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Lo que creemos sobre el pecado

Una serie sobre las Declaración de verdades fundamentales de las AD

Allen Tennison on August 23, 2023

Antes de que la palabra «evangelio» apareciera en el Nuevo Testamento, el término ya se utilizaba en todo el mundo romano. Significaba la victoria de un nuevo rey cuyo reinado inauguraba una época de paz. Un famoso ejemplo arqueológico de esto se encuentra en la inscripción calendárica de Priene, que llama al emperador Augusto tanto salvador como dios. Una década antes del nacimiento de Jesús, este monumento celebraba el cumpleaños del emperador como «el comienzo de la buena nueva (evangelio) para el mundo.»

El mensaje de la buena nueva anunciaba un cambio en el mundo. Si el cambio era positivo, lo que había antes ya no lo era. La gente recibía la noticia como buena porque entendía por qué la situación anterior a esta noticia era mala. Augusto puso fin a un conflicto sangriento. Por eso, los romanos entendieron su reinado como un «evangelio.»

Cuando los autores del Nuevo Testamento utilizaron el término «Evangelio» para describir el mensaje de Jesús, eran conscientes de sus connotaciones políticas. Los emperadores pueden traer la paz durante un tiempo matando a sus enemigos, pero Jesús ofreció la salvación eterna a través de su muerte y resurrección. La victoria de Jesús es una buena noticia para todas las personas, en todos los lugares y en todos los tiempos.

Para que el mensaje de Cristo sea recibido, la gente tendría que entender por qué es una buena noticia. Desde el principio, los cristianos han declarado que Jesús murió en la cruz para salvar a la gente de sus pecados (1 Pedro 3:18). Sin embargo, no podemos dar por sentado que todo el mundo es consciente del horror del pecado o de su necesidad de un Salvador debido a él.

Si la gente no ve el pecado como el problema, no apreciará el Evangelio como la solución. Sin un sentido de nuestra impotencia a la luz del pecado, el evangelio no será recibido como lo que es. La gente puede responder al evangelio como una oferta de las cosas buenas que podemos conseguir por nuestra cuenta (riqueza, estatus, etc.) en vez de la promesa de lo que solo Dios puede dar.

La Verdad Fundamental n.º 4, «La caída del hombre,» expone las malas noticias. Explica la necesidad de la salvación de la humanidad. Inicialmente, esta verdad también se refería a la buena noticia bajo el título «El hombre, su caída y su redención». Fue reescrita como «La caída del hombre» en 1961. («hombre» tanto en la Verdad Fundamental n.º 4 como en la n.º 5 se refiere a la humanidad, siguiendo las reglas de la gramática española).

«La caída del hombre» puede resumirse en tres puntos: Dios creó a la humanidad sin pecado, los humanos eligen pecar, y la consecuencia del pecado es la «separación de Dios». Para desentrañar estos puntos, es preciso sumergirse en el significado de la propia Caída. ¿Por qué se llama Caída? ¿Cuál fue la naturaleza del primer pecado? ¿Cómo afectó ese pecado al resto de la humanidad? ¿Qué significa ser un humano creado por Dios?

 

La buena creación de Dios

El artículo 4 ofrece la única línea de la Declaración de Verdades Fundamentales (DVF) sobre la creación específica de la humanidad. La DVF no ofrece una doctrina detallada de la creación. (Para más información sobre este tema, véase el documento de posición de las AD sobre la «Doctrina de la Creación»). Lo que sí destaca la DVF es la bondad de nuestra creación a imagen de Dios.

Dios no creó a los pecadores. Como señala la DVF, Dios creó a la humanidad «buena y recta», según su imagen (Génesis 1:26–31).

¿Qué significa que la humanidad sea imagen de Dios? Una opinión popular destaca nuestras cualidades intelectuales y morales, como la capacidad de razonar y ejercer el libre albedrío.

Otra teoría se enfoca en nuestra habilidad para formar comunidad y destaca que, cuando Dios creó a la humanidad a su imagen, la estableció en los géneros de «hombre y mujer» (Génesis 1:27). Las relaciones sanas y constructivas reflejan la imagen de un Dios que es relacional.

Otros sostienen que la humanidad refleja mejor a Dios en nuestra vocación de cuidar de la creación. Representamos la autoridad de Dios como cuidadores de todo lo que tiene vida.

Las Asambleas de Dios no se han decidido por un único significado de la imagen de Dios. Sin embargo, podemos decir lo siguiente:

1. La humanidad refleja algo que también es cierto en Dios. Nuestra dignidad y valor derivan de haber sido creados a imagen de Dios. Al mismo tiempo, ser imagen de Dios significa que solamente reflejamos a Dios, y no estamos hechos para reemplazarlo. Los intentos de suplantar a Dios por nosotros mismos resultan en fracasos catastróficos en las Escrituras, lo que emepezó por la Caída.

2. Las personas continúan siendo imagen de Dios incluso después de la Caída. Génesis 9:6 y Santiago 3:9 reafirman nuestro valor perdurable como portadores de la imagen de Dios, un estatus que tiene implicancias en la manera en que nos tratamos unos a otros.

3. La identidad humana como imagen de Dios va acompañada de nuestra vocación de supervisar la creación. En el momento de la creación, Dios encomendó al «hombre y la mujer» que fueran fecundos y se multiplicaran para poder poblar la tierra y cuidar de ella (Génesis 1:27–28). Adán y Eva tenían la misión específica de cultivar y proteger el Jardín de Dios (Génesis 2:15).

El pecado no es un reflejo de nuestra humanidad, sino una corrupción de esta,
que nos aleja del Dios
que fuimos creados
para reflejar.

4. Jesús revela la imagen de Dios en su condición de ser humano. Jesús demuestra lo que significa ser humano de manera encarnada, relacional, escatológica y vocacional.

Jesús vino como el Logos de Dios en carne humana (Juan 1:14), y asumió toda nuestra humanidad. Su muerte en nuestro favor muestra el amor de Dios por nosotros y ejemplifica nuestro amor mutuo (Juan 15:9–13; Romanos 5:8; Efesios 5:2; 1 Juan 4:7–10).

Al resucitar de entre los muertos, Jesús reveló el destino que Dios había previsto para toda la humanidad (1 Corintios 15:20–21). Jesús ascendió a la diestra de Dios como Señor del cielo y de la tierra (Mateo 28:18; 1 Pedro 3:22). Sea lo que sea lo que signifique ser creado a imagen de Dios, Jesús lo cumple.

Jesús también experimentó la tentación como nosotros. Sin embargo, Él nunca pecó (Hebreos 4:15).

Si Jesús puede ser plenamente humano sin pecado, entonces el pecado no forma parte de nuestra naturaleza humana por designio de Dios. El pecado no es un reflejo de nuestra humanidad, sino una corrupción de esta, que nos aleja del Dios que fuimos creados para reflejar.

No pecamos porque seamos seres humanos creados a imagen de Dios. Pecamos porque estamos caídos. Pero ¿qué significa esto?

 

Las consecuencias de la caída

Fue durante los cuatro primeros siglos de la Iglesia cuando surgió la expresión «la Caída» como descripción del primer pecado de la humanidad. Jesús utilizó este lenguaje en Lucas 10:18 para describir la expulsión de Satanás del cielo.

Algunos aplicaron el lenguaje de la Caída a la narración del Génesis desde Adán hasta Noé, destacando cómo los humanos dañaron la creación (Génesis 6:5,11–12). Sin embargo, lo más común es que la Caída describa el desalojo de la humanidad del Jardín del Edén.

¿Perdimos algo más en la Caída que el acceso al Jardín?

Para algunos de los primeros cristianos, la Caída supuso la pérdida de un estado de perfección humana, mientras que otros solo la vieron como una pérdida de inocencia.

Muchos interpretaron la Caída como un cambio en la orientación humana creada hacia Dios. A partir de entonces, la inclinación humana natural se curvó hacia las cosas de este mundo en vez de hacia Dios.

La Caída también podría representar la pérdida de la confianza de Dios en los administradores de su creación. Dios tiene la intención que las personas cuiden de la creación en comunidad como portadores iguales de su imagen. La Caída dañó nuestras relaciones entre nosotros, con la creación y con Dios. Adán se volvió contra Eva cuando Dios se enfrentó a él (Génesis 3:12). Su trabajo por la creación, tanto en la agricultura como en la familia, se hizo más laborioso (vv. 16–19).

Las consecuencias de la Caída fueron múltiples, pero ninguna tan importante como la separación de Dios. Al elegir creer a la serpiente y no a Dios, Adán y Eva decidieron que podían determinar el bien y el mal por sí mismos. Con esa elección, ya estaban separando su voluntad de la voluntad de Dios.

Después de que Adán y Eva experimentaran la vergüenza por primera vez, desearon separarse aún más de Dios. A la primera oportunidad de pasar tiempo con Dios, Adán y Eva se escondieron. Al separarse de su Creador y del Dador de toda vida, Adán y Eva se alejaron de la vida. La separación de Dios invita a la muerte.

Como ilustran los siguientes capítulos del Génesis, los humanos caídos llenaron el mundo de corrupción y violencia (Génesis 6:11). Cuando las personas rechazan la autoridad de Dios, dañan su vocación y su capacidad de cuidar y cultivar todo lo que Dios creó.

Que la muerte sea el resultado del pecado ilustra la gravedad de transgredir los mandamientos de Dios. El pecado afecta a nuestras relaciones con Dios, con los demás y con la creación. Ya no deseamos y confiamos en Dios como deberíamos, y ya no nos amamos y servimos los unos a los otros ni nos responsabilizamos del resto de la creación como deberíamos. El pecado estropea el mundo que Dios creó. Si el pecado es tan horrible, ¿por qué alguien elegiría pecar?

 

La naturaleza del pecado

Se ha debatido la naturaleza del primer pecado que cometieron Adán y Eva. Los candidatos a ese primer pecado incluyen la codicia (desearon lo que no les pertenecía), la duda o la incredulidad (confiaron en la serpiente antes que en Dios) y el orgullo (desearon ser como Dios).

Otros han argumentado que la primera transgresión provino de varias tentaciones. Por ejemplo, Millard Erickson compara Génesis 3:6 con 1 Juan 2:16 («los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida»). Erickson argumenta que el primer acto de desobediencia surgió del deseo de tener (el fruto era «agradable a los ojos»), el deseo de hacer (era «bueno para comer») y el deseo de ser (comerlo era «codiciable para alcanzar la sabiduría») lo que iba en contra del mandato de Dios (Génesis 2:17; 3:6). En otras palabras, Adán y Eva desobedecieron por las mismas razones que nosotros.

Una suposición en esta discusión de siglos era que la identificación del primer pecado permitiría comprender la naturaleza del pecado en sí. La palabra «pecado» es la traducción al español de numerosas palabras hebreas y griegas de las Escrituras, con significados que incluyen: «errar el blanco,» «perversión,» «rebelión,» «anarquía,» «transgresión,» «injusticia» e «impiedad.»

«Pecado» puede describir un fallo moral, una rebelión contra Dios o un estado de maldad en sí mismo. Puede referirse a cualquier comportamiento que no cumpla las normas de Dios, viole sus mandamientos o dañe su creación. Dado que el pecado siempre ofende o falla a Dios de alguna manera, para resolver el problema, es necesario su perdón.

Cuando las personas rechazan la autoridad de Dios, dañan su vocación y su capacidad de cuidar
y cultivar todo lo
que Dios creó.

Las cargas, las manchas y las deudas son algunas de las metáforas bíblicas del pecado, y conforman nuestra percepción sobre el perdón. Si el pecado es un peso que uno soporta, entonces el perdón es un levantamiento de esa carga, a veces transfiriéndola a otro (Levítico 16:22; Isaías 53:11). El pecado como mancha lleva a describir el perdón como lavado o limpieza (Isaías 1:18; Jeremías 2:22; Zacarías 13:1). La resolución del pecado como deuda implica redención, pago o cancelación (Salmos 130:8; Mateo 6:12; 18:21–35; Lucas 7:41–48; Colosenses 2:13–14; Tito 2:14).

El impacto del pecado va más allá de los individuos. El pecado también puede pesar, manchar o infectar instituciones y culturas. Los pecadores pueden tolerar colectivamente e incluso justificar un pecado compartido.

A lo largo de la historia, instituciones, culturas y naciones han asumido en silencio y abrazado abiertamente el racismo, la violencia, la inmoralidad sexual, el orgullo y la codicia, construyendo sus instituciones y prácticas en torno a las injusticias que conllevan esos males.

Lo que es aborrecible para Dios puede parecer normal para aquellos que no pueden ver más allá de sus prejuicios culturales. Como resultado — y para tomar prestada una frase de Cornelius Plantinga Jr. — aquello que «no es como se supone que debe ser» se convierte simplemente en lo que es. En tales entornos, la participación en ciertos pecados podría parecer tan natural como respirar o tan fácil como fluir con la corriente cultural.

Sin embargo, vivir en una cultura pecaminosa no es una explicación suficiente de la universalidad del pecado humano, porque las culturas pecaminosas proceden de personas pecaminosas. Parece que los seres humanos nacen con una inclinación o propensión al pecado, algo que a veces llamamos «naturaleza pecaminosa.» ¿Por qué?

 

El pecado original

¿Cómo explicar la universalidad del pecado humano sin atribuir a Dios la creación de seres humanos defectuosos? Por una parte, si el pecado es una violación de la voluntad de Dios, ¿cómo podría Dios ser responsable de crear pecadores? Por otra parte, si Dios no es responsable, ¿Por qué el pecado es un dilema universal para los humanos?

No todo el mundo está de acuerdo sobre la naturaleza universal del pecado. El maestro cristiano de la antigüedad Pelagio enseñaba que cualquier persona podría vivir sin pecado. Los líderes de la Iglesia rechazaron este punto de vista. En respuesta, desarrollaron la doctrina del pecado original para explicar la universalidad del pecado humano (Romanos 3:23) sin culpar a Dios.

Esta doctrina explica por qué y cómo la primera desobediencia humana en Génesis 3 afectó al resto de la humanidad. Sin embargo, existen diversas teorías sobre el pecado original en todas las tradiciones cristianas.

Estas teorías difieren en cómo describen la conexión entre nuestra pecaminosidad y el primer pecado de Adán y Eva, incluido el alcance de ese vínculo. Hay varias interpretaciones del discurso de Pablo sobre Jesús y Adán en Romanos 5:12–21, que, junto con Génesis 3, es un texto primordial para entender el pecado original.

Más recientemente, algunos cristianos han argumentado que la historia de la Caída es simbólica, no histórica, y que ofrece una imagen del fracaso humano. Sin embargo, esto no explica por qué todas las personas pecan. También plantea dudas sobre el tratamiento histórico que Pablo da a Adán en Romanos 5.

Una opinión asociada a la ortodoxia oriental ofrecía una explicación medioambiental de cómo el primer pecado dañó a la humanidad, basada en una manera de traducir Romanos 5:12: « … la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.» La transgresión de Adán y Eva significa que la humanidad vive ahora en un mundo regido por la muerte. Y como los humanos no pueden tener todo lo que desean en una corta vida, violan los límites morales en algún lugar. Según este punto de vista, pues, la mortalidad conduce a la inmoralidad.

Otra tradición cristiana explicaba nuestra corrupción biológicamente. Si Adán y Eva fueron los padres de toda la humanidad, entonces toda la vida humana estaba presente en el primer pecado. La inclinación al pecado pasó de Adán y Eva a todos los hijos posteriores.

Algunos protestantes rechazan la idea de una causa biológica de la corrupción moral, pero sostienen que Adán y Eva actuaron como representantes de la humanidad, lo que llevó a que cada persona naciera con una naturaleza pecaminosa.

Otro debate tanto en el protestantismo como en el catolicismo se produjo sobre el alcance del pecado original. ¿Heredamos tanto la culpa como la corrupción de Adán y Eva, o solo una inclinación pecaminosa? Si somos culpables de pecado desde el nacimiento, necesitamos el perdón de Dios desde el vientre materno. (Esta preocupación explica la práctica generalizada del bautismo de los infantes entre los católicos y algunos protestantes).

Las Asambleas de Dios han seguido tradicionalmente una comprensión del pecado original que ve la caída de la humanidad en términos de corrupción universal (entendida en un sentido representativo) pero rechaza la idea de culpa universal desde el nacimiento. No bautizamos a los niños, ni advertimos de la condenación de nadie incapaz de tomar decisiones morales.

Sin embargo, «La caída del hombre» no entra en este tipo de detalles. La Verdad Fundamental n.º 4 enfatiza la culpabilidad humana por el pecado como una «transgresión voluntaria» y no la intención original de Dios. El resultado de tal transgresión es «no solo la muerte física, sino también la muerte espiritual, que es la separación de Dios.» Esto explica por qué necesitamos la salvación, que prepara el escenario para una proclamación de la buena nueva.

Predicar contra el pecado es solo la mitad del trabajo. La razón por la que hablamos
de las malas noticias
es para poder explicar
las buenas noticias
de Jesús.

 

Práctica pastoral

Gran parte del liderazgo pastoral se centra en la evangelización, el discipulado y el culto. En la evangelización, nos enfrentamos al pecado; a través del discipulado, asistimos a las personas para que se resistan al pecado; y durante el culto, celebramos la gracia de Dios sobre el pecado. Si deseamos conducir a las personas plenamente hacia esa vida de gracia, no podemos eludir la cuestión del pecado.

Al proclamar el Evangelio, quizás debamos reintroducir a las personas al horror del pecado. Algunas personas creen que solo pecamos cuando incumplimos las normas que nos hemos impuesto a nosotros mismos. El objetivo que no logramos alcanzar es aquel que nos hemos autoimpuesto. Desde esta perspectiva, no existe una norma universal para el bien y el mal. Nuestra proclamación del Evangelio debe enfrentarse y corregir este enfoque.

El Evangelio no es una guía de autoayuda para estar a la altura de nuestra propia imagen. Es el medio que utiliza Dios para devolvernos al llamado de ser conformados según su imagen. Las personas necesitan saber que Dios las juzgará según sus criterios, no según medidas humanas.

Una manera de enfatizar esto es destacar el reconocimiento común de que nuestro mundo no está bien. Aquellos que no se sienten cómodos o familiarizados con la noción de pecado reconocen la injusticia, otro término bíblico que a veces traducimos como «pecado.» Si comenzamos con los males del mundo que la gente puede ver, podemos ayudarlos a reconocer el mal que hay en ellos mismos que requiere de la gracia de Dios.

Mientras que algunos líderes eclesiásticos no se han tomado el pecado con la seriedad suficiente, otros se han ido al extremo opuesto, tildándolo todo de pecado. Esto diluye el horror del pecado. No todo lo que hacen o disfrutan los no creyentes es automáticamente pecado. Dios envía dones tanto a justos como a injustos (Mateo 5:45).

Predicar contra el pecado es solo la mitad del trabajo. La razón por la que hablamos de las malas noticias es para poder explicar las buenas noticias de Jesús.

El testimonio del evangelio es que, allí donde abunda el pecado, la gracia abunda aún más (Romanos 5:20). Predicamos contra el pecado para poder predicar a favor de la gracia. Ninguna predicación está completa sin señalar el perdón y la vida que Jesús ofrece.

El culto se convierte en nuestra oportunidad de celebrar como comunidad la gracia de Dios. La iglesia comprende el pecado y la gracia no solo a partir de los sermones, sino también de las canciones, los testimonios, las oraciones, las ordenanzas y mucho más. Al celebrar el don de Dios en Cristo, estamos declarando el poder de Dios sobre el pecado y la muerte.

Como pastores, supervisamos la reunión de los creyentes. Podemos establecer el tono de dicha reunión como una celebración de lo que es el Evangelio. Si nuestras canciones, testimonios y demás actividades se centran solo en las cosas que podríamos hacer por nosotros mismos, nuestro culto se convierte menos en una celebración del evangelio y más en una celebración de nosotros mismos.

¡Dios nos ha salvado del pecado y de la muerte, y eso merece ser celebrado!

El discipulado puede implicar una variedad de prácticas pastorales, como la mentoría, la capacitación y la consejería. También incluye la evangelización, que es el comienzo del discipulado personal, y el culto, la expresión del discipulado en comunidad.

Un proceso de discipulado que dura toda la vida ayuda a los creyentes a desarrollarse y madurar, «… hasta que lleguemos a la plena y completa medida de Cristo» (Efesios 4:13, ntv). Esto implica vivir una vida libre de la esclavitud del pecado.

Los discípulos necesitan saber que la victoria sobre el pecado es posible. Aunque nunca viviremos libres de la tentación, podemos ser libres de una vida de pecados habituales — transgresiones a las que una persona vuelve una y otra vez. También podemos ser libres de cualquier deseo de llevar una doble vida oculta a los demás.

Debemos propiciar un ambiente de vulnerabilidad aceptable en el que las personas se sientan seguras al revelar sus luchas. Los cristianos nunca deben avergonzarse de admitir que luchan contra el pecado. Después de todo, su lucha es la prueba de que no se han rendido.

Cualquier cultura eclesiástica que promueva esconderse detrás de un barniz de espiritualidad para sentirse aceptado es un entorno hostil para la formación de discípulos. La iglesia debe ser un espacio donde los cristianos puedan experimentar la libertad, en lugar de la vergüenza que les obliga a ocultar sus debilidades.

Si los cristianos no sienten la libertad de admitir sus luchas en nuestras congregaciones, ¿cómo podemos esperar que los pecadores se arrepientan libremente de sus pecados? Dios llama a la Iglesia a ser una escuela para pecadores y una familia para los perdonados. No debe percibirse como un pedestal para los perfectos.

La Verdad Fundamental n.º 4 es necesaria para explicar el Evangelio, pero no es suficiente sin el mensaje del Evangelio. Si nuestro único mensaje es el horror del pecado, entonces todo lo que tenemos para ofrecer es muerte.

El pecado acarrea condenación. Pero como dijo el apóstol Pablo: «¡Gracias a Dios! La respuesta está en Jesucristo nuestro Señor [...] Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús» (Romanos 7:25; 8:1, ntv).

 

Allen Tennison es profesor de teología y decano del College of Church Leadership de la North Central University de Minneapolis. Preside la Comisión de Doctrinas y Prácticas de las AD.

 

Este artículo aparece en de verano 2023 de la revista Influence.

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