Temas LGBT en una cultura posmoderna y poscristiana
Claves para dialogar sobre la sexualidad e identidad de género con la generación actual
Desde mi primer recuerdo, me sentí como un niño atrapado dentro de un cuerpo femenino. Mis padres pensaban que yo era solo una marimacho y que lo superaría con la edad, como la mayoría de las niñas. Pero para mí, esta no era una fase pasajera; era una obsesión. De alguna manera me sentía incompleta en mi propio cuerpo.
A los 9 años, escuché que existía una operación de cambio de sexo, y decidí que esa era la respuesta. Tan pronto como tuviera la edad y el dinero suficientes, cambiaría mi nombre a David, me cambiaría de sexo y viviría feliz para siempre, o eso pensaba.
En la secundaria, envidiaba a los chicos que me rodeaban cuando sus voces cambiaban y se convertían en todo lo que yo deseaba ser. Casi al mismo tiempo, descubrí que me atraían exclusivamente las chicas. Yo no elegí eso. No lo quería. Sin embargo, me sentí impotente para cambiarlo. Pronto caí en una depresión profunda.
No podía decirle a nadie lo que sucedía. Muy pocos hablaban de estos temas en la década de 1980. Pensé que la atracción por las chicas parecía razonable si realmente fuera un hombre atrapado dentro de un cuerpo femenino. Eso me convertía en un hombre heterosexual. Decidí que necesitaba aguantar y hacerme la operación de cambio de sexo, y todo mi mundo finalmente tendría sentido.
A finales de la secundaria, comencé a pensar en cómo se lo diría a mi familia. Tenía miedo de lo que pensarían mis padres, abuelos y vecinos. Decidí que tenía dos opciones. Podría huir, operarme y nunca volver a ver a mi familia, o podría renunciar a la operación y conservar a mi familia, incluso si me relegaba a una vida de desesperación suicida y a la soledad. Elegí esto último porque mi familia era todo lo que tenía. Nunca sentí que encajara, así que no tenía amigos cercanos y no quería vivir el resto de mi vida sola.
Decidí hacer lo que fuera necesario para pasar por una chica para que nadie adescubriera mi profundo y oscuro secreto. Me dejé crecer el pelo e intenté salir con chicos en la escuela secundaria, con la esperanza de que experimentar sexualmente con ellos despertara deseos sexuales dormidos. Sin embargo, no importa cuánto experimenté con los chicos, solo hizo que me sintiera mucho más celosa. Quería ser el hombre con la mujer, no la mujer con el hombre.
En mi tercer año de secundaria, experimenté una conversión genuina a Cristo. Pensé que todas mis luchas desaparecerían, pero no fue así. Aprendí rápidamente que la Iglesia no hablaba de asuntos sexuales desviados, así que necesitaba guardarme el secreto. Amaba a Jesús y quería seguirlo. Simplemente no sabía qué hacer con mis deseos prohibidos.
Viví una doble vida hasta mi último año en la universidad, cuando finalmente le confesé mis problemas al pastor del campus. Pensé que me echaría del grupo y me castigaría. En cambio, mi pastor dijo: “Gracias por compartir eso conmigo. Sé que requirió mucha valentía, y quiero que sepas que esto no cambia nuestra opinión sobre ti. Te amamos, vemos la mano de Dios en tu vida y te brindaremos la ayuda que necesitas”.
Si el pastor de mi campus hubiera respondido de otra manera, no estaría aquí hoy.
Esa conversación hace 26 años fue el primer paso en un viaje de transformación de 11 años. El proceso fue intensamente doloroso y complicado, y en varías ocasiones quise rendirme. A pesar de lo difícil que fue, no cambiaría ese viaje por nada, porque ahí es donde llegué a conocer a Jesús y su amor inquebrantable por mí.
Mientras Jesús andaba conmigo en medio de mi caos, Él sanó profundas heridas en mi corazón que contribuyeron a mi creencia errónea de que es mejor ser un hombre que una mujer. Jesús se encontró con la sed profunda de mi corazón por el amor femenino, que estaba en la raíz de mi atracción por el mismo sexo.
En vez de ser un problema sexual, mi atracción por las mujeres se desarrolló como resultado de un déficit emocional-relacional de relaciones amorosas femeninas. Con el tiempo, el deseo de esas relaciones amorosas se sexualizó. Además de los encuentros directos con el Señor para llenar mi sed de amor, Dios también usó relaciones saludables con las mujeres en el cuerpo de Cristo para sanar mi corazón.
Hoy estoy contenta con mi cuerpo femenino y ya no me atraen las mujeres. Si hubiera crecido en el mundo actual de afirmación gay, el resultado podría haber sido diferente.
Aunque no era cristiana cuando experimenté por primera vez la atracción por personas del mismo sexo, tenía la sensación intuitiva de que esos deseos estaban mal. Afortunadamente, la convicción de Dios combinada con las normas sociales me impidió mutilar mi cuerpo para igualar los deseos desordenados de mi corazón.
En contraste, los adolescentes de hoy escuchan constantemente que los deseos sexuales desordenados son naturales y que no solo deben ser aceptados, sino celebrados. Lamentablemente, esto ha puesto a los líderes cristianos a la defensiva, sin saber cómo abordar la sexualidad y la identidad de género.
A pesar de mi experiencia, abordar los temas LGBT en una cultura posmoderna y poscristiana es un desafío. Creo que hay cuatro claves para dialogar sobre la sexualidad y la identidad de género con esta generación:
- Empieza por la relación.
- Aborda la sexualidad desde una perspectiva holística.
- Aborda los falsos constructos de orientación sexual e identidad de género.
- Comparte historias de transformación.
La relación
Como misionera de Chi Alpha en un campus universitario, estoy inmersa en una cultura poscristiana que rechaza la verdad absoluta y presume que los cristianos son hipócritas. No es un lugar seguro para hablar sobre la sexualidad bíblica.
Para que me escuchen, necesito presentar la verdad de una manera que los no creyentes puedan recibirla. En vez de hacer que las afirmaciones de la verdad sean mi punto de partida, empiezo por invertir en relaciones y generar confianza.
La relación auténtica contradice el estereotipo de que los cristianos son hipócritas y no son dignos de confianza. Cuando los no creyentes experimentan el amor de Cristo en el contexto de la relación, se crea un lugar seguro para dialogar sobre temas más profundos como la sexualidad. Es imperativo conectarse con el corazón antes de conectarse con la cabeza.
Esta generación no está interesada en conocer las "reglas" de la sexualidad bíblica. Han crecido en una cultura diversa que afirma la ideología LGBT y supone que las personas nacen homosexuales o transexuales. Desde su perspectiva, se siente cruel decirle a alguien que no puede actuar según sus deseos aparentemente innatos. En su mente, el amor es amor y el sexo consensuado no hace daño a nadie.
No quieren saber que la práctica homosexual está mal; quieren saber por qué. Si Dios es bueno, ¿por qué crearía a alguien gay o transexual y les diría que es un pecado actuar según sus inclinaciones naturales? Un enfoque holístico de la sexualidad aborda eso.
Lo holístico
Por muy tentador que sea comenzar el diálogo con textos bíblicos de prueba sobre la práctica homosexual, estos solo abordan las “reglas” de la sexualidad sin explicar el por qué detrás de ellas. Para responder al por qué, comience con la Persona de Dios, su carácter y naturaleza, y su propósito para la sexualidad en lo que respecta al evangelio.
Empiezo explicando que Dios existe como Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas, pero un solo Dios, en una comunidad divina de amor santo. Todo lo que Dios hace está motivado por el amor, y el propósito del evangelio es invitarnos a tener una relación eterna con Él. Esto hace que la relación con Dios sea el punto de partida, en vez de reglas impersonales.
Reduzco el diálogo a tres aspectos de Dios: 1) Él es un ser creativo que creó el universo y gobierna de manera amorosa sobre todo; 2) Él es un ser relacional que desea una relación de amor con nosotros; 3) Él es tres personas distintas, pero un Dios unificado. En otras palabras, Dios existe como unidad en la diversidad.
Dios no creó el sexo con reglas en mente; Él creó el sexo como una expresión de su carácter y naturaleza y el tipo de relación que quiere tener con nosotros.
Continúo explicando que Dios nos hizo a su imagen (Génesis 1:26-27). Somos seres pro-creativos. Así como Dios nos creó y gobierna sobre el universo, nos llama a multiplicarnos y gobernar sobre la tierra (Génesis 1:28). Somos seres relacionales diseñados para vivir en comunidad, no en aislamiento (Génesis 2:18). Existimos como unidad en la diversidad: unificados en nuestra humanidad, pero diversos en nuestra sexualidad como seres humanos masculinos y seres humanos femeninos que reflejan la imagen de Dios (Génesis 1:27).
El matrimonio humano es simplemente una sombra del matrimonio definitivo entre Cristo y su Novia, la Iglesia, que es la culminación del evangelio. Las mismas características antes mencionadas están presentes en nuestra relación con Jesús. Cuando venimos a Cristo, somos una nueva creación (2 Corintios 5:17). Jesús desea una relación íntima con su Novia (1 Corintios 6:17; Efesios 5:32). Estamos unificados con Jesús en nuestra humanidad, pero distintos de Él en que Él es Dios y nosotros no.
El diseño de Dios para el sexo y el matrimonio refleja su carácter y naturaleza y su mayor deseo de estar unido a su Novia. Dios no creó la sexualidad como una lista de reglas a seguir, sino como una expresión de quién Él es y cómo quiere relacionarse con nosotros. Eso resuena con una generación que valora la relación sobre las reglas.
Debido a que Dios diseñó la sexualidad para reflejar su carácter y el tipo de relación que quiere tener con nosotros, prohíbe cualquier acto sexual que no refleje esa realidad. En aras de la explicación, me resulta más fácil comenzar con la unidad en la diversidad, luego pasar a la relacionalidad y luego a la procreatividad.
Primero, Dios prohíbe cualquier práctica sexual que no refleje la unidad en la diversidad. Por lo tanto, el divorcio queda fuera del diseño intencionado de Dios porque va en contra de la unidad. Dios prohíbe la práctica homosexual porque no incluye la diversidad: dos hombres o dos mujeres representan la unidad en la igualdad, no la unidad en la diversidad. Precisamente por eso está prohibida la práctica homosexual. No refleja el carácter y la naturaleza de Dios, ni refleja el matrimonio definitivo de Cristo y su Novia, la Iglesia.
En segundo lugar, Dios prohíbe cualquier práctica sexual que no refleje su amor relacional. Por esta razón, la única relación sexual aceptable es un pacto de por vida entre un hombre y una mujer, que refleja el pacto eterno de Dios con nosotros. Por eso la Escritura prohíbe el adulterio, en el cual no hay pacto.
La Escritura prohíbe cualquier acto sexual que no tenga capacidad de procreación. Una unión homosexual no puede cumplir con el mandato de la creación de multiplicarse, en paralelo con el mandato del evangelio de hacer discípulos espirituales que se reproduzcan y llenen la tierra con seguidores de Cristo. Esto no quiere decir que aquellos que no pueden procrear, parejas infértiles, parejas mayores y solteros no casados, no reflejan el evangelio.
Debido a que vivimos en un mundo caído, algunas parejas enfrentan la infertilidad. Sin embargo, eso no entra en la misma categoría que una unión entre personas del mismo sexo, en la que la procreación es fundamentalmente imposible. Una pareja infértil puede buscar un médico especialista en fertilidad para explorar las posibilidades médicas de la concepción, mientras que una pareja del mismo sexo no puede concebir la vida entre ellos en ninguna circunstancia. Una pareja heterosexual que no concibe o no puede procrear aún se alinea con el diseño de Dios, ya que representan el tipo de relación que tiene la capacidad de procreación.
Si bien las parejas casadas reflejan el amor de pacto exclusivo de Dios, sería inapropiado que una persona soltera formara un pacto exclusivo con cualquier individuo. Más bien, están llamados a experimentar relaciones platónicas con todos, reflejando el amor inclusivo de Dios.
Por lo tanto, todos tenemos la capacidad de imaginar el amor de Dios al mundo que nos rodea, pero la única manera aceptable de unión sexual consiste en un hombre y una mujer en un matrimonio de por vida que representa la unidad en la diversidad, la relación de alianza y el potencial para la procreación. Si bien puede haber personas que eligen ser eunucos por el bien del Reino, eso no cambia el diseño de Dios para la sexualidad más para una persona sola, como yo, que aún no se ha casado.
Una perspectiva holística ayuda al no creyente a comprender que todo acerca de nuestra sexualidad está diseñado para señalar el carácter y la naturaleza de Dios y las buenas nuevas del evangelio.
No se trata de seguir una lista de reglas; se trata de imaginar a nuestro Creador trino y relacional. Dentro de ese paradigma, no existe la orientación sexual o la identidad de género, sino solo hombres y mujeres creados a imagen de Dios. Sin embargo, para comunicarnos de manera eficaz con la generación actual, debemos abordar los conceptos falsos de la orientación sexual y la identidad de género.
La identidad
Las Escrituras nunca hablan de orientación sexual o identidad de género porque, en el diseño de Dios, el sexo biológico sirve como determinante de la sexualidad.
Dios diseñó a los varones biológicos para que se identificaran como hombres, se presentaran como hombres y se sintieran atraídos por las mujeres. Diseñó a las mujeres biológicas para que se identificaran como mujeres, se presentaran como mujeres y se sintieran atraídas por los hombres. Si alguno de ellos no está alineado, eso no es un indicador de una sexualidad alternativa que deba celebrarse; es un indicador de que las áreas del alma (mente, voluntad y emociones) no están alineadas con el diseño creacional de Dios (cuerpo).
Insistir en que el alma de uno no necesita alinearse con el cuerpo de uno es una forma de gnosticismo, una creencia falsa que busca divorciar el alma del cuerpo.
Mi propio proceso de transformación involucró la sanidad de heridas en mi alma para que mi ser interior se alineara con mi cuerpo dado por Dios. Requirió despojarme del viejo yo y de las mentiras que creía que dieron lugar a deseos engañosos, renovar la actitud de mi mente y dar un paso hacia lo que Dios me creó para que fuera (Efesios 4:22-24).
En vez de adaptarme al patrón de este mundo, incluidas las falsas construcciones de la orientación sexual y la identidad de género, experimenté la transformación al renovar mi mente para alinearme con la Palabra y el diseño de Dios para mi sexualidad. Puede parecer simple, pero el proceso tomó años, ya que nuestra sexualidad está profundamente entrelazada con nuestras experiencias pasadas y creencias del corazón.
Historias de transformación
Una de las maneras más poderosas de llegar a esta generación de mentalidad subjetiva y orientada a los sentimientos es a través de narrativas. Además de compartir la gran narrativa de cómo nuestra sexualidad refleja el carácter y la naturaleza de Dios, comparta historias de cómo personas anteriormente identificadas como homosexuales o transexuales han experimentado la transformación.
Las Escrituras enseñan que vencemos al enemigo por la palabra de nuestro testimonio y la sangre de Cristo (Apocalipsis 12:11). Dos documentales de calidad que recomiendo son Such Were Some of You [Así eran algunos de ustedes], de Pure Passion Media, que narra las historias de docenas de hombres y mujeres que fueron homosexuales, y TranZformed, que comparte las historias de 15 personas ex-transgénero que han sido transformadas por Jesús. Ambos son gratuitos en YouTube.
No forzaría esos documentales a personas que abrazan la ideología LGBT. Sin embargo, si conoces a alguien que está cuestionando sinceramente su sexualidad y buscando respuestas, puede ser de aliento escuchar a otras personas que han recorrido ese camino y experimentado la transformación a través de Jesucristo.
Hablar de la sexualidad y la identidad de género con la generación actual puede ser una tarea abrumadora, pero también es una invitación a pensar en el diseño genial de Dios para el sexo a través de la lente holística del evangelio. Dios no creó el sexo con reglas en mente; Él creó el sexo como una expresión de su carácter y naturaleza y el tipo de relación que quiere tener con nosotros.
Nuestra sexualidad apunta hacia el glorioso misterio del evangelio, que culmina en la unión entre Cristo y su Esposa, la Iglesia. Para ayudar a esta generación a comprender esa realidad, comience con la relación, aborde la sexualidad desde una perspectiva holística, aborda los falsos constructos de la orientación sexual y la identidad de género y comparte historias de transformación.
Cuando mantenemos a Jesús y el evangelio en el centro de nuestra conversación, podemos ofrecer claridad y esperanza a una generación que lo necesita desesperadamente.
Linda Seiler es una ministra ordenada de las Asambleas de Dios y se desempeña como Especialista Nacional de Campo de Chi Alpha, capacitando a líderes estudiantiles y misioneros en asuntos de teología aplicada y cultura. También es miembro de la junta de ReStory Ministries, y proporciona recursos a las AD para abordar la homosexualidad y la identidad de género.
Este artículo aparece en la edición de septiembre/octubre de 2020 de la revista Influence.
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