Un mandato bíblico a solidarizarse

La Escritura exige tener compasión por los vulnerables

Allen Griffin on March 2, 2022

Mi primera experiencia de ayudar a niños en cuidado adoptivo temporal no fue por decisión propia. Mientras yo crecía, mi familia hospedó a 26 niños en adopción temporal. Recuerdo haber pensado en cierto momento: ¿Por qué tenemos que hacer esto? ¿Por qué no hay otra persona que ayude?

Sin embargo, a medida que maduré, el resentimiento dio lugar a la aceptación y al amor. Llegué a ver a mi creciente familia como una bendición y no como una carga.

Cuando Dios creó a los primeros seres humanos, les dijo: «Sean fructíferos y multiplíquense» (Génesis 1:28). Adán y Eva tuvieron hijos de quienes nacieron las naciones del mundo. Todos estaba conectados por una ascendencia en común. Pero en seguida surgieron las rupturas familiares. El pecado corrompió las relaciones humanas, trajo división, disfunción, aislamiento y marginalización.

Sin embargo, Dios continuó revelando su amor y compasión por todas las personas. Desde las leyes del Antiguo Testamento hasta la enseñanzas de Jesús y sus seguidores en el Nuevo Testamento, la Escritura llama constantemente a cuidar de los menos afortunados en la sociedad. La ley del Antiguo Testamento estableció una serie de mandamientos acerca del cuidado de los más vulnerables, en especial de los huérfanos, las viudas, los inmigrantes y los pobres.

La Biblia con frecuencia describe a los huérfanos como personas sin padre. La mayoría de las sociedades patriarcales tenían poca consideración por los niños sin padre e incluso a veces los esclavizaban. Las viudas eran vulnerables al abuso y a la pobreza. A un extranjero sin conexiones en la comunidad o sin familiares le habrá resultado difícil comerciar y ganarse la vida. Y los pobres corrían el riesgo de todo tipo de maltrato, incluyendo los préstamos predatorios.

La Palabra de Dios fomenta la consideración consciente, el comercio equitativo y el trato solidario de los vulnerables. Dios ordenó a los israelitas a que cada tres años recolectaran el diezmo de la cosecha de todo un año y se lo dieran «al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda» (Deuteronomio 26:12). También se les prohibía cobrar intereses a los miembros más pobres de su comunidad (Éxodo 22:25).

Dios mismo es defensor de las poblaciones vulnerables (Deuteronomio 10:17-19, Jeremías 22:16). Y advirtió que aquellos que las maltrataran o que ignoraran su situación difícil corrían peligro de ser juzgados (Éxodo 22:22-24, Jeremías 5:28-29). Nuestro Padre celestial promete escuchar el clamor de la gente vulnerable y ponerse de su lado.

En el Nuevo Testamento, Jesús introdujo dimensiones de relaciones que dejaron atónitos a sus oyentes. En vez de considerar a sus seguidores como meros servidores, Jesús los declara sus amigos (Juan 15:14-15). Aun más impactante, también los llamó su familia: «Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mateo 12:50).

El sacrificio de Jesús sobre la cruz nos permite llegar a ser parte de la familia de Dios. Jesús estableció su reino con un entendimiento de que, como familia, deberíamos cuidar a otros como lo harían los parientes.

Jesús presentó reiteradas veces el concepto de familia espiritual. Llamó «hija» a la mujer que fue sanada de una hemorragia (Mateo 9:22). Desde la cruz, Jesús le pidió a Juan que cuidara de su madre (Juan 19:26-27), a pesar de que Juan no era un pariente. Jesús demostró que aquellos que sirven a Dios son familia y a ellos se les debe mostrar un cuidado compasivo. Este tipo de cuidado empieza en la casa de Dios y se extiende más allá de las fronteras de nuestra fe.

Nuestra adopción en
la familia [de Dios]
nos recuerda incluir
a aquellos que son diferentes de nosotros en nuestro ámbito de servicio compasivo.

El Señor instruyó a sus seguidores a que cumplieran la Ley y la enseñanza de los profetas amando a Dios con todo su corazón y con toda su mente y alma, y amando a su prójimo como a sí mismos (Marcos 12:30-31).

Jesús ilustró el principio del amor al prójimo en la parábola del buen samaritano (Lucas 10:25-37). El pueblo judío estaba acostumbrado a servir a los suyos de acuerdo a su Ley pero, con esta parábola, Jesús extendió la responsabilidad de ellos. Él describió una situación donde los líderes religiosos no ayudaron a una persona que había experimentado la injusticia.

Jesús enseñó que amar a nuestro prójimo debería impulsarnos a ir más allá de toda frontera racial, religiosa, cultural, congregacional y de género. Nuestra compasión debe extenderse a aquellos que están fuera de nuestra comunidad eclesial.

El apóstol Pablo compartió su entendimiento de la aceptación universal de Dios de la humanidad en su carta a los Romanos. Usó el principio de adopción para describir la salvación. Dios valora e incluye a toda la humanidad en su plan de redención, salvando a todos lo que acuden a Él en fe y transformándonos a nosotros para llegar a ser sus hijos. Nuestra adopción en su familia nos recuerda incluir a aquellos que son diferentes de nosotros en nuestro ámbito de servicio compasivo. Debemos ir más allá de nosotros mismos a un mundo al que Dios tanto ama.

El deseo de Dios por compasión es innegable. El mandato claro de Jesús acerca de cuidar a los vulnerables debería motivarnos a atender a las necesidades de los niños en el sistema de cuidado adoptivo temporal.

En el Antiguo Testamento, la Ley que Dios dio a Israel exigía justicia y compasión. En el Nuevo Testamento, la descripción que hace Jesús de la compasión a través de las parábolas nos guía a cuidar de aquellos que están fuera del marco de nuestra fe y de las paredes de la iglesia. La enseñanza del apóstol con respecto a la salvación, a través de la metáfora de la adopción, revela el deseo de Dios de que su pueblo acepte a aquellos que son ajenos a nuestra cultura o no forman parte de ella.

Cuidar de otras personas estaba entre las actividades que siguieron de inmediato al encuentro con el Espíritu Santo en el aposento alto el día de Pentecostés. Los creyentes estaban dedicados a la enseñanza de los apóstoles y a la fraternidad. Comían juntos, oraban juntos e incluso vendían sus propiedades y posesiones para proveer a los necesitados (Hechos 2:42-47). 

Hechos 4:33-35 dice «La gracia de Dios se derramaba abundantemente sobre todos ellos, pues no había ningún necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas o terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas y lo entregaban a los apóstoles para que se distribuyera a cada uno según su necesidad». ¿Sucede eso entre nosotros? ¿Son nuestras congregaciones tan generosas que no hay entre nosotros necesitados?

Las necesidades de los vulnerables van mucho más allá de las preocupaciones económicas. Ellos tienen necesidad de compañerismo y familias. La Escritura nos guía a considerar la necesidad y responder a ella. Dios quiere que los veamos a ellos como parte de nuestra familia.

Santiago 1:27 dice: «La religión pura y sin mancha delante de Dios nuestro Padre es esta: atender a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y conservarse limpio de la corrupción del mundo».

La palabra que se traduce por «religión» viene del griego threskos. Este término, usado pocas veces, puede describirse mejor como una ceremonia religiosa, es decir, como una demonstración pública de una convicción interior. Una reflexión teológica sobre el mandato escritural de ayudar de manera enérgica, generosa y compasiva a todos los sectores de la comunidad nos fuerza a actuar. Debemos obedecer el mandato de Dios con entusiasmo y creatividad para servir a los más vulnerables de nuestra sociedad y cuidar de ellos.

Allen Griffin, D.Min., es pastor principal de Winston-Salem First Assembly of God en Winston-Salem, Carolina del Norte.

Este artículo aparece en la invierno 2022 de la revista Influence.

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