Liderar a la luz de la resurrección
La Pascua es nuestro mensaje y modelo de ministerio
La Pascua es uno de los grandes regalos y desafíos de la pastoral. Ningún otro día del calendario eclesiástico la iguala en cuanto a entusiasmo o presión.
En vísperas del domingo más concurrido del año, hay horarios apretados, reuniones extra, ensayos interminables, expectativas crecientes y un sermón perfecto que preparar.
Más tarde, al ver las publicaciones en las redes sociales de otras iglesias que hicieron algo más grande y mejor, puede ser difícil aferrarse a la maravilla de la resurrección.
De hecho, algunos pastores afirman sentirse agotados, decepcionados e incluso deprimidos en los días y semanas posteriores a la Pascua. Esta experiencia es lo suficientemente común como para tener un nombre: «depresión pos-pascual».
Parece haber una desconexión entre lo que predicamos el Domingo de Resurrección y cómo vivimos y lideramos después de terminar el servicio.
Jesús está vivo. ¿Cómo podríamos sentirnos desanimados?
————
Nuestra congregación tuvo dificultades para encontrar músicos durante sus primeros años como nueva iglesia. La mayoría de las semanas, teníamos un pianista clásico y un estudiante universitario que cantaba. Ninguno de los dos se habría descrito a sí mismo como líder de alabanza.
Estos voluntarios servían a la iglesia porque había una necesidad. En lugar de apreciar plenamente este regalo, me preocupaba si cada canción era funcional y cómo reclutar más voluntarios.
Por supuesto, fue el Domingo de Pascua cuando las cosas finalmente se desmoronaron.
Todavía no sé qué salió mal. Tal vez los dos voluntarios empezaron en el tono equivocado o confundieron la progresión de acordes, pero la canción de apertura de nuestro servicio de Pascua no salió como estaba previsto.
Tras un largo y torpe intento de recuperación, finalmente se detuvieron y volvieron a empezar la canción entera. Los asistentes se mostraron amables pero rieron con nerviosismo.
Todo pastor ha vivido momentos así. Pero como pastor joven, me sentí decepcionado. Si todo depende del liderazgo, supuse que este error me convertía en un fracasado.
Cuando la gente empezó a cantar de nuevo, sentí que Dios me hablaba: «Estás a punto de decirle a esta gente que he resucitado de entre los muertos, ¿y aun así te preocupas por una canción?».
Junto con una profunda convicción, sentí un renovado amor pastoral y gratitud por las dos hermanas que dirigían el culto. Estas voluntarias habían servido mejor que yo. Le pedí a Dios que me perdonara por haberlas tratado como accesorios en mi producción.
Qué cosa tan tonta es preocuparse a la luz de las Buenas Noticias de la Pascua. Con el tiempo me di cuenta de la lección más profunda: cómo lidero revela lo que realmente creo.
Creía en la Resurrección, pero aún no había permitido que moldeara mi liderazgo.
Creía en la Resurrección, pero aún no había permitido que moldeara mi liderazgo.
El pastor alemán Dietrich Bonhoeffer escribió: «Vivir a la luz de la resurrección, eso es lo que significa la Pascua. Si unas pocas personas lo creyeran de verdad y actuaran en consecuencia en su vida cotidiana, muchas cosas cambiarían».
La noticia de la resurrección de Jesús debería cambiar nuestra forma de vivir y de liderar. El lunes después de Pascua debería ser mejor por ello. La resurrección debería dar energía a nuestro trabajo y renovar nuestro sentido del propósito.
Nuestro llamado es proclamar la resurrección de Cristo todos los días, dentro y fuera de los muros de la iglesia. Pero, ¿qué significa realmente liderar a la luz de la Resurrección?
El liderazgo es notablemente difícil de definir. Teniendo en cuenta lo mucho que hablamos de él, es extraño que nos cueste articular qué es el liderazgo. Parece que la palabra se ha convertido en un cajón de recortes de sastre lleno de lecciones, principios y aforismos poco concretos.
Sin embargo, me inclino por la explicación de John Maxwell de que «un líder es alguien que conoce el camino, sigue el camino y muestra el camino».
En otras palabras, el liderazgo es vivir lo que realmente creo. La cuestión no es si soy un líder, ni siquiera lo bueno que pueda ser mi liderazgo. La cuestión es cómo mi liderazgo refleja o expone lo que realmente creo.
Un gran peligro para los líderes cristianos es predicar el camino de Cristo mientras lideran al estilo del mundo.
La resurrección no es solo una verdad teológica, sino una nueva forma de vivir y liderar. Al fin y al cabo, el hecho de que Jesús resucitara de la tumba supuso la legitimación de Su camino por encima de las leyes del mundo.
Líderes del primer siglo
Los testimonios de los Evangelios sobre la muerte y resurrección de Jesús incluyen a varias personas en posiciones de liderazgo, cada una con su propia manera de liderar. La fiesta de Pascua que llevó a Jesús a Jerusalén también atrajo a otros líderes.
Como sumo sacerdote, Caifás ocupó un lugar central en los acontecimientos de la semana. Tras una rápida sucesión de sacerdotes, muchos de los cuales sirvieron menos de un año, Caifás ocupó el cargo durante 18 años. Lo hizo equilibrando cuidadosamente los intereses, incluidos los de Roma.
Caifás supervisaba los sacrificios, las ceremonias y el flujo de fieles que entraban y salían del templo. Manejaba esas responsabilidades bajo la cuidadosa vigilancia de otro líder, Poncio Pilatos.
Pilatos no solía estar en Jerusalén. Prefería el antiguo palacio de Herodes el Grande, junto al Mediterráneo, en la ciudad helenizada de Cesarea Marítima.
Sin embargo, con miles de fieles inundando Jerusalén, Pilatos viajó hasta allí para garantizar el orden social y recordar a los judíos su dominio romano. Era agresivo en su uso del poder, recurriendo a la fuerza militar para mantener la paz. Fue la proclividad de Pilatos a la violencia lo que más tarde le costaría su puesto.
Otro líder que llegó a Jerusalén fue Herodes Antipas. No tenía autoridad directa sobre la ciudad, pero gobernaba la zona de Galilea, donde Jesús había centrado su ministerio anterior. Herodes llegó a Jerusalén para la Pascua y para cubrir todos los ángulos a fin de mantener su influencia y posición.
Tras la muerte de su padre, Herodes el Grande, el reino se había dividido en tres tetrarquías. Herodes Antipas solo recibió una parte de lo que había gobernado su padre, y cada vez más, Roma parecía dispuesta a recortar esos márgenes.
Confundido por las rebuscadas acusaciones que los judíos hacían contra Jesús, Pilatos buscó la opinión de Herodes en sus deliberaciones sobre el destino de Jesús. El historiador judío Josefo sugirió que esta cooperación entre los dos gobernantes fortaleció su relación de trabajo. Quizás Pilatos vio en el liderazgo de Herodes un espíritu afín.
Cada uno de estos hombres llegó a la Pascua con sus propios retos y estilo de liderazgo. Caifás mantuvo su posición mediante la pompa religiosa y la diplomacia política. Pilatos portaba el estandarte de Roma y comandaba sus legiones. Herodes trató de recuperar la influencia perdida y utilizar las relaciones con fines sociales y políticos.
Estos estilos de liderazgo no le resultaron extraños a Jesús. De hecho, Jesús los había encontrado durante su estancia en el desierto. Satanás tentó a Jesús para que saciara sus apetitos físicos abusando de su autoridad, para que llamara la atención arrojándose del templo y para que obtuviera poder en el mundo consintiendo el mal.
Estas tentaciones son tan antiguas como la naturaleza caída de la humanidad. Hoy en día, muchas personas lideran ostentando poder, buscando llamar la atención y comprometiendo su integridad.
La muerte de la ambición
Un líder emergente también estaba presente en Jerusalén: Pedro.
Pedro parecía tener un papel de liderazgo único entre los apóstoles, aunque solo fuera por su disposición a hablar y actuar antes que nadie.
Mientras los discípulos se acercaban a Jerusalén, todos pensaban en su lugar en el Reino venidero. ¿Quién de ellos sería el mayor (Marcos 9:34)? ¿Quién se sentaría a la derecha de Jesús (10:37)?
Mientras líderes como Caifás y Herodes protegían cuidadosamente el poder que ya poseían, los discípulos de Jesús subían el camino a Jerusalén soñando despiertos con tener poder en el futuro.
La madre de dos discípulos buscó mayor honor para sus hijos, lo que provocó que los demás refunfuñaran indignados (Mateo 20:20–24).
Jesús les recordó a todos: «No ha de ser así entre ustedes, sino que el que entre ustedes quiera llegar a ser grande, será su servidor, y el que entre ustedes quiera ser el primero, será su siervo; así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos» (versículos 26–28, NBLA).
Parece que este grupo aún no había asimilado las lecciones que Jesús les había estado enseñando. Anteriormente, Jesús había reprendido a los discípulos por querer que cayera fuego sobre aquellos que se les oponían (Lucas 9:54,55).
Y cuando Pedro trató de impedirle que hablara de los sufrimientos venideros, Jesús lanzó una de sus más duras reprimendas en los Evangelios: «¡Quítate de delante de Mí, Satanás! Me eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Mateo 16:23, NBLA).
Durante todo el tiempo que pasaron con Jesús, los discípulos seguían sin entender nada. Les costaba entender el estilo de Jesús.
Los discípulos no podían ver cómo Jesús los estaba liderando. Tenían en mente preocupaciones meramente humanas: los métodos del mundo y sus líderes. Al ver a Jesús clavado en la cruz, se dispersarían decepcionados y desilusionados.
Según Mateo 26:69, una sirvienta vio a Pedro y le dijo: «Tú también estabas con Jesús el galileo» (NBLA).
Pero Pedro se deshizo de la joven, diciendo: «No sé de qué hablas» (versículo 70, NBLA).
Presionado aún más, Pedro llegó a negar toda relación con Jesús (versículos 72, 74).
Cualquiera que fuera la visión que Pedro tenía de llegar al poder con Jesús en Jerusalén, ese sueño se había esfumado. Las ambiciones de Pedro, su visión del liderazgo y las expectativas que tenía de sí mismo murieron con Cristo.
El camino del liderazgo de la Resurrección comienza con la muerte de la ambición mundana.
El informe de la Resurrección
La iglesia a la que asistía cuando era niño organizaba cada año un espectáculo de Pascua que siempre me impresionó. Incluía un burro vivo y soldados con espadas realistas.
Pero el momento más dramático se producía cuando el escenario se oscurecía, la música empezaba a sonar y un pequeño rayo de luz aparecía en la parte de arriba de la tumba. A continuación, el haz de luz, cada vez más amplio, se movía en círculos como si atravesara la piedra. De la abertura salía humo y rayos de luz iluminaban el santuario.
Finalmente, la silueta de Jesús aparecía en la luminosa apertura mientras la música alcanzaba su crescendo. En este momento, la multitud siempre ovacionaba.
Todavía me sorprende que los relatos de los Evangelios sobre la resurrección de Jesús sean tan apagados en comparación. Hay elementos dramáticos, como ángeles radiantes y un terremoto (Mateo 28:2,3). Pero cuando el Señor resucitado aparece por primera vez en el Evangelio de Juan, María lo confunde con un jardinero cualquiera (Juan 20:14,15).
Los escritores de los Evangelios nunca intentan describir el momento en que Jesús irrumpe con fuerza y victoria. En su lugar, el misterio de la Resurrección se pone de manifiesto cuando las mujeres descubren la tumba vacía, los viajeros recorren el camino a Emaús y Jesús prepara un desayuno en la playa.
Los testimonios de los Evangelios sobre la muerte y resurrección de Jesús incluyen a varias personas en posiciones de liderazgo, cada una con su propia manera de liderar.
Es el acontecimiento más revolucionario de la historia de la humanidad, el momento que define todos los tiempos y la eternidad. La muerte sufre una aplastante derrota. Sin embargo, la buena noticia llega con detalles modestos.
Ese es el estilo de Jesús. Los Evangelios lo describen como un bebé, envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lucas 2:7); el Hijo del Hombre sin lugar donde dormir (Mateo 8:20); y un sirviente que lava los pies a Sus discípulos (Juan 13:4,5).
Jesús se enfrentó a la muerte con la misma postura humilde. Cuando Pedro le cortó la oreja a un hombre en un dramático intento de rescate, Jesús sanó compasivamente la herida (Lucas 22:49-51). En la cruz, Jesús oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34, NBLA).
Quizá no deba sorprendernos que, tras su resurrección, encontremos a Jesús asando pescado al fuego y restableciendo a Pedro (Juan 21:9–22).
La Resurrección no solo reivindica la identidad de Jesús como Hijo de Dios, sino también cómo vivió y lideró.
El ejemplo de liderazgo de Cristo triunfa sobre los estilos de Caifás, Pilatos, Herodes y los inquietos esfuerzos de sus propios discípulos.
¿Qué significa liderar a la luz de la Resurrección? Significa que Jesús debe ser nuestro modelo de liderazgo. Es la manera de actuar de Cristo, no la del mundo, la que conduce a la vida.
Una nueva visión
Resulta tentador pensar que el liderazgo es una ciencia. Del mismo modo que podemos calcular los movimientos planetarios y secuenciar genomas, parecería que, con suficiente estudio, podríamos dominar las leyes del liderazgo.
Aprender principios de liderazgo infunde confianza. Un líder proyecta una visión y luego se pone a trabajar, sacando provecho de las personas y los recursos para hacer realidad esa visión. Disponemos de infinidad de libros y recursos para aprender las disciplinas y perfeccionar la planificación estratégica.
Lo que falta es sorprendente: la sorpresa de la Resurrección.
Ninguno de los discípulos parecía haber hecho planes para la Resurrección de Jesús. En el Evangelio de Lucas, la primera conversación de Cristo sobre la resurrección fue con dos seguidores que estaban desanimados mientras se alejaban de Jerusalén.
Cuando Jesús se les unió, los hombres no lo reconocieron. De hecho, se sorprendieron de que pareciera desconocer su decepcionante noticia.
Le preguntaron a Jesús: «¿Eres Tú el único visitante en Jerusalén que no sabe las cosas que en ella han acontecido en estos días?» (Lucas 24:18, NBLA).
La ironía es extraordinaria.
No fue hasta que se detuvieron a comer y Jesús partió el pan cuando sus ojos fueron abiertos y por fin lo reconocieron. Inmediatamente se levantaron y corrieron de regreso a Jerusalén, diciendo: «Es verdad que el Señor ha resucitado» (versículo 34, NBLA).
Uno de los grandes regalos del pastorado es la sorpresa: la intervención inesperada, el movimiento imprevisto del Espíritu o el milagro de un corazón arrepentido.
La gente espera que los líderes lo sepan todo y tengan un plan para todo. La vulnerabilidad existe en lo desconocido.
Pilatos temía el susurro de una revuelta. Caifás temía una ruptura del sistema. Herodes temía una pérdida de influencia.
Incluso Pedro tenía miedo al rechazo, al sufrimiento y a la humillación. Pero esas fueron las mismas cosas que Jesús abrazó, y el camino que paradójicamente trajo nueva vida.
Desconfío de los líderes que creen tenerlo todo resuelto, ofreciendo un principio para cada problema. Por supuesto, también yo lucho contra mi propio deseo de soluciones rápidas.
Jesús calificó de «bienaventurados» a los pobres en espíritu, a los que lloran, a los humildes, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los pacificadores y a los perseguidos y calumniados a causa de su fe (Mateo 5:3–11). Ellos son los que reconocen y reciben el reino de Cristo.
La visión que Dios nos llama a articular no tiene que ver principalmente con presupuestos, voluntarios o edificios. Más bien, debemos señalar a la gente al Dios que hace surgir la vida sobre la muerte. Nuestra tarea es darles una visión de la extraordinaria sorpresa de la Resurrección.
La sorpresa de la Resurrección humilla nuestros planes y nos obliga a concentrarnos en lo que Dios está haciendo.
Liderar a la luz de la Resurrección significa ayudar a la gente a ver que las cosas no son como parecen, para que ellos también puedan decir: «Es verdad que el Señor ha resucitado…».
Una nueva influencia
En el centro de su mensaje de Resurrección estaba la promesa de Jesús de que vendría el Espíritu Santo. Jesús ascendería, pero enviaría el Espíritu a su pueblo.
El Espíritu vino cuando los 120 estaban reunidos en oración el día de Pentecostés (Hechos 1:14,15; 2:1,2). Llenos del Espíritu, todos comenzaron a hablar en otras lenguas (2:4).
Algunos espectadores respondieron con burlas, acusando a los discípulos de embriaguez (versículo 13).
Como era de esperar, fue Pedro quien se levantó para dirigirse a la creciente multitud, explicando que no estaban borrachos (versículos 14,15). Por el contrario, se trataba del cumplimiento de la profecía de Joel y la prueba de la resurrección de Cristo (versículos 16–39).
Pedro proclamó: «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen» (versículos 32,33, NBLA).
El apóstol Pablo escribió más tarde: «Pero si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de Su Espíritu que habita en ustedes» (Romanos 8:11, NBLA).
No debería sorprender que algunos de los presentes en Pentecostés no reconocieran ni celebraran el nacimiento de la Iglesia y el derramamiento del Espíritu. Jesús había dicho a sus discípulos que no todo el mundo los aceptaría a ellos ni a su mensaje.
En Juan 15:18 y 19, Jesús dijo: «Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a Mí antes que a ustedes. Si ustedes fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo».
Seguir a Jesús es, como mínimo, ser malinterpretado por el mundo. No todo el mundo aceptará el mensaje del Jesús crucificado y resucitado. Algunos lo criticarán, se burlarán de él, lo rechazarán y se opondrán.
La Resurrección ofrece una advertencia y una promesa. La advertencia es que debemos guardarnos de los métodos del mundo para buscar el poder y aprobación.
El llamado del pastor no es construir marcas o instituciones, diseñar plataformas personales o negociar la posición social. Por el contrario, debemos buscar el Espíritu de Dios, que es la promesa de la Resurrección.
Incluso en medio de las burlas del día de Pentecostés, Dios estaba obrando en los corazones. Cuando Pedro predicó con el poder del Espíritu, «se añadieron aquel día como 3,000 almas» (Hechos 2:41, NBLA).
Podemos buscar influencia a través de medios mundanos o a través del poder del Espíritu. Liderar a la luz de la Resurrección significa resistir la tentación de lo primero para experimentar todo el gozo de lo segundo.
Un nuevo propósito
Pedro se había perdido con la muerte de Jesús, pero había sido transformado por su Resurrección. Según la tradición de la Iglesia, Pedro fue crucificado cabeza abajo. Así lo pidió a sus verdugos porque se consideraba indigno de ser crucificado como Jesús.
En lugar de renunciar a Jesús una vez más, Pedro comprendió las cosas que se había perdido antes. Había encontrado al Señor resucitado, y eso lo cambió todo.
Pedro dedicó su vida al Evangelio, y sus escritos irradian la esperanza de la Resurrección.
Considera las palabras de Pedro a los pastores:
«Por tanto, a los ancianos entre ustedes, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada: pastoreen el rebaño de Dios entre ustedes, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que les han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño» (1 Pedro 5:1–3, NBLA).
No son tiempos fáciles para el ministerio en Estados Unidos. La asistencia a la iglesia está disminuyendo, la confianza en el clero está decayendo y muchos pastores se están quemando y abandonando.
A veces me pregunto si nuestro interés por el liderazgo surge de la incomodidad de ser simplemente pastores. De alguna manera, ser líder nos parece más relevante que ser pastores. Pedro nos recuerda que el núcleo de nuestra identidad como pastores está en pastorear
Podríamos caer en la tentación de pensar que la labor de pastorear ya no es importante. Después de todo, parece que la verdadera acción está en la política, los medios de comunicación, la tecnología, el espíritu empresarial o las finanzas.
La Resurrección de Cristo no es un simple mensaje, sino un modo de ver el mundo y de conducir a los hombres hacia su nueva realidad.
Puede que siempre haya sido así. Durante el siglo I, líderes como Pilatos parecían tener una influencia duradera. Pero más allá de los mencionados en la Biblia, ¿cuántos gobernantes romanos puede nombrar?
Sin embargo, personas de todo el mundo siguen reuniéndose para oír hablar de un galileo de Nazaret que se llamó a sí mismo el Buen Pastor (Juan 10). Y cada Pascua celebramos el acontecimiento más importante de la historia: la Resurrección de Jesucristo.
La verdadera acción rara vez está en esas cosas que atraen la atención del mundo. Los acontecimientos que cambian la eternidad para alguien ocurren todos los días, pero rara vez aparecen en las noticias.
Como pastores, hacemos este trabajo no porque sea prestigioso, sino porque Dios nos ha llamado. Es difícil, y no todo el mundo reconocerá su valor. Sin embargo, tenemos la seguridad de que un día participaremos «de la gloria que ha de ser revelada» (1 Pedro 5:1, NBLA).
Somos pastores porque creemos que la Resurrección es verdadera. Y si es verdad, las cosas del mundo ofrecen mucha menos esperanza que el Reino de Dios.
Liderar a la luz de la Resurrección significa recordar por qué es importante el ministerio. En lugar de obsesionarte con las narrativas cambiantes de nuestros días, encuentra el propósito de tu ministerio en la historia del pueblo de Dios y Su creación venidera.
Encuentra de nuevo a Cristo resucitado y deja que Él dé un nuevo sentido a tu vida y a tu trabajo pastoral.
Conocer el caminok
Si el liderazgo consiste en conocer el camino, seguirlo y mostrarlo, tenemos que vivir la Buena Noticia antes de predicarla.
No se puede mostrar el camino hasta que se conoce personalmente o se ha ido allí. Se puede hablar de la Resurrección. Podemos predicarla en la mañana de Pascua, y estoy seguro de que lo haremos, pero no dará su mejor testimonio hasta que sigamos el camino de la Resurrección en nuestra vida y en nuestro liderazgo.
La Resurrección de Cristo no es un simple mensaje, sino un modo de ver el mundo y de conducir a los hombres hacia su nueva realidad.
La Resurrección nos exige que sostengamos nuestras propias visiones sin rigidez y entrenemos nuestros ojos para ver lo que Dios está haciendo en todas las sorpresas inesperadas de la nueva vida. Nos guía hacia el Espíritu y sus dones, liberándonos de la tentación de buscar el favor o la aprobación del mundo.
Liderar a la luz de la Resurrección nos da una identidad vocacional basada en lo eterno. Proporciona un propósito más allá de lo que el mundo reconoce o busca.
A medida que se acerca la Pascua, puede esperar agendas apretadas y las mismas presiones de siempre en cuanto a producciones, servicios e invitados. Habrá reuniones que presidir, voluntarios que organizar y presupuestos que elaborar.
Pero en medio del ajetreo de esta temporada, no te saltes lo que predicas.
La resurrección es nuestro mensaje, pero también es nuestro camino. El camino de Cristo ha sido reivindicado sobre los caminos del mundo.
¡Jesús está vivo! Y Él nos llama a cada uno de nosotros a liderar a la luz de esa verdad.
Chase Replogle es pastor de Bent Oak Church (Asambleas de Dios) en Springfield, Missouri.
Este artículo aparecerá en la edición de primavera de 2025 de la revista Influence.
Influence Magazine & The Healthy Church Network
© 2025 Assemblies of God