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 the shape of leadership

La idolatría del crecimiento numérico

El tamaño de la iglesia no es un problema, pero la obsesión con los números sí.

Karl Vaters on July 10, 2024

Durante décadas, las iglesias estadounidenses hicieron todo lo posible por generar crecimiento. El enfoque en las nociones de más y más grande parecía acertado. Pero ahora se están haciendo evidentes las consecuencias negativas acumuladas.

Un abismo insalubre entre los que tienen y los que no tienen está astillando a la Iglesia y amenazando su salud y eficacia. La veneración de la grandeza está destruyendo los espíritus de los que no tienen, inflando los egos de los que tienen y creando una búsqueda frenética de números.

Yo experimenté esto por primera vez cuando comencé a pastorear una pequeña iglesia a fines de la década de 1980.

En ese momento, las llamadas automáticas eran lo último en marketing. Un asesor de la iglesia recomendó la tecnología para generar expectación y atraer multitudes.

En teoría, 20.000 llamadas producían unas 2.000 respuestas positivas, atrayendo a 200 asistentes el día del lanzamiento de nuevas iglesias. Veinte de esos asistentes se convertirían en miembros de la iglesia a tiempo completo.

Las iglesias establecidas tan sólo podían esperar la mitad de esa respuesta, según el asesor. Para conseguir 20 miembros nuevos, necesitaríamos realizar 40.000 llamadas automáticas. Coordinar una campaña de ese tipo requeriría cientos de horas de trabajo y costaría más de una cuarta parte del presupuesto anual de nuestra iglesia.

El asesor nos aseguró que los números estaban a nuestro favor. Si invertíamos los fondos (que él ofreció prestarnos con intereses), los 20 recién llegados los pagarían con sus diezmos en menos de un año.

Por muy intrigante que fuera esa propuesta, yo tenía preguntas: «¿Qué sucederá si nuestra iglesia se endeuda, pero los nuevos miembros no se quedan o no dan? ¿Cómo puedo reclutar a suficientes voluntarios para gestionar 40.000 llamadas telefónicas? La gente odia las llamadas automáticas … ¿por qué haríamos algo que a nadie le gusta?».

Al final, dije: «Prefiero hacer algo de valor, como alimentar a personas hambrientas, ayudar a madres solteras u ofrecer clases donde los miembros de la comunidad que no asisten a ninguna iglesia puedan hacer preguntas difíciles y tener conversaciones saludables y con una base bíblica. Si nadie asiste con regularidad, al menos habremos compartido el amor de Cristo y guiado a las personas hacia Él. ¿No es esa una mejor opción?»

«No», insistió el asesor. «Ese tipo de programas son mucho menos redituables. Recomendamos las llamadas automáticas».

Al final, rechazamos la oferta. Hace poco hablé con un plantador de iglesias local que probó las llamadas automáticas y vio pocos resultados duraderos.

No es de sorprender que la estrategia de las llamadas automáticas para el crecimiento de la iglesia no haya durado mucho. Pero la obsesión con conseguir que la gente entre en el edificio a toda costa permanece.

 

El afán de conseguir multitudes

El mandato de la Gran Comisión es hacer discípulos, no atraer multitudes (Mateo 28:19,20). De hecho, incluso cuando Jesús atraía seguidores, predicaba verdades difíciles que reducían sus filas (Juan 6:60–66).

Según el libro de los Hechos, «mucha gente» se convirtió al cristianismo en Éfeso (19:26). La iglesia en esa ciudad creció con tanta rapidez que los fabricantes de santuarios paganos se sentían amenazados y causaron un disturbio (versículos 23–41).

Sin embargo, la valoración de la iglesia de Éfeso en Apocalipsis no ofrece comentarios sobre el tamaño de la congregación. En cambio, el Jesús resucitado llamó a los miembros a arrepentirse por haber abandonado su primer amor (2:1–7).

Los cristianos de Laodicea se sentían seguros con sus riquezas. Pero el Señor criticó su fe tibia y expuso su pobreza de espíritu (3:14–22).

Mientras tanto, Jesús honró a la iglesia fiel en Filadelfia, a pesar de que tenían «poca fuerza» (3:8). Y consoló a la congregación perseguida en Esmirna, diciendo: «Yo sé de tu sufrimiento y tu pobreza, ¡pero tú eres rico!» (2:9).

Ninguna lectura honesta de tales pasajes puede llevarnos a pensar que el ministerio cristiano tiene que ver con atraer multitudes y acumular recursos. Sin embargo, la riqueza y la asistencia a la iglesia se han convertido de alguna manera en la medida del éxito de la iglesia evangélica estadounidense.

Según esta métrica, el crecimiento y la fuerza son sinónimos del aumento numérico. Si una congregación no experimenta un aumento anual en la asistencia, damos por sentado que está estancada, quebrada o muriéndose, sin tener en cuenta su estado de salud.

Cuando los números tienen prioridad sobre el florecimiento espiritual, tenemos un problema. Una obsesión. Y esta obsesión está provocando que nos comportemos de maneras que no sólo son poco útiles, sino también idolátricas.

En la Biblia, la idolatría no comienza con objetos físicos, sino con pensamientos vanos, corazones necios y pretensiones de sabiduría (Romanos 1:21–25).

Aunque las enseñanzas del Antiguo Testamento contra la idolatría tendían a centrarse en la adoración de cosas físicas, los escritores del Nuevo Testamento enumeraron la idolatría entre los pecados de la conducta y del corazón (Gálatas 5:20; Colosenses 3:5; 1 Pedro 4:3). Una idea puede ser un ídolo.

 

La grandeza como idolatría

Por supuesto, las congregaciones grandes no tienen nada de malo. Llegar a más personas con el evangelio es algo bueno.

Sin embargo, hoy en día existe una demanda incesante de que las iglesias crezcan con más rapidez. Está agotando a los pastores, tentando a los líderes a poner en juego sus valores y quitando la atención de lo que más importa.

Mayoría de las conferencias de iglecrecimiento de los últimos 40 años han destacado a los líderes de las congregaciones más grandes. Los pastores de entornos más pequeños se reúnen para aprender los secretos para aumentar la asistencia.

El problema no es ser grande, sino estar obsesionados con ser más grande. Se trata de una actitud, no de un número. Es una mentalidad que prioriza llegar a ser más grande sobre ser bíblico. Contribuye a la exaltación de los líderes humanos, lo cual abre la puerta a otros problemas.

Los pastores que atraen multitudes con frecuencia pasan por alto comportamientos problemáticos. Los cristianos se desentienden y dicen: «La iglesia está creciendo … deben estar haciendo algo bien».

En su libro, The Gift of Small [El don de lo pequeño], que será publicado próximamente, Allan T. Stanton recuerda el siguiente intercambio:

«Una vez, mientras recorría una zona de mi estado con un oficial regional de la denominación, el oficial señaló una pequeña iglesia y dijo: “Esa iglesia tiene éxito. Está creciendo como loco. La teología es terrible, nada que ver con lo que enseñamos. ¡Pero están creciendo!”»

Me gustaría poder decir que ese comentario es sorprendente. Pero he oído comentarios similares con demasiada frecuencia. Cuando el auge es más importante que la integridad, eso es idolatría.

Jesús advirtió a sus seguidores que calcularan el costo antes de construir torres (Lucas 14:28–29) y que se centraran en la condición de sus almas en lugar del tamaño de sus graneros (Lucas 12:16–21).

En los últimos años, nos hemos vuelto casi inmunes al impacto de los pastores que fracasan a nivel moral. En numerosas ocasiones, hablé con miembros del personal después de tales situaciones y los oí decir: «Nuestro pastor simplemente era así. Se sabía que era un poco manoseador (u ordinario, coqueto o volátil), pero nadie lo desafió porque la iglesia estaba creciendo».

Como subpastores del rebaño de Dios, debemos dejar de pasar por alto los defectos de carácter en favor del aumento numérico. Los requisitos bíblicos para los líderes de la iglesia no tienen nada que ver con resultados cuantificables y tienen todo que ver con el carácter (1 Timoteo 3:1–7; Tito 1:6–9).

Encubrir los malos comportamientos pastorales es un síntoma común de la idolatría del crecimiento numérico.

Por supuesto, querer que más gente vaya a la iglesia es una buena razón. Pero así ocurre también con la idolatría. Incluso si comienza con intenciones nobles, es un problema cuando cesa de apuntar a Dios y comienza a reemplazarlo en nuestros corazones, mentes y prioridades.

Si el primer mandamiento prohibía adorar a otros dioses, el segundo prohibía crear una imagen a la cual adorar, ni siquiera una del Dios verdadero (Éxodo 20:3– 4). Esto se debe a que, sin que nos demos cuenta, un ídolo puede convertirse en un sustituto de Dios.

El aumento numérico comienza como una manifestación visible de las bendiciones invisibles de Dios. El aumento de la asistencia puede glorificar a Dios, salvo que se convierta en nuestro único enfoque. Es entonces cuando adquiere la categoría de ídolo.

 

Historia del iglecrecimiento

En el mundo ministerial, los números nos definen. No debería ser así, pero lo hacen. El pastor que dirige una congregación de 3.000 personas tiene más credibilidad que un pastor de 300, y considerablemente más que un pastor de 30. La Iglesia tiene una relación enfermiza con la grandeza.

Esto se aplica en especial a la iglesia estadounidense. Y nos está destruyendo. Los pastores están dejando el ministerio por su incapacidad para aumentar los números. Los que se quedan están lidiando con estrés y agotamiento a niveles récord, más allá del tamaño de la iglesia.

La búsqueda del crecimiento numérico es un anhelo que siempre exige más. La obsesión con los números puede ser el factor menos reconocido en los abandonos pastorales, el agotamiento ministerial, la división de la congregación, la transigencia moral y a una larga lista de otras disfunciones de la iglesia.

¿Cómo llegamos aquí? Las respuestas no son simples, pero el culto al crecimiento numérico ha estado desarrollándose durante décadas, e incluso siglos.

Donald McGavran era un misionero estadounidense a la India entre 1923 y 1954. Cerca del final de su servicio misionero, escuchó acerca de pueblos enteros en la India y más allá que estaban acudiendo en masa a Jesús.

Con escepticismo ante los informes, McGavran visitó varias aldeas indias y descubrió que lo que había oído era verdad. Entonces, decidió estudiar lo que estaba sucediendo.

Al retirarse de su puesto misionero, McGavran viajó a varias naciones africanas donde estaban ocurriendo acontecimientos similares.

McGavran publicó más tarde sus hallazgos en The Bridges of God [Los puentes de Dios]. Introdujo en su libro una serie de términos e ideas que forman parte de la lengua vernácula evangélica actual, incluida la frase «iglecrecimiento». De hecho, a ese libro se lo ha denominado la Carta Magna del movimiento de iglecrecimiento.

En 1965, McGavran fundó el Instituto de Iglecrecimiento en el Seminario Teológico de Fuller en Pasadena, California. Durante los primeros siete años, los requisitos de admisión incluían experiencia en misiones extranjeras, dominio de un segundo idioma y conocimiento de campo demostrado en un contexto indígena fuera del trasfondo del candidato a estudiante.

Esos estándares excluían deliberadamente a la mayoría de los pastores estadounidenses. A McGavran le preocupaba que usaran sus principios para hacer que las iglesias estadounidenses fueran más grandes, en lugar de ayudar a los pueblos no alcanzados a venir a Cristo.

En 1972, a la edad de 75 años, McGavran finalmente cedió a las numerosas peticiones y enseñó junto a C. Peter Wagner en un curso para pastores estadounidenses. Esa clase se concibe como la chispa que inició el movimiento de iglecrecimiento a nivel universal.

¿Qué hicimos los pastores estadounidenses con esas lecciones? Exactamente lo que temía McGavran. Lo convertimos en una carrera para superar a la iglesia vecina.

Las raíces de ese movimiento se remontan incluso a un tiempo anterior a McGavran, comenzando con los principios fundacionales de los Estados Unidos. La Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos consagra varias libertades básicas, incluida la libertad de religión.

La mayoría de las naciones europeas durante el siglo XVIII recaudaban impuestos para las iglesias autorizadas por el estado. De esa manera, todos diezmaban, lo quisieran o no. Los pastores recibían sus ingresos del gobierno.

El ídolo del crecimiento numérico es implacable. Afortunadamente, el Señor nos ha dado una manera de reconocer y resistir a este ídolo.

Por otro lado, la Primera Enmienda les daba a los estadounidenses el derecho a adorar (o no), como mejor les pareciera. Y la mayoría no lo hacía. El sociólogo y profesor de religión Rodney Stark realizó un análisis de los registros eclesiásticos y de los censos y estimó que, en 1776, tan sólo el 17% de los colonos asistían a la iglesia.

Los predicadores que podían atraer a las mayores multitudes y recaudar la mayor cantidad de dinero construían las iglesias más grandes. Así surgió el modelo del pastor emprendedor.

Durante el movimiento de iglecrecimiento, estos pastores emprendedores aplicaron las ideas y la terminología misionera de McGavran a su contexto estadounidense.

Esto explica por qué la mayoría de las conferencias de iglecrecimiento de los últimos 40 años han destacado a los líderes de las congregaciones más grandes. Los pastores de entornos más pequeños se reúnen para aprender los secretos para aumentar la asistencia.

Hay poco interés en obtener sabiduría de los líderes fieles de iglesias pequeñas. Los pastores quieren oír a aquellos que aparentemente han triunfado, para que ellos también puedan hacer que sus iglesias crezcan con más rapidez.

 

El engaño

El crecimiento numérico es engañoso. Es fácil sentirse justificado por todo lo que se ha hecho cuando los números aumentan. Llegar a ser más grande actúa como su propio sistema de méritos.

Hay dos formas significativas en las que el crecimiento numérico engaña.

En primer lugar, el crecimiento numérico contribuye al exceso de confianza. Existe un fenómeno fascinante que los sociólogos llaman el efecto Dunning-Kruger. Los estudios sugieren que, durante el proceso de aprendizaje, existe una relación inversa entre la confianza y el conocimiento real.

Las personas con poca competencia sobrestiman sus capacidades, mientras que las personas con conocimientos y experiencias considerables tienen mucha menos confianza en lo que saben.

Comenzamos nuestra capacitación ministerial con poco conocimiento y poca confianza. A medida que aprendemos, nuestra confianza se eleva a la cima de lo que yo llamo el pico del exceso de confianza. Ahí es donde se encuentran muchos de los estudiantes de primer año de seminario.

Ésta también es la razón por la cual debemos tener cuidado de no poner a las personas en la plataforma demasiado pronto, sin importar cuán talentosas sean. El apóstol Pablo no necesitaba saber acerca del efecto Dunning-Kruger para advertir sobre el engreimiento que se produce cuando un recién convertido asciende a una posición de liderazgo demasiado rápido (1 Timoteo 3:6).

Hacia el segundo o tercer año de pastorado, después de adquirir una experiencia que nos ha costado mucho, aparece la realidad de la complejidad del ministerio y nuestra confianza cae en picada al valle de la falta de confianza.

Es en esta etapa donde muchos ministros jóvenes renuncian. El ministerio es más difícil de lo que se imaginaban, por eso dudan de su llamado y se alejan. Pero quien sigue adelante tiene la oportunidad de adentrarse en la pendiente de la experiencia, en la cual la experiencia y la confianza aumentan al mismo ritmo.

La persistencia es la clave para el ministerio a largo plazo. Al final, quienes se aferran a ella llegan a lo que yo llamo «la meseta de la sostenibilidad». En ese punto, la confianza vuelve a aumentar, pero esos años de experiencia ministerial mantienen la arrogancia bajo control. Ésta es la importante brecha de la humildad.

El movimiento de iglecrecimiento está en este recorrido. Hace unas décadas, los pastores aprendían tantas cosas nuevas que estaban demasiado confiados en sus propias capacidades.

Los oradores de las grandes iglesias, que eran las figuras centrales de esas conferencias de liderazgo pastoral, reforzaron esa confianza. Sus estrategias estaban funcionando, o así parecía.

Sin embargo, todo no estaba dicho. Recientemente, muchas iglesias han experimentado un declive, incluidas algunas de las más grandes. Entre los títulos más discutidos en los estantes de los pastores se encuentran libros como The Rise of the Nones [El auge de los nones], The Great Dechurching [La gran salida de la cultura eclesial] y Autopsy of a Deceased Church [Autopsia de una iglesia difunta].

Estamos en el valle de la falta de confianza. Algo de esto es una corrección necesaria. Nadie llega a la pendiente de la experiencia o a la meseta de la sostenibilidad sin antes atravesar el valle de la falta de confianza.

En el Salmo 23, el Pastor conduce a Su rebaño a través del valle más oscuro antes de que estén listos para recibir la mesa que Él prepara (versículos 4–5). El Señor quiere que nuestras copas rebosen, no a nivel numérico, sino con bondad y amor (versículos 5–6).

En segundo lugar, el afán por el crecimiento numérico conduce a una simplificación excesiva de los objetivos. Muchos ministros tienen una visión superficial y unidimensional de lo que hace que una iglesia sea saludable. Perciben el tamaño y la salud de las congregaciones como un continuo, con las iglesias más pequeñas en el extremo poco saludable y las más grandes en el extremo saludable. La suposición es que la salud de la iglesia aumenta o disminuye en proporción a la asistencia.

Pero deberíamos tener un mejor conocimiento del tema. No todas las iglesias pequeñas son poco saludables y no todas las iglesias grandes son saludables. Sin embargo, las conferencias de liderazgo cristiano a menudo publican biografías de los oradores que mencionan el tamaño de la iglesia y el ritmo al que están creciendo esas congregaciones.

No es de extrañar que pensemos que las grandes iglesias son saludables y demos por sentado que siempre vale la pena seguir a sus líderes.

Mientras tanto, nos preocupamos por las iglesias que no han crecido numéricamente desde hace tiempo, y llegamos a la conclusión de que deben estar estancadas, quebradas y enfermas. Nos imaginamos que alguien necesita arreglar o cerrar esas congregaciones. No cabe duda de que no esperamos aprender nada de sus líderes, excepto quizás lo que no se debe hacer.

Para obtener una imagen más precisa, necesitamos ampliar nuestra comprensión del tamaño y la salud de la iglesia.

Al pasar de un continuo simple a un gráfico con un eje X y un eje Y, podemos concebir el tamaño y la salud como factores separados. Sí, hay iglesias pequeñas poco saludables. Y hay iglesias grandes y saludables. Pero también hay iglesias pequeñas saludables, así como iglesias grandes no saludables.

Esta forma de pensar abre oportunidades nuevas y maravillosas. En este modelo, todavía tenemos mucho que aprender de las iglesias grandes y saludables, pero también podemos aprender de las iglesias pequeñas y saludables. Esto también puede protegernos de seguir el ejemplo de iglesias grandes y poco saludables. La sabiduría siempre debe fluir de los individuos sanos a los menos sanos, más allá de las diferencias de tamaño o riqueza.

 

Rechazar a los ídolos

El ídolo del crecimiento numérico es implacable. Produce resultados tangibles. Hace que suba nuestra adrenalina. Imita los movimientos legítimos de Dios y exige ser adorado.

Afortunadamente, el Señor nos ha dado una manera de reconocer y resistir a este ídolo. Podemos evaluar la salud de la iglesia de forma no numérica, al recordarnos a nosotros mismos dos verdades bíblicas fundamentales.

1. El discipulado lo arregla todo. Las instrucciones ministeriales de Jesús no son complicadas: “vayan y hagan discípulos” (Mateo 28:19).

A esto lo llamamos “La Gran Comisión”. Aparece en diversas formas en los cuatro evangelios y en Hechos (Mateo 28:18–20; Marcos 16:15; Lucas 24:47–48; Juan 20:21; Hechos 1:8).

Mi problema con el ídolo del crecimiento numérico no es que sea demasiado grande. Más bien, es demasiado pequeño.

A pesar de mi vacilación en la mayoría de los casos a la hora de ofrecer soluciones del tipo «una talla sirve para todos» cuando se trata de problemas complejos, sé que estoy ubicado en terreno bíblico firme al señalar el discipulado.

No hay ningún problema en la iglesia que el discipulado con el poder del Espíritu no pueda solucionar. ¿Falta de voluntarios? Discipulado.

¿Una teología errónea? ¿Inmadurez? ¿Inmoralidad? ¿Falta de unidad? El discipulado lo soluciona todo.

Entonces, ¿por qué los líderes de la iglesia no dedican más tiempo y energía al discipulado? Desafortunadamente, la idolatría del aumento numérico se interpone en el camino.

El único «problema» que el discipulado quizás no solucione es el tamaño de la iglesia. Eso es porque el tamaño en realidad no es un problema.

Además, hay ocasiones en las que el discipulado requiere más compromiso del que algunas personas están dispuestas a asumir, y terminan yéndose.

Incluso Jesús experimentó eso durante su ministerio. Cuando Jesús habló de su cuerpo y sangre, algunos dijeron: «Esto es muy difícil de entender. ¿Cómo puede alguien aceptarlo?» (Juan 6:60). Entonces, «muchos de sus discípulos se apartaron de él y lo abandonaron» (versículo 66).

Si Jesús perdió gente, ¿por qué no sucedería lo mismo con su Iglesia?

Sin embargo, el mandato de hacer discípulos es claro. Debemos dedicar más tiempo y energía al discipulado que a reunir a una multitud.

2. La integridad es la nueva competencia. Durante dos generaciones, la Iglesia ha enseñado la competencia pastoral. Una conferencia tras otra ha promovido los últimos métodos, ideas, innovaciones y tecnologías.

Lamentablemente, aunque enfatizamos la competencia técnica, a menudo damos por sentada la integridad. La Iglesia ya no puede ignorar esta cuestión.

Los ministros son expertos en crear y utilizar nuevas técnicas, pero los fracasos morales han socavado la confianza pública, dañando y alienando a demasiadas personas en el proceso.

Una iglesia puede llegar a ser grande sin comprometer su integridad. Conozco a muchos pastores de iglesias grandes con principios sólidos. Pero cuando el objetivo es el crecimiento numérico, actuar con integridad a veces parece un obstáculo.

El crecimiento numérico tiene un atractivo. Ejerce una fuerza gravitacional que amenaza con consumir y controlar todo y a todos. El señuelo del crecimiento numérico conduce a la tentación de hacer concesiones en torno al discipulado y la integridad. Los pastores deben resistirlo.

La Iglesia no puede arreglárselas para salir tranquilamente de una crisis de integridad. Los cristianos no abandonan la iglesia ni deconstruyen su fe porque los servicios de adoración carecen de excelencia técnica. Sin embargo, muchos se están alejando porque ven demasiada distancia entre lo que los pastores dicen y lo que hacen.

Durante las últimas décadas, he oído con frecuencia a oradores especializados en el liderazgo eclesiástico reiterar las ideas de empresarios, directores ejecutivos y políticos, pero rara vez los he oído llorar después de haber pasado un tiempo en oración y en la Palabra. El ídolo de ser más grande tal vez ayude a algunos de nosotros a ganar una multitud, pero está haciendo que perdamos nuestras almas.

La gente busca líderes que sean pastores sinceros en lugar de empresarios hábiles. Necesitan líderes espirituales que dediquen tiempo a las tareas gloriosamente «poco productivas» de la oración, el estudio, las visitas a los enfermos y el discipulado de la próxima generación de creyentes en lugar de aprovechar cada momento del día para obtener resultados numéricos.

Seguimos escuchando que las iglesias y las empresas llegan a ser grandes escribiendo sólidas declaraciones de misión y estableciendo grandes objetivos, y luego persiguiéndolos. Según la teoría, un objetivo que no asusta es demasiado pequeño, y un plan sin un gran componente numérico está condenado al fracaso.

Me gusta hacer planes y establecer metas, pero no necesito proyectar una gran visión. Jesús nos dio la visión más grande de todas: vivir y compartir el evangelio que redime a la creación para devolverla al Creador (Romanos 8:19–23).

Mi problema con el ídolo del crecimiento numérico no es que sea demasiado grande. Más bien, es demasiado pequeño. Esta visión puede ser del tamaño de una multitud, pero no es del tamaño de Dios.

La era de los pastores famosos debe llegar a su fin. No podemos perseguir una plataforma y tomar nuestra cruz al mismo tiempo. En lugar de establecer planes más grandes, debemos fijar una brújula moral.

 

Karl Vaters es un ministro ordenado de las Asambleas de Dios y un asesor de iglesias con más de cuatro décadas de experiencia ministerial en contextos de iglesias pequeñas. Es un escritor, y su libro más reciente se titula De-sizing the Church [Eliminar el factor del tamaño de la iglesia], por Moody Publications.

 

Este artículo aparece en la verano 2024 de la revista Influence.

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