No es por el algoritmo, sino por mi Espíritu

Tres preguntas cruciales para nuestro futuro con la inteligencia artificial

Todd Korpi on August 6, 2025

Hace poco, mi hija de 14 años me preguntó por qué había dedicado tanto tiempo a investigar, escribir y hablar sobre la inteligencia artificial (IA).

Le dije: «¿Sabes que tu generación tiene problemas de ansiedad, depresión e identidad?».

Ella asintió.

«Mucho de eso empezó cuando los teléfonos inteligentes y las redes sociales entraron en nuestras vidas sin ninguna crítica», expliqué. «Abrazamos la conexión constante y la autoexpresión sin preguntarnos cómo podría afectar a nuestra comprensión de la comunidad, la amistad o la identidad. Ahora nos esforzamos por reparar el daño. Me preocupa que repitamos el mismo error con la IA, solo que los riesgos son aún mayores».

Mi compatriota de Chicago, el Papa León XIV, parece estar de acuerdo. En su discurso inaugural, León nombró la IA como prioridad pastoral, advirtiendo de sus riesgos para «la dignidad humana, la justicia y el trabajo».

Nos guste o no, la IA ha llegado para quedarse. Y está transformando rápidamente nuestro mundo.

Esto plantea una serie de preguntas inmediatas. ¿La IA escribirá sermones? ¿Deben utilizarla los estudiantes de seminario para sus escritos? ¿Puede la IA ser apoyo para el discipulado y la evangelización?

Estas son áreas válidas de investigación. Pero si nos detenemos ahí, corremos el riesgo de pasar por alto preguntas más profundas y fundamentales: ¿Qué significa ser un humano? ¿Cómo encontrar la verdad entre tanta información? ¿Qué significa trabajar en un futuro basado en la inteligencia artificial?

Estas preguntas son esenciales para cualquiera que quiera formar comunidades centradas en Cristo, capaces de discernir y dar testimonio en un mundo moldeado por la IA.

 

¿Qué es un humano?

Mucho antes de que ChatGPT llegara a Internet, artistas y escritores imaginaban un día en que las máquinas difuminarían los límites entre el ser humano y la máquina.

En su obra de 1920, Los robots universales de Rossum [en inglés: Rossum’s Universal Robots (R.U.R.)], el escritor checo Karel Čapek presentó una fuerza de trabajo formada por seres sintéticos que realizaban tareas que la gente no quería hacer. Esta historia, que termina con un levantamiento de androides, introdujo el término «robot», derivado de la palabra checa para «trabajos forzados».

El cine, los libros y la televisión también han explorado qué pasaría si las máquinas fueran más parecidas a nosotros. Algunas representaciones son distópicas y otras invitan a la reflexión.

En la década de 1980, Star Trek: La nueva generación [Star Trek: The Next Generation] presentó al Teniente Comandante Data, un androide que anhelaba ser humano.

Las cuestiones éticas que plantean personajes como Data parecían hipótesis mentales alejadas de la realidad. Hoy, el material de ciencia ficción se está convirtiendo cada vez más en algo real. Las preguntas psicológicas y teológicas sobre lo que nos hace humanos son más relevantes que nunca.

Dos campos que avanzan rápidamente en el mundo de la IA se encaminan a una convergencia. El primero es la robótica humanoide. Máquinas como Optimus, de Tesla, o Figure 01, de Figure AI, están diseñadas para imitar la forma física humana y realizar tareas complejas.

Algunas empresas, como restaurantes y almacenes, ya utilizan robots. Pero los líderes tecnológicos prevén humanoides en los hogares, lavando la ropa, cortando el césped e incluso cuidando a los niños.

El segundo campo es el de los robots de compañía de inteligencia artificial, como Replika, ElliQ y Character.AI, que imitan los rasgos emocionales y relacionales de los humanos. Algunos recurren a estos robots para entablar amistad, recibir apoyo en salud mental e incluso como compañía romántica.

Estas tecnologías son populares entre personas solitarias de toda edad y pueden evocar respuestas emocionales reales, pero la intimidad emocional también puede llegar a ser malsana.

Megan García presentó recientemente una demanda contra Character.AI tras el suicidio de su hijo de 14 años, Sewell Setzer III. Según García, la salud mental de su hijo se deterioró después de que desarrollara una relación sexualizada con un chatbot [N. del T. programa de software diseñado para simular una conversación con un ser humano].

Los demandados alegaron que la comunicación del robot estaba protegida por las leyes de libertad de expresión, un argumento que el tribunal rechazó.

No podemos rehacer o redefinir la humanidad. Solo Dios puede grabar y declarar Su imagen.

Esta historia pone de relieve los dilemas éticos que plantea la inteligencia artificial. La incorporación por parte de la IA de cualidades humanas físicas y relacionales pone en tela de juicio nuestra noción de lo que es una persona.

Inevitablemente, los líderes de las iglesias se enfrentarán también a las implicaciones espirituales. ¿Puede un chatbot de inteligencia artificial llevar a alguien a Cristo? ¿Deberían los robots humanoides servir como capellanes en zonas de guerra o como misioneros en países de acceso restringido? ¿Qué ocurre cuando un miembro casado de una iglesia entabla una relación romántica con un robot?

Estos escenarios pueden parecer descabellados ahora, pero en un mundo que cambia rápidamente, los dilemas teóricos pueden convertirse rápidamente en realidades pastorales.

Citar Génesis 1:27 es un punto de partida para responder a la pregunta de qué significa ser humano. Sin embargo, los ministros deben ofrecer una comprensión teológicamente rica de la imago Dei (imagen de Dios), utilizando todo el consejo de las Escrituras en lugar de un solo versículo bíblico como prueba.

El relato de la creación en el Génesis es una declaración teológica, no un manual científico.

La mayoría de los textos religiosos antiguos presentan a las personas como esclavos y juguetes de los dioses. El Génesis trastorna esta noción, presentando a la humanidad no como una fuerza de trabajo desechable, sino como el atesorado pináculo de la creación.

Ser humano es ser imagen de Dios, no porque seamos inteligentes o sensibles, sino porque Dios así lo ha declarado. La imago Dei no se gana; es otorgada. Esta designación se refiere a nuestro propósito de reflejar la gloria de Dios, cuidar de su creación y vivir en su presencia.

Dios vino a nosotros como ser humano en Jesús el Cristo. Con el derramamiento del Espíritu en Pentecostés, Dios consideró oportuno infundir en los seres humanos su poder vivificante. La esperanza de la nueva creación es una resurrección humana corporal.

No podemos rehacer o redefinir la humanidad. Solo Dios puede grabar y declarar Su imagen.

La historia revela los peligros de distorsionar la imagen de Dios. La esclavitud, el genocidio, la eugenesia, la opresión de los pobres y el maltrato a los extranjeros parten del supuesto de que algunas personas son más humanas o merecen más dignidad que otras.

Reducir la personalidad a un conjunto de rasgos abre la puerta a daños innombrables. Quienes reconocen el propósito de Dios para la humanidad tendrán la compasión necesaria para luchar contra la injusticia y la lucidez para reconocer a los impostores de alta tecnología como lo que son.

 

¿Qué es la verdad?

La mayoría de las aplicaciones de inteligencia artificial disponibles en la actualidad son herramientas de IA generativa como ChatGPT, Perplexity y Claude.

Estas herramientas permiten recuperar, analizar, sintetizar y resumir información a una velocidad y con una amplitud que hacen que los motores de búsqueda tradicionales parezcan reliquias antiguas.

Algunos en el mundo de la tecnología han sugerido que la IA podría sustituir pronto a los profesores. Una pregunta para la Iglesia es si la IA puede suplantar a los líderes ministeriales.

Durante siglos, los ministros fueron los principales recursos de orientación espiritual en sus comunidades. Hoy no necesariamente es así.

Las personas pueden ahora comprobar en tiempo real las afirmaciones de los sermones, buscar en Biblias digitales y encontrar respuestas a preguntas difíciles, todo ello desde sus teléfonos. Pero localizar información y absorber contenidos no es lo mismo que encontrar una verdad que cambia la vida.

Según las Escrituras, el ministerio cristiano implica proclamar (Efesios 2:5), preservar (Gálatas 2:5) y manejar correctamente (2 Timoteo 2:15) la verdad del Evangelio.

Dios quiere que los pecadores lleguen al conocimiento de esa verdad (1 Timoteo 2:4) y que los creyentes crezcan en tal conocimiento (Tito 1:1).

El conocimiento de la verdad de Dios comienza con el arrepentimiento (2 Timoteo 2:25) y una respuesta obediente a las enseñanzas de Cristo (Juan 8:31–32).

El Evangelio nos llama a imitar a Jesús, quien no solo predicó la verdad, sino que la encarnó a la perfección (Juan 14:6). La labor del ministerio consiste en mostrar a los demás cómo se responde adecuadamente a esa verdad y a ese llamado (1 Corintios 11:1).

La sociedad suele tratar a las personas como piezas de una máquina industrial 
o como datos en 
un algoritmo computacional.

Si predicar el Evangelio no consistiera más que en difundir información, la IA podría sustituirnos, y hacer el trabajo con mayor rapidez y eficacia.

Sin embargo, no es así como los cristianos han pensado históricamente sobre la verdad que proclamamos. El apóstol Pablo habló de su deseo de que los colosenses conocieran el misterio de Dios en Cristo, en quien «están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento» (Colosenses 2:2–3, NTV).

Los pentecostales reconocen que la sabiduría está intrincadamente ligada a la vida llena del Espíritu. Crecemos en entendimiento a medida que recibimos el poder del Espíritu, buscamos su guía y discernimos su dirección. El «Espíritu de verdad» da testimonio de Cristo y guía a los creyentes a toda la verdad (Juan 15:26; 16:13).

Aunque la IA puede procesar datos, no puede responder a la voz del Espíritu. Tampoco puede demostrar la sabiduría de Cristo a los demás.

En Proverbios, la sabiduría no es algo que se adquiere automáticamente con la edad o la experiencia. Más bien, el autor compele a los lectores a buscar la sabiduría con un sentido de urgencia, y a apreciarla más que a las riquezas (Proverbios 3:13; 4:5,7; 8:11; 16:16).

Santiago 1:5 deja claro que la sabiduría viene de Dios: «Si necesitan sabiduría, pídansela a nuestro generoso Dios, y él se la dará; no los reprenderá por pedirla» (NTV).

Los pastores no deben verse a sí mismos como un sabio en una tarima, sino como un guía que camina al lado de los demás, señalando siempre a Jesús, la fuente de la verdad.

Nuestro mundo obsesionado por la información nos tienta a ser gestores de contenidos santos, pero el Espíritu nos llama a volver a nuestras raíces como pastores del rebaño de Dios. Esta es una función que la IA no puede sustituir.

Requiere un ritmo más lento, caminar con la gente y ayudarlos a aprender a buscar y crecer en sabiduría dentro de una comunidad de fe.

En lugar de limitarnos a ofrecer un curso sobre los dones espirituales, necesitamos modelar de cerca cómo es vivir en el Espíritu.

Como líderes del ministerio, también debemos dar prioridad al cultivo de la sabiduría en nuestras propias vidas, no sea que saquemos de un pozo vacío y representemos mal la verdad de Dios.

 

¿Qué es el trabajo?

Entre las consecuencias de la rebelión de la humanidad en el Jardín está la maldición del trabajo: «Con el sudor de tu frente obtendrás alimento para comer hasta que vuelvas a la tierra…» (Génesis 3:19, NTV).

Solo unos versículos después, en Génesis 4:2, vemos la aparición de la agricultura. Abel cuidaba los rebaños, mientras que Caín trabajaba la tierra.

El pastoreo y la agricultura pueden parecer primitivos, pero marcan el inicio de la tecnología humana: la aplicación del conocimiento con fines prácticos.

Desde el punto de vista teológico, la innovación tecnológica expresa nuestro anhelo profundo e instintivo de resistir la maldición del trabajo duro y recuperar la plenitud para la que Dios nos creó.

Hoy en día, las empresas comercializan de manera directa apuntando a este anhelo del alma, y afirman que sus productos nos ayudarán a trabajar más rápido, a ahorrar tiempo y a recuperar nuestra vida. La IA es un capítulo trascendente de esta narrativa, ya que promete ocuparse de las tareas mundanas para que podamos dedicar más tiempo a relajarnos, a nuestras aficiones y visitar a nuestros amigos.

Pero ¿se han cumplido esas promesas en el pasado?

Tomemos como ejemplo el correo electrónico. Hace años, la comunicación entre oficinas y la correspondencia relacional consistía en cartas manuscritas, memorandos, llamadas telefónicas y conversaciones en persona.

Hoy, personas de todo el mundo envían miles de millones de correos electrónicos al día, comunicando casi instantáneamente lo que antes tardaba horas o incluso meses.

La rapidez y comodidad del correo electrónico deberían haber liberado mucho tiempo. Pero la mayoría de las personas se limitaron a aumentar el ritmo y el volumen de trabajo, en lugar de utilizar ese margen para actividades significativas.

La IA ya no es una posibilidad lejana. Ya está aquí.

Regresamos a nuestros afanes y nos desconectamos aún más de los demás y del momento presente.

La revolución industrial y la revolución digital cambiaron la visión de la relación del ser humano con el trabajo.

El artista Makoto Fujimura señala que «ser humano es ser creativo». Como personas hechas a imagen de nuestro Creador, el deseo de contribuir creativamente es fundamental en nuestro diseño. Sin embargo, la sociedad suele tratar a las personas como piezas de una máquina industrial o como datos en un algoritmo computacional.

Reducimos a las personas a un aporte económico de energía y tiempo, y vemos nuestro propio trabajo en términos de productividad cuantificable en lugar de fecundidad.

Esto corta el vínculo entre el hacer y el significado, divorciando la creatividad de la productividad de maneras que están en conflicto con el diseño de Dios.

Cuando consideramos a las personas únicamente en términos de beneficios para los accionistas, PIB o resultados para los usuarios de las empresas tecnológicas, disminuye el llamado humano y el deseo instintivo de crear y relacionarse. Un entorno así dificulta el uso de los dones que Dios nos ha dado para el beneficio de los demás.

Las iglesias no son inmunes a la tentación de mercantilizar a las personas. Si no tenemos cuidado, podemos tratar a los asistentes como números en un gráfico de crecimiento organizativo, a los voluntarios como herramientas que manejan sistemas y a los miembros del personal como productores de contenidos. En el proceso, perdemos el sentido de nuestro llamado, comunidad y propósito.

El escritor Wendell Berry escribe: «Los trabajadores de una fábrica son simplemente trabajadores, “unidades de producción” que emplean “horas–hombre” en una tarea que les encomiendan unos extraños. En el trabajo en sus propias comunidades, en sus propias granjas o en sus propios hogares o establecimientos, los trabajadores nunca son simplemente trabajadores, sino personas, parientes y vecinos».

Esta última es la visión de Dios para su pueblo, dentro y fuera de la iglesia local. Es una visión que debemos recuperar y por la que debemos esforzarnos.

Al igual que muchas tecnologías que la precedieron, la IA se ofrece a ayudarnos a sobrellevar la carga de nuestro trabajo. Escribirá correos electrónicos, creará contenidos, automatizará la administración y mucho más.

La IA promete un margen que deseamos desesperadamente. Pero sin discernimiento, simplemente llenaremos ese margen con más trabajo, como un perro que vuelve a su vómito (Proverbios 26:11).

Por el contrario, la Iglesia debe ver el trabajo de manera significativa a través del lente de la resurrección de Cristo. En la Cruz, Jesús, el postrer Adán, rompió la maldición que Dios impuso al primer Adán (1 Corintios 15:45–49).

En Cristo, todo lo que hacemos tiene potencial de trascendencia para el Reino y valor eterno (Colosenses 3:23–24). Reducir el trabajo a la producción y al número de horas hace un mal servicio al llamado de Dios para nosotros. Dios quiere que nos convirtamos en creadores de significado junto a Él, utilizando los dones y las pasiones que nos ha dado para llevar la transformación en proximidad a los demás.

Si somos reflexivos e intencionales, la IA puede convertirse en una herramienta útil. La automatización de ciertas tareas puede crear espacio para utilizar los talentos que Dios nos ha dado, interactuar con las personas de nuestras congregaciones y comunidades, pasar tiempo con nuestras familias y callar ante Dios para escuchar la voz de su Espíritu.

 

El futuro con inteligencia artificial

La IA ya no es una posibilidad lejana. Ya está aquí. Más allá de los dilemas prácticos de esta tecnología, debemos plantearnos en oración preguntas más profundas, guiadas por el Espíritu.

El papel de la Iglesia no consiste simplemente en criticar la cultura desde fuera, sino en navegar por ella con fidelidad desde dentro. Dios nos llama a proteger la dignidad humana, a cultivar la sabiduría allí donde la información abruma, y a modelar el trabajo con provecho por encima del trabajo incesante.

Esto significa resistirse a la tentación de un futuro de inteligencia artificial que mercantilice aún más a las personas, eleve la información en detrimento de la sabiduría y nos distraiga de nuestro llamado a ser una presencia transformadora en el mundo.

La verdadera pregunta no es si nos adaptaremos a la IA. Es qué tipo de futuro ayudaremos a forjar. ¿Nos formará la IA a imagen y semejanza de las demandas del mercado o encontraremos la manera de usarla de forma redentora?

Debemos luchar por esto último, dando prioridad al plan, mensaje y llamado de Dios para la humanidad a la luz de su Reino venidero.

 

TODD KORPI, Ph.D. en Misionología, es decano de programas de ministerio digital en Ascent College, profesor adjunto de liderazgo cristiano en el Seminario Teológico Fuller, misionólogo residente en OneHope y autor de La IA va a la Iglesia: Sabiduría pastoral para la inteligencia artificial [AI Goes to Church: Pastoral Wisdom for Artificial Intelligence], que será publicado próximamente, en septiembre de 2025.

 

Este artículo aparece en la edición de verano de 2025 de la revista Influence.

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