El Reino, tu llamado y nuestra democracia
Liderazgo espiritual por la salud de la nación
Sea cual sea el resultado de las elecciones presidenciales de 2024, los estadounidenses hablarán de ello durante bastante tiempo. Esta temporada electoral ha sido una fuente de ansiedad para muchos, incluidos los pastores.
Los desacuerdos políticos añaden tensión al trabajo pastoral. Sin embargo, los líderes de las iglesias tienen la responsabilidad de ayudar a los congregantes a navegar por estos tiempos con una mentalidad cristiana.
Cuando surgen tensiones, podemos señalar a la audiencia las prioridades del Reino de Dios, ayudándoles a crecer en fe y no en cinismo.
En una cultura dividida y a menudo combativa, la Iglesia debe ser un modelo de unidad y claridad moral, defendiendo la fe, la esperanza y el amor (1 Corintios 13:13).
Aunque animemos a la gente a comprometerse como ciudadanos, debemos mantener nuestro testimonio cristiano y seguir centrados en la Gran Comisión.
Recuerda tu llamado
Como pastores, Dios nos llama a pastorear comunidades cristianas. Esto incluye mantener una perspectiva del Reino, hablar con claridad sobre cuestiones morales y enseñar a los creyentes a ejercer su ciudadanía en el cielo y en la tierra.
La Iglesia del Nuevo Testamento, que se mantuvo fiel bajo un gobierno áspero y antidemocrático, sirvió de ejemplo a los cristianos de todas las épocas.
La Iglesia primitiva estaba centrada en Cristo, dependía del Espíritu, estaba orientada a las personas, impulsada por el amor y centrada en el Reino.
Los apóstoles comprendieron su llamado como testigos del reino de Cristo, impulsados por el Espíritu (Hechos 1:8). Jesús los envió a todo el mundo para hacer discípulos de todos los pueblos (Mateo 28:19–20). En última instancia, la marca del discipulado era el amor de la comunidad cristiana (Juan 13:34–35).
Jesús enseñó a sus seguidores a orar: «Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mateo 6:10, RVR1995).
La primera lealtad del cristiano es al reino de Dios. Como dijo Pedro al Sanedrín: «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29, RVR1995).
Nuestro llamado como pastores incluye hablar sobre cuestiones éticas y morales. Los congregantes a menudo buscan a los líderes de la iglesia para que les orienten sobre una serie de temas.
Si bien debemos ser sensatos a la hora de abordar la política, también debemos ser valientes y francos en lo que las Escrituras enseñan sobre cuestiones como el amor al prójimo, la intención divina sobre el género, la integridad de la familia y la atención a los pobres.
Por ejemplo, una cuestión moral que tiene implicaciones políticas, pero que trasciende la política, es el aborto.
La Biblia enseña que Dios es el autor de la vida. Pasajes como el Salmo 139:13–16 subrayan la íntima participación de Dios en la creación de la vida.
Génesis 1:27 revela que toda la humanidad ha sido creada a imagen de Dios, mientras que Génesis 9:6 ordena respetar la vida humana debido a su condición. Esto explica la prohibición del asesinato en Éxodo 20:13. En conjunto, estos pasajes indican que la vida humana refleja de forma única la imagen de Dios y debe protegerse en consecuencia.
Las enseñanzas de Cristo a menudo hacían hincapié en el valor y la dignidad de cada persona. Jesús dijo en Mateo 25:40: «Les digo la verdad, cuando hicieron alguna de estas cosas al más insignificante de estos, mis hermanos, ¡me lo hicieron a mí!» (NTV).
El mandamiento «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19:18; Mateo 22:39; Marcos 12:31), reiterado en ambos testamentos, refleja un profundo respeto por la vida de los demás, promoviendo una cultura de cuidado, compasión y protección.
Este esquema bíblico puede aplicarse a muchas de las cuestiones políticas que provocan división. No podemos sacrificar los principios bíblicos en aras del partidismo.
Recuerda tu ciudadanía
La Biblia enseña que somos ciudadanos duales del reino de Dios y de nuestras realidades culturales actuales (Juan 17:11–18; Filipenses 3:20; Colosenses 3:2).
Los creyentes deben participar en el proceso democrático. Pero, sobre todo, debemos hablar y actuar como ciudadanos del cielo, despojándonos de todo lo que obstaculiza nuestro testimonio y fijando nuestros ojos en Jesús (Hebreos 12:1–2).
Cuanto más diversos seamos, más variadas serán las perspectivas de los miembros de nuestra iglesia.
Los seguidores de Cristo deberían considerar el ejercicio de su influencia en la democracia a través del voto como un acto de amor al prójimo, de buena administración, de búsqueda de la justicia y de inversión en la próxima generación.
Discipular a los congregantes en una cosmovisión bíblica y una comprensión de su ciudadanía celestial les equipa con las herramientas para tomar decisiones que honren a Dios en su vida diaria, incluyendo en las urnas.
Los apóstoles enseñaron que los creyentes debían ser ciudadanos responsables. Pablo escribió a los cristianos de Roma: «Toda persona debe someterse a las autoridades de gobierno, pues toda autoridad proviene de Dios, y los que ocupan puestos de autoridad están allí colocados por Dios» (Romanos 13:1, NTV).
En el mismo sentido, Pedro escribió, «Por amor al Señor, sométanse a toda autoridad humana, ya sea al rey como jefe de Estado o a los funcionarios que él ha nombrado. Pues a ellos el rey los ha mandado a que castiguen a aquellos que hacen el mal y a que honren a los que hacen el bien» (1 Pedro 2:13–14, NTV).
Sin embargo, la lealtad a Cristo era el principal compromiso de los creyentes del Nuevo Testamento, y debería serlo también para nosotros.
Jesús dijo que diéramos al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (Mateo 22:21; Marcos 12:17; Lucas 20:25). El gobierno recibe nuestros impuestos, pero solo Dios merece nuestra adoración y lealtad inquebrantable.
Como ciudadanos de una democracia, tenemos el privilegio de elegir líderes y participar en el gobierno. Debemos animar a los creyentes a que ejerzan sus derechos y cumplan sus obligaciones como ciudadanos, siempre que tales cosas no obstaculicen su obediencia a Dios (Hechos 5:29).
Hay cinco cosas que podemos animar a los creyentes a hacer durante esta temporada electoral y después de ella:
1. Estar bien informados. Como ciudadanos con voz y voto, tenemos la responsabilidad de saber lo que ocurre en nuestro país. Eso significa buscar fuentes de información dignas de confianza, ejercitar el pensamiento crítico y tomarnos el tiempo necesario para separar lo verdadero de las falsedades.
Como los hombres de Isacar en los tiempos de David, podemos comprender los tiempos y proceder con sabiduría (1 Crónicas 12:32).
2. Respetar a las autoridades gobernantes. El gobierno es responsable de mantener el orden, apoyar el bien común y promulgar justicia.
No tenemos por qué estar de acuerdo con todas las decisiones gubernamentales para respetar la autoridad de quienes están a cargo.
Pablo dijo, «Recuérdales a los creyentes que se sometan al gobierno y a sus funcionarios. Tienen que ser obedientes, siempre dispuestos a hacer lo que es bueno. No deben calumniar a nadie y tienen que evitar pleitos. En cambio, deben ser amables y mostrar verdadera humildad en el trato con todos» (Tito 3:1–2, NTV).
3. Aceptar las responsabilidades cívicas. Los cristianos pueden participar en el gobierno de diversas maneras, entre ellas votar, hacer campaña para ser electo a un cargo, servir como jurado, alistarse en el ejército o trabajar en la administración pública.
Las iglesias pueden colaborar con las autoridades gubernamentales sirviendo como centros de votación o proporcionando refugio en tiempos de crisis.
Tito 3:14 dice, «Los nuestros tienen que aprender a hacer el bien al satisfacer las necesidades urgentes de otros; entonces no serán personas improductivas» (NTV). Eso incluye ser un buen vecino y buen ciudadano.
4. Mantener la paz. Pablo le dijo a los Colosenses, «Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo» (Colosenses 3:15, NVI). Esto se aplica también a las diferencias políticas.
Ya sea al interactuar en persona o por internet, los cristianos deben «ser rápidos para escuchar, lentos para hablar y lentos para enojarse» (Santiago 1:19, NTV).
Imagina el poder de nuestro testimonio si cada cristiano se relacionara con los no creyentes con gracia, amabilidad y respeto. En lugar de ver partidismo, la gente vería nuestras buenas obras y glorificaría a Dios (Mateo 5:16).
5. Proteger la libertad religiosa. Ninguna plataforma es digna de la prioridad que debemos dar al avance de los principios del Reino. Cuando Pablo dijo «Paguen a todos lo que deban», mencionó los impuestos, los ingresos, el respeto y el honor, pero no la adoración (Romanos 13:7, NBLA). Obedecer a Dios primero es la línea en la arena para los creyentes (Lucas 4:8).
La buena ciudadanía en la tierra es importante. Sin embargo, la mayor prioridad es nuestra ciudadanía en el cielo, que no es solo una realidad futura, sino también presente.
No se trata de minimizar la importancia del gobierno terrenal, sino de maximizar lo que más importa, tanto ahora como por la eternidad.
Nuestra ciudadanía terrenal es secundaria y temporal. Sin embargo, eso no la hace intrascendente. Aunque Pablo sabía que su ciudadanía estaba en el cielo, también reconoció y reivindicó su ciudadanía romana (Hechos 16:37–40; 22:25).
La Biblia no nos pide que elijamos entre la evangelización y el compromiso cívico. Jesús nos llama a seguirle en una vida de discipulado, obediencia y servicio. Ese llamado afecta todo lo que hacemos como creyentes, desde testificar hasta votar.
Da prioridad a las relaciones
Mientras navegamos por un clima político muy cargado, salvaguardar las relaciones puede ser nuestro mayor reto.
La Iglesia primitiva incluía a todo tipo de personas. Creyentes ricos y pobres, judíos y gentiles, hombres y mujeres, esclavos y libres: todos se reunían como un solo cuerpo (Hechos 2:44–45; Romanos 15:26; 16:1–17; Gálatas 3:28; Efesios 2:11–22; 6:8; Colosenses 3:11; 1 Timoteo 6:17–19).
Santiago, el hermano de Jesús y líder de la Iglesia de Jerusalén, prohibió expresamente la distinción entre clases de personas en la asignación de los asientos y advirtió que el favoritismo es un pecado grave (Santiago 2:2–4,9).
En todo Estados Unidos, las congregaciones de las Asambleas de Dios son cada vez más multiculturales y multigeneracionales. Las minorías raciales y étnicas y los jóvenes representan gran parte del crecimiento actual de nuestro Movimiento.
Cuanto más diversos seamos, más variadas serán las perspectivas de los miembros de nuestra iglesia. Esto puede plantear retos en una sociedad políticamente cargada y dividida. Pero, por el bien del Reino, debemos dar la máxima prioridad a salvaguardar las relaciones.
En el mundo secular, «diversidad» es una palabra relámpago con implicaciones políticas. Pero en la Iglesia, la diversidad se relaciona con el deseo de Dios de redimir personas de «todas las naciones, tribus, pueblos, y lenguas» (Apocalipsis 7:9, NBLA).
Ciertamente, nadie en la Iglesia primitiva declaró la verdad con más audacia que el apóstol Pablo. Pero siempre lo hizo dando prioridad a las personas y a las relaciones.
Pablo exhortó a los Efesios: «lleven una vida digna del llamado que han recibido de Dios, porque en verdad han sido llamados. Sean siempre humildes y amables. Sean pacientes unos con otros y tolérense las faltas por amor. Hagan todo lo posible por mantenerse unidos en el Espíritu y enlazados mediante la paz» (Efesios 4:1–3, NTV).
Además de buscar la unidad de la Iglesia, también debemos mantener nuestro testimonio con los no creyentes. En sus enseñanzas sobre este tema, tanto Pablo como Pedro enfatizaron una comunicación llena de gracia.
Pablo dijo a los Colosenses, «Anden sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo. Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona» (Colosenses 4:5–6, NBLA).
Pedro formuló un alegato similar: «… honren en su corazón a Cristo como Señor. Estén siempre preparados para responder a todo el que pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto, manteniendo la conciencia limpia, para que los que hablan mal de la buena conducta de ustedes en Cristo se avergüencen de sus calumnias» (1 Pedro 3:15–16, NVI).
Imagina el poder de nuestro testimonio si cada cristiano se relacionara con los no creyentes con gracia, amabilidad y respeto. En lugar de ver partidismo, la gente vería nuestras buenas obras y glorificaría a Dios (Mateo 5:16).
Permanece centrado en Cristo
Los líderes de la Iglesia deberían plantearse regularmente dos preguntas: ¿Estamos manteniendo la unidad en el cuerpo de creyentes? ¿Seguimos siendo eficaces en nuestro testimonio a los no creyentes en el amor y el Espíritu de Cristo?
Los pastores son responsables ante Dios del bienestar de las congregaciones que lideran. Por lo tanto, debemos mantenernos fundamentados en la Biblia, sensibles a las personas, centrados en la misión e impulsados por la esperanza.
Es probable que algunas familias de su congregación estén divididas por cuestiones políticas. Necesitan un pastor, no un aliado o un oponente político.
Armoniza tus palabras y acciones con Cristo, manteniendo tu discurso bañado en la verdad bíblica en lugar de la retórica política.
Fomentar el diálogo respetuoso y constructivo dentro del cuerpo de Cristo requiere escucha activa, empatía y amor intencional, incluso en medio de los desacuerdos.
Las conversaciones políticas se vuelven más delicadas durante un año electoral. Presta atención al momento oportuno y al contexto cuando participes en este tipo de diálogos, sazonando siempre estas conversaciones con verdades bíblicas.
Nuestra esperanza no está en un partido político, un candidato presidencial o un líder gubernamental. La esperanza que tenemos es eterna, mientras que las cosas de este mundo son temporales.
Es probable que algunas familias de su congregación estén divididas por cuestiones políticas. Necesitan un pastor, no un aliado o
un oponente político.
Es fácil desarrollar una visión de túnel durante una temporada electoral, pero mantener nuestros ojos en Cristo nos permite mantener la esperanza incluso en circunstancias difíciles. Y compartir este mensaje de esperanza es el trabajo de un pastor.
La gente no necesita más voces fuertes y airadas. Ellos necesitan las Buenas Nuevas de Jesús.
Un día, Cristo volverá para reinar sobre una tierra nueva. Él echará fuera todo pecado, enfermedad, odio, rencor y violencia. Centrarnos en este Reino venidero nos ayuda a priorizar los valores eternos por encima de las agendas políticas.
Los planes de Cristo trascienden cualquier sistema político humano, y Él continuará siendo Dios sin importar lo que traigan estas elecciones. Mi grito de batalla en esta temporada política es: «¡Jesucristo es Rey!»
A continuación, te ofrecemos siete maneras de mantener esta verdad en el centro de tu ministerio y liderar con sabiduría, compasión y fidelidad:
1. Mantener la intransigencia en el apego a las Escrituras. Ofrece principios y enseñanzas bíblicas en lugar de opiniones políticas. No rehúyas los temas que preocupan a tu congregación, pero utiliza siempre estas conversaciones para señalar a la gente la Palabra de Dios.
2. Promover el amor y la unidad. Destaca lo que nos une como familia eclesiástica, independientemente de las diferencias políticas.
Anima a los congregantes a mostrar el carácter de Cristo en la comunidad dando ejemplo de amabilidad, humildad y escucha activa. No tienen que estar de acuerdo con sus vecinos para practicar una buena convivencia.
3. Concentrarse en la misión. Recuerda a la iglesia su principal razón de ser: adorar a Dios, difundir el Evangelio, hacer discípulos y servir a los demás. Mantén las actividades y los mensajes alineados con estos propósitos fundamentales.
4. Modelar el civismo. Demuestra gracia y respeto en tus sermones y conversaciones. Un comportamiento y un tono semejantes a los de Cristo constituyen un poderoso ejemplo para la congregación.
5. Ofrecer cuidado pastoral. Permanece disponible para pastorear a las personas que luchan contra la ansiedad o la división provocadas por las tensiones políticas.
6. Cultivar el fruto del Espíritu. Especialmente en el ámbito de las redes sociales, asegúrate de que cada publicación demuestre amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio.
7. Orar por los líderes y la nación. Guía a tu congregación a orar por la nación y sus líderes, independientemente de su afiliación partidista. Esto fomenta un espíritu de humildad y confianza en la soberanía de Dios.
Liderar en oración
Si cada persona por la que votas en noviembre gana y cada iniciativa electoral sale como esperabas, no es suficiente. Nuestra nación necesita desesperadamente un movimiento soberano de Dios que lleve a la gente a Jesús. El Señor puede cambiar nuestra nación transformando los corazones.
Dios tiene el control de los gobiernos, los candidatos y los partidos políticos. No ocurre nada que pueda frustrar Sus planes (Génesis 50:20).
En medio de una época de angustia nacional para el pueblo de Judá, el profeta Jeremías envió este mensaje a los exiliados que vivían en Babilonia:
Edifiquen casas y hagan planes para quedarse. Planten huertos y coman del fruto que produzcan. Cásense y tengan hijos. Luego encuentren esposos y esposas para ellos para que tengan muchos nietos. ¡Multiplíquense! ¡No disminuyan! Y trabajen por la paz y prosperidad de la ciudad donde los envié al destierro. Pidan al Señor por la ciudad, porque del bienestar de la ciudad dependerá el bienestar de ustedes (Jeremías 29:5–7, NTV).
Dios llamó a su pueblo a buscar el bien común del lugar en el que se encontraban. Incluso como extranjeros en tierra ajena, debían buscar la paz y orar por la ciudad.
No sabemos qué resultados tendrán las elecciones. Tampoco sabemos qué dirección tomarán los Estados Unidos en los próximos años, si hacia el arrepentimiento o hacia el endurecimiento del corazón.
Pase lo que pase en el futuro, podemos estar seguros de que Dios tiene el control.
Recordemos la promesa de Dios a Salomón en 2 Crónicas 7:14: «… si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra» (RVR1995).
Doug Clay es el superintendente general de las Asambleas de Dios en los Estados Unidos.
Este artículo aparecerá en la edición de otoño de 2024 de la revista Influence.
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