Lo que creemos acerca de... La sanidad divina

Una serie sobre la Declaración de Verdades Fundamentales de las Asambleas de Dios (AD)

Allen Tennison on September 3, 2025

Conozco la historia de un bebé que nació prematuramente tras un embarazo muy difícil.

Poco después del parto, un médico le dijo al padre del niño: «Tiene un niño, pero lamento informarle de que su corazón ha dejado de latir».

Aunque el equipo médico logró reanimarlo, el estado del niño era crítico. Ese día, el recién nacido fue reanimado tres veces.

Finalmente, el médico dijo: «Si el corazón del niño se detiene de nuevo, vamos a dejarlo partir. Ha estado privado de oxígeno durante mucho tiempo».

Sabiendo que el padre era pastor, el médico agregó: «Por favor, no ore por su recuperación».

El pastor respondió: «Doctor, lo único que sé hacer es orar».

Dios creó el cuerpo humano de forma magnífica. Cuando sufrimos lesiones o enfermedades, nuestro cuerpo puede repararse a sí mismo.

La mente humana también es una maravilla creativa. Profesionales cualificados tratan enfermedades, curan huesos, realizan operaciones quirúrgicas, descubren nuevas curas y previenen contra enfermedades.

Como Creador, Dios merece el crédito por la sanidad, ya sea a través del diseño natural o de la inteligencia y la diligencia que nos da.

Al mismo tiempo, Dios ofrece sanidad para las enfermedades y lesiones más que los remedios naturales o médicos. Eso es lo que llamamos «sanidad divina».

 

En el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento nos presenta un mundo en el que Dios obra milagros, incluida la sanidad. Por la fe, nos damos cuenta de que es el mismo mundo en el que vivimos hoy (Hebreos 11).

No es posible hacer justicia al testimonio bíblico sobre la sanidad en solo un resumen, pero vale la pena destacar siete puntos clave.

1. Dios es la única fuente de la sanidad divina. Los antiguos a menudo confundían los milagros, la magia y la medicina. Rogaban a los dioses y participaban en prácticas ocultistas mientras buscaban la ayuda de los médicos. Sin embargo, la Biblia afirma que la sanidad viene de Dios.

Las personas pueden buscar la sanidad a través de todos los medios que Dios ha dado, incluida la ayuda médica (2 Reyes 20:7), siempre y cuando esos medios no sustituyan a Dios (2 Crónicas 16:12).

Dios es soberano en todas las cosas. Apelar a otros poderes sobrenaturales está estrictamente prohibido.

2. La sanidad declara vida, así como la enfermedad refleja la muerte. La enfermedad es un recordatorio de que nuestro cuerpo físico está en deterioro. Aunque temporal, la sanidad es una restauración de la vida.

En el Libro de los Hebreos, el lenguaje de la sanidad se aplica a otros tipos de restauración. Lo que Dios sana, también restaura.

Ya sea para describir la restauración de la salud física, la integridad espiritual o la justicia social, el lenguaje de la sanidad llena las Escrituras.

3. La sanidad divina revela a Dios como el dador de la vida. Encontramos la primera sanidad divina en Génesis 20, con la intercesión de Abraham por la esterilidad de la casa del rey Abimélec.

Muchas sanidades del Antiguo Testamento implican la capacidad de dar vida (Génesis 21:1; 25:21; 30:22; 1 Samuel 1:9–20), mientras que en algunos casos, Dios resucita a personas de entre los muertos (1 Reyes 17:17–24; 2 Reyes 4:18–37; 13:21).

Este tipo de sanidades sustenta la historia de Jesús, que comienza con una sanidad de la infertilidad (1:24–25) y termina con la resurrección de Cristo (24:6).

4. No hay nada que pueda superar la capacidad de Dios de dar sanidad. Después de transformar las aguas amargas de Mara, Dios dijo a los israelitas que no traería sobre ellos ninguna de las plagas que había traído sobre Egipto si obedecían sus mandamientos. «Yo soy el Señor que les devuelve la salud», declaró Dios (Éxodo 15:26 NVI).

Dios sana discapacidades (1 Reyes 13:4–6), enfermedades crónicas (2 Reyes 5:1–14), enfermedades terminales (Isaías 38:1–8) y problemas de salud mental (Daniel 4:34–37).

La sanidad hizo que Naamán declarara: «Ahora reconozco que no hay Dios en todo el mundo, excepto en Israel. Le ruego a usted aceptar un regalo de su servidor» (2 Reyes 5:15).

5. La enfermedad y la discapacidad pueden tener diversas causas. Entre ellas se incluyen la vejez (Génesis 27:1), los accidentes (2 Samuel 4:4), los ataques satánicos (Job 2:7) y el juicio divino (Números 12:9–10).

En los libros proféticos, la promesa de Dios de una restauración futura incluye la sanidad divina como señal de perdón. El profeta Isaías percibe que los ciegos verán, los sordos oirán, los cojos caminarán y los mudos hablarán (Isaías 35:5–6).

En algunos casos, las Escrituras no revelan la causa de una enfermedad (2 Reyes 13:14).

El Libro de Job enfatiza que no todas las enfermedades o dificultades son el resultado del juicio divino, y que no todos los que sufren lo merecen. Para aquellos que no son sanados, Dios manda el cuidado de la comunidad (Levítico 19:14).

Cuando la enfermedad no es resultado de un juicio, no se requiere arrepentimiento para la sanidad. Sin embargo, toda sanidad sigue siendo un acto de la gracia de Dios.

6. Cuando la enfermedad proviene de un juicio, la sanidad divina demuestra el perdón. Por eso, el salmista dice: Dios «perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias» (Salmos 103:3).

En los libros proféticos, la promesa de Dios de una restauración futura incluye la sanidad divina como señal de perdón. El profeta Isaías percibe que los ciegos verán, los sordos oirán, los cojos caminarán y los mudos hablarán (Isaías 35:5–6). La restauración se extiende a los corazones heridos y oprimidos (Isaías 61:1–3).

Isaías 53:4–5 prevé un siervo sufriente que soportaría el dolor por la sanidad y el perdón de los demás: «Él fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por nuestras iniquidades. Sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz y gracias a sus heridas fuimos sanados».

7. La sanidad divina en el Antiguo Testamento puede aludir a la obra de Cristo en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, en Números 21:4–9, Dios castigó el pecado de Israel enviando serpientes venenosas. Después de que el pueblo se arrepintió, Dios le dijo a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera en una asta. Las víctimas de las mordeduras que miraban a la serpiente de bronce vivían.

Jesús hizo referencia a esta historia al hablar de su crucifixión venidera (Juan 3:14–15).

 

En el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento, la sanidad divina se centra en la persona de Jesús.

Tal y como se prometió en el Antiguo Testamento, la sanidad divina representa la llegada del reino de Dios. En el Nuevo Testamento, la sanidad también sirve como prueba de la identidad de su Rey.

A lo largo de su ministerio, Jesús sanó muchas dolencias y males, desde enfermedades crónicas hasta miembros amputados, e incluso resucitó a muertos.

Cuando Juan el Bautista, que estaba encarcelado, preguntó por el ministerio de Jesús, le respondieron: «Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen alguna enfermedad en su piel son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas noticias» (Mateo 11:4–5 NVI).

En otras palabras, se estaba cumpliendo la profecía de Isaías sobre la llegada del Reino (35:5–6; 61:1).

Muchas de esas dolencias y discapacidades habrían impedido a las personas participar plenamente en el servicio de adoración de la comunidad. Al sanar a los enfermos, Jesús los restauró plenamente.

Jesús rechazó la regla inventada de no sanar en sábado. Sus milagros demostraban la maravillosa liberación de Dios, una libertad que pertenece al sábado. A quién sanó Jesús y cuándo lo hizo, reveló la irrupción del reino de Dios.

Las sanidades ocurrieron de diferentes maneras. La gente solía acudir a Jesús por un milagro, pero a veces era Jesús quien iniciaba la conversación (Juan 5:6).

La mayoría de las sanidades fueron instantáneas, pero no todas (Marcos 8:22–25).

A veces, Jesús mencionó la fe del receptor como factor (Lucas 8:48). Otras veces, nunca mencionó la fe.

Algunas enfermedades estaban relacionadas con el pecado (Juan 5:14). En otras ocasiones, nadie había pecado (Juan 9:3).

Sin embargo, en todos los casos, Jesús sanó porque las personas tenían una necesidad genuina. Jesús sanó a mujeres y hombres, niños y adultos, desconocidos y amigos, gentiles y judíos.

La sanidad sigue siendo una obra de gracia. El sacrificio que trae el perdón de los pecados también nos da la bienvenida al Reino de la sanidad inaugurado por Jesús desde el principio. Mateo cita la profecía de Isaías sobre un siervo sufriente para interpretar el ministerio sanador de Jesús en anticipación de la cruz (Mateo 8:16–17), lo cual justifica nuestra sanidad.

La sanidad divina ofrece una solución temporal para nuestro cuerpo mortal, mientras que la resurrección nos da cuerpos incorruptibles, sanados por completo de los efectos del pecado y la muerte (1 Corintios 15:53–54; 1 Tesalonicenses 4:16–17).

A través de Jesús, la sanidad divina sirve como una señal del reino de Dios. Como tal, permanece profundamente arraigada en la obra salvadora de Cristo y anticipa nuestra futura resurrección.

La sanidad divina también es parte de la obra del Espíritu Santo. Al hablar de ir al Padre y enviar al Espíritu, respecto a las obras, Jesús dijo a sus discípulos: «aún las hará[n] mayores» que lo que habían visto (Juan 14:12–17).

En Hechos 1:8, Jesús explicó además que sus seguidores recibirían poder para dar testimonio hasta los confines de la tierra. Ese poder puede expresarse a través de señales y prodigios en la evangelización, donde la sanidad divina abre la puerta para que las personas acepten el Evangelio (Lucas 5:17–26; Hechos 3:1–4:4; 9:40–42; 14:3).

Después del día de Pentecostés, los creyentes operaron en el don de la sanidad con milagros que reflejaban el ministerio de Jesús, incluyendo echar fuera demonios, la restauración de la movilidad y la resurrección de los muertos (Hechos 8:5–7; 9:32–41).

El último capítulo de Hechos describe cómo Pablo sobrevivió a la mordedura mortal de una serpiente, lo que es eco de la historia de la serpiente de bronce en Números 21. Gracias a que Jesús fue levantado, sus discípulos ahora pueden sacudir la mano y desprenderse de las serpientes (Hechos 28:5).

La sanidad divina es parte del ministerio de la Iglesia. Se encuentra entre los «dones espirituales» que Dios da para la edificación de los creyentes (1 Corintios 12:9,28).

Pablo practicó el ministerio de la sanidad, pero también reconoció las complejidades que se asocian a él. Entendió que el sufrimiento puede ser el resultado del juicio divino (1 Corintios 11:27–32) o de la guerra espiritual (2 Corintios 12:7).

El sufrimiento también puede ser una parte normal del discipulado (Romanos 8:17) o el resultado del orden natural actual (2 Corintios 4:17).

Tres de los colaboradores de Pablo sufrieron enfermedades que no se atribuyen a una causa concreta (Filipenses 2:25–30; 1 Timoteo 5:23; 2 Timoteo 4:20).

Los creyentes que no son sanados pueden seguir glorificando a Dios. Pablo rogó a Dios que quitara la espina en su carne (2 Corintios 12:7–10). Fuera esta «espina» una dolencia física o alguna otra aflicción, Pablo aceptó que Dios no concediera su petición de quitarla, y confió en la fortaleza divina para soportarla.

Santiago reconoció que algunas enfermedades son el resultado del juicio divino, mientras que otras no lo son (Santiago 5:15–16).

En cualquier caso, Santiago pidió a los ancianos de la iglesia que oraran por los enfermos y los ungieran en el nombre del Señor.

Santiago 5:14–16 destaca cinco elementos del ministerio de sanidad divina en una iglesia local: la oración colectiva; la unción (como señal del Espíritu); invocar el nombre del Señor; la fe; y la confesión del pecado cuando es necesario.

 

En la historia de la iglesia

La Iglesia continuó con la predicación y la práctica de la sanidad divina durante toda la Edad Media.

Con el tiempo, se desarrolló un sacramento en torno a la sanidad, la unción de los enfermos, basado en Santiago 5:14–16. También conocido como extremaunción, este sacramento se reservaba normalmente para aquellos que se encontraban al borde de la muerte.

A través de Jesús, la sanidad divina sirve como una señal del reino de Dios. Como tal, permanece profundamente arraigada en la obra salvadora de Cristo y anticipa nuestra futura resurrección.

A medida que surgió una teología extrabíblica de los santos, las personas que sufrían buscaron la intercesión de los creyentes fallecidos. Esta asociación entre los milagros y los santos, así como el rechazo del sistema sacramental, llevó a muchos protestantes a abandonar la sanidad divina.

Los defensores protestantes del cesacionismo enseñaban que la Biblia completa ponía fin a la necesidad de milagros, incluida la sanidad divina, en la vida de la Iglesia.

Algunos veían la Biblia como un sustituto del Espíritu en la unificación, el empoderamiento, la santificación y la guía de la Iglesia. Sin reconocer la obra del Espíritu, no podían apreciar la realidad de la sanidad.

Sin embargo, a raíz de los avivamientos protestantes, durante el siglo XIX creció el énfasis en la sanidad divina juntamente con otros movimientos. Esta creencia en la sanidad divina se asoció con el Movimiento de Santidad, el restauracionismo (un esfuerzo por redescubrir la experiencia y la práctica de la Iglesia del Nuevo Testamento) y la difusión del premilenialismo entre los protestantes.

El pentecostalismo del siglo XX surgió de la superposición de los movimientos de santidad, de restauracionismo, de dispensacionalismo y de sanidad divina.

La frase «evangelio cuádruple» o «evangelio completo» se convirtió en una forma fácil de resumir el mensaje pentecostal. Los pentecostales predicaban a Jesús como Salvador, Bautizador en el Espíritu, Sanador y Rey que pronto vendría.

Al predicar a Jesús, los pentecostales también proclamaban la vigencia continua de la sanidad divina. Al practicar la sanidad divina, los pentecostales anunciaban las buenas noticias.

Muchas personas acudían a las reuniones pentecostales porque necesitaban un milagro. Luego se unían a iglesias pentecostales porque habían experimentado la sanidad. Al igual que en el Libro de los Hechos, el movimiento creció a través de señales y prodigios (2:43,47).

 

Verdades Fundamentales

El artículo 12 de la Declaración de Verdades Fundamentales de las Asambleas de Dios hace tres afirmaciones profundas sobre la sanidad divina, definiéndola como parte integral del evangelio, una provisión de la expiación y un privilegio de todos los creyentes.

Como «parte integral del evangelio», la proclamación es incompleta sin la sanidad divina. Para los pentecostales, el evangelio completo incluye todo lo que Jesús ofrece.

Cristo puede salvar y restaurar el alma, sanar y liberar el cuerpo, y empoderar y avivar a la Iglesia, y finalmente resucitará a los muertos y renovará la creación.

La sanidad divina es simplemente parte del panorama redentor más amplio. Dicho de otra manera, por ser Jesús nuestro Salvador, también es nuestro Sanador.

Decir que «la liberación de la enfermedad ha sido provista en la expiación» significa que la muerte expiatoria de Cristo sirve como nuevo fundamento para la promesa de la sanidad divina.

Cuando el siervo de Dios sufre por los pecados en Isaías 53:4–5, la salvación que resulta también trae sanidad. Mateo 8:16–17 cita directamente este pasaje en referencia al ministerio sanador de Jesús en anticipación de la cruz.

Donde el perdón cubre todos nuestros pecados, la sanidad sirve como una promesa de un mundo en el que la muerte y la enfermedad ya no reinan. La sanidad divina a través de Jesús se basa en la expiación y nos prepara para la resurrección.

Como «privilegio de todos los creyentes», la sanidad divina pertenece a todos los seguidores de Cristo. El artículo 7 utiliza de manera similar el lenguaje del privilegio, al hablar del bautismo en el Espíritu como una experiencia a la que «todos los creyentes tienen derecho».

Estos términos no sugieren que uno pueda merecer los dones de Dios. Jesús es nuestro salvador, sanador y bautizador en el Espíritu por la gracia de Dios.

El mismo Espíritu que nos da poder para el ministerio trae sanidad a nuestros cuerpos, y es una promesa para todos los que se arrepienten (Hechos 2:38).

La sanidad no solo es un don espiritual (1 Corintios 12:1,9), sino que todo cristiano que tiene el poder del Espíritu puede ser parte de la sanidad de alguien, ya que la oración por los enfermos sigue siendo un ministerio para la comunidad de creyentes (Santiago 5:15–16).

El último texto bíblico que cita el artículo 12 es Santiago 5:14–16. Este pasaje destaca el papel de la iglesia en la sanidad divina, con la responsabilidad de orar, incluyendo a los ancianos de la iglesia.

Tenemos esperanza y seguridad en el nombre de Jesús. Todo creyente tiene derecho a orar y creer en la sanidad.

Sin embargo, esto no significa que Dios responderá a todas las oraciones por sanidad de la manera que esperamos. Dios responde según su perfecto entendimiento de nuestra necesidad, que no siempre es lo que vemos o esperamos.

El Espíritu Santo resucitó a Cristo de entre los muertos y ya está obrando en nuestros cuerpos mortales (Romanos 8:11). La resurrección de Jesús garantiza la vida eterna para todos los creyentes.

Nuestra liberación definitiva de la corrupción corporal tendrá lugar cuando Cristo regrese (1 Tesalonicenses 4:16–17). Jesús es nuestro salvador, sanador, bautizador en el Espíritu y rey que pronto vendrá.

La sanidad divina en esta vida es una solución temporal que tiene como meta la restauración eterna. Debido a que la muerte es el último enemigo que será destruido, permanece entre nosotros hasta el juicio final (1 Corintios 15:26; Apocalipsis 20:14).

Dios no traerá ese juicio hasta que El esté listo (2 Pedro 3:9). Los milagros en nuestro mundo son señales del mundo venidero, que esperamos mientras nuestros cuerpos «gimen» por su redención completa (Romanos 8:23–25).

Debido a que Jesús resucitó, ya no enfrentamos la muerte como un destino, sino simplemente como un paso en nuestro camino hacia la resurrección. Podemos y debemos orar por la sanidad divina como parte de la plenitud del evangelio, pero no por temor a la muerte.

Oramos por la sanidad para poder seguir sirviendo a Dios en esta vida con el tiempo que nos queda. Durante más de dos milenios, la muerte ha llegado a los creyentes, pero Dios ya le ha quitado su aguijón (1 Corintios 15:55).

 

Práctica pastoral

Para que nuestras iglesias tengan un ministerio de sanidad divina, necesitamos predicarlo y enseñarlo. Al hacerlo, debemos se cuidadosos de la forma en que tratamos la sanidad como una señal, cómo hablamos de la fe como una necesidad para la sanidad, cómo manejamos las enfermedades crónicas y cómo enseñamos la sanidad a la luz de la resurrección.

La sanidad divina sigue teniendo un propósito en la evangelización como parte de las señales y los prodigios. Los milagros pueden acabar con las expectativas de la gente sobre lo normal. Dios puede usar la sanidad para llamar la atención de alguien y atraerlo hacia Él.

Nuestra liberación definitiva de la corrupción corporal tendrá lugar cuando Cristo regrese (1 Tesalonicenses 4:16–17). Jesús es nuestro salvador, sanador, bautizador en el Espíritu y rey que pronto vendrá.

Así como no podemos excluir la predicación de la sanidad si proclamamos el evangelio completo, tampoco podemos excluir la predicación del evangelio cuando proclamamos la sanidad. Al guiar a las personas al Salvador, también las guiamos al Sanador, y viceversa.

Lo que demuestra la sanidad divina es la verdad del evangelio, no cualquier otra cosa que predique un ministro en particular. Los milagros no son una prueba de fuego para los detalles de nuestras teologías, sino un acto de la gracia de Dios para el bien de los necesitados, para alabanza de su gloria.

La fe es un ingrediente necesario para quienes buscan la sanidad, aunque Dios puede concederla a quien Él quiera. Jesús sanó a personas que no lo esperaban, pero la falta de fe en algunos lugares le impidió hacer más (Mateo 13:58).

Perseverar en la oración es ciertamente bíblico. Sin embargo, la fe es una respuesta adecuada a Dios, no una moneda de cambio que debe acumularse antes de que Dios esté dispuesto a actuar. Dios no nos niega la sanidad porque no hayamos creído lo suficiente u orado lo suficiente.

Dado que Jesús es nuestro Gran Médico, ya tenemos suficiente fe cuando acudimos a Él en busca de respuesta. Nunca debemos sugerir que una persona está haciendo algo mal simplemente porque no ha recibido la sanidad.

Si el Señor está enseñando algo o llamando a alguien al arrepentimiento a través de una enfermedad, lo dejará lo suficientemente claro como para que la persona acepte o rechace su mensaje. No tenemos que inventar una razón.

Puede que nunca sepamos qué propósito, si es que lo hay, tuvo el dolor. No nos corresponde resolver el misterio del sufrimiento de otra persona, al igual que no les correspondía a los amigos de Job.

La respuesta de una congregación ante la enfermedad debe ser la oración, el testimonio y el cuidado. Como pastores, debemos liderar el ministerio de la sanidad. Esto incluye responder a los enfermos ofreciendo oportunidades para la unción, la imposición de manos y la oración de fe.

Los testimonios que siguen a una sanidad glorifican a Dios, animan a los creyentes y dan testimonio del reino de Dios. Si alguien no recibe la sanidad de inmediato, la congregación debe continuar ofreciendo oración y apoyo en la fe.

Nuestra fe está en el Dador de milagros, no en un resultado deseado. Seguimos confiando y honrando a Dios, sin importar cómo responda.

Debemos ser muy cuidadosos de predicar la sanidad divina como una señal de la resurrección y no como un sustituto de nuestra doctrina de la resurrección.

Cuando Dios sana, muestra su victoria sobre la muerte y señala la nueva creación que está por venir. Su voluntad no es seguir sanando cuerpos mortales, sino crear cuerpos incorruptibles que estén fuera del alcance de cualquier enfermedad.

Eso no nos exime de predicar la sanidad, porque la sanidad ahora confirma la promesa de Dios de la resurrección en el futuro.

La sanidad que predicamos no debe estar en desacuerdo con nuestra fe en la resurrección. Más bien, una debe reforzar la otra. Aquel que nos salva y sana volverá por nosotros, estemos vivos o muertos.

Cuando predicamos la sanidad, debemos proclamar a Jesús en su plenitud.

 

¿Y qué pasó con el niño?

Anticipando lo peor debido a la prolongada falta de oxígeno, el médico aconsejó no orar ni tener esperanzas.

Al día siguiente, un domingo por la tarde, algunos miembros de la iglesia visitaron el hospital y vieron al niño recién nacido de su pastor conectado a múltiples máquinas.

Durante el servicio de esa noche, los feligreses informaron que era probable que el niño muriera.

El ministro que dirigía el servicio abandonó sus planes y pidió a toda la iglesia orar juntos hasta que alguien escuchara a Dios.

Nadie se marchó y la oración continuó durante dos horas. Finalmente, un anciano intercesor anunció que Dios había sanado al niño.

A la mañana siguiente, en el hospital, el médico no pudo explicar el cambio. La noche anterior, mientras la iglesia oraba, el estado del niño pasó de crítico a normal, como si alguien hubiera pulsado un interruptor.

Los médicos retiraron al niño de las máquinas y lo alimentaron sin problemas.

Incluso cuando el médico firmó el alta del recién nacido para que pudiera ir a casa, advirtió a los padres que habría daño cerebral. El niño no se desarrollaría con normalidad y podría no llegar a aprender a caminar ni a hablar.

El pastor respondió inmediatamente: «Doctor, Dios no hace las cosas a medias. El Dios que sanó los pulmones de nuestro niño sanará su cerebro».

En el primer control, unas semanas más tarde, el médico exclamó con sorpresa que el niño se desarrollaba con normalidad.

Desde entonces, el médico llamó al niño «el bebé milagroso», porque no había explicación médica para su recuperación.

Ese niño creció, aprendió a caminar y a hablar, estudió y aprendió, e incluso predicó y escribió sobre la bondad de Dios.

Con la fe de mis padres y las oraciones de la iglesia, pero fundamentalmente gracias a la obra de Cristo, Dios me sanó. Creo en la sanidad divina porque yo fui ese niño.

 

Allen Tennison, Ph.D., en teología, es consejero teológico del Concilio General de las Asambleas de Dios y preside el Comité de Doctrinas y Prácticas.

 

Este artículo aparece en la edición de verano de 2025 de la revista Influence.

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