidad y la capacitación.

El llamado de la Iglesia es hacer discípulos y enseñarles a seguir a Cristo (Mateo 28:19–20).

Finalmente, los buenos pastores aman. Aquel que dio su vida por las ovejas es el ejemplo supremo.

El amor, como lo describe la Biblia, no es orgulloso ni egoísta (1 Corintios 13:4–5). Siempre protege, confía, espera y persevera (versículo 7).

Jesús dijo: «Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ustedes deben amarse los unos a los otros» (Juan 13:34).

Fue ese tipo de amor el que nos atrajo a Wade y a mí a Jesús y despertó en nosotros el anhelo de habitar en la casa del Señor para siempre (Salmo 23:6).

A veces me pregunto dónde estaría mi familia hoy si años atrás hubiéramos entrado en una iglesia diferente. Si no hubiéramos encontrado una comunidad espiritual sana con pastores amorosos, tal vez Wade y yo todavía viviríamos como ovejas perdidas.

El ministerio pastoral es una responsabilidad sagrada. Es una comisión para apacentar a los corderos de Cristo y cuidar de sus ovejas. Es un llamado al servicio y al sacrificio, y una invitación a unirnos a la celebración celestial cuando uno de los más pequeños es hallado.

«Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran Pastor de las ovejas mediante la sangre del pacto eterno, los haga aptos en toda obra buena para hacer Su voluntad» (Hebreos 13:20–21).

 

Christina Quick es la editora principal de la revista Influence.

 

Este artículo aparece en la edición de otoño de 2025 de la revista Influence.

RECOMMENDED ARTICLES
Advertise   Privacy Policy   Terms   About Us   Submission Guidelines  

Influence Magazine & The Healthy Church Network
© 2025 Assemblies of God