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 the shape of leadership

Lo que creemos acerca de las Escrituras

Una serie sobre las Declaración de verdades fundamentales de las AD

Allen Tennison on November 9, 2022

Durante la década de 1970, un destacado historiador pentecostal entrevistó a dos de los últimos asistentes vivos del avivamiento de la calle Azusa. Uno de los testigos presenciales afirmó la importancia de las Escrituras para los asistentes. Dijo que todos los asistentes al avivamiento llevaban una Biblia por la ciudad mientras hacían sus quehaceres diarios.

«Uno podía reconocer a un pentecostal, independientemente del lugar dónde uno lo viera, si iba [sic] a trabajar o a un picnic [porque] siempre llevaba una Biblia», recordó el participante del avivamiento. «Y no la ponían en su bolso o en un maletín. La llevaban por fuera para que se viera».

Los primeros pentecostales entendieron que el movimiento existe por nuestro compromiso con la enseñanza completa de las Escrituras. Llevaban la Biblia a todas partes porque a todas partes la Biblia los llevaba a ellos.

Desde sus inicios, las Asambleas de Dios (AD) hicieron hincapié en la Biblia. El preámbulo de nuestra constitución de 1914 reconocía que Dios nos había dado «La inspiración de las Escrituras» como «la regla plena y suficiente de fe y conducta».

Cuando los líderes compusieron la «Declaración de verdades fundamentales» dos años más tarde, una declaración similar, «La inspiración de las Escrituras», se convirtió en la verdad fundamental número uno: «La Biblia es la Palabra inspirada de Dios al hombre, la regla infalible de fe y de conducta, y superior a la conciencia y a la razón, pero no contraria a esta».

La «Declaración de verdades fundamentales» sirve como base para la confraternidad entre nuestros ministros y establece un estándar de acuerdo doctrinal para la acreditación ministerial. Debido a que esta declaración articula una fe compartida, todos los ministros de las AD deben entender cada verdad fundamental lo suficientemente bien como para saber lo que significa, por qué es fundamental, y lo que deben hacer a la luz de ella.

 

Inspiración

En 1961, «La inspiración de las Escrituras» fue revisado en el lenguaje actual: «Las Escrituras, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, son verbalmente inspiradas por Dios y son la revelación de Dios para el hombre, la regla infalible y autoritaria de fe y conducta» (2 Timoteo 3:15-17; 1 Tesalonicenses 2:13; 2 Pedro 1:21).

Esta versión responde a tres preguntas sobre nuestra doctrina de la Biblia: (1) ¿Qué entendemos por las Escrituras? (2) ¿Cómo se elaboraron las Escrituras? (3) ¿Cuál es la función de las Escrituras?

1. En respuesta a la primera pregunta, «tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento» constituyen las Escrituras. La Biblia debe incluir ambos testamentos. Los libros del Antiguo Testamento eran las Escrituras de los primeros cristianos, citadas a lo largo de los escritos del Nuevo Testamento con el supuesto de que los lectores u oyentes entenderían las referencias o tendrían a alguien que las explicara.

Los libros del Nuevo Testamento nunca estuvieron destinados a ser independientes, sino que se escribieron sobre la base del Antiguo Testamento. Las obras del Nuevo Testamento fueron reconocidas como Escrituras junto con los libros del Antiguo Testamento incluso antes de que este estuviera completo (2 Pedro 3:16).

Jesús se refirió al Antiguo Testamento durante todo su ministerio. En el camino de Emaús, el Señor resucitado enseñó a dos de sus seguidores a partir del Antiguo Testamento. El Evangelio de Lucas dice: «Entonces Jesús los guio por los escritos de Moisés y de todos los profetas, explicándoles lo que las Escrituras decían acerca de él mismo» (24:27, ntv).

Los Evangelios hacen uso de múltiples libros del Antiguo Testamento, desde el Génesis (Mateo 19:5) hasta Malaquías (Marcos 1:2). El apóstol Pablo se basó en el Antiguo Testamento en su enseñanza del Evangelio, incluso cuando escribía a los gentiles (Romanos 4; Gálatas 3). Pablo también animó a otros a hacer lo mismo (1 Timoteo 4:13). Asimismo, el autor de Hebreos citó ampliamente el Antiguo Testamento al proclamar la buena nueva.

La unidad del Antiguo y el Nuevo Testamento fue atacada en el siglo II. Marción, un influyente maestro de la iglesia de Roma, defendía una versión truncada de la Biblia que excluía el Antiguo Testamento y gran parte del Nuevo Testamento. Sin el Antiguo Testamento como fundamento, Marción sentó una base herética que reinterpretó el significado de Jesús y su obra.

Los pentecostales de hoy tenemos una tradición teológica, desarrollada a lo largo de un siglo, en la que nos apoyamos. Es
decir, la Biblia está
por encima de todas
las tradiciones eclesiásticas.

La mayoría de la iglesia, predominantemente gentil, rechazó la versión de Marción. Comprendieron que el Nuevo Testamento está incompleto sin el Antiguo Testamento y que la herejía se propaga más fácilmente en ausencia de la revelación completa de las Escrituras.

Las acciones de Marción demostraron por qué el Antiguo Testamento es necesario para mantener un testimonio de Jesús en el Nuevo Testamento. Desde entonces, los cristianos de todas las tradiciones han estado de acuerdo con la unidad de la Biblia para la revelación de Dios en Jesús.

La Iglesia transmitió fielmente la Biblia de generación en generación como la Palabra de Dios para esa época. Algunos cristianos dieron su vida para que otros pudieran tener la plenitud de las Escrituras. Descuidar cualquier parte de la Biblia disminuiría su sacrificio, ignoraría las lecciones del pasado y violaría la primera de nuestras verdades fundamentales.

2. En cuanto a cómo se elaboraron las Escrituras, nuestra declaración nos dice que fueron «verbalmente inspiradas por Dios y son la revelación de Dios para el hombre». El acto de comunicación de Dios revela su fidelidad. No nos abandonó a la ignorancia. Dios se comunica a través del mundo natural y la naturaleza humana, los milagros, el contacto personal, la comunidad y las Escrituras. No hay mayor revelación de Dios que la persona de Jesús, a quien Juan 1 identifica como la Palabra.

Es por el Espíritu que Dios se comunica con nosotros. El Espíritu Santo está presente y activo en múltiples formas de revelación divina. El Espíritu se movía sobre las aguas antes de que Dios pronunciara la primera palabra de la creación (Génesis 1:2). Jesús fue concebido en María por el Espíritu Santo (Lucas 1:35). El Espíritu Santo permite la sanidad y la liberación (Mateo 12:28; 1 Corintios 12:9). El Espíritu Santo nos enseñará lo que debemos decir cuando tengamos que dar testimonio (Lucas 12:12). El Espíritu Santo inspiró la escritura de las Escrituras (1 Tesalonicenses 2:13; 2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:21).

La inspiración verbal significa que cada palabra de la Escritura proviene del Espíritu. Por un lado, la Biblia es una obra del Espíritu Santo en su totalidad porque cada palabra se cuenta como inspirada. Por otro lado, esas palabras no necesitan estar en un orden o lenguaje particular para calificar como la Palabra inspirada de Dios.

A lo largo de los años, los teólogos de las Asambleas de Dios han mantenido que la inspiración verbal no sugiere un dictado mecánico o sin sentido, como si los autores de la Biblia fueran secretarios que se limitan a registrar lo que oyen sin intervenir en la elaboración del mensaje.

En 1937, Myer Pearlman explicó: «La inspiración no significa dictado, ni que los escritores adoptaban una actitud pasiva y su mente no tomaba parte alguna en la escritura del Material [...] La misma palabra inspiración excluye mera acción mecánica, y la acción mecánica excluye la inspiración».

Unos sesenta años después, William Menzies y Stanley Horton estuvieron de acuerdo:

El dictado mecánico sostiene que Dios habló a través de los seres humanos hasta el punto de suprimir su personalidad individual. Esta opinión es errónea. Las personalidades y los vocabularios particulares de los distintos escritores son obviamente distinguibles; de los más de cuarenta escritores de las Escrituras, se observa claramente una variedad de condiciones de vida: pastores, estadistas, sacerdotes, pescadores, personas bien educadas y otras relativamente ignorantes. Los escritores no eran robots, manipulados mientras estaban en trance; Dios no los eligió al azar y les dijo lo que tenían que escribir.

Dado que la Biblia no fue dictada de tal manera que solo cuenta como inspirada en la lengua original, una traducción de las Escrituras no la hace menos Palabra de Dios. En la medida en que una traducción haya representado fielmente el significado del hebreo, arameo o griego de los textos originales, se puede confiar en ella.

Entonces, ¿cómo inspira el Espíritu Santo los escritos de la Biblia si no es a través de un dictado carente de la mente humana? Hay algunas teorías de la inspiración que dejan poco espacio para las personalidades y los antecedentes de los autores humanos, mientras que otras explicaciones dejan poco espacio para el papel directo del Espíritu Santo.

Las Asambleas de Dios no se adhieren a ninguno de estos extremos. Desde nuestro punto de vista, cada libro de la Biblia fue plenamente inspirado por el Espíritu Santo, pero fue escrito en cooperación con la personalidad y la habilidad de los autores individuales, trabajando dentro de sus contextos culturales particulares.

En una obra más reciente que se utiliza en algunas escuelas ministeriales de distrito, John Higgins lo expresa así:

El punto de vista del dictado divino de la inspiración no reconoce adecuadamente los elementos humanos: los estilos, expresiones y énfasis peculiares de los escritores individuales. El punto de vista de la inspiración verbal plenaria evita los escollos de enfatizar la actividad de Dios en detrimento de la participación humana, o de enfatizar las contribuciones humanas en detrimento de la participación de Dios. La totalidad de la Escritura es inspirada, ya que los escritores escribieron bajo la dirección y guía del Espíritu Santo, permitiendo al mismo tiempo la variedad de estilo literario, gramática, vocabulario y otras peculiaridades humanas.

3. En cuanto al papel de las Escrituras, ellas son «la regla infalible y autoritaria de fe y conducta». Decir que las Escrituras son infalibles es decir que las Escrituras, correctamente interpretadas, no se equivocan ni conducen a nadie en la dirección equivocada. Por ser infalible, la Biblia es plenamente fiable.

Debemos estar tan comprometidos con la obediencia a la Palabra de Dios que esta se convierta en segunda naturaleza, y nuestro reflejo es responder a
la voluntad de Dios.

La infalibilidad y la autoridad no se aplican a todas las interpretaciones de la Biblia. Estos términos cubren solo el significado de los textos bíblicos dentro de los propósitos para los que esos textos fueron escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo. En otras palabras, no podemos hacer que la Escritura diga lo que nosotros queramos que diga.

Una de las razones para hacer de esto el primer punto de la «Declaración de verdades fundamentales» fue establecer la autoridad de la Biblia por encima de otras fuentes de teología. La primera versión de «La inspiración de las Escrituras» declaraba que la Biblia era superior a la razón y la conciencia.

Desde la época del avivamiento de la calle Azusa, los primeros pentecostales defendían la supremacía de las Escrituras sobre la experiencia espiritual. Según el autor Cecil M. Robeck Jr., el pastor de Azusa William Seymour evaluó el culto durante el avivamiento a la luz de las Escrituras.

«Seymour dejó claro que la Escritura sería la norma para la práctica pentecostal, y la misión no apoyaría prácticas que no se encontraran en la Escritura o prácticas que fueran contrarias a la Escritura», escribió Robeck. La experiencia no debe añadir a nuestra teología lo que la Escritura no permite.

Los pentecostales de hoy tenemos una tradición teológica, desarrollada a lo largo de un siglo, en la que nos apoyamos. Es decir, la Biblia está por encima de todas las tradiciones eclesiásticas. Incluso las tradiciones que se mantienen durante generaciones no tienen el mismo peso de inspiración divina, infalibilidad o autoridad. Las Asambleas de Dios mantienen una teología basada ante todo en las Escrituras.

Nuestra creencia en la autoridad de la Biblia sitúa a las Escrituras por encima de la «Declaración de verdades fundamentales». De hecho, el preámbulo de la «Declaración de las verdades fundamentales» deja claro que la Biblia es «la regla infalible de fe y de conducta». El preámbulo continúa diciendo: «La fraseología que se usa en esta declaración no es inspirada ni está en disputa […] No afirma que esta declaración contenga toda la verdad bíblica».

La declaración de verdades fundamentales no comparte la autoridad, la suficiencia ni la inspiración de las Escrituras, por lo que está sujeta a revisiones.

La Biblia guía la fe y la conducta de la Iglesia. Nada que vaya en contra de la enseñanza de las Escrituras puede ser aceptable para los cristianos. La verdad bíblica inmutable está por encima de las propuestas cambiantes de la cultura. Las enseñanzas de las Escrituras han resistido la prueba del tiempo.

 

Práctica pastoral

Es posible firmar una declaración de creencias en aras de la unidad y la responsabilidad sin considerar todas las implicaciones. Si eso ocurre, nuestro ministerio revelará con el tiempo una brecha entre lo que firmamos y cómo servimos.

¿Qué requiere de nosotros en nuestros ministerios la afirmación de «La inspiración de las Escrituras»? A continuación, vemos tres implicaciones.

En primer lugar, tenemos la responsabilidad de modelar la formación bíblica. La Biblia destaca no solo la inspiración y la autoridad de las Escrituras, sino su utilidad. Según 2 Timoteo 3:16, toda la Escritura es inspirada y útil.

La Biblia es una herramienta para la maduración de los creyentes en la fe y la piedad. La ignorancia de las enseñanzas bíblicas reduce el techo de lo que alguien puede crecer en Cristo.

El objetivo del compromiso bíblico no es la información, sino la formación. Cuando estudiamos y aplicamos la Biblia con tanta profundidad y constancia que se convierte en la historia principal por la que entendemos nuestra identidad y determinamos nuestras acciones, estamos siendo formados bíblicamente.

Nuestra vida debe reflejar esa formación bíblica. Debemos estar tan comprometidos con la obediencia a la Palabra de Dios que esta se convierta en segunda naturaleza, y nuestro reflejo es responder a la voluntad de Dios. Si nuestra comunidad no puede ver la diferencia que la Biblia hace en nosotros, puede que no crean que esa diferencia sea posible para ellos.

Debemos cuidarnos de las tentaciones de la carne, pero también de las tentaciones del ministerio, incluido el impulso de controlar y dominar. Si servimos a la obra de Dios en vez de servir al Dios de la obra, haremos concesiones en la manera de predicar, liderar y vivir.

Dar prioridad a los éxitos del ministerio sobre la fidelidad a la Palabra de Dios es una locura. Si no podemos lograr un objetivo a la manera de Dios, no es la voluntad de Dios. Hay maneras de construir una iglesia que están fuera de la voluntad de Dios.

Los ministros también se enfrentan a tentaciones relacionadas con la desesperación y la ira. Servir al pueblo de Dios no es una tarea pequeña, y las decepciones que llegan durante el ministerio pueden llevar a una crisis personal.

Lo que distingue al ministerio es la tarea de predicar y enseñar la Palabra de Dios.

A veces, puede que queramos descargar nuestras frustraciones en otros. Sin embargo, esto puede deshacer todos los sermones que nuestra congregación nos haya oído predicar. Todo ministro permanece bajo la autoridad de la Palabra de Dios, independientemente de las presiones o promesas del ministerio. Ninguna oportunidad o lucha vale la pena para comprometer nuestro ejemplo.

En segundo lugar, tenemos la responsabilidad de estudiar las Escrituras. El requisito único del ministerio pastoral no es el liderazgo, la administración o la consejería, que comparten algunas otras profesiones. Lo que distingue al ministerio es la tarea de predicar y enseñar la Palabra de Dios.

Para enseñar bien la Biblia, debemos estudiar bien la Biblia (2 Timoteo 2:15). Dado que la enseñanza es también una parte de la Gran Comisión (Mateo 28:19-20), debemos estudiar con el mismo grado de intención que tenemos para hacer discípulos.

Las Asambleas de Dios tienen un compromiso histórico de acreditar a los ministros basándose en el llamado divino y no en la educación universitaria. Sin embargo, nuestra fraternidad también tiene la expectativa de que cualquiera que sea llamado se prepare para enseñar la Palabra de Dios en toda su plenitud. Nuestro llamado a predicar ya implica un llamado a estudiar.

Dado que el Espíritu Santo inspiró toda la Biblia, debemos estudiar la Biblia en conjunto y permitir que la Escritura interprete a la Escritura. Y puesto que el Espíritu Santo trabajó en cooperación con los autores humanos, debemos estudiar la Biblia con una comprensión de su contexto.

La Biblia fue escrita en tiempos, lugares, lenguas y culturas diferentes a la nuestra. Existen abundantes recursos para comprender mejor cualquier libro o pasaje de la Biblia dentro de su contexto cultural, lingüístico e histórico.

Nuestra preparación para llevar a la gente a la Palabra de Dios influye en su capacidad para vivir la voluntad de Dios. La falta de estudio de la Biblia quizás no nos mantenga fuera del púlpito, pero nos obligará a depender de otras fuentes para nuestra predicación.

Los sermones que ofrecen una interacción limitada con la Biblia, utilizando unos pocos textos de prueba para apuntalar ideas culturales, pueden resonar con los congregantes. Pero este tipo de predicación no llevará a la gente a profundizar en la voluntad de Dios. Si no logramos transmitir el mensaje de Dios, no hemos hecho nuestro trabajo como predicadores.

El estudio de la Biblia no desplaza el papel del Espíritu en la preparación del sermón. Podemos confiar en el Espíritu Santo sin descuidar nuestra responsabilidad de estudiar. No se trata de una proposición de uno u otro. De hecho, cuanto más estudiamos la Biblia, más le damos al Espíritu Santo para que trabaje en nuestra predicación y enseñanza.

Por último, tenemos la responsabilidad de enseñar toda la Biblia. Como ministros de las AD, somos administradores de las Escrituras. Dios nos confía la revelación de Jesús dentro del texto. Es nuestra responsabilidad asegurar que las comunidades a las que predicamos y enseñamos aprendan la totalidad de la Biblia a lo largo del tiempo.

Estudiar solo los pasajes con los que nos sentimos cómodos limitará lo que predicamos. Lo que no estudiamos, no lo predicamos. Y lo que no predicamos, puede que nuestras iglesias nunca lo aprendan. Si creemos que toda la Escritura es la Palabra de Dios y es útil, debemos comprometernos a proporcionar toda la Biblia a nuestros congregantes.

Ningún ministro debería intentar predicar toda la Biblia en un solo sermón, por supuesto. Y algunos podrían no ser capaces de predicar todos los pasajes de las Escrituras, incluso si pasan décadas en la misma iglesia. Sin embargo, existe un problema si alguien asiste a una iglesia AD durante años y sigue sin estar familiarizado con las principales porciones de la Biblia.

Descuidar involuntariamente cualquier parte de la Biblia tiene el mismo efecto que retener voluntariamente una parte de la revelación de Dios. Cada iglesia debería tener un plan para enseñar la Biblia a lo largo del tiempo. Si tenemos la intención de que los grupos pequeños lleven el peso de la enseñanza de las Escrituras, debemos ser intencionales en cuanto a equipar y preparar a esos grupos.

Desde el principio, las Asambleas de Dios se comprometieron con las Escrituras como fundamento de nuestra existencia. Porque creíamos en lo que leíamos, pudimos experimentar las promesas de Dios.

La Biblia sigue proporcionando ese fundamento. Ninguna iglesia puede afirmar que tiene un ministerio de un evangelio completo sin un compromiso continuo con la plenitud, la autoridad y la utilidad de la Palabra de Dios.

 

De los editores: Este es el primer artículo de una serie en curso sobre la Declaración de verdades fundamentales de las Asambleas de Dios.

 

Allen Tennison es profesor de teología y decano del College of Church Leadership de la North Central University de Minneapolis.

 

Este artículo aparece en la otoño 2022 de la revista Influence.

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