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 the shape of leadership

Persuadir a los demás

Para cambiar la trayectoria espiritual de Estados Unidos, debemos imitar a Jesús

George P Wood on January 31, 2024

Cómo persuadir a la gente para que siga a Jesús en una cultura cada vez menos religiosa es una pregunta urgente a la que los cristianos estadounidenses deben dar respuesta.

La Iglesia estadounidense actual navega por un nuevo panorama en el que hay menos cristianos, menos confianza en la religión organizada y una opinión desfavorable de los evangélicos.

Menos cristianos. Desde 1972, la Encuesta Social General ha preguntado: “¿Cuál es su preferencia religiosa?” Ese año, el 90% de los encuestados se identificaron como cristianos y el 5% como no afiliados religiosamente. En 2021, el 64% eran cristianos, mientras que el 29% eran no afiliados (o “nones”).

El Pew Research Center estima que ese descenso continuará. Un informe de 2022 proyecta que la proporción de cristianos en EE.UU. caerá al 35–54% en el año 2070, a medida que más estadounidenses se unan a las filas de los “nones.”

Menos confianza. En las últimas cinco décadas, Gallup ha medido la confianza en diversas instituciones. De 1973 a 2023, la proporción de estadounidenses que expresaban “mucha” o “bastante” confianza en la religión organizada descendió del 65% al 32%. Los sentimientos de poca o ninguna confianza aumentaron del 11% al 33%.

Hoy en día, hay tantas personas que desconfían de la religión organizada como las que confían. 

Opiniones desfavorables. Pew Research informa que el porcentaje de estadounidenses que ve favorablemente a los evangélicos es básicamente el mismo que el de aquellos que opina desfavorablemente (28% y 27%, respectivamente).

Pero esas cifras empeoran cuando se elimina de la muestra a los encuestados evangélicos. Entonces, solo el 18% de los estadounidenses no evangélicos ve a los evangélicos favorablemente, mientras que el 32% opina desfavorablemente de ellos.

Si la mala noticia es que hay menos cristianos, menos confianza y opiniones desfavorables, la buena noticia es que la gente es persuasible. Pueden cambiar de opinión.

Ahora mismo, los cristianos estadounidenses no están convenciendo a muchos de sus vecinos para que sigan a Jesús. Sin embargo, podemos llegar a ser más persuasivos.

Para ello es necesario introducir cambios institucionales e individuales. Para las iglesias, el camino hacia la eficacia en la persuasión empieza por reconstruir la confianza en la comunidad por medio de una mayor transparencia y una mejor rendición de cuentas. Esto llevará tiempo.

Pero tú y yo podemos empezar a ser más persuasivos hoy mismo. ¿Qué significa esto? En una palabra: Jesús. Si queremos cambiar la trayectoria espiritual de nuestras esferas de influencia, debemos imitar a Jesús.

La conversación de Jesús con la mujer samaritana en Juan 4 ofrece un ejemplo especialmente significativo para nuestro tiempo. Una mirada más atenta a este pasaje revela siete prácticas de persuasión.

 

1. Cruzar fronteras

Una frontera es una línea divisoria entre nosotros y ellos. Jesús cruzó varias fronteras para hablar con la samaritana.

Atravesó la frontera geográfica entre Judea y Samaria de regreso a Galilea (Juan 4:3).

Samaria formaba parte del reino del norte de Israel hasta que el rey asirio Salmanasar conquistó y exilió a su pueblo en el año 722 a.C. (2 Reyes 17:1–23). Salmanasar trasladó entonces a otros grupos étnicos al territorio. Esos grupos adoptaron una modalidad de religión basada en la Torá que incorporaba elementos paganos (17:24–41).

Esa historia contribuyó a crear fronteras étnicas y religiosas entre judíos y samaritanos. Como dice Juan, «los judíos rechazan todo trato con los samaritanos» (4:9).

La antipatía entre los dos pueblos era de larga data. En 128 a.C., el líder judío Juan Hircano destruyó el templo samaritano en el monte Gerizim, lo que aumentó la animosidad. Quizás esto explique por qué Santiago y Juan quisieron “invocar fuego” sobre una aldea samaritana (Lucas 9:51–56).

Jesús también cruzó la frontera de género entre hombre y mujer. La mujer samaritana pareció asombrada de que un varón judío hablara con ella (Juan 4:9). Incluso los discípulos estaban “sorprendidos” (versículo 27).

Por último, Jesús navegó por la frontera cultural entre lo que la sociedad consideraba honorable y vergonzoso.

Juan especifica que Jesús se encontró con la mujer samaritana al mediodía (4:6). Las mujeres solían sacar agua de un pozo a primera hora del día o al bajar el sol, cuando la temperatura era fresca. Y solían ir con otras mujeres para socializar mientras realizaban sus actividades domésticas.

El hecho de que la mujer samaritana fuera sola al pozo al mediodía sugiere que había sido condenada al ostracismo, quizá debido a su historia marital y sexual (4:17–18). Un hombre honorable no conversaría normalmente con una mujer vergonzosa en tales circunstancias ... pero Jesús lo hizo.

Él cruzó esos límites, y nosotros también deberíamos hacerlo.

Hace varios años, un amigo y yo testificamos ante la legislatura de Missouri a favor de un proyecto de ley de libertad religiosa. Los principales oponentes eran miembros de la comunidad LGBT.

Durante la pausa del almuerzo, una persona transgénero se nos acercó y nos dijo: “Si hubieran experimentado lo que yo he experimentado, pensarían de manera diferente sobre este asunto.” Una vez que reconocimos el comentario educadamente, la persona se alejó.

Ese comentario no me hizo cambiar de opinión sobre la libertad religiosa o la transexualidad. Sin embargo, como ministro del Evangelio, lamento no haber aprovechado la oportunidad para extender la conversación. Debería haber dicho: “Cuéntame más.”

Si queremos persuadir a la gente para que siga a Jesús, debemos cruzar las fronteras que nos separan de ellos.

¿Por qué no lo hice? Porque hacerlo estaba fuera de mi zona de confort.

Si queremos persuadir a la gente para que siga a Jesús, debemos cruzar las fronteras que nos separan de ellos.

Para cambiar de metáfora, debemos movernos de donde nos sentimos como en casa, literal o figuradamente, para ir donde ellos se sienten como en casa.

¿No es eso lo que hacen los misioneros?

 

2. Ser real

El Evangelio de Juan se abre con una declaración teológica sobre Jesús: «En el principio la Palabra ya existía. La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. ... Entonces la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros» (1:1,14).

En otras palabras, Jesús es Dios encarnado, Dios en la carne.

Esta declaración insinúa una sexta frontera que Jesús cruzó para salvarnos: la frontera entre la divinidad y la humanidad, el Creador y la criatura, el cielo y la Tierra. Él unió las dos cosas en sí mismo.

A menudo enfatizamos la parte de La Palabra de la persona de Jesús a expensas de la parte de la carne. Restamos importancia a su naturaleza humana en favor de su naturaleza divina. En consecuencia, a veces damos la impresión de que Jesús era Dios en un traje de piel.

Jesús se veía como nosotros, pero en realidad no era como nosotros.

Sin embargo, Juan capítulo 4 muestra que Jesús era como nosotros. Describe la realidad cotidiana de su humanidad. Jesús estaba cansado, sediento y hambriento (versículos 6–8).

No solo eso, estaba dispuesto a reconocer su necesidad. Apelando a la bondad de una extraña, Jesús pidió: «Por favor, dame un poco de agua para beber». (versículo 7).

A menudo, cuando invitamos a la gente a seguir a Jesús, nos presentamos como personas que lo tienen todo resuelto. Aparentemente no tenemos preguntas, dolores o necesidades. Suponemos que todo lo que no es así da una mala imagen del Evangelio.

Este no es el camino de Jesús. Él hacía preguntas: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27:46). Jesús sintió dolor: «Oró con más fervor, y estaba en tal agonía de espíritu que su sudor caía a tierra como grandes gotas de sangre» (Lucas 22:44).

Jesús fue una persona real. No ocultó su humanidad a las personas que invitó a seguirle.

En mi experiencia, la gente se acerca más a mí cuando comparto mis luchas, como la depresión clínica y el dolor crónico. Esta honestidad genera solidaridad con los demás y les hace saber que no están solos.

Al compartir su necesidad con la mujer samaritana, Jesús hizo posible un intercambio auténtico.

La gente no será sincera con sus vidas a menos que nosotros lo seamos con la nuestra. Si el primer paso para convertirnos en cristianos persuasivos es ir a donde los demás se sienten como en casa, el segundo es invitar a la gente a nuestros hogares, incluyendo aquello donde sentimos necesidad.

¿Estamos compartiendo nuestras necesidades con los demás? No seremos persuasivos hasta que seamos reales.

 

3. Hacer preguntas

A menudo pensamos que Jesús enseñaba dando conferencias a grandes multitudes, como hacía Billy Graham durante sus cruzadas evangelísticas. Ese fue el modelo mental que tuve al principio de mi ministerio. Pensaba que todo lo que yo necesitaba era una audiencia más grande.

Hay un lugar para el evangelismo de cruzada y las grandes iglesias. Y Jesús ministró a grandes multitudes (Mateo 4:23–25).

Pero gran parte del ministerio de Jesús consistió en un diálogo personal. Según All That Jesus Asks (Todo lo que Jesús pregunta), de Stan Guthrie, Jesús planteó 295 preguntas en los Evangelios. También escuchó las preguntas de los demás.

Vemos esta dinámica en la conversación de Jesús con la samaritana. Jesús hizo una pregunta; la mujer hizo tres. Esas preguntas hicieron avanzar la conversación hacia cuestiones cada vez más importantes.

  • Físicas: «Por favor, dame un poco de agua para beber» (Juan 4:7).
  • Relacionales: «¿Por qué me pide agua para beber?» (4:9)
  • Espirituales: «¿De dónde va a sacar esa agua viva?» (4:11)
  • Teológicas: «¿se cree usted superior a nuestro antepasado Jacob» (4:12)

A través de estas preguntas, Jesús condujo a la mujer a un momento de revelación divina. Según Juan 4:25–26, «—Sé que el Mesías está por venir, al que llaman Cristo. Cuando él venga, nos explicará todas las cosas. Entonces Jesús le dijo: —¡Yo Soy el Mesías!»

Esta revelación es el punto principal de toda la historia.

La conversación es una parte importante de la evangelización y el discipulado. Y adaptar la presentación del evangelio durante la conversación requiere que estemos dispuestos a hacer y contestar preguntas.

Me llevó mucho tiempo aprender esto.

Como un nuevo pastor asociado, comencé un grupo pequeño. Puse sillas en círculo, abrí el grupo con oración y luego di una conferencia durante 45 minutos. Al final, cuando quedaba poco tiempo, respondí algunas preguntas.

Una joven preguntó si el formato sería el mismo en todas las sesiones. Dije “Sí.”

La mujer nunca regresó. Eventualmente, nadie más vino.

Más de una década después, dirigí un grupo pequeño diferente para parejas casadas. Este grupo era conversacional. Un hombre, un incrédulo, hizo muchas preguntas. Por lo general, comenzaban: “¿Cómo puedes creer ... ?”

Los otros miembros del grupo y yo hicimos lo mejor que pudimos para responder, pero también le hicimos preguntas. A veces, pasaban varias sesiones antes de que el hombre diera una respuesta.

Recuerdo el día en que este hombre respondió a una pregunta diciendo: "Nosotros creemos ... ." Señalé su cambio de pronombres, de a nosotros. Entonces compartió que después de meses de conversación, le había entregado su corazón a Jesús y ahora se consideraba un creyente.

La gente quiere ser escuchada, no sermoneada (o que les den clases). Hacer preguntas invita a participar en la conversación.

Todos nos regocijamos.

La gente quiere ser escuchada, no sermoneada (o que les den clases). Hacer preguntas invita a participar en la conversación.

Y mientras que el sermón transmite información, las preguntas despiertan la comprensión.

Cuando mi hijo era pequeño, a menudo le ayudaba con los deberes de matemáticas. Enseñarle cómo yo resolvía un problema era rápido y fácil, pero él no aprendía nada. Así que empecé a preguntarle cómo resolvería él mismo el problema, teniendo en cuenta lo que había aprendido en clase. Este proceso era más largo y difícil, pero le ayudaba a entender cómo funcionaban las matemáticas.

Si queremos persuadir a las personas a seguir a Jesús, debemos invitarlas a una conversación, a un toma y daca de preguntas y respuestas. Así se sacan a relucir las ideas, se aclaran las convicciones y, en última instancia, se toma una decisión.

 

4. Profundizar

Durante mi último año de universidad, empecé a experimentar un persistente dolor lumbar y rigidez en el cuello. Un viaje de tres días a casa tras la graduación agravó el problema. Cuando salí del coche, mi madre me mandó directo al médico.

Eran los síntomas de una enfermedad autoinmune conocida como espondilitis anquilosante, o artritis espinal. Al principio, los médicos me recetaron medicamentos para paliar los síntomas. Más tarde, trataron de reducir la respuesta inflamatoria hiperactiva que causaba los síntomas.

La conversación de Jesús con la samaritana sigue una trayectoria similar. Pasa de los síntomas a las causas más profundas, y luego prescribe una medicina.

En Juan 4:10–15, la conversación gira en torno al «agua viva». Se trata de un modismo hebreo para referirse al agua de manantial.

Jesús dijo: «Si tan solo supieras el regalo que Dios tiene para ti y con quién estás hablando, tú me pedirías a mí, y yo te daría agua viva» (versículo 10).

La mujer pensó que Jesús hablaba de agua de manantial y observó que no tenía ningún utensilio para sacar agua. Ella le preguntó: «¿se cree usted superior a nuestro antepasado Jacob, quien nos dio este pozo? ¿Cómo puede usted ofrecer mejor agua que la que disfrutaron él, sus hijos y sus animales?» (versículo 12).

Jesús le respondió: «Cualquiera que beba de esta agua pronto volverá a tener sed,pero todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de ellos y les da vida eterna». (versículos 13–14). En otras palabras, Jesús habla de la salvación.

Pero la mujer estaba estancada en el agua ordinaria: «¡deme de esa agua! Así nunca más volveré a tener sed y no tendré que venir aquí a sacar agua» (versículo 15).

La mujer estaba preocupada por sus necesidades físicas inmediatas, así como por su aislamiento social. Pero Jesús diagnosticó el problema más profundo, la cuestión espiritual y teológica: la necesidad de vida eterna, que solo Él podía satisfacer.

Seguir a Jesús siempre nos lleva profundamente, desde los síntomas físicos y relacionales que sentimos hasta la necesidad espiritual que podemos haber pasado por alto.

Si queremos persuadir a la gente para que siga a Jesús, debemos empezar por sus esperanzas y temores ... e ir más allá. En las profundidades es donde se produce el verdadero cambio.

 

5. Reconocer el dolor

En este punto de la historia, la conversación de Jesús con la mujer dio un giro inesperado. Ella había dicho: «¡deme de esa agua!», y Él respondió: «Ve y trae a tu esposo» (versículos 15–16).

No está claro por qué Jesús pidió a la mujer que fuera a buscar a su esposo. Lo que está claro es que la mujer no quería discutir el asunto. «No tengo esposo», respondió, lo cual era técnicamente cierto (versículo 17).

Jesús reconoció el tecnicismo. Luego, a través de una visión profética (versículo 19), reveló la verdad sobre su historia marital y sexual: «has tenido cinco esposos y ni siquiera estás casada con el hombre con el que ahora vives» (versículo 18).

No sabemos si la samaritana tenía cinco exesposos por causa de muerte, divorcio o ambas cosas. Y no sabemos si el sexto hombre era un adúltero o simplemente un conviviente, para usar la jerga contemporánea.

La gente que lee este pasaje suele suponer que la samaritana era una gran pecadora, que iba de un hombre a otro. Pero ¿y si hubieran pecado mucho contra ella? ¿Si la hubieran desechado sus maridos por infertilidad o porque habían encontrado a otra mujer que deseaban más? ¿Y si la mujer había descendido tanto en la escala social que el sexto hombre la utilizaba, pero no se casaba con ella?

En cualquier caso, en su contexto social, los lugareños la habrían considerado una mujer vergonzosa en lugar de honorable.

Sin embargo, Jesús no condenó ni avergonzó a la samaritana. La conversación no derivó inmediatamente hacia un llamado al arrepentimiento, ni esbozó un plan de rehabilitación.

Reconociendo su situación y el dolor subyacente, Jesús siguió hablando con ella de todos modos. Entró en su quebrantamiento sin juzgar. Esto no significa que Jesús descartara la buena teología o la moral sólida. Simplemente significa que le mostró gracia.

El Nuevo Testamento enseña que vivir en santidad es un componente inevitable de seguir a Jesús. Así que, sin dudas, la mujer cambió su comportamiento después de encontrarse con Jesús, como deberíamos hacer todos. Pero para usar el lenguaje de Efesios 2:8–10, somos salvos por gracia por medio de la fe para hacer buenas obras. La gracia viene primero y hace posible las obras.

Si queremos persuadir a la gente a seguir a Jesús, debemos hacer lo que Él hizo. Nuestra sociedad está llena de gente quebrantada. Tenemos que reconocer su dolor y quebrantamiento, mostrándoles gracia.

Sin la gracia, ¿cómo podemos convencer a la gente de que Jesús es la solución a sus necesidades más profundas?

 

6. Sentar las bases

En este punto, la mujer samaritana dio un giro para preguntar sobre la ubicación correcta del templo.

Ella dijo: «Señor, (…) seguro que usted es profeta. Así que dígame, ¿por qué ustedes, los judíos, insisten en que Jerusalén es el único lugar donde se debe adorar, mientras que nosotros, los samaritanos, afirmamos que es aquí, en el monte Gerizim, donde adoraron nuestros antepasados? (versículos 19–20).

Sin la gracia, ¿cómo podemos convencer a
la gente de que Jesús
es la solución a sus necesidades más profundas?

Parece que la mujer cambia de tema. Sin embargo, finalmente ella misma profundiza haciendo preguntas fundamentales.

Cuando profundizamos, llegamos a lo fundacional: hasta las fuentes que consideramos autorizadas.

La mujer samaritana reconoció a Jesús como profeta (versículo 19). Entonces ella le hizo una pregunta que había dividido a sus respectivas comunidades: ¿Dónde debemos adorar?

La respuesta de Jesús la orientó en tres direcciones.

En primer lugar, Jesús le señaló la Escritura. «Ustedes, los samaritanos, saben muy poco acerca de aquel a quien adoran, mientras que nosotros, los judíos, conocemos bien a quien adoramos, porque la salvación viene por medio de los judíos» (versículo 22).

Recuerde que la religión samaritana se basaba en la Torá. Como solo incluía desde el Génesis hasta el Deuteronomio, no especificaba dónde se suponía que el pueblo de Dios debía establecer un templo centralizado cuando entrara en la Tierra Prometida.

Sin embargo, las Escrituras judías sí lo hicieron. Los Profetas y los Escritos mostraban que Dios había elegido a Jerusalén. No se puede responder correctamente a una pregunta teológica si faltan dos tercios de la información relevante.

En segundo lugar, Jesús se señaló a sí mismo. «Créeme, querida mujer, que se acerca el tiempo en que no tendrá importancia si se adora al Padre en este monte o en Jerusalén» (versículo 21). Aquí, Jesús habla proféticamente, anunciando una verdad que solo se aclara después de Su muerte, resurrección, ascensión y derramamiento del Espíritu.

El Antiguo Testamento no es la última palabra de Dios a la humanidad. El Nuevo Testamento cumple e interpreta el Antiguo Testamento, explicando quién es Jesús y lo que ha hecho por nosotros.

Por último, Jesús esbozó la respuesta adecuada a la revelación bíblica: «Pero se acerca el tiempo — de hecho, ya ha llegado — cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. El Padre busca personas que lo adoren de esa manera» (versículo 23).

La cuestión de la autoridad es inevitable. Cuando surge, tenemos que ser claros y francos, señalando a los demás la Palabra de Dios. Debemos estar preparados para explicar su significado, defender su verdad e invitar a otros a responder.

 

7. Invitar a responder

Internet nos engaña haciéndonos creer que podemos enterarnos de cualquier cosa en cualquier momento. Las redes sociales nos sugieren que debemos tener una opinión ahora mismo. En consecuencia, asumimos que la persuasión debe ser fácil y rápida.

Esta mentalidad puede conducir a actitudes poco útiles hacia la evangelización. Actuamos como si bastara una breve conversación para convencer a la gente de que cambie el rumbo de su vida. Y una vez que lo hayan hecho, podemos pasar al siguiente converso potencial.

En realidad, persuadir a la gente para que siga a Jesús requiere cruzar límites, ser auténtico y hacer preguntas. Nos obliga a profundizar, reconocer el dolor y sentar bases bíblicas.

Esto puede tomar tiempo, o puede suceder relativamente rápido. Jesús persuadió a la mujer samaritana con una sola conversación, pero persuadió a otros samaritanos a lo largo de varios días (versículos 39–41). En algún momento, sin embargo, hay que tomar decisiones.

En el léxico actual, cualquier tipo de recuento honesto o comprensión súbita puede describirse como un “momento de venir–a–Jesús”. Por ejemplo, alguien podría decir: “Tuve un momento de venir–a–Jesús sobre lo que la comida chatarra estaba haciendo a mi salud”.

Los cristianos persuasivos llevarán a los buscadores a momentos literales de venir–a–Jesús.

Las Escrituras nos invitan a acercarnos a Jesús, no porque vaya a regañarnos, sino porque nos ama y quiere reconciliarnos con Dios y con los demás.

Eso es lo que ocurre con la samaritana. En respuesta a su comentario sobre el Mesías, Jesús le dice: «¡Yo Soy el Mesías!» (versículo 26).

Jesús no es solo un profeta; es el Mesías. Sin embargo, Juan parece decirnos que Jesús es aún más que eso.

En la gramática griega, ego eimi es una forma de decir: "Yo soy." Teológicamente, sin embargo, se hace eco de la forma en que Dios habla de sí mismo.

Es paralela a la traducción griega de Éxodo 3:14, donde Dios dice a Moisés: «YO SOY EL QUE SOY. Dile esto al pueblo de Israel: “YO SOY me ha enviado a ustedes”».

A lo largo del Evangelio de Juan, Jesús utiliza el lenguaje “Yo soy” en una forma que apunta a su divinidad. En Juan 8:58, por ejemplo, Jesús dijo: «Les digo la verdad, ¡aun antes de que Abraham naciera, Yo Soy!»

El encuentro de Jesús con la mujer samaritana es una historia sobre el Dios eterno que entra en el tiempo y el espacio en el hombre Jesucristo, cruzando fronteras, siendo real, haciendo preguntas, reconociendo el dolor, profundizando y sentando las bases: todo porque Él quiere atraernos y darnos el agua viva de la vida eterna.

¿Quién no querría adorar a ese Dios en espíritu y verdad?

Si esperamos persuadir a las personas para que se conviertan en seguidores de Cristo, debemos contarles esta historia sobre Dios e invitarlos a tomar una decisión sobre Jesús.

Al final, Jesús convenció tanto a la mujer samaritana como a muchos de su pueblo para que le siguieran (Juan 4:39–42). Sorprendentemente, estos samaritanos llegaron a reconocer a Jesús como «el Salvador del mundo» (versículo 42).

 

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Desafortunadamente, estas siete prácticas no son un método de persuasión infalible. Durante el transcurso de Su ministerio, muchos creyeron en Jesús, pero otros no. De hecho, algunos lo crucificaron.

Sin embargo, su ejemplo de persuasión es útil para evangelizar a la gente en una cultura profundamente dividida, ya sea en la Samaria del siglo I o en los Estados Unidos del siglo XXI.

En medio de profundas fracturas étnicas y religiosas, Jesús se tomó el tiempo para hablar con alguien que se encontraba al otro lado de la línea divisoria, y al hacerlo, le abrió las puertas de la vida eterna.

A medida que nuestra cultura se vuelve cada vez menos religiosa y, en algunos casos, activamente hostil, ¿estamos dispuestos a hacer lo que hizo Jesús?

 

George P. Wood es editor ejecutivo de la revista Influence.

 

Este artículo aparece en de invierno 2024 de la revista Influence.

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