Jesús cuenta con nosotros
Cómo mantener el rumbo en el ministerio del evangelio
Imagina a un asesor publicitario del siglo I ofreciéndose a ayudar a Jesús a promover su resurrección.
«¿Así que te vas a presentar ante el emperador en Roma?», pregunta el asesor. «¿Y también ante el Sanedrín en Jerusalén? Por favor, dime que al menos te presentarás ante Pilato».
El Señor resucitado dice que se apareció a sus seguidores y familiares, pero el asesor señala que los discípulos lo abandonaron, y algunos de sus parientes dudaron de él.
«Les he pedido que hablen de mí y de lo que hice por ellos», responde Jesús. «Quienes escuchen la buena noticia también la compartirán, y mi historia se extenderá hasta los confines de la tierra».
Escéptico, el asesor pregunta: «¿Qué pasará si se cansan? ¿Y si quienes vengan después se olvidan? ¿Y si no mantienen vivo el testimonio? ¿Cuál es tu plan B?».
«No tengo otro plan», dice Jesús. «Cuento con ellos».
Jesús sigue contando con sus seguidores para continuar la obra de reconciliar al mundo consigo mismo. Nosotros somos los portadores de la Gran Comisión.
En medio de las tinieblas y la violencia de esta era, es fácil preguntarse si una misión que demanda tal valor perdurará. La reacción natural es retirarse y esperar días mejores.
Pero Dios no ha llamado a la Iglesia a retirarse. Nuestra misión es difundir el evangelio, no a pesar de las tinieblas, sino mediante la fe en un Salvador que ya las ha vencido.
Jesús dijo que el fin de los tiempos sería difícil. «Habrá tanta maldad — advirtió —, que el amor de muchos se enfriará» (Mateo 24:12).
En 2 Timoteo 3:1, el apóstol Pablo también dijo: «Toma en cuenta que en los últimos días vendrán tiempos difíciles».
Pablo añadió: «La gente estará llena de egoísmo y avaricia; serán jactanciosos, arrogantes, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, insensibles, implacables, calumniadores, libertinos, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traicioneros, impetuosos, vanidosos y más amigos del placer que de Dios» (versículos 2–4).
Esto no es una especulación pesimista, sino una visión profética y una descripción precisa del mundo actual. Sin embargo, Jesús declaró: «Y este evangelio del reino se predicará en todo el mundo como testimonio a todas las naciones; entonces vendrá el fin» (Mateo 24:14).
Cuando el mundo se oscurece, la luz del evangelio brilla con más fuerza.
La oposición no es un desafío nuevo. En el libro de los Hechos, los líderes de la iglesia enfrentaron encarcelamiento, azotes, lapidación e incluso la ejecución.
A medida que se acerca el fin de esta era, también aumenta la urgencia apremiante de la misión de la Iglesia. La guerra espiritual se ha desatado en todo el mundo. Los misioneros enfrentan un intenso antagonismo, y la ventana de oportunidad en algunas naciones parece estar cerrándose.
En estos tiempos turbulentos, los ministros del evangelio deben mantener el rumbo reconociendo la necesidad, comprendiendo el método y sometiéndose a la autoridad de Dios.
Reconocer la necesidad
Romanos 10:13,14 afirma: «porque “todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”. Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien predique?».
Millones de personas en todo el mundo tienen poco o ningún conocimiento del evangelio.
Grupos lingüísticos enteros todavía no han sido alcanzados. Estas poblaciones no tienen una Biblia impresa en su lengua materna, ni una iglesia en su comunidad, ni nadie que les hable de Jesús.
Incluso en los Estados Unidos, muchos caminan en ceguera espiritual, anhelando la esperanza que solo Cristo puede ofrecer.
Hay una necesidad universal de obreros que estén dispuestos a ver el mundo a través de los ojos de Dios; un mundo con abundantes campos con fruto maduro, listos para la cosecha.
Comprender el método
Antes de ascender, Jesús dejó instrucciones claras y una promesa: «Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:19-20).
Nuestra misión
es difundir el evangelio, no
a pesar de las tinieblas, sino mediante la fe
en un Salvador
que ya las ha
vencido.
Más que evangelizar, Jesús exige discipulado. Cuando formamos discípulos, nos unimos a sus caminos espirituales, les enseñamos acerca de Dios y su Palabra, y los capacitamos para formar a otros como discípulos.
El plan de Cristo son las misiones, y su método es la multiplicación. Cuando Jesús toca el corazón de una persona, el impacto se extiende a cientos más mediante el empoderamiento del Espíritu Santo.
Jesús prometió a sus discípulos un Paráclito sobrenatural; les dijo: «Cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, hasta en los confines de la tierra» (Hechos 1:8).
El Espíritu nos empodera, nos guía y orienta, nos convence, crea unidad en medio de la diversidad y sostiene a los creyentes cuando el cansancio y el agotamiento nos sobrepasan.
Entender que nuestra misión es hacer la obra de Dios mediante el poder del Espíritu Santo debería llenarnos de humildad, esperanza y hambre.
Nos embarga una sensación de humildad al pensar que no podemos salvarnos a nosotros mismos ni a nadie más. Sin embargo, por muy débiles que nos sintamos, tenemos la esperanza de que el Espíritu de Dios nos fortalece. Anhelamos una renovada plenitud del Espíritu, y reconocer su presencia continua es imperativo para la misión.
Someternos a la autoridad de Dios
El comienzo de la Gran Comisión que menos se conoce es Mateo 28:18: «Jesús se acercó entonces a ellos y dijo: —Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra».
La autoridad de Cristo es el fundamento de nuestra misión: la Gran Comisión. Jesús, el Soberano Gobernante de toda la creación, garantiza que la misión no puede fracasar.
Las naciones surgirán y caerán, los gobiernos restringirán el acceso al evangelio y perseguirán a quienes lo predican, y las culturas podrán resistirse a las buenas nuevas, pero el evangelio avanzará.
Apocalipsis 7:9 ofrece una hermosa visión de hacia dónde se dirige esta misión: «Después de esto miré y apareció una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con ropas blancas y con ramas de palma en la mano».
Lo que comenzó con la formación de la Iglesia en Hechos culminará en una gloriosa reunión de los redimidos de todo el mundo alabando a Jesucristo y adorándolo en Su trono.
Nuestra respuesta
Jesús no tiene otro plan. Él nos ha encomendado a nosotros Su misión.
Esta es una gran responsabilidad, pero no debe agobiarnos. Al contrario, debe despertarnos. No somos meros espectadores de la historia del evangelio, sino participantes en ella. Nos ha sido entregado el testimonio, y debemos correr la carrera mientras aún haya tiempo.
La oscuridad que se cierne nos recuerda por qué debemos seguir propagando la luz del evangelio.
Mientras esperamos el regreso de Cristo, mi oración a Dios es que confirme en ustedes su llamado a la valentía, la fidelidad y la dedicación inquebrantable para cumplir la Gran Comisión.
Doug Clay es el superintendente general de las Asambleas de Dios en Estados Unidos.
Este artículo aparece en la edición de otoño de 2025 de la revista Influence.
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