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 the shape of leadership

Una visión bíblica de la comunidad

La unidad en la diversidad fue idea de Dios

Renea Brathwaite on April 24, 2024

Soy inmigrante. Llegué a Estados Unidos hace más de 30 años procedente de un país donde el color de mi piel se confundía con el de la mayoría de mis coetáneos, mi forma de hablar era la norma y mi cultura era invisible.

Todo esto era tan ubicuo como el aire que respiraba: vital, pero imperceptible para mí. Sin darme cuenta, experimentaba el privilegio de pertenecer a la cultura dominante.

Había diversidad. Después de todo, mi instituto atraía a extranjeros de todo el mundo.

Supuse que había igualdad. Parecía que todo el mundo tenía las mismas posibilidades de éxito. Como muchos otros, consideraba que la educación era el gran ecualizador.

Sin duda, éramos inclusivos. ¿O no?

Recuerdo que me sorprendió que un estudiante internacional inteligente de mi escuela tuviera problemas con la sección de matemáticas de un examen estandarizado. Una serie de preguntas sobre probabilidades dependía de que los que hacían el examen supieran cuántas cartas había en una baraja. Lo que para mí era un conocimiento común, para él era difícil de entender y limitaba su capacidad de tener éxito.

Por primera vez me di cuenta de que mi identidad cultural me ayudaba a mí y excluía a otros. Yo estaba dentro, lo que significaba que también había otros que estaban fuera. Rara vez utilizábamos términos como diversidad, equidad o inclusión, pero este incidente sigue influyendo en mi percepción de estos conceptos.

Las cosas cambiaron para mí cuando aterricé en Nueva York el 22 de diciembre de 1992. De repente, era un forastero en una tierra extraña.

Como un hombre negro, sufrí el tipo de discriminación del que había oído hablar pero que había descartado como exageraciones. Agentes de policía y detectives de las tiendas me seguían. En los ascensores y en el metro, las mujeres me tenían miedo. Tuve problemas para conseguir un taxi. En una ocasión me detuvieron injustamente y me trataron como a un delincuente.

En un esfuerzo por encajar, cambié mi forma de hablar y de vestir. Sin embargo, seguía sintiéndome no sólo como un intruso, sino como un despreciado. Parecía que el negro no era bello. Era inferior e incluso criminal. El negro era otro.

Gracias a Dios, esa no fue toda la historia. Encontré una iglesia que nos acogió a mi esposa y a mí, comprendió nuestros problemas y nos nutrió.

Amigos cristianos y no cristianos de diferentes razas, etnias y nacionalidades nos proporcionaron el apoyo emocional y la ayuda práctica que necesitábamos para navegar por las complejidades de la vida en Estados Unidos.

De cada una de estas experiencias aprendí lecciones que llevo conmigo hasta el día de hoy.

A algunos les eriza la piel cualquier mención de “diversidad, equidad e inclusión.” Consideran que ese lenguaje es irremediablemente político o incluso corrupto. Sin embargo, los líderes del movimiento por los derechos civiles, de quienes surgió esta expresión, hacían referencia a las Escrituras y consideraban que su labor promovía el Evangelio.

A nivel fundamental, la idea de una comunidad diversa, equitativa e inclusiva es bíblica. Al fin y al cabo, Dios nos llama a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (sin tener en cuenta las diferencias), a cuidar de los marginados y a proclamar la Buena Nueva a todos.

Jesús dijo que nuestro amor mutuo debe ser tan evidente que todos sepan que le pertenecemos (Juan 13:35). En un mundo profundamente dividido, la iglesia tiene la oportunidad de despolitizar el lenguaje del amor y la justicia, demostrar la visión de Dios sobre la comunidad y tender puentes de compasión.

 

Granos de la verdad

Hay tres razones por las que debatir estas cuestiones es controvertido hoy en día.

En primer lugar, nos hemos vuelto extremadamente polarizados. Muchos se adhieren a un binario simplista que insiste: “Mi bando es el bueno y el otro es el malo.”

Desde esa perspectiva, todo lo que crea la otra parte debe ser malo. Esta forma de pensar obstaculiza nuestra capacidad para entablar un diálogo amable y encontrar puntos en común.

En segundo lugar, a muchos creyentes les preocupa que la presión cultural para aceptar todo y a todos socave las afirmaciones morales del cristianismo. Es una preocupación válida. Sin embargo, podemos defender la verdad bíblica y, al mismo tiempo, representar a Cristo ante un mundo por el que Él murió para dar salvación.

En tercer lugar, términos como diversidad, equidad e inclusión significan cosas diferentes para cada persona. Sin embargo, no hay que tirar el grano con la paja.

Como inmigrante, ministro y director de diversidad de una universidad cristiana, creo que podemos aceptar nuestras diferencias y tratarnos unos a otros con respeto sin comprometer nuestra fe. De hecho, deberíamos liderar el camino a la hora de acoger a todo tipo de personas y amarlas como hizo Jesús.

Bajo la envoltura de palabras quizás demasiado usadas hay granos de verdad bíblica que la iglesia debe preservar para permanecer fiel a su llamado, como en una mazorca de maíz. Esto es especialmente importante para una fraternidad como la nuestra, que hace hincapié en el derramamiento del Espíritu «sobre toda carne» (Joel 2:28; Hechos 2:17) y que representa a un cuerpo de creyentes extraordinariamente variado y comprometido a nivel mundial, formado por más de 150 naciones.

Nunca debemos perder de vista las raíces de nuestro movimiento en la misión de la calle Azusa de Los Ángeles, situada a solo unas manzanas del barrio Skid Row (N. del T.: el mayor asentamiento de personas sin hogar de EE.UU.) durante el período “Jim Crow” (N. del T.: término peyorativo para los afroamericanos; grupo de leyes que imponían la segregación racial) y dirigida por William Joseph Seymour, un afroamericano descendiente de esclavos.

Teniendo en cuenta nuestros orígenes en el lado pobre y peligroso del pueblo, en las Asambleas de Dios deberíamos ser defensores de la diversidad, la equidad y la inclusión bíblicas.

 

Diversidad bíblica

La diversidad consiste en dar cabida a todo tipo de personas. Incluye la consideración de rasgos como la raza, la etnia, la nacionalidad y el sexo biológico.

Desde la flora hasta la fauna, el mundo natural demuestra que la diversidad forma parte del diseño de Dios. Y las Escrituras revelan que su plan redentor es para todas las personas, para cualquiera que esté dispuesto a aceptar el regalo gratuito de la salvación.

Cuando Dios llamó a Abraham, tenía en mente bendecir «todas las familias de la tierra» (Genesis 12:3, NBLA).

El apóstol Pablo desarrolló este tema en Gálatas 3, explicando que en Cristo, los gentiles «que son de la fe son bendecidos con Abraham, el creyente» (versículo 9, NBLA).

De forma aún más radical, Pablo dijo, «No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús» (versículo 28, NBLA).

En un mundo profundamente dividido, la iglesia tiene la oportunidad de despolitizar el lenguaje del amor y la justicia, demostrar la visión de Dios sobre la comunidad y tender puentes de compasión.

En otras palabras, la diversidad de la Iglesia no debe socavar su unidad. Todo cristiano forma parte de la comunidad que Cristo estableció.

Así lo expresa Primera de Corintios 12:12–14:

«Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero, todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres. A todos se nos dio a beber del mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos» (NBLA).

Esta visión de una Iglesia diversa pero unificada alcanza su gloriosa culminación en el Apocalipsis, cuando una multitud «de todas las naciones, tribus, pueblos, y lenguas» adora ante el trono de Dios (7:9, NBLA).

En toda la Biblia brilla la intención misionera de Dios. La Buena Nueva es para «todas las naciones» (Mateo 28:19, NBLA). Independientemente de nuestras diferencias, cualquiera que crea en Jesús puede experimentar la vida eterna (Juan 3:16). Este es el significado bíblico de la diversidad.

Tras su encuentro con Dios en la azotea, Pedro declaró: «Ciertamente ahora entiendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación el que le teme y hace lo justo, le es acepto» (Hechos 10:34–35, NBLA).

Si Dios acoge en su reino a todo tipo de personas, nosotros debemos acogerlas como hermanos y hermanas.

La diversidad no es una consideración tardía de Dios. Siempre ha formado parte de su plan.

En Cristo encontramos auténticamente «un solo cuerpo y un solo Espíritu, (…) una misma esperanza (…), un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos» (Efesios 4:4–6, NBLA). Sin embargo, tenemos muchos tipos de personas. Hay diversidad en la unidad y unidad en la diversidad: singularidad y diferencia.

 

Equidad bíblica

La equidad es una expresión de la justicia que implica crear oportunidades para que todos prosperen.

Un mentor y colega explicó la equidad en términos de sus dos nietos. Cada uno de ellos tiene necesidades especiales. Tratar a estos niños de la misma manera sería inútil, ya que sus necesidades son muy diferentes. Ignorar lo que cada niño necesita en nombre de la equidad implicaría no atender las necesidades de ninguno de los dos.

Considere otra analogía. Supongamos que regala a cada miembro de su congregación un par de zapatos talla 10, sin tener en cuenta el tamaño real del pie de ninguno de ellos. Podría decirse que ha tratado a todos por igual, pero ¿se han beneficiado todos por igual?

A pesar de la generosidad y las buenas intenciones, a muchas personas no les servirían los zapatos. Incluso quienes calzaran un 10 podrían encontrar el estilo o el ajuste inadecuados para sus necesidades.

Imagine lo diferente que sería el resultado si simplemente se preguntara a cada persona qué necesita. El mismo gasto podría producir resultados mucho más satisfactorios.

Esto ilustra la diferencia entre igualdad y equidad. Intentar tratar a todos por igual resulta frustrante para muchos.

En las Escrituras vemos descripciones de la equidad en acción. Dios estableció medidas especiales de protección para los marginados de la sociedad, en particular los inmigrantes, los huérfanos, las viudas y los pobres. Consideremos las siguientes disposiciones legales del Antiguo Testamento:

  • Prohibición de oprimir a los inmigrantes (“extranjeros”) (Éxodo 23:9).
  • Mandamiento de tratar a los inmigrantes con amor (Levítico 19:34; Deuteronomio 10:19).
  • Permiso para que los necesitados puedan rebuscar comida en los campos (Levítico 23:22).
  • Cuidado de los indigentes y protección contra la explotación (Levítico 25:35–36).
  • Prohibiciones contra el trato inhumano o injusto de poblaciones vulnerables (Deuteronomio 24:17; 27:19).

Obsérvese que estas disposiciones se referían a las necesidades de determinados grupos. Los ricos no podían espigar en los campos, pero sólo porque no tenían necesidad de hacerlo. La equidad impide que a los marginados se les pase por alto, no se les tenga en cuenta o se les descuide.

En un mundo de avaricia, crueldad y egocentrismo, el cuidado de los vulnerables siempre ha sido una característica distintiva del pueblo de Dios. Por ejemplo, Proverbios 29:7 dice: «El justo se preocupa por la causa de los pobres, pero el impío no entiende tal preocupación» (NBLA).

Isaías 10:1–2 pronuncia ayes contra aquellos que «publican edictos opresivos», «privan de sus derechos a los pobres» y «no les hacen justicia a los oprimidos» (NVI).

Miqueas 6:8 expone las expectativas de Dios para sus seguidores en términos inequívocos y memorables: «Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?» (NBLA).

El Nuevo Testamento se hace eco de este énfasis sobre la equidad en la acción, conectándola con la sinceridad de la fe.

Según Santiago 1:27, «La religión pura y verdadera a los ojos de Dios Padre consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas en sus aflicciones, y no dejar que el mundo te corrompa» (NTV).

Santiago también prohíbe el favoritismo (lo contrario de la equidad o la justicia): «Por supuesto, hacen bien cuando obedecen la ley suprema tal como aparece en las Escrituras: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”; pero si favorecen más a algunas personas que a otras, cometen pecado. Son culpables de violar la ley” (Santiago 2:8–9, NTV).

Estos textos revelan que la comunidad de fe tiene la responsabilidad de cuidar de sus miembros, independientemente de su estatus socioeconómico o etnia. Los cristianos deben demostrar el amor de Cristo practicando la equidad bíblica.

El libro de los Hechos muestra cómo vivía esto la primera comunidad cristiana. Lucas describe así la Iglesia naciente de Jerusalén:

«Y se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración. Sobrevino temor a toda persona; y muchos prodigios y señales se hacían por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno» (Hechos 2:42–45, NBLA).

No se trataba de un sistema forzado, sino de un sentido compartido de identidad cristiana y amor sacrificial. Lucas relaciona estas características con la obra del Espíritu y la gracia de Dios entre los creyentes:

«Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos; todos fueron llenos del Espíritu Santo y proclamaban la palabra de Dios sin temor alguno. Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían. Los apóstoles, a su vez, con gran poder seguían dando testimonio de la resurrección del Señor Jesús. La gracia de Dios se derramaba abundantemente sobre todos ellos, pues no había ningún necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas o terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas y lo entregaban a los apóstoles para que se distribuyera según la necesidad de cada uno» (Hechos 4:31–35, NVI).

Se trata de una koinōnia, o fraternidad cristiana. En tal comunidad, la realización de la obra de Dios en la vida de los creyentes debería contribuir al florecimiento de cada miembro.

La fidelidad a las Escrituras exige prestar atención a los pobres y desfavorecidos entre nosotros.

Sin embargo, Lucas no se abstiene de describir los problemas que surgieron. En Hechos 5, denuncia las acciones poco éticas de Ananías y Safira. Tratando de atribuirse la gloria, esta pareja mintió y violó el espíritu de generosidad de la comunidad.

Además, en Hechos 6, las viudas de la minoría de habla griega experimentaron una distribución desigual de la ayuda. No hay explicación de por qué ocurrió esto, pero la experiencia nos dice que es fácil que un grupo mayoritario subestime o ignore las necesidades de las minorías.

Cualquiera que fuera la causa, los líderes se comprometieron seriamente con el problema una vez que tomaron conciencia de él. Propusieron una solución equitativa, sensible, honrosa y agradable para toda la comunidad.

A la vista de este estudio bíblico, sería difícil para cualquier creyente excluir la equidad de un lugar central en la agenda cristiana. La fidelidad a las Escrituras exige prestar atención a los pobres y desfavorecidos entre nosotros.

Nuestro objetivo, por tanto, debe ser promover sistemas eficaces que demuestren que creemos en nuestra humanidad compartida y que estamos comprometidos con la prosperidad de todos. Esto forma parte de nuestro testimonio.

Como relata Lucas en su resumen del episodio de la distribución desigual, «Así que el mensaje de Dios siguió extendiéndose. El número de creyentes aumentó en gran manera en Jerusalén, y muchos de los sacerdotes judíos también se convirtieron» (Hechos 6:7, NTV).

 

Inclusión bíblica

El término “inclusión” también requiere una explicación y un marco bíblico.

Algunos interpretan que la inclusión significa que Dios, y por extensión la iglesia, debe aceptar a todo el mundo, independientemente de su creencia o adhesión a las verdades, valores y conductas cristianas.

Esta definición problemática de la inclusión suele dejar poco espacio para la transformación espiritual y ética que enseñan las Escrituras. En esencia, el mensaje de este tipo de inclusión es: “Ven tal como eres; quédate tal como estás.”

Pero la Biblia es clara en este punto. Aunque el llamado a ser cristiano es universal, la verdadera fe en Cristo resulta en un nuevo nacimiento y una nueva orientación espiritual, alineando a los creyentes con la voluntad de Dios.

No existe tal cosa como un cristiano que no se arrepiente. Buscar el perdón y renunciar al pecado son precursores de la plena aceptación en la familia de Dios. Por lo tanto, la respuesta de los que responden al llamado de Dios debe ser el reconocimiento y la aceptación de los aspectos en los que su vida no está a la altura de las demandas de Dios.

Pedro capta tanto la naturaleza inclusiva del evangelio como el requisito no negociable del arrepentimiento:

«El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Pedro 3:9, RVR1995).

Dentro de la iglesia, inclusión se refiere al proceso continuo y deliberado de crear la cultura, las prácticas, los sistemas y el entorno que faciliten la máxima participación y el florecimiento de todos sus miembros.

Como dice Pablo en Romanos 12:5, «Así pasa con nosotros, somos muchos, pero todos formamos un solo cuerpo en nuestra relación con Cristo. Como parte de ese cuerpo, cada uno pertenece a los demás» (PDT).

Por tanto, buscamos la forma de que toda la comunidad participe en la vida y la misión de la Iglesia. En términos bíblicos, esto es hospitalidad (Romanos 12:13, 1 Pedro 4:9).

La hospitalidad es una generosidad de espíritu que nos permite ser amables y encantadores. Cuando somos hospitalarios, reflejamos la preocupación de Dios por todos, y a través de esta atención a la apertura, preparamos espacios intencionales para que nuevos miembros se unan a nuestra comunidad.

En otro sentido, inclusión significa ser una comunidad que acoge continuamente a sus diversos miembros y sus perspectivas, ideas y dones piadosos.

La analogía de Pablo en 1 Corintios 12:12–31 es sobresaliente. Cada persona del cuerpo de Cristo tiene un papel único que desempeñar en la misión de la Iglesia. Un miembro no puede decir a otro: «No te necesito» (versículo 21). «Al contrario, los miembros del cuerpo que parecen más débiles son indispensables» (versículo 22, NVI).

Nos necesitamos unos a otros. De hecho, la palabra griega allélón (que significa “el uno del otro” o “los unos a los otros”) aparece al menos 100 veces en el Nuevo Testamento. Este concepto es el núcleo de la inclusividad cristiana.

Otra imagen que Pablo utiliza para describir la inclusión y la unidad es la de un templo:

«Así que ahora ustedes, los gentiles, ya no son unos desconocidos ni extranjeros. Son ciudadanos junto con todo el pueblo santo de Dios. Son miembros de la familia de Dios. Juntos constituimos su casa, la cual está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas. Y la piedra principal es Cristo Jesús mismo. Estamos cuidadosamente unidos en él y vamos formando un templo santo para el Señor. Por medio de él, ustedes, los gentiles, también llegan a formar parte de esa morada donde Dios vive mediante su Espíritu» (Efesios 2:19–22, NTV).

Efesios describe una comunidad cristiana interconectada, orgánica y unida a Cristo, en la que cada creyente se nutre y apoya amorosamente.

«Más bien, al hablar la verdad en amor, creceremos en todos los aspectos en Aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo, estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen, conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor» (Efesios 4:15–16, NBLA).

Cuando proporcionamos espacios inclusivos para el diverso cuerpo de Cristo, se genera salud y crecimiento. La variedad de dones, perspectivas y experiencias, todas ellas impulsadas por el Espíritu Santo, hacen que el todo sea mayor y más vibrante que la suma de las partes.

Al ser inclusivos, en todos los aspectos bíblicos de esta palabra, preparamos el terreno para que la Iglesia cumpla su misión de discipular a las naciones (Mateo 28:19).

 

Gracia y verdad

Desde un punto de vista bíblico y entendidos correctamente, la diversidad, la equidad y la inclusión (y el trabajo para lograr estos objetivos) no son los enemigos que a veces nos pintan.

De hecho, una vez que pelamos la mazorca, podemos encontrar cada grano de verdad dentro de una cosmovisión cristiana. Yo, por mi parte, no puedo imaginar ninguna iglesia cristiana que esté vitalmente conectada con Jesucristo que no acoja la diversidad, busque la equidad o incluya de forma significativa a aquellos a los que Dios llama.

Como fraternidad global e intergeneracional de creyentes llenos del Espíritu, debemos seguir pensando bíblica y críticamente sobre asuntos como estos. Se requiere valentía, pero tenemos que mantener una voz amable, profética y convincente en medio de la desinformación, la falta de unidad y la polarización.

Que sigamos siendo fieles y amorosos mayordomos de la misión de Cristo. Que, con la ayuda del Espíritu Santo, podamos seguir el ejemplo de nuestro Señor hablando tanto con gracia como con verdad (Juan 1:14).

 

Renea Brathwaite es decano de la Facultad de Teología y Ministerio y director de diversidad de Vanguard University, en Costa Mesa, California.

 

Este artículo aparece en la primavera 2024 de la revista Influence.

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