Donde el cielo y la tierra se encuentran

Los seis altares de un ministerio de oración eficaz

Rick DuBose on July 19, 2023

Cuando la mayoría de las personas de la iglesia, al escuchar el nombre de Daniel, piensa en un foso de leones, yo lo asocio con la oración. Lo que realmente distinguía a Daniel era su inquebrantable compromiso con la oración.

En su juventud, al vivir en el exilio, Daniel padeció las presiones de una cultura y un gobierno paganos, contrarios a su fe. Sin embargo, nada pudo persuadir a Daniel para que dejase de orar. Considere la reacción de Daniel tras la emisión del decreto del rey Darío que prohibía la oración:

«… fue a su casa [Daniel] y se arrodilló como de costumbre en la habitación de la planta alta, con las ventanas abiertas que se orientaban hacia Jerusalén. Oraba tres veces al día, tal como siempre lo había hecho, dando gracias a su Dios» (Daniel 6:10, ntv).

Quizás Daniel hubiese podido orar en silencio y en privado, con la ventana cerrada, y nadie se habría percatado. No obstante, Daniel estaba determinado a buscar a Dios sin recato, sin importar el costo.

No es sorprendente que las oraciones de Daniel conmovieron el cielo. Años más tarde, mientras Daniel ayunaba y buscaba a Dios, un ángel se le apareció y le dijo: «No tengas miedo, Daniel. Desde el primer día que comenzaste a orar para recibir entendimiento y a humillarte delante de tu Dios, tu petición fue escuchada en el cielo. He venido en respuesta a tu oración» (Daniel 10:12).

El ángel prosiguió explicando que como resultado de la oración de Daniel se estaba librando una guerra celestial (10:13-14).

Ese es el poder de la oración. Cuando el pueblo de Dios lo busca con diligencia, las cosas comienzan a cambiar.

 

Oración desesperada

Con cierta renuencia, finalmente accedí al llamado de Dios y acepté un trabajo como pastor de jóvenes. No había planeado dedicarme a tiempo completo al ministerio. De hecho, soñaba con entrar en el mundo de los negocios.

A pesar de haber crecido en el hogar de un pastor, no tenía idea de lo que significaba ser pastor. Sabía que Dios me estaba llamando, y finalmente lo admití, pero no estaba seguro de cómo cumplir ese llamado. No sabía nada sobre liderazgo, predicación o cómo lidiar con el horario de un ministerio. Y no sabía dónde buscar ayuda.

¿Cómo, siendo un pastor contratado, podía admitir que no sabía lo que estaba haciendo? Fue un temor desamparado el que me llevó a aquel pequeño cuarto al final de la iglesia donde servía. Allí, oculto del tráfico, detrás de la sala del coro, hice lo único que se me ocurrió. Comencé a orar.

Fui honesto con Dios. Le confesé que no sabía qué hacer. Había visto suficiente ministerio profesional para darme cuenta de que necesitaba más que simplemente talento o carisma. Necesitaba el empoderamiento y la guía de Dios.

Entonces, clamé a Dios: «Si realmente me has llamado para ser pastor, ¿me ayudarías a hacerlo? ¿Me enseñarías?».

Nada profundo ocurrió en ese momento. El cielo no se abrió. No hubo ninguna voz desde el cielo ni un nuevo derramamiento del Espíritu. Pero al ver al pasado, recibí algo que nunca me ha abandonado: un hambre de oración.

Lo que comenzó en la desesperación se convirtió en un hábito diario. Llevé todo a Dios en oración, y las cosas comenzaron a cambiar. Los jóvenes respondieron. Ocurrieron milagros. Cada vez más, vi evidencias de que la oración funciona.

Han pasado muchos años desde que pronuncié esa desesperada oración como un joven pastor. He ocupado una serie de diferentes posiciones en el ministerio, pero nunca he perdido mi dependencia de la oración. Sigo convencido de que orar es lo más poderoso y efectivo que puedo hacer.

La historia del pueblo
de Dios puede trazarse
a lo largo del camino
de los altares que
construyeron.

Una vida de oración lleva toda una vida. La oración no es una práctica estática ni una tarea en mi lista de cosas por hacer, sino una disciplina espiritual en la que continúo creciendo.

Hasta el día de hoy, sigo aprendiendo y pidiendo a Dios que me muestre más. Quiero orar con una fe más grande y ver a Dios cambiar vidas, comenzando por la mía.

La oración no es complicada. En su mayoría, requiere un compromiso para presentarse. Sin embargo, parece que los creyentes que hablan de oración superan en gran número a aquellos que realmente oran.

Quiero hacer más que simplemente hablar de la oración. Quiero buscar al Señor y ayudar a otros a hacer lo mismo.

Lo que necesitamos son altares –espacios en nuestra vida y en nuestros calendarios para encontrarnos con Dios.

 

Construir altares

En tiempos del Antiguo Testamento, los altares eran a menudo los lugares en los que el pueblo traía lo que tenía y lo ofrecía a Dios como sacrificio.

Recién salido del arca, el primer impulso de Noé fue construir un altar (Génesis 8:20).

Abraham, Isaac y Jacob erigieron altares para marcar los lugares donde escucharon a Dios y conmemorar las promesas que Él les hizo (Génesis 12:7-8; 13:18; 26:25; 33:20; 35:7).

Moisés edificó un altar tras una victoria decisiva contra los amalecitas (Éxodo 17:15).

Elías erigió un altar en el monte Carmelo, donde oró y cayó fuego del cielo (1 Reyes 18:31-39).

Zorobabel y otros exiliados judíos que regresaron dieron prioridad a la reconstrucción del altar del templo (Esdras 3:1-6).

Jesús reconoció que el templo, con su altar central, debía ser una casa de oración (Mateo 21:13).

Los altares eran recordatorios constantes de la conexión entre el cielo y la tierra. La historia del pueblo de Dios puede trazarse a lo largo del camino de los altares que construyeron. Esos altares demostraban su compromiso de conocer a Dios e interactuar con Él.

Un altar existe porque alguien lo construye. Requiere trabajo e intencionalidad.

Mirando hacia atrás, ahora reconozco que cuando era joven y estaba arrodillado en el fondo de aquel viejo salón de la iglesia, estaba construyendo un altar. Estaba creando un lugar al que volvería regularmente para sacrificar mi voluntad y recibir de Dios.

En este sentido, un altar es un lugar y un momento de encuentro con Dios. Por supuesto que ya no ofrecemos sacrificios de animales ni instalamos altares físicos, pero la búsqueda continua de Dios debe ser una prioridad en nuestras iglesias y vida individual. Debemos reservar un espacio para la oración. Debemos ofrecer nuestro tiempo, emociones, finanzas y planes como sacrificio.

Como escribió el apóstol Pablo: «… amados hermanos, les ruego que entreguen su cuerpo a Dios por todo lo que él ha hecho a favor de ustedes. Que sea un sacrificio vivo y santo, la clase de sacrificio que a él le agrada. Esa es la verdadera forma de adorarlo» (Romanos 12:1).

Un altar de oración puede ser un banco familiar o la parte trasera de un armario. Incluso puede ser un sillón reclinable en el sótano (que es donde me encontrarás orando la mayoría de las mañanas).

Lo que importa es tener momentos y lugares para permanecer en la presencia de Dios. Todos necesitamos recordatorios regulares para arrodillarnos delante del Señor, ofrecer nuestra vida y orar.

 

Dirigir la oración

Existe poca posibilidad de guiar a otros en la oración si no estamos dispuestos a cultivar una disciplina personal de oración. Sin embargo, una vez establecido un altar personal, es responsabilidad del líder discipular a otros en la oración.

Necesitamos iglesias que sepan orar. Mucho depende de ello. Necesitamos pastores que, determinados en la fe como resultado de su propia vida de oración, sean capaces de dar un paso al frente y crear poderosos ministerios de oración.

¿Qué pasaría si pusiéramos tanto énfasis en la oración personal y corporativa como lo hizo la Iglesia del Nuevo Testamento?

Creo de todo corazón que Dios está conmoviendo a nuestra nación. El Espíritu está en movimiento. Nuestro camino hacia todo lo que Dios tiene para nosotros se forjará en la oración.

Acudir a Dios en oración es el inicio del cambio. La oración es el lugar donde el cielo y la tierra se encuentran, donde buscamos que se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo (Mateo 6:10).

La oración no es solo un programa o una estrategia de la iglesia. Más bien, es una forma de vida que debe impregnar nuestra cultura en la iglesia.

Existen seis altares de oración que considero que cada pastor y cada iglesia deberían construir de manera intencional. Estos altares son la clave para crear un ministerio de oración eficaz y una iglesia más entregada a la oración.

1. El altar personal. Si quieres guiar a tu iglesia o familia a la oración, el primer y más importante altar es tu altar personal de oración. No puedes guiar a otros a orar si no estás dispuesto a dar prioridad a la oración en tu propia vida.

Por lo tanto, el ministerio de la oración comienza en la intimidad de tu armario de oración. Debes desarrollar el hábito regular de volver a ese altar, ofreciendo tu vida diariamente. Aquí es donde mueres a tu voluntad y te sometes a la de Dios.

Es en ese lugar secreto de la oración donde Dios moldea tu identidad. Él te revela quién eres y fortalece la relación que comparten.

Si eres pastor, tu altar personal es el límite de la vitalidad de tu iglesia. Si eres padre, es el límite de la salud espiritual de tu familia. No se puede liderar lo que no se vive. Una cultura de oración comienza en tu altar personal.

2. El altar del hogar. Muchas iglesias carecen de oración porque los congregantes no han aprendido a orar. Han visto a otros orar, pero nadie les ha enseñado a orar.

Los discípulos de Jesús le pidieron específicamente que les enseñara sobre este tema (Lucas 11:1). El Señor respondió tomándose el tiempo para orar con ellos e instruirles sobre la oración (versículos 2-13).

No basta con escuchar a otra persona orar durante las reuniones de culto. Los creyentes deben tener oportunidades de orar con otros y aprender a orar como un niño aprende de sus padres.

Necesitamos familias que valoren la oración y oren juntas también fuera de la iglesia. Es esencial formar una nueva generación que sepa orar.

Si quiere establecer una cultura de oración, debe enseñar y animar a las familias a orar. Los momentos de oración en familia no tienen por qué ser largos, pero deben ser una prioridad.

3. El altar comunitario. El Libro de los Hechos está repleto de relatos de reuniones de oración, desde las reuniones diarias en los atrios del templo (2:46) hasta la intercesión en casa de la madre de Marcos, María (12:12).

La Iglesia comenzó en una reunión de oración en el Aposento Alto (Hechos 1:14) y continuó en oración. Pedro estaba orando cuando el Señor le indicó que llevara el Evangelio a casa de un gentil (Hechos 10). Fue una reunión de oración la que condujo al envío de Pablo y Bernabé como misioneros (Hechos 13:1-3).

¿Qué pasaría si pusiéramos tanto énfasis en la oración personal y corporativa como lo hizo la Iglesia del Nuevo Testamento? Al igual que el altar del hogar, la reunión de oración de la iglesia debe ser una prioridad, no solo un servicio inicial o un acontecimiento ocasional.

Una iglesia que se reúne regularmente para orar de acuerdo crecerá en unidad, rectitud, receptividad al Espíritu y poder sobrenatural.

4. El altar esencial. Aunque todos los cristianos deben vivir en oración, Dios a menudo llama a ciertas personas a llevar una carga más pesada de oración.

Los pastores tienen la responsabilidad de orar por sus iglesias, pero no deberían hacerlo solos. Cuando Dios llama a perosnas al ministerio, también llama a ayudantes para que estén a su lado.

Hay personas en su congregación a las que Dios está llamando a orar con usted, y por usted y la iglesia. Identifique a esas personas y capacítelas en esta importante área del ministerio.

Dios quiere hacer milagros en nuestras iglesias, pero necesitamos proporcionar un
espacio para invitar
a la gente a recibir
de Dios.

Cuando establezca un grupo de altar esencial de oración, descubrirá no solo una mayor fuerza y ánimo, sino también una intensificación de la oración en su altar personal.

Así como Aarón y Hur sostuvieron las manos de Moisés durante la batalla en Refidim (Éxodo 17:10-13), usted necesita un equipo de creyentes que lo apoyen a través de la oración.

5. El altar de los milagros. Señales y prodigios acompañaron a la Iglesia del Nuevo Testamento. Los milagros demuestran el poder de Dios a un mundo perdido y establecen una plataforma para proclamar el evangelio.

Como líderes de la Iglesia, todos queremos ver más milagros. Cuando no somos testigos de ellos, no es porque Dios esté distante o no quiera. Dios desea hacer milagros. Pero a menudo se encuentra con que la gente no está preparada o no está dispuesta a pedirlo.

Quizás no vemos más milagros porque no oramos por ellos tan a menudo como deberíamos. No queremos dedicarles tiempo, o nos preocupa lo que pensará la gente si no se produce un milagro. Sin embargo, la Biblia nos anima a confiar en Dios para grandes cosas (Génesis 18:14; Mateo 17:20; Juan 14:12).

Santiago 5 ofrece directrices específicas para orar por la sanidad física:

«¿Alguno está enfermo? Que llame a los ancianos de la iglesia, para que vengan y oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. Una oración ofrecida con fe sanará al enfermo, y el Señor hará que se recupere; y si ha cometido pecados, será perdonado. Confiésense los pecados unos a otros y oren los unos por los otros, para que sean sanados. La oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder y da resultados maravillosos». (versículos 14-16, ntv)

Este texto insta a los líderes de las iglesias a dar un paso al frente y orar, y que confíen en que Dios responderá. Si no buscamos a Dios con valentía y fe en nuestras reuniones, ¿por qué sorprendernos cuando Él no obra milagros entre nosotros?

Dios quiere hacer milagros en nuestras iglesias, pero necesitamos proporcionar un espacio para invitar a la gente a recibir de Dios.

Santiago continúa diciendo: «Elías era tan humano como cualquiera de nosotros; sin embargo, cuando oró con fervor para que no cayera lluvia, ¡no llovió durante tres años y medio! Más tarde, cuando volvió a orar, el cielo envió lluvia, y la tierra comenzó a dar cosechas» (versículos 17-18).

Elías construyó un altar y pidió un milagro. Lo mismo deberíamos hacer nosotros.

6. El altar de la salvación. Todos estos altares apoyan la proclamación del Evangelio. Son escalones hacia el altar de la salvación.

Cada persona que encuentra a Cristo debe decidir si lo acepta como Señor. Debemos crear intencionadamente un espacio en nuestros cultos y reuniones de grupos pequeños para que la gente experimente la transformación de vida que ofrece Jesús.

Si no damos a la gente oportunidades de venir a Cristo, puede que nunca lo hagan. Debemos orar por salvaciones e invitar a la gente a responder a Jesús durante cada culto y evento.

La misión de la Iglesia es hacer discípulos. Oramos por los perdidos, pedimos milagros a Dios y anticipamos la obra del Espíritu en cada persona y a través de ella.

La gente vendrá a Cristo en los altares que construyamos para ellos. Y a medida que les enseñemos a crear altares personales y a unirse a otros creyentes en altares corporativos, la oración cambiará el paisaje espiritual de nuestras comunidades.

La oración es importante. Clamar a Dios con un corazón sincero cambia las cosas como ninguna otra cosa puede hacerlo (2 Crónicas 7:14). Nuestras iglesias necesitan oración. Nuestra nación necesita oración. Todos necesitamos orar.

Dios nos llama a orar. Nos llama a ti y a mí a dirigir la oración y a construir los altares.

Seamos como Daniel, no dispuestos a dejar de orar pase lo que pase. Cuando seamos fieles en esta tarea, nuestras oraciones moverán el cielo y harán retroceder la oscuridad de nuestros días.

 

Rick DuBose es superintendente general asistente de las Asambleas de Dios de Estados Unidos.

 

Este artículo aparece en de verano 2023 de la revista Influence.

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