Influence

 the shape of leadership

Nacido (De Nuevo) en los Estados Unidos

Como personas del Espíritu, ¿cómo debemos pensar en los inmigrantes, extranjeros y otras personas que son diferentes a nosotros?

Una vez un amigo me pidió que nombrara mi día festivo favorito. Creo que esperaba que dijera navidad o semana pascua. Después de todo, soy profesor de una universidad bíblica. Pareció sorprenderse cuando le dije que era el 4 de julio.

Tal vez los fuegos artificiales en el verano me hacen recordar de mi inminente cumpleaños a finales de julio. Pero más allá de eso, hay algo especial en este día festivo, cuando los estadounidenses de todos los orígenes, razas y etnias se unen juntos en unidad para celebrar el cumpleaños de nuestro país.

Nacido y criado en los Estados Unidos, yo crecí en una familia que cree en el servicio. Mi abuelo fue marinero. Mi padre es un contratista militar de la marina. Mi madre ha trabajado para el Servicio de Inmigración y Cumplimiento de Aduanas de los EE.UU. por más de 30 años. Yo había planeado enlistarme en el ejército o seguir una carrera en el servicio civil, hasta que entregué mi vida a Cristo y respondí a su llamado al ministerio.

Aunque soy estadounidense y mi lengua materna es el inglés, también soy Chicano, Mexicano-Estadounidense. Esto es tan parte de mi vida y herencia como mi identidad estadounidense. Sin embargo, es en esta identidad interseccional donde experimento el mayor conflicto, no solo entre mis identidades étnicas y nacionales, sino también con mi comprensión pentecostal y teológica de la vida cristiana.

A veces me pregunto: ¿Qué significa teológicamente haber nacido en los Estados Unidos? ¿Cómo nuestra identidad -siendo pentecostales y estadounidenses- moldea o influye nuestras nociones de nacionalidad y etnicidad y nuestras opiniones sobre aquellos que son extranjeros?

Como tantos otros, amo a este país porque representa libertad y la democracia para toda la gente, no solo para sus ciudadanos, sino para todo el mundo. América es un lugar donde cualquier persona, independientemente de su origen, puede tener éxito trabajando muy duro. En esta tierra de oportunidades, realmente podemos luchar por un mejor futuro.

Pero cuando hablamos de ser estadounidense en la sociedad global y racialmente dividida de hoy, esto significa cosas diferentes para diferentes personas. Me he dado cuenta con creciente preocupación de que la defensoría de una identidad nacional puede patrocinar inadvertidamente la desensibilización o incluso la deshumanización de otras personas que no se parecen ni hablan como aquellos en nuestros vecindarios.

Como personas del Espíritu, ¿cómo debemos pensar de los que no son estadounidenses? ¿Debería nuestra experiencia pentecostal influir en la forma de cómo vemos a los inmigrantes, extranjeros y otras personas que son diferentes a nosotros?

Me duele ver la hostilidad que enfrentan muchas personas en los Estados Unidos, especialmente las minorías y los inmigrantes. De acuerdo con el FBI, de los 7,175 delitos por odio reportados en el 2017 (el año disponible y más reciente para esta estadísticas), el 60 por ciento aproximadamente tenía motivaciones raciales o étnicas.

Por supuesto, estos problemas no son exclusivos de nuestra cultura estadounidense o de nuestro tiempo en toda la historia. Ellos representan un antiguo problema de pecado. Podemos rastrear los estereotipos y las descripción de los extranjeros hasta la antigüedad, cuando los escritores griegos idearon teorías para explicar por qué los extranjeros se veían diferentes.

Hipócrates razonó que los terrenos blandos producen personas débiles y que aquellos que residen en climas severos son más valientes e inteligentes. Platón y Aristóteles fueron un paso más allá, adelantando la idea de que Atenas estaba divinamente situada en una región perfecta, produciendo personas griegas que poseían la mayor sabiduría sobre la tierra.

Más tarde, el escritor romano Marco Vitruvio afirmaba de manera similar que "las razas de Italia son las más perfectamente constituidas" tanto en la "forma corporal como en la actividad mental." Y Dionisio de Halicarnaso, quien vivió durante el nacimiento de Cristo, decía que los romanos no habían nacido de los bárbaros sino que eran descendientes de Troya.

Estas perspectivas les dieron a los griegos y romanos la percepción de que eran más inteligentes y más fuertes que los demás. El lugar de nacimiento de una persona en el mundo antiguo era algo más que una ubicación geográfica. Llevaba connotaciones de inferioridad o superioridad.

Así también era en Israel. Los gentiles podían, y en ocasiones se convirtieron, al judaísmo, pero esto no significaba que las relaciones desde el nacimiento se volvieran irrelevantes. Shaye Cohen, profesora de literatura hebrea de la Universidad Harvard, señala que la escritura rabínica refleja la posición inferior que los gentiles tenían en la sociedad judía, donde el rastrear el linaje de Abraham, Isaac y Jacob era muy importante. La ubicación de su nacimiento, su identidad extranjera y su ascendencia no judía mantuvieron a los gentiles de Israel en gran parte dentro de los márgenes sociales.

Me gustaría poder decir que hoy hemos superado tales divisiones. Sin embargo, no podemos negar que muchas personas todavía desprecian a los que se ven como extranjeros. Si sea que las diferencias sean geográficas, étnicas, raciales, socioeconómicas o políticas, las fracturas relacionales persisten. Y cuando estas fracturas aparecen en nuestras iglesias, ellas no nos dejan funcionar como el cuerpo unido de Cristo que fue la intención de Dios. ¿Cómo abordamos esto como líderes ministeriales? Las palabras de Jesús en Juan 3 ayudan a iluminar el camino.

Nacido del Espíritu

Incluso Jesús sabía lo que era sentirse cuestionado debido a su misión y carácter basados en cosas como sus lazos familiares o su ciudad natal (Mateo 13:55; Juan 1:46). Sin embargo, Nicodemo el fariseo vino a Jesús en la noche y le confesó: "Sabeemos que has venido de Dios como maestro." (Juan 3:2).

En respuesta a ello, Jesús le dijo: " De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” (versículo 3).

Esta declaración lo tomó de sorpresa a Nicodemo. "¿Cómo puede alguien nacer siendo viejo?", preguntó (versículo 4).

Jesús afirmó nuevamente que "que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios." (versículo 5).

Juntas, las palabras "nacimiento" y "nacido" aparecen ocho veces en el diálogo. Los eruditos han ofrecido varias opiniones sobre por qué Jesús eligió esta metáfora. Pero yo creo que revela una verdad que es fácil de pasar por alto en este pasaje: Jesús desafió los privilegios de nacimiento y las ideologías étnicas del mundo antiguo.

La participación en el reino de Dios no es una cuestión de linaje.

En un momento en que las tradiciones judías chocaban con las teorías greco-romanas de nacimiento e identidad, Jesús cruzó las líneas divisorias para construir su iglesia. Al leer sus palabras a Nicodemo con esto en mente, el llamado de Jesús para la renovación espiritual también se convierte en un llamado para la inclusión.

La participación en el reino de Dios no es una cuestión de linaje. De hecho, requiere un cambio de identidad, un nuevo namiento, no uno físico, sino aquel que es "del Espíritu.” (Juan 3:8).

Este lenguaje justifica el lugar de los extranjeros en la familia de Dios. Ofrece una fuerte defensa para incluir a aquellos que no tienen un linaje judío, herencia o reclamo de tierras. Rompe las barreras que elevan a algunos y dejan de lado a otros. Como el apóstol Pablo escribió más adelante, “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.” (Gálatas 3:28-29).

Esta fue una idea revolucionaria, tanto teológica como culturalmente. Como señaló el difunto erudito bíblico Bruce Malina, los ancestros históricos desempeñaron un papel importante en la configuración de las identidades de las personas en el mundo antiguo. Desde el nacimiento, la etnia de una persona, el nivel de prestigio familiar y la herencia ancestral determinaban su lugar en la sociedad.

Sin este entendimiento, podemos pasar por alto las implicaciones de las palabras de Jesús a Nicodemo en Juan 3, y el poder de la declaración de Juan en el capítulo 1: "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (versículos 12-13).

En el mundo antiguo, el nacimiento incluía una recepción real de privilegios, herencia y prestigio. La gente a menudo veía a cualquier persona que no había nacido de la misma familia y tierra como una amenaza extranjera para la comunidad. Trataban a los extranjeros con sospecha, temiendo sus prácticas y costumbres, así como la posibilidad de la nupcialidad mixta. Existía la presuposición de que los extranjeros amenazaban la estabilidad y la solidaridad étnica de la comunidad.

A medida que el evangelio se difundió a fines del primer siglo, los apóstoles compartieron el mensaje de Jesús de que los gentiles podrían venir a ser parte de la familia de Dios únicamente a través de un nacimiento del Espíritu. Fue, y es, una declaración profunda y de gran alcance. "Nacer de nuevo" no es solo un cliché o eslogan para ponerla en una camiseta. Es la obra del Espíritu que nos hace nuevas creaciones y nos une a Cristo.

Un llamado a la acción

Cuando Jesús habló con Nicodemo sobre la necesidad de "nacer del Espíritu", éste fue un argumento de inclusión. Nicodemo tenía que tomar una decisión. Sus privilegios ancestrales y estado de membresía no le concedían la entrada automática al reino de Dios. La buena noticia es que Dios amó tanto al mundo que creó un camino para que "quien crea" recibiera la vida eterna (Juan 3:16).

Las palabras de Jesús desafiaron la comprensión de Nicodemo hacia los demás y su relación con ellos. Ellas deberían también desafiar nuestros pensamientos.

Jesús proclamó un nuevo linaje espiritual que desestabiliza todos los privilegios humanos de nacimiento. Para los lectores del evangelio del primer siglo, este tuvo implicaciones importantes. Los samaritanos, romanos y griegos aprendieron que su relación con Cristo definía su identidad por encima de todo. Y a través del Espíritu, se convertían en miembros de la misma comunidad.

Juan 3 ciertamente también tiene implicaciones hoy para nosotros. Como líderes pentecostales, ésta nos desafía a cultivar comunidades que tengan una comprensión expansiva de lo que significa llamarse hijos de Dios. La actividad de nacimiento del Espíritu otorga derechos y privilegios del Reino a todos los que acuden a Jesús.

Podemos estar orgullosos de nuestra identidad estadounidense y celebrar su historia y herencia mientras les recordamos a las personas que este orgullo nunca debe convertirse en una excusa para la hostilidad o el desprecio hacia los demás.

Una perspectiva eterna nunca defiende la ubicación y los privilegios del nacimiento humano a expensas de nuestro común nacimiento del Espíritu. La exclusión de otros por su raza, nacionalidad o identidad étnica se opone a lo que Jesús enseñó. Por eso debemos seguir llamando al racismo como pecaminoso.

Nuestras iglesias pentecostales deberían ser lugares donde las personas de diversos trasfondos se sientan como en casa. Les estamos dando la bienvenida a todas las personas porque el Espíritu les está dando la bienvenida a todas las personas.

El mensaje que proclamamos es el mismo que Jesús compartió con Nicodemo: la necesidad de nacer de nuevo por el poder transformador del Espíritu. Este evangelio convoca a todas las personas a un Reino que siempre reemplazará los privilegios y derechos culturales.

Hay muchas cosas buenas sobre esta nación que han creado la oportunidad para que el evangelio se extienda por todo el mundo. Pero durante los momentos difíciles en que nuestras libertades y oportunidades no sean experimentadas igualmente, debemos ser cautelosos sobre nuestros amores y lealtades.

Debemos recordar que el evangelio que predicamos no tiene fronteras ni límites.

Y nunca debemos olvidar que la xenofobia, el racismo y la exclusión no son meramente erróneos por el bien de la moral; son ideologías destructivas que producen división y animosidad hacia aquellos a quienes el Espíritu ha abrazado y procura dar a vida nueva.

Muchos problemas y desafíos presionan a la iglesia, aún mientras continúan los debates nacionales sobre inmigración, globalización y política exterior. Pero podemos contar con esto: el Espíritu que ha dado a luz al pueblo de Dios a lo largo de las edades es el mismo Espíritu que sigue dando a luz al pueblo de Dios en todas las naciones. Y nosotros somos parte de esta diversa comunidad espiritual.

Escuchemos en las palabras de Jesús para Nicodemo un llamado para recordar nuestra identidad como creyentes nacidos de nuevo.

Rodolfo Galván Estrada III, un ministro con credenciales de las Asambleas de Dios, es director de acreditación y profesor adjunto del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Fuller en Pasadena, California.

Este artículo apareció originalmente en la edición Julio/Agosto 2019 de la revista Influence.

RECOMMENDED ARTICLES
Don't miss an issue, subscribe today!

Trending Articles





Advertise   Privacy Policy   Terms   About Us   Submission Guidelines  

Influence Magazine & The Healthy Church Network
© 2025 Assemblies of God