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 the shape of leadership

Cuando las ovejas muerden

Perseverar en las etapas dolorosas del ministerio

Craig T Owens on January 22, 2025

Mis padres tenían el don de la hospitalidad y un corazón para servir a los ministros.

Los pastores eran invitados frecuentes a nuestra mesa familiar. En nuestra casa había incluso un apartamento que mis padres construyeron para los misioneros y evangelistas itinerantes.

Desde muy joven aprendí a respetar y honrar a los líderes de la iglesia. Imagínense mi sorpresa, entonces, cuando llegué a mi primer pastorado y me encontré con la ponzoña y la crueldad de las personas a las que Dios me había llamado a servir.

La iglesia se había estancado mucho antes de mi llegada, y había pocos jóvenes en la congregación.

Durante el proceso de entrevista, hablé de ello con el comité de búsqueda pastoral y compartí mi visión del cambio. Estuvieron de acuerdo y oramos juntos.

Al parecer este era el mover que Dios tenía para nosotros.

 

Bajo ataque

Como yo esperaba, el Señor no tardó en atraer a la iglesia a personas que lo buscaban. Algunos se convirtieron rápidamente en conversos entusiastas y otros permanecieron escépticos.

En lugar de los habituales trajes y vestidos, estos recién llegados usaban pantalones vaqueros y camisetas. No sabían dónde encontrar los libros de la Biblia a los que me refería en mis sermones. También eran más jóvenes y más diversos racial y étnicamente que los miembros antiguos.

Estos cambios generaron resentimiento. No puedo precisar exactamente qué desencadenó la reacción, pero pareció surgir casi de la noche a la mañana.

Fue chocante. Había dado por sentado que la congregación celebraría lo que Dios estaba haciendo. En lugar de eso, me sentí como un pastor que se da cuenta por primera vez de que las ovejas muerden.

Los congregantes de más edad dejaron de diezmar con regularidad. Cuando el pago de las facturas se hizo más difícil, me acusaron de robar fondos de la iglesia. Los chismes se convirtieron en calumnias y ataques cáusticos.

La gente irrumpía en mi despacho sin avisar para regañarme. Me llamaban a casa por las tardes, alzando la voz con rabia. Algunos miembros descontentos llegaron a cuestionar mi fe.

Peor aún, yo no era la única persona atacada. El desprecio se extendió a mi esposa y a mis hijos, así como a los nuevos creyentes de nuestra congregación.

Fue devastador.

Finalmente, la congregación convocó una reunión de negocios, llamó a los funcionarios del distrito y votó a favor de liberarme de mi posición.

 

Las marcas de las mordidas

Felizmente, ese no fue el final de nuestro viaje ministerial. Dios nos condujo a la maravillosa y amorosa congregación que ahora pastoreo. Con el tiempo, mi familia y yo dejamos de sufrir.

De hecho, la sanidad fue tan completa que rara vez pensaba en esas viejas heridas, excepto cuando otros pastores compartían sus propias historias de horror. A través de esas interacciones, me di cuenta de que mi experiencia no es inusual.

Las ovejas hostiles son una realidad para los pastores. No se trata de si recibirás una dolorosa mordida, sino de cuándo sucederá. La verdadera pregunta es cómo responderás.

Una vez que comienza, un ataque puede intensificarse con rapidez.

Paradójicamente, el primer pellizco suele adoptar la forma de una adulación. A diferencia de un cumplido auténtico, la adulación es una postura agresiva, un intento de manipulación poco disimulado.

Las ovejas hostiles son una realidad para los pastores. No se trata de si recibirás una dolorosa mordida, sino de cuándo sucederá. La verdadera pregunta es cómo responderás.

Luego viene la mordedura de la crítica. Los líderes deben agradecer las críticas constructivas y las ideas útiles, por dolorosas que sean. Pero el desprecio duro e injusto puede dejar una marca en la reputación y las relaciones.

Las críticas toman un giro desagradable cuando empiezan a difundirse en forma de chismes.

Aunque las habladurías pueden tener algo de verdad, a menudo se convierten en falsedades y difamaciones.

La reconciliación con los difamadores es difícil. Pedirles que abandonen la iglesia suele ser el único remedio.

La siguiente mordedura es el debilitamiento deliberado de la autoridad pastoral. Los enfrentamientos y las acusaciones se vuelven más combativos y se extienden a toda la congregación.

Una última mordida de abandono rompe las relaciones. Rara vez ocurre en silencio. No contento con pasar de página, el congregante conflictivo monta un espectáculo, abriendo un camino de destrucción y profundas heridas.

 

Fidelidad

Tristemente, los pastores que han tenido estas experiencias a menudo se consumen y abandonan su llamado.

En situaciones de estrés, los cambios hormonales desencadenan la respuesta de lucha o huida, y muchos ministros optan por esta última.

Según una encuesta realizada en 2023 por el Grupo Barna, un tercio de los pastores protestantes estadounidenses había considerado seriamente la posibilidad de abandonar el ministerio a tiempo completo durante el año anterior.

Luchar o huir es una respuesta natural. Sin embargo, creo que Dios está llamando a los líderes a una respuesta sobrenatural: una respuesta de fidelidad.

Jesús soportó todo tipo de ataques, pero se mantuvo fiel a su misión. Con la ayuda del Espíritu Santo, nosotros podemos hacer lo mismo.

A diferencia de Jesús, por supuesto, ni somos perfectos ni estamos libres de pecado. Así que nuestra fidelidad debe comenzar con la introspección.

 

Introspección

En medio de un conflicto, es fácil culpar a los demás. Pero primero deberíamos examinar nuestro propio corazón, con sinceridad, humildad y dispuestos al cambio.

Dick Brogden observó: «Los críticos y los escépticos son un regalo para nosotros, porque con sus críticas maliciosas a menudo sacan a la luz un defecto o una deficiencia en una fase temprana de nuestro desarrollo. Si tenemos la seguridad suficiente para hurgar en busca de la verdad a través de la condena de los demás, nos mantendremos saludables a largo plazo, ya que nuestro mal queda al descubierto y lo tratamos antes de que se agrave demasiado».

La naturaleza humana haría que nos excusáramos a nosotros mismos mientras acusamos con el dedo a los demás. Pero el Espíritu Santo nos conduce a la verdad, por doloroso que sea ese proceso.

A menudo repito la oración de David del Salmo 139:23,24 (NTV):

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan.

Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda
y guíame por el camino de la vida eterna.

En momentos de conflicto, me planteo en oración varias preguntas esclarecedoras: ¿Cómo he contribuido a esta situación? ¿Necesito disculparme por algo que he dicho o hecho? ¿Qué puedo cambiar en mí? ¿Qué puedo hacer para ayudar a los que se sienten enojados o frustrados? ¿Cómo puedo lograr una reconciliación que glorifique a Dios en esta situación?

Esta humilde reflexión puede convertir una experiencia difícil en una valiosa lección. Si arremetemos inmediatamente contra quienes se nos oponen, perdemos oportunidades de reflexión, reconciliación y ministerio redentor.

Una respuesta guiada por el Espíritu ayuda a todos a crecer, tanto a los líderes como a los feligreses.

Ser pastor no es fácil. Sin embargo, Jesús nos llama a apacentar sus ovejas (Juan 21:17). Incluso cuando los miembros del rebaño nos hacen daño, debemos amarlos como Él los ama.

 

Confrontación

Tras la introspección (y posiblemente el arrepentimiento, la confesión y las disculpas), puede que haya llegado el momento de enfrentar el mal comportamiento.

El apóstol Pablo advirtió a Timoteo que la confrontación debía ser amable, no combativa:

Un siervo del Señor no debe andar peleando, sino que debe ser bondadoso con todos, capaz de enseñar y paciente con las personas difíciles. Instruye con ternura a los que se oponen a la verdad. Tal vez Dios les cambie el corazón, y aprendan la verdad. Entonces entrarán en razón y escaparán de la trampa del diablo. Pues él los ha tenido cautivos, para que hagan lo que él quiere. (2 Timoteo 2:24–26, NTV).

Muchos pastores tienen miedo de confrontar a otros. Otros lo hacen de una manera impía, perdiendo los estribos o haciendo alarde de su posición con orgullo.

La mejor manera de evitar estos extremos es recordar que la confrontación bíblica se trata de restauración, no de destrucción.

Los conflictos y los enfrentamientos nos desgastan y pueden agotar rápidamente nuestras reservas de energía y pasión. Debemos seguir el ejemplo de Cristo dando prioridad a la oración.

Si se maneja correctamente, la confrontación puede conducir a una comprensión más profunda, una mayor madurez y relaciones más saludables.

Ganar una discusión no es lo importante. Dejando el ego a un lado, debemos seguir el ejemplo de Cristo, el Buen Pastor que dio su vida por las ovejas (Juan 10:11).

El pecado entristece el corazón de Dios, y debería entristecer el nuestro también.

Al enviar a Samuel para confrontar al rey Saúl por su pecado, el Señor le dijo:«Me pesa haber hecho rey a Saúl, porque ha dejado de seguirme y no ha cumplido Mis mandamientos» (1 Samuel 15:11, NBLA). En respuesta, Samuel «clamó al Señor toda la noche».

Si pasáramos tiempo clamando antes de confrontar, probablemente veríamos mejores resultados.

Billy Graham dijo una vez: «Las lágrimas derramadas por uno mismo son lágrimas de debilidad, pero las lágrimas derramadas por los demás son una señal de fortaleza».

Antes de confrontar a un congregante, invite al Espíritu Santo a confrontarlo a usted. En Mateo 7:3–5, Jesús enfatizó la importancia del autoexamen antes de la confrontación:

¿Y por qué te preocupas por la astilla en el ojo de tu amigo, cuando tú tienes un tronco en el tuyo? ¿Cómo puedes pensar en decirle a tu amigo: “Déjame ayudarte a sacar la astilla de tu ojo”, cuando tú no puedes ver más allá del tronco que está en tu propio ojo? ¡Hipócrita! Primero quita el tronco de tu ojo; después verás lo suficientemente bien para ocuparte de la astilla en el ojo de tu amigo.

Si ha pecado, confiese esas transgresiones y busque el perdón de Dios. Pida al Señor que le dé discernimiento, gracia y amor mientras se prepara para la confrontación.

Llore antes de confrontar. Confiese sus pecados entre lágrimas. Lamente el estado pecaminoso de su hermano o hermana.

Pida al Señor que guíe este tiempo de confrontación, para que conduzca a la restauración y al crecimiento a todos los involucrados.

 

Hábitos saludables

Los ataques personales nos afectan emocional, espiritual, mental y físicamente.

Jesús ministró en el mismo tipo de cuerpo humano que tenemos y estuvo sujeto a los mismos factores estresantes que experimentamos.

Sin embargo, observe cómo respondió Jesús. Lucas 5:16 dice: «…con frecuencia Él se retiraba a lugares solitarios y oraba» (NBLA).

Jesús pasaba regularmente tiempo a solas en la presencia del Padre, y nosotros también deberíamos hacerlo.

Los conflictos y los enfrentamientos nos desgastan y pueden agotar rápidamente nuestras reservas de energía y pasión. Debemos seguir el ejemplo de Cristo dando prioridad a la oración.

Jesús también comprendió la importancia del descanso y del cuidado personal. En Marcos 6:30–32, animó a sus discípulos a descansar:

Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Y como no tenían tiempo ni para comer, pues era tanta la gente que iba y venía, Jesús dijo: —Vengan conmigo ustedes solos a un lugar tranquilo y descansen un poco. Así que se fueron solos en la barca a un lugar solitario (NVI).

Si Jesús y sus discípulos necesitaban un tiempo fuera del ministerio para descansar, es una necedad suponer que podemos seguir adelante sin parar. El resultado inevitable será el agotamiento, el desgaste y, finalmente, el colapso.

Tome medidas ahora para proteger su salud mental, física y espiritual. Evite sobrecargar su agenda. Pase tiempo con personas que lo repongan. Duerma lo suficiente, siga una dieta saludable y haga ejercicio con regularidad. Reserve un espacio diario para la oración y el estudio bíblico.

El cuidado personal no es algo que no sea espiritual. De hecho, es una parte vital para permanecer fiel a través de los altibajos del ministerio.

 

Sumisión

Hebreos 5:7 dice: «Cristo, en los días de Su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte, fue oído a causa de Su temor reverente» (NBLA).

En Getsemaní, sabiendo que le esperaba la cruz, Jesús oró: «Padre mío, si es posible, no me hagas beber este trago amargo. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mateo 26:39, NVI).

Obsérvese que esta era una postura de sumisión y no de derrotismo o resignación.

Es fácil resignarse cuando no vemos cómo se resolverá una situación oscura y desagradable. Tirar la toalla es una respuesta natural de lucha o huida.

Jesús describió al asalariado de esta manera: «…ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye…» (Juan 10:12, NBLA).

La sumisión, por otra parte, es una respuesta sobrenatural. Requiere confianza en que Dios está obrando «para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito» (Romanos 8:28, NVI).

El apóstol Pedro describió la sumisión de Cristo de esta manera: «No respondía cuando lo insultaban, ni amenazaba con vengarse cuando sufría. Dejaba su causa en manos de Dios, quien siempre juzga con justicia» (1 Pedro 2:23, NTV).

 

Cosecha gozosa

Hebreos 12:2 revela que Jesús soportó la vergüenza de la cruz «por el gozo que le esperaba» (NVI).

Los obreros fieles en el ministerio también pueden esperar un futuro gozoso. Sí, las ovejas a veces muerden, pero quienes perseveren recibirán su recompensa.

Como escribió el apóstol Pablo: «No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos» (Gálatas 6:9, NVI).

Sí, las ovejas a veces muerden, pero quienes perseveren recibirán su recompensa.

Mi último servicio en ese primer pastorado fue el Domingo de Ramos. La semana siguiente, asistimos a los servicios de Semana Santa en una iglesia que pastoreaba un amigo cercano.

Al llegar esa mañana, hubo una persona que cautivó mi atención. Lo reconocí como alguien que vivía cerca de nuestra antigua congregación. Su esposa y sus hijos habían asistido a nuestra iglesia, pero él nunca lo hizo.

Después del servicio, el hombre se me acercó y me dijo: «—Hoy, cuando el pastor preguntó si alguien quería convertirse en cristiano, oré junto con él».

¡Me alegré muchísimo! Después de abrazarnos, me preguntó: «—¿Sabe por qué hice esa oración?».

—«No» —respondí—. «¿Qué pasó?».

El hombre dijo: «Estuve observando para ver cómo respondería en su iglesia. Mi esposa me contó las cosas terribles que la gente decía sobre usted y esperé a ver cómo lucharía. Pero usted no se defendió, y tampoco renunció. Pensé: si él cree lo suficiente en lo que predica como para continuar a pesar de todo, yo debería comprobar por mí mismo cómo es eso».

No tenía idea de que ese hombre me estaba observando. Hasta ese momento, nunca me di cuenta de que mi fidelidad a Dios se había convertido en un sermón sin palabras.

Mis lágrimas regaron semillas. Dios cumplió su promesa al permitirme ver la cosecha de un alma.

Cuando sea fiel a su llamado, el Señor producirá una cosecha. Aunque no la experimente en esta vida, la verá y se alegrará en el cielo.

Considere las palabras alentadoras de Hebreos 6:10–12:

Pues Dios no es injusto. No olvidará con cuánto esfuerzo han trabajado para él y cómo han demostrado su amor por él sirviendo a otros creyentes como todavía lo hacen. Nuestro gran deseo es que sigan amando a los demás mientras tengan vida, para asegurarse de que lo que esperan se hará realidad. Entonces, no se volverán torpes ni indiferentes espiritualmente. En cambio, seguirán el ejemplo de quienes, gracias a su fe y perseverancia, heredarán las promesas de Dios (NTV).

Dios nunca se da por vencido contigo, así que no se rindas con aquellos que Él pone a su cuidado. Manténgase fiel a su llamado, por doloroso que sea a veces.

Cualquier aplauso o burla que reciba es intrascendente comparado con lo que un día escuchará de su Buen Pastor: «¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel!… ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!» (Mateo 25:21, NVI).

 

CRAIG T. OWENS es pastor de Calvary Assembly of God en Cedar Springs, Michigan, y autor de When Sheep Bite [Cuando las ovejas muerden].

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