Cómo hablar sobre las mujeres en el ministerio - y cómo no hacerlo
La forma de hablar sobre las mujeres como líderes es importante para los recuerdos de aquellos que abrieron el camino, y así las mujeres busquen liderar hoy y en las generaciones futuras.
Soy un miembro adherente de las Asambleas de Dios de la cuarta generación. Mi esposo y yo estamos criando una quinta generación. Es una insignia de honor que llevo con orgullo, tanto en el contexto de la iglesia de la cual soy parte como en el trabajo que realizo en el más amplio mundo de la educación superior evangélica cristiana.
Mis bisabuelos, inmigrantes escandinavos, vinieron a Cristo a través de la obra ministerial de Blanche Britton, la labradora pentecostal que plantó 25 iglesias en el estado de Dakota del Norte, incluyendo una en mi ciudad natal, Crosby. La gente le había dicho que no tratara de plantar en Crosby porque era una guarida de iniquidad y no valía la pena.
En un momento dado, aquellos que se oponían al trabajo de Britton y otros más quemaron una carpa de avivamiento que el equipo ministerial había establecido en Main Street. Britton insistió, ministrando fuera del templo local masónico hasta que la naciente congregación pudiera construir un edificio.
Hoy, donde se había quemado esa tienda de campaña, se encuentra una iglesia que ha existido durante más de un siglo: la única iglesia pentecostal dentro de un radio de 60 millas en las llanuras superiores. Fue en esa iglesia que conocí a Jesús como mi Señor y Salvador, pero también es el lugar donde Dios incrementó mi fe y reveló su llamado para mí. La foto de Britton quedó colgada en la pared posterior durante varios años durante mi infancia.
Mientras que Britton sigue siendo la única mujer pastora en la historia de la iglesia, su ministerio dio a luz al llamado de G. Raymond Carlson y su esposa, Mae. (G. Raymond Carlson sirvió como superintendente general de las Asambleas de Dios de 1,986 a 1,993). El ministerio de Britton también cambió las trayectorias de muchos otros, incluidos muchos miembros de la familia Edert y Olena Anderson, mis bisabuelos.
Nunca hablamos específicamente sobre las mujeres como ministros en la pequeña iglesia de Crosby. Simplemente aprendimos que todos debemos buscar el llamado de Dios y el poder del Espíritu como personas creadas a su imagen y bajo el mandato de la Gran Comisión.
En el campamento bíblico y las convenciones juveniles, esperábamos en los altares, a veces durante horas, para discernir el llamado de Dios al ministerio. Nadie nunca me desanimó de buscar ese llamado. Nadie me sugirió que Dios no llama a las mujeres. Solo se suponía que, como mujer, tenía tantas oportunidades para ese llamamiento como mis hermanos y mis primos y demás amigos varones.
No fue hasta que empecé a estudiar en la universidad, en una universidad de las Asambleas de Dios, que encontré un lenguaje que sugería que las mujeres no deberían servir como pastoras o líderes de la iglesia. La universidad no enseñaba estas ideas, pero algunos de mis compañeros de estudios habían crecido con esta teología y sabían cómo articularla.
Tenía poco conocimiento en el camino de la justificación teológica o en el entendimiento de las Escrituras para refutarlos, así que decidí estudiar nuestra teología y las Escrituras, y buscar a Dios de nuevo.
Puede que yo no haya recibido un llamado personal para ser pastora, pero tenía familiares y amigos que tenían ese llamado, tanto hombres como mujeres.
Dios me llamó a la obra del estudio retórico. Gran parte de mi trabajo se ha centrado en el género y el ministerio, no solo en la forma en que pensamos sobre las mujeres en el ministerio, sino también en cómo hablamos de ellas. Las palabras que usamos impactan no solo a las mujeres, sino también a la iglesia y su misión.
Durante los últimos 15 años, he investigado el desarrollo teológico de nuestra única posición en las Asambleas de Dios con respecto al liderazgo de las mujeres. He revisado innumerables documentos y relatos históricos. El resultado fue un libro que escribí: Dios, perdónanos por ser mujeres: Retórica, teología y tradición pentecostal (publicada en 2018).
Hay otras denominaciones evangélicas que permiten a las mujeres pastorear y servir como ministros, pero la posición de la fraternidad va más allá de eso. El nuestro abarca todo en términos de roles de ministerio y la obligación de las mujeres de buscar el llamado de Dios para el ministerio. Es esta, como dijo el ex-Superintendente General George O. Wood, tan distintiva como nuestra doctrina sobre el Espíritu Santo.
A mediados de la década de 1,930, esta doctrina fue consagrada en nuestros estatutos:
Las Escrituras enseñan claramente que las mujeres divinamente llamadas y calificadas también pueden servir a la iglesia en el ministerio de la Palabra (Joel 2:29; Hechos 21:9; 1 Corintios 11:5). Las mujeres que cumplen con los requisitos para obtener credenciales ministeriales son elegibles para cualquier grado de credenciales que sus calificaciones justifiquen y que tengan el derecho de administrar las ordenanzas de la iglesia y son también elegibles para servir en todos los niveles del ministerio de la iglesia, y/o en el liderazgo del distrito y del Concilio General (Reglamentos, Artículo VII, Sección 2, Párrafo l).
Entonces, dada esta afirmación tan directa y sólida sobre la afirmación de las mujeres como ministros, ¿por qué seguimos hablando del rol de las mujeres en el ministerio dentro de las Asambleas de Dios? ¿Por qué todavía hay debates en algunos lugares dentro de nuestra fraternidad? Y si este es un distintivo que identifica a las Asambleas de Dios como nuestras creencias sobre la Persona y la obra del Espíritu Santo, ¿por qué no hay más enseñanza abierta y empoderamiento de las mujeres como líderes?
Creo que la respuesta descansa en nuestra retórica o en cómo hablamos sobre las mujeres, el ministerio y el liderazgo. Nuestro lenguaje influye tanto en nuestras creencias como en nuestras acciones. La forma en que hablamos de nuestras doctrinas tiene un impacto directo en aquellos que se sientan en en las bancas, reuniones distritales y nacionales y universidades.
Mae Eleanor Frey, la mujer que pronunció las palabras que inspiraron el título de mi libro, pidió la palabra en el Concilio Distrital del Sur de California hace casi 90 años, preguntando por qué la "pregunta de la mujer" volvía a surgir. Las mujeres para entonces representaban alrededor del 25 por ciento de nuestros ministros con credenciales; Hoy en día, el porcentaje es aproximadamente el mismo.
La intención de este artículo no es abogar por el aumento en el número de ministros con credenciales. Los números absolutos no son una indicación de afirmación saludable. Espero desafiar a los lectores a considerar que nuestras palabras son impactantes y que nosotros, como individuos, damos sentido a esas palabras.
La forma en cómo hablamos de las mujeres como líderes en las Asambleas de Dios es importante. Es importante para los recuerdos de quienes allanaron el camino. Es importante para aquellas mujeres que buscan liderar hoy. Y es importante para las generaciones futuras. Es importante para las jovencitas como mi hija, que, a los 5 años, expresó un claro llamado al ministerio y a las misiones del cual quiero asegurarme de cultivar y nutrir.
Al igual que Mae Eleanor Frey, quiero que la próxima generación no tenga la necesidad de abordar "la pregunta de la mujer" porque ahora las mujeres de su propia generación están liderando y prosperando dentro de las Asambleas de Dios.
El poder de la retórica
¿Qué tiene que ver la retórica con eso? Cuando pensamos en la retórica, a menudo pensamos en una conversación grandilocuente o, peor aún, en ideas envueltas en un lenguaje colorido que manipula. Históricamente, sin embargo, la retórica ha consistido en persuadir a otros a través de argumentos basados en la evidencia lógica (logos), emocional (pathos) y creíble (ethos).
Podríamos definir la retórica como el uso humano de las palabras para formar actitudes o acciones en otros humanos. En otras palabras, la acción retórica sucede cuando una persona trata de que otra persona se comporte, piense o se sienta diferente. Nuestros intereses o intereses percibidos unen a las personas entre sí. Así es como nos identificamos unos con otros a través del lenguaje.
Cuando las palabras que hablamos reflejan nuestras actitudes y creencias, éstas refuerzan la aceptación de ciertas ideas, personas e instituciones y el rechazo de otras. Aquellos con quienes nos comunicamos tienen la oportunidad de estar de acuerdo o en desacuerdo. A través de este proceso, buscamos constantemente cerrar la brecha entre nosotros a través de la identificación para moldear actitudes y creencias y luego adoptar un lenguaje similar que nos conecte con aquellos que nos forman y a quienes buscamos dar forma.
Como pastores y líderes de la iglesia, debemos considerar el lenguaje que usamos para hablar sobre quiénes somos y los roles que desempeñamos.
Dios nos creó a su imagen y nos diseñó para una relación con Él y con los demás. El lenguaje es el principal medio que nos dio para entablar una relación, y también para influirnos los unos con los otros.
Creemos en el poder del lenguaje en muchos aspectos de nuestra fe; tanto, de hecho, que damos por sentado que la predicación, la enseñanza y la oración son formas retóricas. Cómo hablamos de las cosas es importante. Como líderes (tanto ministros como líderes laicos), la forma en que hablamos sobre lo que creemos tiene implicaciones eternas.
Entonces, ¿cómo podemos nosotros, como líderes en las Asambleas de Dios, hablar de una manera más efectiva sobre el liderazgo de las mujeres y, a su vez, moldear y formar una comprensión integral de nuestras creencias, actitudes y acciones con respecto al rol de las mujeres dentro de las Asambleas de Dios?
Formando la creencia
Formular y dar forma a la creencia viene a través del estudio y la enseñanza. Si bien entiendo que hay puntos de vista diferentes sobre la teología del liderazgo de las mujeres en la Iglesia, no hay ambigüedad en la posición de las Asambleas de Dios.
Si usted no está seguro de lo que cree y le resulta difícil enseñar sobre el tema, lo desafío a leer y estudiar la historia de nuestra posición y las bases teológicas para su adhesión. Estudie las Escrituras, pero también las obras de los teólogos e historiadores pentecostales.
Estudie las historias de mujeres que formaron parte de la fraternidad desde el principio: Mujeres como Rachel Sizelove, Amanda Benedict, Hattie Hammond y Alice Reynolds Flower. Pero también estudie las formas en que las Asambleas de Dios luchó con la influencia de otras posiciones teológicas, implicaciones culturales y necesidades prácticas del trabajo ministerial.
Hable con mujeres que han respondido al llamado de Dios para dirigir, y practique la identificación con ellas cuando escuche de ambos, las bendiciones como las luchas de pastoras, misioneras y evangelistas.
Enseñe sobre la doctrina del liderazgo de mujeres desde el púlpito y en clases o grupos pequeños. Como dije antes, nunca escuché un sermón mientras crecía que abordara si podía o no recibir un llamado al ministerio en base a mi género. Simplemente asumí que yo podía porque los predicadores hablaban del llamado de los creyentes, a pesar de todo. Uno podría pensar que esto es suficiente, pero la Biblia dice que siempre debemos estar preparados para presentar defensa con la esperanza que hay en nosotros (1 Pedro 3:15). Nadie me preparó para hablar del por qué creía que podía recibir un llamado al ministerio pastoral, o para refutar a quienes no estaban de acuerdo conmigo. La enseñanza puede ser una forma poderosa de comunicación tanto como para persuadir como para reforzar las creencias existentes.
Fortaleciendo actitudes
La experiencia personal con algo o alguien puede recorrer un largo camino hacia el cambio de actitudes. Como pastores y líderes de la iglesia, debemos considerar el lenguaje que usamos para hablar sobre quiénes somos y los roles que desempeñamos.
Cuando hable generalmente sobre pastores, misioneros y otros líderes, piense en usar pronombres masculinos y femeninos. Sea intencional sobre el uso del título de pastor cuando hable al personal pastoral femenino, de la misma manera que lo hace para los miembros masculinos.
La investigación sobre los roles de liderazgo de las mujeres revela que a las mujeres que ocupan cargos de liderazgo se las suele llamar por sus nombres, que es muy familiar y casual. Sus homólogos masculinos son referidos por sus títulos y apellidos, que es más autoritario y formal. Hablar sobre las mujeres como líderes de la iglesia y mostrarles honor y respeto ayuda a reforzar la idea que ellas son pastoras, misioneras, líderes distritales y oficiales nacionales.
Reforzamos y fortalecemos las actitudes sobre nuestra doctrina en el liderazgo de las mujeres cuando hablamos de las mujeres en los roles que desempeñan y las posiciones que ellas han ganado. También podemos hacer una diferencia al alentar a las mujeres para que obtengan la licencia y la ordenación.
Estas credenciales son los medios por los cuales nosotros en las Asambleas de Dios respaldamos a aquellos que trabajan en el ministerio. No queremos que las mujeres busquen credenciales solo para mejorar nuestras estadísticas, sino para que podamos hablar sobre las personas que prestan servicio en nuestras iglesias y en los ministerios y organizaciones religiosas que están totalmente respaldadas por la fraternidad.
Tomando acción
A lo largo de nuestra historia en las Asambleas de Dios, hemos hecho bien en hablar altamente de aquellas mujeres que lideraron el camino en el movimiento pentecostal. Sin embargo, también podemos sentirnos tentados a pensar que esta fue una edad de oro donde todas las mujeres operaban en sus dones, y los hombres y las mujeres siempre se animaban mutuamente. La realidad de nuestra historia es mucho más matizada y compleja. Por cada historia de mujeres que lideraron con estima y valor, hay muchas otras historias de frustración y decepción.
Si queremos que las mujeres prosperen en el ministerio, a pesar de los desafíos que se presentaran, debemos hacer más que solo inspirar y alentar a que ellas lideren. Tenemos que enfrentarnos a la retórica que es contradictoria a nuestra teología y doctrina.
Todos los años, aquellos que tienen credenciales con las Asambleas de Dios firman los documentos en los que declaran que defenderán las 16 doctrinas de la fraternidad llamada Verdades Fundamentales de las Asambleas de Dios, y se adherirán a la Constitución y los Reglamentos. Cualquier ministro que esté indeciso sobre el rol de las mujeres en el ministerio debe consultar con sus líderes distritales y nacionales. Siempre debemos desalentar la enseñanza que se oponga a nuestros documentos de gobierno y mas bien alentar por una educación más elevada en nuestra teología e historia.
Hay espacio para una diálogo continuo, pero nuestras acciones deberían seguir nuestra conversación. Necesitamos actuar con vigor en nuestras palabras y no solo aceptar pasivamente el liderazgo de las mujeres como una posición en las Asambleas de Dios. Más bien, debe ser una acción que llevamos a cabo en todas las áreas de liderazgo. Hemos visto los impactos de esta acción en la elección de Melissa Alfaro como la primera mujer en ocupar un puesto en el Presbiterio Ejecutivo que no representa explícitamente a las mujeres, y en la elección de Donna Barrett al cargo de secretaria general.
Los hombres y las mujeres de las Asambleas de Dios hablarán sobre estos oficios de manera diferente debido a las mujeres que ahora los ocupan. La diálogo intencional sobre la formación de puestos específicos para mujeres a nivel distrital y nacional generó la situación que permitió a una mujer como Beth Grant servir como líder nacional. La forma en que hablamos sobre las mujeres crea un espacio para que las mujeres sirvan como líderes en todos los puestos que nuestros reglamentos permiten.
Proclamando el mensaje
La forma en que hablamos de las mujeres es importante para el evangelio. Habiendo sido una joven mujer que creció en las Asambleas de Dios, nunca se me ocurrió que no podía servir y dirigir en mi fraternidad. Alguien podría argumentar que la falta de conversación sobre las mujeres como líderes ayudó a fomentar esa comprensión. Sin embargo, cuando me enfrenté a un punto de vista diferente, carecí de los recursos necesarios para responder con eficacia.
Si bien, nadie me desanimó de buscar el llamado al ministerio, a mí también me faltó el estímulo para moldear y formar a otras personas que no crecieron bajo la sombra de mujeres como Blanche Britton.
Aristóteles argumentaba que la retórica es un arte tanto moral como práctico. La forma en que hablamos de las cosas tiene implicaciones sobre cómo creemos y cómo actuamos. Nuestra conversación también tiene implicaciones sobre cómo moldeamos y formamos la creencia y las acciones en los demás.
Los fundadores de las Asambleas de Dios, hombres y mujeres juntos, creían que había una gran urgencia en el mensaje de la salvación de Cristo y el poder del Espíritu Santo. No había tiempo que perder ya que las consecuencias eran eternas. Se propusieron embarcarse en el mayor evangelismo que el mundo haya conocido. Somos los herederos de esa urgencia, y debemos continuar con la tarea de comprometernos con esta misión.
¡Nuestro mensaje es del Salvador, el Bautizador del Espíritu y el Rey que viene pronto! Es digno de una retórica que proclama su llamado a los hombres y mujeres para que compartan estas buenas nuevas.
Las mujeres que son ministros, como mis amigas Amy Farley, Kathy Kerfoot Cannon y Nicky Stade (que también es mi pastora), serán las protagonistas de las historias contadas por generaciones, si el Señor se demorara, sobre las maneras en que Dios las usó para llevar a las personas de todo el mundo hacia el reino de Dios. ¡Esta es una buena noticia!
Joy Qualls, Ph.D., es directora del departamento de estudios de comunicación y profesora asociada en la Universidad Biola en La Mirada, California.
This article originally appeared in the May/June 2019 edition of Influence magazine.
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