Influence

 the shape of leadership

Acceso total

Dios nos da todo lo que necesitamos para el ministerio

Doug Clay on April 8, 2024

La primavera es la temporada de ordenaciones en las Asambleas de Dios. Cada año, tengo el privilegio de predicar en servicios de ordenación por toda nuestra fraternidad. Más que ceremonias, son momentos sagrados.

La ordenación es el reconocimiento público de un llamado divino al ministerio vocacional. Juan 15:16 subraya que Cristo mismo selecciona y nombra: «Ustedes no me escogieron a Mí, sino que Yo los escogí a ustedes, y los designé para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; para que todo lo que pidan al Padre en Mi nombre se lo conceda» (NBLA).

Jesús dirigió estas palabras a los apóstoles, por lo que este pasaje es especialmente relevante para los líderes del ministerio, aunque se aplica a todos los creyentes.

Nuestra Declaración de Verdades Fundamentales enfatiza el papel de liderazgo de los ministros ordenados:

Nuestro Señor ha provisto un ministerio que constituye un llamamiento divino y ordenado con el cuádruple propósito de dirigir a la iglesia en: (1) la evangelización del mundo, (2) la adoración a Dios, (3) la edificación de un cuerpo de santos para perfeccionarlos a la imagen de su Hijo, y (4) satisfacer las necesidades humanas con ministerios de amor y compasión (Artículo 11, énfasis añadido, citas bíblicas omitidas).

El llamamiento divino comienza con Cristo, no con nosotros. Además, el llamado no tiene que ver con nosotros ni con nuestro éxito temporal, sino con los propósitos de Dios. Por lo tanto, tiene un significado eterno cuando producimos frutos que permanecen.

La ordenación no tiene que ver con el estatus o la posición de un ministro. Tampoco es sólo una obligación confesional. Es una comisión para servir como agentes de Cristo, haciendo avanzar el reino de Dios.

Al tratarse de una misión divina, la ordenación precisa del poder divino.

Considere 2 Pedro 1:3–4, que es para todos los creyentes, incluidos los ministros ordenados:

«Mediante su divino poder, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para llevar una vida de rectitud. Todo esto lo recibimos al llegar a conocer a aquel que nos llamó por medio de su maravillosa gloria y excelencia; y debido a su gloria y excelencia, nos ha dado grandes y preciosas promesas. Estas promesas hacen posible que ustedes participen de la naturaleza divina y escapen de la corrupción del mundo, causada por los deseos humanos» (NTV).

Notemos el tiempo del verbo principal: ha dado. Es tiempo pasado. Ya tenemos acceso a todo lo que necesitamos para la misión: poder, promesa y propósito divinos.

 

Poder divino

Pedro caminó literalmente con Jesús, siendo testigo de su poder milagroso. Y junto con los demás discípulos, Pedro recibió poder para el ministerio (por ejemplo, Lucas 9:1; 10:19).

Ese mismo poder actúa ahora en nosotros (2 Pedro 1:3). No hay nada que necesitemos que no tengamos ya. La única interrogante es si usamos lo que Dios nos da.

Dios nunca promete más de lo que puede cumplir. Él tiene la integridad y la capacidad de cumplir lo que ha prometido.

El poder de Dios puede sustentarnos cuando sentimos deseos de rendirnos. El desánimo es un problema real en el liderazgo espiritual. Lo he visto matar más sueños ministeriales que los fracasos morales. Parte del trabajo del Espíritu Santo es dar ánimo.

Por supuesto, es posible resistirse a la obra del Espíritu (1 Tesalonicenses 5:19). No debemos permitir que eso ocurra. El único límite al poder divino es el espacio que le damos al Espíritu de Dios en nuestra vida.

Cuando ordenamos ministros, pedimos al Espíritu Santo que les capacite para el ministerio, reconociendo la necesidad de la asistencia divina.

A través de Cristo, Dios nos ha dado todo el acceso a Su poder. ¿Le ha dado a Dios acceso total a su vida y ministerio?

 

Promesas divinas

Dios no nos promete una vida fácil. Pero sí promete sostener la fe de quienes confían en Él, incluso en tiempos difíciles (2 Pedro 1:4; 2:9).

¿Cómo sabemos que las promesas de Dios se harán realidad? Porque el carácter de las promesas refleja el carácter de Aquel que las ha hecho.

Casi todos los versículos de las Escrituras contienen una promesa, explícita o implícitamente. Y Dios las cumple todas. Josué 21:45 dice: «No faltó ni una palabra de las buenas promesas que el Señor había hecho a la casa de Israel. Todas se cumplieron» (NBLA).

Pablo escribió en 2 Corintios 1:20, «Pues todas las promesas de Dios se cumplieron en Cristo con un resonante “¡sí!”, y por medio de Cristo, nuestro “amén” (que significa “sí”) se eleva a Dios para su gloria» (NTV).

Dios nunca promete más de lo que puede cumplir. Él tiene la integridad y la capacidad de cumplir lo que ha prometido.

Así como tenemos acceso total al poder de Dios, también tenemos acceso total a sus promesas en Jesucristo. La única interrogante es si aprovechamos ese acceso.

 

Propósito divino

Según 2 Pedro 1:4, Dios tiene un propósito para nuestra vida: que participemos «de la naturaleza divina».

Esto no significa que uno vaya a convertirse en un dios a nivel del ser. Significa que podemos llegar a ser como Dios a nivel del carácter, las acciones y los dones.

Dios quiere impregnar nuestra vida con la Suya. Puesto que «Dios es amor» (1 Juan 4:8), por ejemplo, Su amor debe impregnar tu disposición y tus acciones.

En nuestras vidas y ministerios, ¿estamos accediendo a toda la gracia de Dios en todo lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos?

De hecho, según Gálatas 5:22–23, un cristiano debe demostrar «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio» (NBLA).

Considere esta descripción de 1 Corintios 13:4–7: «El que ama tiene paciencia en todo, y siempre es amable. El que ama no es envidioso, ni se cree más que nadie. No es orgulloso. No es grosero ni egoísta. No se enoja por cualquier cosa. No se pasa la vida recordando lo malo que otros le han hecho. No aplaude a los malvados, sino a los que hablan con la verdad. El que ama es capaz de aguantarlo todo, de creerlo todo, de esperarlo todo, de soportarlo todo» (TLA).

Todos estos pasajes señalan cómo debe ser la vida de un seguidor de Cristo, y especialmente de un ministro ordenado.

También reflejamos a Dios en nuestros dones. Aquí, Dios se deleita en la variedad, porque no todo el mundo tiene los mismos dones espirituales (1 Corintios 12:4–11, 27–30).

Cuando uno comprende que Dios tiene un propósito individual para su ministerio, se libera de compararse con los demás y de tratar de ser como ellos.

Por el contrario, debemos recordar que la particularidad de nuestro ministerio es un don divino. Como dijo Pablo: «Pero por la gracia de Dios soy lo que soy y la gracia que él me concedió no se quedó sin fruto. Al contrario, he trabajado con más tesón que todos ellos, aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo» (1 Corintios 15:10, NVI).

Cualquier cosa que seamos lo hemos recibido por la gracia de Dios.

En nuestras vidas y ministerios, ¿estamos accediendo a toda la gracia de Dios en todo lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos?

 

Todo lo que pidan

Comencé enfatizando la primera mitad de Juan 15:16: «Ustedes no me escogieron a Mí, sino que Yo los escogí a ustedes, y los designé para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca» (NBLA). A través de la ordenación, Dios selecciona y nombra a los ministros para dirigir a su pueblo.

Permítanme terminar haciendo hincapié en la segunda mitad de ese versículo, que dice, «para que todo lo que pidan al Padre en Mi nombre se lo conceda» (NBLA).

Todo lo que pidan es una promesa muy audaz. Y podemos caer en la tentación de descartarla. Pero si relacionamos Juan 15:16 con 2 Pedro 1:3–4, podemos ver cómo Dios cumple Su propia promesa audaz.

Cuando damos al poder, la promesa y el propósito de Dios todo el acceso a nuestra vida (porque Él nos dio primero acceso a todas esas cosas), lo que pedimos es precisamente lo que Dios quiere que pidamos. No es de extrañar que Él prometa dárnoslo.

Como ministros ordenados, que esa apertura a Dios caracterice cada aspecto de nuestra vida y ministerio.

 

DOUG CLAY es el Superintendente General de las Asambleas de Dios en EE. UU.

 

Este artículo aparece en la primavera 2024 de la revista Influence.
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