Lo que creemos sobre el bautismo en el Espíritu Santo
Una serie sobre la Declaración de Verdades Fundamentales de AD
Cuando niño, mientras crecía en las Asambleas de Dios, aprendí a temer los sermones sobre el bautismo en el Espíritu Santo.
Cada vez que surgía el tema, mi corazón se estremecía porque sabía lo que seguiría. Un llamado al altar me obligaría a reconocer ante todos que tenía carencias espirituales.
Creyentes bienintencionados me rodeaban siempre con sus oraciones ruidosas y enérgicas. Al cabo de un rato, me daban algunos consejos sobre la perseverancia antes de darse por vencidos. Solo entonces podía dar por terminada la noche y abandonar el altar con mi oración sin respuesta.
Siempre me iba con una sensación de fracaso reforzada. Creía que el bautismo en el Espíritu Santo era para todos los cristianos menos para mí, por alguna razón. Mi conclusión era que yo no tenía suficiente fe.
Por aquel entonces, veía el bautismo en el Espíritu como un obstáculo que tenía que superar. Aún no comprendía que este don se recibe, no se gana.
Finalmente experimenté el bautismo en el Espíritu Santo cuando busqué a Dios por mi propia necesidad en vez de tratar de averiguar cómo hacer que sucediera.
Podemos situar los testimonios del bautismo en el Espíritu en un espectro que va desde la sorpresa hasta la respuesta a la oración largamente esperada. Algunos creyentes ni siquiera sabían lo que estaba sucediendo cuando hablaron por primera vez en lenguas.
Unos buscaron, y recibieron inmediatamente, el Bautismo en el Espíritu Santo. Otros oraron durante semanas, meses o incluso años antes de recibirlo.
Tristemente, algunos dejaron de orar por el bautismo en el Espíritu. Otros buscaron una iglesia que no enseñara tales cosas.
Los cristianos de diversas denominaciones y tradiciones pueden afirmar los seis primeros artículos de la Declaración de Verdades Fundamentales de las Asambleas de Dios. El artículo 7 es donde el documento se torna distintivamente pentecostal. Los cristianos que están de acuerdo con los artículos 7 («El bautismo en el Espíritu Santo») y 8 («La evidencia física inicial del bautismo en el Espíritu Santo») pueden ser llamados pentecostales clásicos.
Pero de poco sirve estar de acuerdo sin entender. Aquellos que están de acuerdo con esta doctrina pero no la entienden son muy diferentes de aquellos que entienden lo que las Asambleas de Dios enseñan sobre el bautismo en el Espíritu y lo rechazan.
Contexto bíblico
¿De dónde proceden las imágenes literarias del bautismo en el Espíritu?
La palabra griega baptizo significa «sumergir» o «anegar». Por ejemplo, el bautismo en agua es una inmersión completa en agua.
Del mismo modo, el bautismo en el Espíritu representa una especie de inmersión en el Espíritu Santo. Esta imagen literaria invita a la comparación con una inmersión de cuerpo completo, en contraposición a una experiencia superficial.
Las Biblias en español traducen el hebreo rúakj y el griego pneuma como viento, aliento y espíritu (o Espíritu). Estos términos describen a menudo la presencia de lo que es a la vez invisible y poderoso.
La Biblia nos presenta el aliento de Dios como creador y restaurador de la vida (Génesis 2:7; Job 12:10; Ezequiel 37:6; Hechos 17:25). Su viento es lo bastante poderoso como para hacer retroceder el Mar Rojo (Éxodo 14:21).
En el Antiguo Testamento, Dios enviaba Su Espíritu sobre los individuos, generalmente con el propósito de servir y guiar a la nación de Israel. El Espíritu capacitó a Bezalel para hacer los utensilios para la adoración de Israel (Éxodo 31:3).
Dios dio a los ancianos de Israel el mismo Espíritu que tenía Moisés para que pudieran compartir la carga del liderazgo (Números 11:17). Moisés llamó a los ancianos fuera del campamento, donde todos profetizaron como señal de haber recibido este don (versículos 24–25).
Curiosamente, dos ancianos que no se presentaron, sino que permanecieron en el campamento, también comenzaron a profetizar. Cuando Josué instó a Moisés a que los detuviera, Moisés respondió que deseaba que Dios diera el Espíritu a todo su pueblo (versículos 26–29).
El derramamiento del Espíritu sobre todos los creyentes no ocurrió durante los tiempos del Antiguo Testamento. En cambio, Dios enviaba Su Espíritu de manera selectiva. Jueces y reyes recibieron el Espíritu para dirigir, liberar y administrar justicia (Números 11:17; Jueces 3:10; 6:34; 11:29; 14:19; 1 Samuel 10:6; 16:13). Los profetas y sacerdotes alentaban y corregían por el poder del Espíritu (2 Reyes 2:9; 2 Crónicas 15:1; 24:20). Sin embargo, esa corrección no fue suficiente para evitar que el pueblo fuera al exilio.
Durante el exilio, los profetas aseguraron al pueblo de Dios que volverían a su patria. Pero la pregunta seguía en pie: ¿Qué les impediría rebelarse y experimentar de nuevo el destierro?
Dios prometió que no serían el mismo pueblo de antes. Derramaría Su Espíritu sobre ellos, para que su deseo fuera la voluntad de Dios (Ezequiel 36:27; 39:29). Y al igual que con los ancianos bajo Moisés, al igual que el rey Saúl con los profetas (1 Samuel 10:10), las señales de este acontecimiento serían de naturaleza profética (Joel 2:28–29).
Cuando Dios nos bautiza en el Espíritu Santo,
nos sumerge en una dependencia más profunda de Él.
Los profetas también hablaron del Espíritu Santo como señal mesiánica. Dios dijo a David que siempre tendría un descendiente en el trono (2 Samuel 7:16). Cuando algunos en la línea de David demostraron ser indignos, Isaías previó un futuro rey que tendría el Espíritu sobre Él desde el principio para dirigir sabiamente y liberar en profundidad (Isaías 11:2; 42:1; 61:1).
El Antiguo Testamento termina con la anticipación de la venida del Mesías, anunciada por un precursor con el espíritu de Elías (Malaquías 4).
Todos los Evangelios del Nuevo Testamento incluyen el relato de Juan el Bautista proclamando a Jesús como el Mesías que bautiza en el Espíritu. Al comparar la acción de Cristo de bautizar en el Espíritu con la práctica de Juan de la inmersión en agua, Juan el Bautista introdujo el lenguaje del bautismo en el Espíritu Santo.
Jesús empleó el lenguaje del bautismo cuando prometió enviar el Espíritu Santo (Hechos 1:5). Pedro repitió lo mismo que Jesús en Hechos 11:16 al defender su visita a Cornelio.
En las seis ocasiones en que el Nuevo Testamento habla del bautismo en el Espíritu Santo (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16; Juan 1:33; Hechos 1:5; 11:16), la palabra es siempre un verbo («bautizar», «bautizado»). Debemos entender el bautismo en el Espíritu como un acto de Dios y no como algo que adquirimos por nuestra cuenta. Cuando Dios nos bautiza en el Espíritu Santo, nos sumerge en una dependencia más profunda de Él.
En Hechos, varias expresiones son sinónimos de bautismo en el Espíritu y transmiten una sensación de plenitud y abundancia. El Espíritu Santo fue «derramado» (2:33; 10:45) o «cayó sobre» los que escucharon el mensaje (Hechos 10:44; 11:15). Los creyentes también fueron «llenos» del Espíritu Santo (2:4; 4:8,31; 9:17; 13:9,52).
El primer capítulo de los Hechos pone de relieve la relación entre el don del Espíritu Santo y el reino de Dios. Cuando los discípulos preguntaron a Jesús si estaba a punto de «restaurar el reino a Israel», es posible que estuvieran pensando en su papel en la victoria (versículo 6).
Jesús respondió que es el Padre quien fija «esas fechas y tiempos», pero que los discípulos recibirían poder para ser Sus testigos cuando el Espíritu viniera sobre ellos (Hechos 1:7–8). Ese poder incluiría valor para predicar el evangelio, acompañado de señales y prodigios.
El sermón de Pedro en Hechos 2 vinculó los acontecimientos de Pentecostés a la profecía de Joel (versículo 16). Para Pedro, el cumplimiento de esta promesa apuntaba a la exaltación de Cristo (versículo 33).
En otras palabras, Pentecostés revela que Dios está derramando su Espíritu. También demuestra que Jesús está realmente a la diestra del Padre. Los cristianos llenos del Espíritu dan testimonio de Jesús, y el Bautismo mismo es parte de ese testimonio.
El libro de los Hechos muestra que incluso personas ajenas a la Iglesia recibieron el bautismo del Espíritu Santo, como los samaritanos (8:14–17) y el centurión romano Cornelio, junto con su casa (10:44–46). Estos relatos ponen de relieve la intención de Dios de derramar su Espíritu «sobre toda la gente» (2:17).
Teología pentecostal
Existe evidencia de que la Iglesia Primitiva oraba para que los creyentes recibieran el bautismo en el Espíritu Santo después de su bautismo en agua (un patrón establecido en Hechos).
Sin embargo, la preferencia por el bautismo de niños más tarde en la historia de la Iglesia cambió esa oración por una bendición por la mayoría de edad. Esto llevó al desarrollo de la confirmación como sacramento.
Algunos protestantes, rechazando la interpretación católica de la confirmación, equipararon el bautismo en el Espíritu con la salvación, de modo que no había diferencia entre el bautismo en Cristo por el Espíritu y el bautismo en el Espíritu por Cristo.
Otros, reconociendo una distinción bíblica entre la conversión y el bautismo en el Espíritu, veían este último como una segunda obra de gracia, tal como la santificación.
Otros protestantes enseñaban que la salvación, la santificación y el bautismo en el Espíritu eran obras distintas. Buscando en el Libro de los Hechos, interpretaban el bautismo en el Espíritu como un don que facultaba a los creyentes para dar testimonio de Jesús. La pregunta pasó a ser cómo podían saber los cristianos que habían recibido el Bautismo en el Espíritu Santo.
Los pentecostales no solo dieron una respuesta, sino que la vivieron. Desde el principio, los pentecostales creyeron que el poder del Espíritu es suficiente para ser testigos por todo el mundo.
El avivamiento de la calle Azusa de Los Ángeles, que comenzó en 1906, ayudó a lanzar las misiones pentecostales. En pocos años, los misioneros pentecostales se contaban por centenares.
Con el tiempo, el pentecostalismo llegó a ser conocido como la Tercera Fuerza del Cristianismo, después del catolicismo y el protestantismo. Hoy en día, los pentecostales constituyen uno de los movimientos más grandes y culturalmente más diversos del mundo. La historia del pentecostalismo demuestra por sí sola que el propósito del bautismo en el Espíritu es testificar de Jesús.
El Artículo 7 intenta captar una teología pentecostal esencial del bautismo en el Espíritu. Durante años, he explicado el Artículo 7 resaltando las razones que se exponen a continuación.
En primer lugar, el artículo 7 dice: «Todos los creyentes tienen el derecho de recibir... el bautismo en el Espíritu Santo». Los cristianos pueden reclamar esta promesa por el hecho de pertenecer a Cristo. Dios nos llama no solo a seguir a Jesús, sino también a dar testimonio de Él. Necesitamos el don del Espíritu Santo para poder satisfacer la necesidad que el mundo tiene de escuchar el Evangelio.
Segundo: «Todos los creyentes ... deben esperar ardientemente ... el bautismo en el Espíritu Santo». Hay pentecostales que enseñan la promesa como una exigencia más que como una expectativa. Lo que un sentido de demanda trata como una obligación, un sentido de expectativa lo ve como una oportunidad.
Buscar fervientemente significa que oramos intencionalmente para recibir el Espíritu y dedicamos tiempo para hacerlo.
Dios no promete el don del Espíritu como una carga para nosotros una vez alcanzada la salvación. Dios nos da Su Espíritu no como una carga, sino para ayudarnos a llevar el peso de representar a Jesús en un mundo hostil.
Tercero: «Todos los creyentes ... deben ... buscar fervientemente ... el bautismo en el Espíritu Santo». Reconocer que no podemos cumplir la Gran Comisión con nuestro propio poder nos motiva a orar intencionalmente por el bautismo en el Espíritu.
Buscar fervientemente significa que oramos intencionalmente para recibir el Espíritu y dedicamos tiempo para hacerlo. No buscamos solo una experiencia puntual. Más bien, debemos orar para recibir la fortaleza del Espíritu a lo largo de toda nuestra vida. A medida que crecemos en la fe, crece también nuestra conciencia del Espíritu Santo y nuestra confianza en Él.
Cuarto: «Esta fue la experiencia normal de todos en la Iglesia Cristiana primitiva». Los pentecostales no afirman que la mayoría de los cristianos a lo largo de la historia experimentaron el bautismo del Espíritu, sino que fue normativo para la Iglesia Primitiva.
Nuestra doctrina del bautismo en el Espíritu Santo tampoco es una invención del siglo XX. Es una doctrina que toma en serio las palabras de Jesús, el testimonio de sus apóstoles y la experiencia de la Iglesia del Nuevo Testamento.
Quinto: «Con ella viene la investidura de poder para la vida y el servicio». La inmersión en el Espíritu trae consigo la investidura de poder por el Espíritu.
No estamos solos en nuestra misión. Jesús ha prometido poder para que seamos sus testigos. Necesitamos la fuerza del Espíritu para representar a Jesús en medio de la resistencia del diablo, de este mundo y de nuestra propia carne. El Espíritu nos ayuda a hablar de Jesús, a glorificarlo con señales y prodigios, y a perseverar en tiempos de persecución.
Los dos bloques finales del artículo 7 vuelven a resaltar la palabra «experiencia» al diferenciar y ampliar el alcance del bautismo del Espíritu.
Los pentecostales distinguen el bautismo en el Espíritu Santo del nuevo nacimiento en términos de subsecuencia. En otras palabras, una persona debe ser creyente para experimentar el bautismo en el Espíritu Santo. Esto no significa que necesariamente debe transcurrir un tiempo entre la salvación y el bautismo en el Espíritu.
Como en la historia de Cornelio en Hechos 10, creer en Cristo y el bautismo en el Espíritu pueden ocurrir en rápida sucesión. Los pentecostales no confunden el bautismo en el Espíritu con la conversión, sino que reconocen que pueden ocurrir juntos, con el segundo inmediatamente posterior y como testimonio del primero.
El párrafo final del Artículo 7 fue añadido en 1961 para reconocer otras «experiencias» que vienen con el bautismo en el Espíritu. El bautismo intensifica lo que el Espíritu ya ha hecho en la vida de un creyente.
Según el artículo 7, los cristianos llenos del Espíritu experimentan una plenitud que les desborda («ser lleno del Espíritu»). Habiendo confiado en Dios en la conversión, sienten una «reverencia más profunda» hacia Dios. Comprometidos ya con la obediencia, experimentan «una consagración más intensa a Dios y dedicación a su obra».
El bautismo en el Espíritu Santo resulta en «un amor más activo» hacia «Cristo … su Palabra y … los perdidos». Si bien el bautismo en el Espíritu sirve para darnos poder, también debe profundizar nuestra relación con Dios.
Sin confundir el bautismo en el Espíritu y la santificación, Asambleas de Dios reconoce el impacto santificador del bautismo. No debe sorprender que la inmersión en Dios nos moldee más conforme a su carácter.
Una teología pentecostal del bautismo en el Espíritu refleja nuestra comprensión de Dios, que existe eternamente en una relación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Dependemos del lenguaje trinitario para explicar esta inmersión en el Espíritu, a la que Jesús se refiere como el don que su Padre prometió (Lucas 24:49; Hechos 1:4).
Puesto que Jesús dijo a los discípulos que esperaran hasta recibir este don, también lo vemos como un «mandato del Señor Jesucristo», como dice el artículo 7.
El bautismo en el Espíritu Santo nos lleva a una relación más profunda con el Dios trino. Experimentamos una plenitud del Espíritu que nos condujo a Cristo; un compromiso más rico con Dios, Su Palabra y Su obra; y un amor más fuerte por Jesús y por aquellos a quienes Dios ama.
La vida llena del Espíritu es una vida de obediencia (Romanos 8:5–14), y la obediencia a Cristo conduce al amor (Juan 15:9–17). El amor debe ser un sello distintivo de los pentecostales, siempre que el ser llenos nos lleve a ser seguidores de Cristo.
No somos llenos del Espíritu para experimentar un momento, sino para tener un estilo de vida de dependencia del Espíritu, una dependencia que requiere obediencia. Una obediencia constante a Dios nos lleva a amar a aquellos que Dios ama.
El amor puede no ser la evidencia inicial del bautismo del Espíritu, pero debería ser la consecuencia sostenida. No hay otra manera de vivir auténticamente como un cristiano lleno del Espíritu.
Práctica de la Iglesia
Sin nuestra doctrina del bautismo en el Espíritu Santo, Asambleas de Dios no sería reconocible como pentecostal. Sin la experiencia del bautismo en el Espíritu, el movimiento pentecostal mundial no habría existido.
Si no continuamos enseñando y experimentando el bautismo en el Espíritu, las Asambleas de Dios de hoy nos resultarán irreconocibles en el futuro.
En toda nuestra fraternidad, el crecimiento ha dado lugar a servicios múltiples, que requieren horarios más apretados para la adoración. Esto hace más difícil encontrar tiempo para orar sin restricciones.
Cuando las congregaciones no buscan a Dios corporativamente, crear un espacio para que la gente reciba el bautismo en el Espíritu Santo durante las reuniones semanales se convierte en un reto. Para muchas iglesias, el tiempo de oración es poco más que una transición entre servicios.
No esperamos porque Dios no puede bautizar
a las personas en el Espíritu en un momento, ni siquiera inesperado. Persistimos y nos quedamos en oración porque estamos siendo formados en el tiempo de espera.
Los primeros avivamientos pentecostales se enfrentaron a una lucha similar. En la Misión de la Calle Azusa, por ejemplo, el tiempo de oración al final de un servicio se convirtió en el tiempo de oración de apertura para el siguiente servicio mientras la gente se quedaba fuera del edificio, esperando para entrar.
Para hacer frente a este problema, los líderes del avivamiento designaron una parte del edificio como «aposento alto» donde la gente podía «permanecer» en oración mientras continuaban los servicios.
Perder tiempo alrededor de un altar de oración nos impacta negativamente. Sí, la gente puede recibir el don del Espíritu fuera de los llamados al altar. Esos momentos de oración enseñan a los creyentes a orar, esperar y buscar a Dios.
No esperamos porque Dios no puede bautizar a las personas en el Espíritu en un momento, ni siquiera inesperado. Persistimos y nos quedamos en oración porque estamos siendo formados en el tiempo de espera.
A veces, esperar es necesario porque necesitamos superarnos. Otras veces, la paciencia en la oración nos enseña a depender de Dios, y el bautismo en el Espíritu nos lleva a profundizar aún más en esa postura.
Por último, esperamos porque nos da tiempo para orar juntos en un mismo lugar. Y ese tiempo en comunidad nos recuerda que el Espíritu quiere llenar toda la casa, y a cada uno de los presentes (Hechos 2:1–4).
Algunas congregaciones reservan la enseñanza y la búsqueda del bautismo en el Espíritu para eventos únicos, como los campamentos. Aunque muchas personas han tenido poderosas experiencias pentecostales en campamentos, el bautismo en el Espíritu pertenece a la vida diaria de la iglesia local.
Si no hablamos del bautismo en el Espíritu, no lo enseñamos, o no le dedicamos tiempo en nuestras reuniones regulares, no lo estamos tratando como la experiencia normal para los creyentes de hoy.
Cuanto más releguemos la predicación sobre el bautismo en el Espíritu a servicios especiales, más novedosa parecerá la doctrina a los creyentes. Cuanto más exclusivo sea algo, menos normal será.
Otro obstáculo para los creyentes que buscan el bautismo en el Espíritu es una actitud defensiva sobre la doctrina de la evidencia física inicial que quita demasiado tiempo de la enseñanza sobre el resto del bautismo en el Espíritu. Afirmamos las lenguas como evidencia en el Articulo 8, pero si esto abarca la mayor parte de lo que hablamos con respecto al bautismo en el Espíritu, las personas malinterpretarán lo que significa ser llenos del Espíritu.
Como profesor universitario, a veces pedía a mis alumnos que escribieran todo lo que supieran sobre el bautismo en el Espíritu, con una restricción: No podían mencionar el hablar en lenguas.
Esto dejó perplejos a muchos de mis alumnos. Algunos suponían que era un truco, y que la respuesta correcta sería: «No se puede decir nada sobre el bautismo en el Espíritu Santo sin hablar sobre las lenguas».
En respuesta, les remití al Artículo 7, «El Bautismo en el Espíritu Santo», que explica el bautismo en el Espíritu sin mencionar ni una sola vez el hablar en lenguas.
Mi punto no era que una comprensión pentecostal del bautismo en el Espíritu debe excluir o ignorar las lenguas. Más bien, debemos tener cuidado de no confundir las dos cosas, como si hablar en lenguas fuera el propósito del bautismo en el Espíritu.
Esta es la razón por la cual la Declaración de Verdades Fundamentales tiene un artículo separado sobre el hablar en lenguas como la «evidencia física inicial» del Bautismo en el Espíritu Santo.
Si la gente piensa que el bautismo del Espíritu consiste en desarrollar un nuevo lenguaje de oración, puede que busquen el don simplemente para su propia edificación en lugar de buscarlo para el servicio a Dios y a los demás.
No somos bautizados en el Espíritu Santo solo para orar en lenguas, sino para poder hablar en nuestro propio idioma sobre Jesús a quienes nos rodean. Si perdiéramos nuestro sentido de misión como personas llenas del Espíritu, esto afectaría negativamente nuestra capacidad de cumplirla.
Nuestras razones para pedirle a Dios que nos dé el Espíritu deben alinearse con Hechos 1:8. Estamos buscando una inmersión completa en el Espíritu para que podamos hacer todo lo que Dios nos ha llamado a hacer con todo lo que Él tiene disponible para nosotros (incluyendo las lenguas).
Debemos facilitar un espacio para orar por el don del Espíritu, no solo en ocasiones especiales, sino como algo normal en la iglesia local.
Como comunidad, deberíamos orar regularmente por el derramamiento del Espíritu sobre todos los creyentes. Buscar a Dios juntos disminuye la presión de actuar que pueden sentir los individuos. El bautismo en el Espíritu no se trata de una actuación individual, sino de un acto de gracia que compartimos.
También debemos enseñar el propósito del bautismo en el Espíritu para que la gente busque este don por la razón correcta. El bautismo en el Espíritu Santo debe cambiar cada parte de nuestras vidas, no solo nuestras vidas de oración.
Por un lado, debemos poner en práctica el poder que Dios nos ha dado para testificar de Jesús. Algunos cristianos dudan antes de orar por el bautismo en el Espíritu porque temen hablar en lenguas. En cambio, su preocupación debería ser cómo puede Dios cambiar sus prioridades cuando el Espíritu venga sobre ellos.
Después de recibir el don del Espíritu, algunos de los primeros pentecostales dejaron sus trabajos y fueron por todo el mundo. Deberíamos enseñar a la gente a esperar que este don les capacite para, al menos, cruzar la calle y hablar a otros de Jesús. Y nada les dará más gozo que hacer la voluntad de Dios.
Además, los cristianos deben esperar cambios de carácter adicionales a medida que su obediencia a Dios se hace más dependiente del Espíritu. A medida que crece la dependencia de Dios, encontramos una comunión más profunda con Dios. Y a medida que nos acercamos más a Él, reflejamos cada vez más su carácter amoroso. El bautismo en el Espíritu debe conducir a una vida con más amor.
La evidencia física inicial del bautismo en el Espíritu es hablar en lenguas, el propósito del bautismo en el Espíritu es la capacitación para el ministerio, y la consecuencia esperada del bautismo en el Espíritu es una relación más profunda con Dios y el reflejo de su amor.
Creemos en el bautismo en el Espíritu Santo, no como una experiencia única, sino como algo para toda una vida de dependencia creciente de Dios para la obediencia y el testimonio: ¡para la gloria de Jesús y el beneficio del mundo!
Allen Tennison, Ph.D., sirve como consejero teológico del Concilio General de las Asambleas de Dios y preside su Comisión de Doctrinas y Prácticas.
Este artículo aparece en la verano 2024 de la revista Influence.
Influence Magazine & The Healthy Church Network
© 2024 Assemblies of God