Acuérdense de los pobres

Un imperativo bíblico que la Iglesia no puede ignorar

Craig Keener on October 22, 2025

Después de graduarme en el Central Bible College (CBC) de Springfield, Missouri, asistí a clases en una universidad local y fui voluntario en Victory Mission.

El sueldo de mi trabajo en un restaurante de comida rápida apenas cubría el alquiler, así que me alimentaba de macarrones baratos, pan y verduras enlatadas. A pesar de mi 1,80 m de estatura, bajé a 60 kg.

El piso que compartía con otro antiguo alumno del CBC no tenía calefacción. Las mañanas de invierno, salía corriendo de la cama para llenar la bañera de agua caliente antes de volver a meterme bajo las mantas.

Caminaba varios kilómetros al día para evitar pagar los 50 centavos del autobús. Un día, di un paso en falso y me fracturé el tobillo.

Cuando llegué al trabajo, tenía la parte inferior de la pierna muy hinchada. Como no podía permitirme la atención médica, le pedí a un amigo que me llevara a casa.

Como era de esperar, el hueso nunca sanó correctamente. Ya no podía correr sin sentir un dolor intenso. Esta situación se prolongó durante dos años, hasta que Dios me sanó instantáneamente durante una oración cuando era estudiante en el Seminario Teológico de las Asambleas de Dios (AGTS).

Después de convertirme en pastor, seguía sin tener dinero. De hecho, a veces añoraba la comida que veía tirar a los miembros de la iglesia.

Hoy, como profesor a tiempo completo con un salario fijo y seguro médico, aquellas dificultades iniciales son recuerdos lejanos. Sin embargo, no quiero olvidar las penurias que constituyen la realidad cotidiana de millones de personas en todo el mundo.

Olvidar no es un riesgo solo para mí. Muchos estadounidenses viven, trabajan e incluso asisten a la iglesia en burbujas socioeconómicamente aisladas.

Según el investigador en ciencias políticas Ryan Burge, los feligreses estadounidenses suelen ser profesionales casados, con estudios universitarios y de clase media. La religión en Estados Unidos atrae especialmente a quienes ganan entre 60 000 y 100 000 dólares al año.

Es fácil olvidar la difícil situación de los pobres si no tenemos contacto con ellos. Sin embargo, la Palabra de Dios nos lo recuerda reiteradamente.

La Biblia menciona a los pobres o necesitados casi 200 veces. Las Escrituras también destacan a los grupos que eran particularmente vulnerables a la pobreza, mencionando a las viudas, los huérfanos y los extranjeros más de 100 veces.

 

Las raíces de la pobreza

El libro de Proverbios advierte que la pereza y el abuso de sustancias pueden conducir a problemas financieros (10:4; 20:13; 21:17; 23:21; 24:33–34). Pero, al igual que el resto de las Escrituras, Proverbios reconoce que los pobres suelen ser víctimas de la injusticia (13:23; 14:31; 22:16,22; 28:3,8; 29:7).

Los malvados se aprovechan de los vulnerables, lo que agrava las disparidades económicas (Proverbios 30:14; Eclesiastés 5:8; Isaías 32:7; Ezequiel 22:29; Amós 8:4–6).

Ser pobre no implica haber incurrido algo mal hecho. Los justos pueden sufrir pobreza (Proverbios 19:1; 28:6,11; Lucas 16:22; Romanos 8:35; 15:26). De hecho, Dios tiene un lugar especial en su reino para los creyentes que son pobres (Lucas 6:20; Santiago 2:5).

A pesar de la teología de la prosperidad que se originó durante el siglo XX, la enseñanza cristiana a lo largo de la mayor parte de la historia de la iglesia ha asociado la espiritualidad más con el sacrificio personal que con la riqueza material.

Lejos de indicar falta de fe, el sufrimiento puede llevar a los creyentes a una mayor dependencia de Dios (Santiago 2:5; Apocalipsis 2:9).

En medio de las exigencias del ministerio, el apóstol Pablo y sus compañeros a veces pasaban hambre y no tenían hogar (1 Corintios 4:11; 2 Corintios 6:5; 11:27).

El mismo Jesús no tenía dónde recostar la cabeza (Mateo 8:20).

De manera similar, los creyentes de todo el mundo viven y ministran hoy en día en circunstancias difíciles, incluidos muchos pentecostales.

Por ejemplo, las Asambleas de Dios (AD) son la denominación protestante más grande de Burkina Faso, una nación en la que los yihadistas han desplazado a más de dos millones de personas, entre ellas al menos 100 000 miembros de la iglesia.

Las AD también cuentan con más adeptos que cualquier otra denominación protestante en Venezuela, donde la corrupción del gobierno ha llevado a una tasa de pobreza superior al 80 %.

 

Prioridad bíblica

El cuidado de los necesitados es una preocupación central en las Escrituras.

Esta prioridad refleja la compasión de Dios. Deuteronomio 10:18 dice: «Él defiende la causa del huérfano y de la viuda, y muestra su amor por el extranjero, proveyéndole alimentos y ropa» (NVI).

El Señor no solo se preocupa por los pobres y los afligidos (1 Samuel 2:8; Salmos 68:10; 107:41), sino que también los defiende (Salmos 10:14; 12:5; 35:10; 69:33; 109:31; 140:12; Proverbios 15:25).

Dios es «Padre de los huérfanos, defensor de las viudas» (Salmos 68:5, NTV) y «torre de refugio para los pobres» (Isaías 25:4, NTV). Él «protege al extranjero y sostiene al huérfano y a la viuda» (Salmos 146:9, NVI).

Ya sean ricos o pobres, todas las personas son obra de Dios y beneficiarias de su bondad (Proverbios 22:2; 29:13).

Parte de la misión de Cristo era defender a los necesitados y proclamar buenas nuevas a los pobres (Isaías 11:4; 58:6; 61:1–2; Lucas 4:18).

Jesús denunció a los líderes religiosos que explotaban a las viudas (Marcos 12:40). Expulsó a los cambistas del templo, enfrentándose a aquellos que habían convertido la casa de Dios en una «cueva de ladrones» (Marcos 11:17).

Esto fue tan bien recibido por la clase religiosa como la crítica de Martín Lutero a la recaudación de fondos de la iglesia medieval. (La práctica no bíblica de la venta de indulgencias consistía en explotar a los pobres en beneficio de los monumentos religiosos).

 

Advertencias contra la explotación

Las Escrituras advierten repetidamente contra el aprovecharse de los necesitados (Éxodo 23:6; Deuteronomio 24:14; Proverbios 22:22; Isaías 10:1–2; Amós 5:11–12).

Dios pidió específicamente que se cuidara y protegiera a ciertas poblaciones vulnerables: los extranjeros (Éxodo 22:21; 23:9); las viudas y los huérfanos (Éxodo 22:22); y los pobres en general (Éxodo 23:11; Santiago 2:6). Varios pasajes agrupan a estas personas marginadas (Deuteronomio 24:17; Jeremías 7:6; Ezequiel 22:7; Zacarías 7:10; Malaquías 3:5).

El cuidado de los necesitados es 
una preocupación central en las Escrituras. Esta prioridad refleja la compasión de Dios.

El Antiguo Testamento incluye disposiciones para ayudar a los pobres a sustentarse. Los israelitas que tenían dificultades económicas a veces necesitaban una línea de crédito para sembrar sus campos. Dios advirtió que no se aprovecharan de su desesperación cobrándoles intereses (Éxodo 22:25; Levítico 25:36–37; Deuteronomio 23:19; Nehemías 5:10–11; Salmos 15:5; Proverbios 28:8; Ezequiel 18:8,13,17; 22:12).

Deuteronomio 15:7–11 ordena a quienes tienen medios que den libremente, sin importar si alguien les devolverá el dinero. Este pasaje describe el comportamiento tacaño como pecaminoso.

Según la Ley, los empleadores que no remuneraban justamente a sus trabajadores, ya fueran israelitas o extranjeros, podían ser juzgados por Dios (Deuteronomio 24:14–15).

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios promete recompensar a quienes dan generosamente y muestran bondad hacia los necesitados (Proverbios 28:27; Mateo 6:3–4; Lucas 6:38).

Atender las necesidades físicas, emocionales y espirituales de los pobres honra al Señor (Proverbios 14:31), y Dios recompensará a quienes dan para cuidar de los pobres como si le hubieran hecho un préstamo a Él mismo (Proverbios 19:17).

 

Mandato de compasión

Ignorar simplemente la difícil situación de los pobres no es una opción. Cuidar de los necesitados es un mandato bíblico y una expresión de fe genuina (Salmos 82:3–4; Proverbios 29:14; Santiago 2:15–17).

Dios instruye a su pueblo a defender a los vulnerables (Proverbios 31:8–9). Dios valora la justicia hecha a los necesitados más que los rituales religiosos (Isaías 1:17; Amós 5:21–24).

Como observó Isaías, el mejor tipo de ayuno consiste en compartir la comida con los hambrientos y proveer hospitalidad a quienes no tienen refugio (Isaías 58:6–7).

De manera similar, Santiago dijo que la religión genuina motiva a los creyentes a «ocuparse de los huérfanos y de las viudas en sus aflicciones» (Santiago 1:27, NTV).

Los israelitas debían dejar una parte de sus cosechas para los indigentes, incluidas las viudas, los huérfanos y los extranjeros (Éxodo 23:11; Levítico 19:10; 23:22; Deuteronomio 24:19–21).

Satisfacer las necesidades es parte de la justicia bíblica (Job 31:19–23; Salmos 112:9; Proverbios 31:20; Mateo 19:21; Hechos 9:36,39; 10:2). Proverbios 29:7 dice: «Los justos se preocupan por los derechos del pobre; al perverso no le importa en absoluto» (NTV).

Es parte de la naturaleza humana favorecer a aquellos que pueden retribuirnos de alguna manera, pero Dios rechaza tales prejuicios (Santiago 2:2–4). De hecho, Jesús nos anima a dar prioridad a los necesitados (Lucas 14:12–14).

En el mundo antiguo, las comunidades solían recompensar a los donantes ricos con honores públicos. Pero en el reino de Dios, honramos a nuestro Señor sirviendo a los pobres (Mateo 25:40; 2 Corintios 9:12).

 

Juicio divino

Oprimir a los pobres es una afrenta a Dios y provoca su juicio (Salmos 9:12; 10:17–18; Proverbios 14:31; 22:16; Isaías 3:13–15; Ezequiel 18:12–13; Amós 5:12).

La Ley incluso incluía una maldición contra aquellos que maltrataban a las personas vulnerables (Deuteronomio 27:19).

Las Escrituras prohíben usar el poder para obtener riquezas a expensas de otros. Isaías denunció tal injusticia (Isaías 10:1–4).

Santiago denunció a los ricos terratenientes de su época que explotaban a los pobres (Santiago 5:1–6).

Dios responsabiliza no solo a quienes oprimen directamente a los pobres, sino también a los espectadores que no los protegen (Isaías 1:23–25; Jeremías 5:26–29).

Consideremos cómo describe Ezequiel el pecado de Sodoma: «Sodoma y sus aldeas pecaron de soberbia, gula, apatía e indiferencia hacia el pobre y el indigente» (Ezequiel 16:49, NVI).

El pueblo de Dios no puede mirar hacia otro lado. Proverbios 21:13 advierte: «El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará y no recibirá respuesta» (NBLA).

Fingir ignorar el sufrimiento no dará resultado. Después de todo, Dios conoce nuestros corazones (Proverbios 24:11–12).

 

Tesoro en el cielo

En la parábola del rico y Lázaro, el único pecado evidente del rico era hacer caso omiso del sufrimiento del mendigo que yacía a su puerta (Lucas 16:19–31).

Puede que no tengamos personas pobres tan cerca de nuestras casas, pero sabemos que hay necesidades más allá de nuestras puertas y cercas. En lugar de acumular más para nosotros mismos, podemos almacenar tesoros en el cielo mediante actos de generosidad (Lucas 12:16–21,33–34; 1 Timoteo 6:17–19).

Para Jesús, incluso discutir por la herencia familiar es una muestra de codicia. Al fin y al cabo, la vida no consiste en poseer abundantes bienes materiales (Lucas 12:13–15).

Cuando un joven acaudalado le preguntó a Jesús cómo heredar la vida eterna, Él le respondió: «vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme» (Marcos 10:21, NVI).

Es imposible servir a Dios y al dinero (Mateo 6:24; Lucas 16:13). Jesús no tolera rivales.

Aunque abandonar todo era lo mismo que Jesús había ofrecido a otros discípulos (Marcos 10:28), el joven rico no estaba dispuesto a renunciar a sus riquezas. Trágicamente, este hombre valoraba sus bienes más que la vida eterna.

En el Evangelio de Lucas, renunciar a los bienes era una forma importante de expresar el arrepentimiento (Lucas 3:7–11; 18:22; 19:8). En el contexto de calcular el costo, Jesús dijo que nadie puede ser su discípulo sin entregarle todo a él (Lucas 14:33).

Como dijo el evangelista del siglo XIX Charles Finney, no perdemos todas nuestras posesiones en el momento de la conversión, pero perdemos la propiedad de ellas.

Si Jesús es el Señor de nuestra vida, es el Señor de todo lo que somos y todo lo que tenemos. Por lo tanto, debemos administrar los recursos como lo haría Jesús, valorando lo que Él valora.

 

Necesidad global

La necesidad actual es grande. Según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, cada hora mueren en todo el mundo aproximadamente 1000 personas (muchas de ellas niños) por desnutrición.

La generosidad formó parte del ADN de la Iglesia desde el principio. Cuando Dios derramó 
su Espíritu en Pentecostés, formó una comunidad tan unida en el amor que compartían sus bienes.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que 2200 millones de personas carecen de acceso a agua potable, lo que las hace vulnerables a las enfermedades transmitidas por el agua.

Las muertes por enfermedades prevenibles afectan de manera desproporcionada a los más pobres del mundo. La OMS indica que la tasa de mortalidad infantil en menores de 5 años del África subsahariana es 14 veces mayor que la de Europa y América del Norte.

Según un informe de la ONU, entre 1600 y 3000 millones de personas en todo el mundo carecen de una vivienda adecuada, incluidos 330 millones que se encuentran en situación de indigencia total.

Entre las personas sin hogar se encuentran los refugiados. Open Doors estima que 16,2 millones de cristianos están desplazados en el África subsahariana, muchos de ellos debido a una severa persecución.

Para mi familia y muchas otras, estas son más que simples estadísticas. Después de terminar un doctorado en Francia, mi entonces futura esposa, Médine, regresó a su país natal, la República del Congo.

Mientras trabajaba en la embajada de Estados Unidos allí, Médine se vio en medio de una guerra civil. Ella y su familia huyeron a la selva, empujando a su padre discapacitado en una carretilla. Permanecieron como refugiados durante más de un año.

Durante su calvario, Médine caminaba casi todos los días ocho kilómetros a través de pantanos llenos de serpientes y campos de hormigas guerreras en busca de comida.

Su única fuente de agua estaba contaminada con desechos humanos y cadáveres. En todo momento, alguien de la familia de Médine estaba al borde de la muerte por malaria, tifus u otra enfermedad.

Después de 18 meses, Médine finalmente regresó a las ruinas de su hogar, vestida con harapos. Al llegar, se enteró de que la mayoría de los niños del vecindario habían muerto a causa de la guerra o la desnutrición.

En muchos lugares del mundo, la gente está viviendo circunstancias igualmente desesperadas. Anhelan las necesidades básicas que muchos de nosotros damos por sentadas: una alimentación adecuada, agua potable, un lugar seguro donde vivir, acceso a la atención médica y educación para sus hijos.

Como seguidores de Jesús, debemos escuchar y responder a sus desesperadas peticiones de ayuda.

 

El llamado de la Iglesia

A lo largo de las Escrituras, Dios llama a su pueblo a cuidar de los necesitados.

En lo que parecen declaraciones incongruentes, Deuteronomio dice que «Siempre habrá algunos que serán pobres en tu tierra», pero subraya «No deberá haber pobres en medio de ti» (15:4,11, NTV).

No hay ninguna contradicción. La cuestión es que siempre habrá necesidades, pero mientras la comunidad utilice su excedente colectivo para ayudar a los que están pasando apuros, Dios seguirá derramando sus bendiciones (Deuteronomio 15:7–10; cf. Salmo 112:5).

La responsabilidad colectiva por las necesidades se trasladó a la Iglesia primitiva. Cuando Pedro, Santiago y Juan encargaron a Pablo el ministerio entre los gentiles, le hicieron una petición: «Solo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres» (Gálatas 2:10, NBLA).

Aunque Pablo se centró más en predicar que en recaudar fondos, la recolección de recursos para los pobres siguió siendo una parte importante de su misión. Es un tema recurrente en las cartas de Pablo (Romanos 15:26–27; 1 Corintios 16:1–4), y ocupa dos capítulos de 2 Corintios (8 y 9).

La generosidad formó parte del ADN de la Iglesia desde el principio. Cuando Dios derramó su Espíritu en Pentecostés, formó una comunidad tan unida en el amor que compartían sus bienes (Hechos 2:44–45).

Esta estrategia de que las personas dieran lo que pudieran no fue algo puntual. Los creyentes volvieron a compartir sus recursos durante el siguiente derramamiento del Espíritu (Hechos 4:32–35).

Contrariamente a lo que algunos imaginan, la Iglesia primitiva no era una comunidad utópica. Más bien, cuando los miembros tenían alguna necesidad, los demás se sacrificaban para satisfacerla (Hechos 4:34).

Los primeros cristianos no estaban en contra de tener recursos, sino a favor de compartirlos.

Pablo instruyó a los creyentes de Éfeso a ganarse la vida honestamente y dar a los necesitados (Efesios 4:28).

Inicialmente, los apóstoles recibían y distribuían los recursos ellos mismos (Hechos 4:35,37; 5:2). Cuando la tarea se volvió demasiado exigente debido a las crecientes necesidades y otras responsabilidades ministeriales, estos líderes la delegaron a personas en las que todos en la Iglesia podían confiar (6:1–4).

A lo largo de la historia de la Iglesia, varios grupos también han hecho hincapié en la ofrenda sacrificial, entre ellos muchas sectas monásticas, los primeros anabaptistas y el movimiento misionero moravo.

En un sermón sobre Lucas 16:1–9, John Wesley enfatizó que los creyentes deben ganar todo lo que puedan, ahorrar todo lo que puedan y usar todo lo que puedan para ayudar a los demás.

Wesley enfatizó que Dios confía a sus seguidores los recursos como administradores y no como propietarios. Con eso en mente, Wesley animó a sus oyentes a sopesar cada gasto a la luz de las prioridades del Reino, considerando si Dios lo aprobaría.

 

Estrategias de benevolencia

En los Estados Unidos, hoy en día, las iglesias y las organizaciones paraeclesiásticas proporcionan miles de millones de dólares en servicios sociales.

La mayoría de las iglesias cuentan con fondos de benevolencia de emergencia para hacer frente a situaciones de crisis. Sin embargo, las necesidades continuas de cada comunidad exigen un enfoque más coherente.

Ayudar a los pobres de forma regular requiere intencionalidad y planificación. Asociarse con otras iglesias para apoyar bancos de alimentos o albergues para personas sin hogar podría ser un buen primer paso.

Los líderes eclesiásticos pueden crear conciencia predicando y enseñando sobre la preocupación de Dios por los pobres.

Abordar este tema con sabiduría no solo elimina la vergüenza de las personas necesitadas, sino que también empodera a quienes tienen recursos para ver la generosidad como una expresión de adoración y obediencia.

Además de servir 
a nuestras propias comunidades, tenemos la oportunidad de responder a las necesidades desesperadas de hermanos y hermanas empobrecidos en todo el mundo.

Algunos incluso podrían reconocer que dar es parte de la obra del Espíritu en sus vidas (Romanos 12:8).

También hay miembros de la iglesia con la sabiduría necesaria para desarrollar soluciones prácticas. Tendrán en cuenta los tipos de situaciones que mantienen a las personas en la pobreza, como el declive económico local, la falta de educación, los hogares rotos y los problemas de salud.

En lugar de dejar estas preocupaciones en manos de los feligreses individuales, las iglesias deben reunirse en torno a aquellos a quienes Dios está llamando y equipando para satisfacer las necesidades (Hechos 6:2–3).

Por supuesto, las necesidades dentro del cuerpo de Cristo no son solo locales. En respuesta a la hambruna que se avecinaba, la próspera iglesia de Antioquía tomó medidas para cuidar de sus hermanos en la fe de Jerusalén.

El mundo actual está más interconectado que nunca. Además de servir a nuestras propias comunidades, tenemos la oportunidad de responder a las necesidades desesperadas de hermanos y hermanas empobrecidos en todo el mundo.

Cuando se trata de grandes distancias geográficas, tiene sentido asociarse con aquellos que están en mejor posición para reconocer dónde son mayores las necesidades y desplegar los recursos en consecuencia.

En el mejor de los casos, las denominaciones y los ministerios paraeclesiásticos no dividen el cuerpo de Cristo, sino que proporcionan redes que nos permiten ministrar juntos de manera más eficaz de lo que podríamos hacer por nuestra cuenta.

 

Ministerio eficaz

Las estructuras de rendición de cuentas son importantes (Hechos 6:3; 1 Corintios 16:3; 2 Corintios 8:19–23). Cuando las personas dan a los necesitados, esperan con razón que esas donaciones lleguen a los destinatarios previstos.

Aparte de los regalos directos a amigos, yo suelo enviar mis contribuciones a través de organizaciones con sólidas estructuras de rendición de cuentas.

Dios puede dotar a las personas de percepción profética y sabiduría financiera para manejar los recursos con prudencia, ya sea en la sociedad (Génesis 41:25–40) o en la Iglesia (Hechos 6:3; 11:28–30).

Cuantas más subscripciones postales tengamos a diversas organizaciones, más difícil será dar a todos los que nos lo piden (Lucas 6:30). Necesitamos sabiduría para desplegar nuestros recursos de la manera más eficaz.

Esto también era un problema práctico en la Iglesia primitiva. Debido a que los recursos eran limitados, en tiempos de necesidad, la Iglesia adoptó la antigua costumbre de confiar en los familiares como primera red de seguridad (1 Timoteo 5:4,8,14,16).

Cuando no se disponía de familiares responsables, la comunidad eclesiástica se ocupaba de sus miembros necesitados. Una administración responsable significaba limitar esa ayuda a los creyentes más necesitados (1 Timoteo 5:9–10).

Al ayudar a los pobres solo con limosnas nos arriesgamos a fomentar una dependencia insostenible. Además de satisfacer las necesidades inmediatas, como la comida y el alojamiento, podemos ofrecer herramientas a las personas para escapar de los ciclos generacionales de pobreza.

Las estrategias globales a largo plazo incluyen el desarrollo económico y el empoderamiento. Por ejemplo, algunos ministerios ofrecen subvenciones para poner en marcha pequeñas empresas.

Otros proporcionan educación a los niños o formación profesional a los adultos, preparando a los beneficiarios para futuros empleos.

Los hogares para niños huérfanos y los refugios para víctimas del tráfico sexual proporcionan lugares seguros para crecer, sanar y aprender sobre el amor de Cristo.

En la República Democrática del Congo, el predicador pentecostal y ganador del Premio Nobel Denis Mukwege fundó un hospital que ha tratado a más de 70 000 víctimas de violación.

Los pentecostales tienen una larga historia de ofrecer atención integral y compasiva a las personas que sufren.

A principios del siglo XX, Pandita Ramabai ayudó a impulsar el movimiento pentecostal en la India a través de Mukti Mission, un refugio para mujeres y niños.

En 1911, Lillian Trasher fundó un orfanato en Egipto que desde entonces ha acogido a más de 25 000 niños. (Trasher se afilió a las Asambleas de Dios en 1919, cinco años después de la fundación de la Fraternidad).

Es fácil sentirse impotente ante el sufrimiento humano generalizado, pero hay muchas maneras en que los creyentes pueden poner su fe en acción.

Por ejemplo, yo envío fondos para ayudar a mantener y equipar a los cristianos que huyen de la persecución. También reconozco que promover la estabilidad política y apoyar la protección de los derechos humanos en el país y en el extranjero ayuda a proteger a los hermanos en la fe contra el desplazamiento desde su origen.

Juntos podemos hacer más que por separado, por lo que colaborar con organizaciones confiables directamente relacionadas con los pobres del mundo facilita la obtención de recursos donde más se necesitan.

Mientras tanto, los desastres naturales y otras crisis afectan continuamente a los Estados Unidos y a todo el mundo. La asociación con ministerios de confianza como Convoy of Hope permite a las iglesias responder de manera rápida y eficiente.

Cuando a principios de este año unos tornados azotaron una comunidad no muy lejos de mi casa en Kentucky, Convoy of Hope llegó rápidamente con camiones cargados de suministros, incluyendo comida, agua, lonas y generadores.

 

El corazón de Dios

La mayoría de los cristianos norteamericanos no son testigos habituales de la pobreza extrema, especialmente en lugares donde escasean los alimentos, las escuelas e incluso el agua potable.

Sin embargo, la Biblia tiene mucho que decir sobre los pobres, invitándonos a considerar y satisfacer las necesidades de quienes sufren.

Cuidar de los necesitados es un ministerio que refleja el corazón de Dios, promueve su misión y construye una comunidad amorosa (Hechos 4:33–35; 6:3–7; 11:27–30).

Todas las congregaciones pueden y deben hacer algo para ayudar a los pobres. Trabajar con ministerios responsables que puedan conectar los recursos con las necesidades es una de las formas más fáciles de marcar la diferencia.

A cambio, muchos de los beneficiarios ofrecerán algo de mucho mayor valor: oraciones de bendición y acción de gracias (2 Corintios 9:10–15).

 

Craig Keener, Ph.D., es profesor de Estudios Bíblicos F.M. y Ada Thompson en el Seminario Asbury de Wilmore, Kentucky, y ministro ordenado de las Asambleas de Dios.

 

Este artículo aparece en la edición de otoño de 2025 de la revista Influence.

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