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Lo que creemos sobre la salvación

Una serie sobre la Declaración de Verdades Fundamentales de AD

Allen Tennison on November 29, 2023

Hay una historia sobre un hombre muy culto que intentó reunir la sabiduría colectiva de todo el mundo en un gran volumen para hacerla más accesible a los demás.

Al ver que el libro era demasiado grande, el hombre lo condensó a una décima parte de su tamaño original. Al cabo de un tiempo, redujo la sabiduría colectiva de la humanidad a una sola página. Años más tarde, condensó esa página en una frase. Poco antes de morir, resumió la frase en una palabra. En su docta opinión, el resumen de toda la sabiduría humana se reducía a un solo mandamiento: “Sobrevive.”

Al parecer, esta historia apareció en un manuscrito inédito de L. Ronald Hubbard, titulado The One Command or Excalibur (El único mandamiento o Excalibur). Hubbard enfatizó este “único mandamiento” de sobrevivir como la base de una filosofía que más tarde se convirtió en la Cienciología. Muchas religiones y visiones del mundo comparten su hipótesis de que nuestra supervivencia final — nuestra salvación — depende de nosotros.

En 1 Corintios 2, el apóstol Pablo contrasta esta sabiduría mundana con la sabiduría de Dios, siendo esta última tal que los gobernantes de esta época no supieron captar. Porque «si lo hubieran hecho», dice Pablo, «no habrían crucificado a nuestro glorioso Señor» (versículo 8, NTV).

Aún con nuestros mejores esfuerzos, no podríamos haber imaginado el plan de salvación de Dios. Sin embargo, lo que «ninguna mente humana ha imaginado», Dios nos lo ha revelado por su Espíritu (versículos 9–10, NTV).

Muchos sistemas de creencias ponen la esperanza de la salvación únicamente en el esfuerzo humano. A través de rituales, comportamiento moral, disciplina, pedigrí, etc., los seguidores buscan una salvación que su trabajo podría producir, una supervivencia que se han ganado. Incluso los no religiosos a menudo recurren a la ciencia y la tecnología para lograr su versión de salvación o supervivencia.

Un contraste significativo entre el cristianismo y otros sistemas de creencias es que los cristianos no creemos que podamos salvarnos a nosotros mismos. Dios es el autor de nuestra salvación.

 

La obra de Cristo

“La salvación del hombre,” el artículo 5 de la Declaración de verdades fundamentales de las Asambleas de Dios, declara que nuestra “única esperanza de redención (…) es a través de la sangre derramada de Jesucristo, el Hijo de Dios.”

“Redención” puede referirse al pago de un rescate para liberar a alguien. Se entiende que ese rescate es la “sangre derramada” de Jesús, que nos libera y limpia del pecado (Hebreos 9:14; 1 Juan 1:7; Apocalipsis 1:5).

El artículo 5 continúa describiendo las condiciones y la evidencia para la salvación, destacando la obra de la Trinidad en la salvación y la respuesta humana a esa obra.

Las Escrituras transmiten el significado y el poder de la muerte de Cristo de múltiples maneras. Jesús dijo que vino a dar su vida en rescate por muchos (Marcos 10:45). Explicó su muerte en el lenguaje del sacrificio, como sangre derramada para un nuevo pacto (Mateo 26:27–28; Marcos 14:24; Lucas 22:20).

Pablo señaló la muerte de Jesús como la demostración del amor de Dios por los pecadores (Romanos 5:8) y explicó cómo la obediencia de Cristo a Dios en la muerte revirtió los efectos de la desobediencia de Adán (Romanos 5:10–21). Con su muerte, Jesús conquistó los poderes de las tinieblas (Colosenses 2:14–15).

¿Cómo nos salva la muerte de Jesús? Los teólogos han propuesto varias respuestas a esta pregunta, conocidas como teorías de la Expiación. La Biblia enseña que Cristo murió por nuestros pecados (1 Corintios 15:3), pero muchas de estas teorías se pueden distinguir por cómo responden a la pregunta de “a quién” le fue dada la muerte de Cristo.

Una familia de teorías de la Expiación puede distinguirse por su énfasis en Jesús como vencedor sobre Satanás. Algunos teólogos de la Iglesia Primitiva explicaron la muerte de Cristo como un pago a Satanás, quien en cierto sentido tenía derechos sobre la humanidad por la desobediencia de Adán (teoría del rescate). Ese pago también podría entenderse como una trampa porque ni Satanás ni la muerte podrían reclamar a Jesús de forma permanente (Christus victor).

Otros teólogos sentían repulsión por la idea de que Satanás tuviera derechos sobre la humanidad. En la Edad Media hubo un énfasis renovado en la muerte de Jesús como el pago de una deuda contraída con Dios y no con Satanás. Una explicación común era que Jesús, como Dios y como ser humano, restauró el honor debido a Dios que el pecado humano ofendió (teoría de la satisfacción).

En la época de la Reforma, muchos describían la Expiación como Jesús asumiendo el castigo por el pecado en nuestro lugar (teoría de la sustitución penal). Esta teoría enfatiza a Jesús crucificado como la víctima o vicario (sustituto) que se ofrece a Dios en nuestro nombre.

Otros teólogos destacaron que la humanidad no era solo el “a quién,” sino también el “para quién” de la muerte de Cristo. Como ejemplo del amor de Dios por nosotros, la muerte de Jesús podía inspirar a la gente a responder con amor a Dios (teoría de la influencia moral). Algunos enfatizaron la muerte de Jesús como una demostración de la obediencia humana, mostrándonos cómo obedecer a Dios (teoría del ejemplo moral). Los defensores de estas teorías de la Expiación presentan la muerte de Cristo como la imagen de nuestra virtud en la vida.

Al enseñar la Expiación, no debemos permitir que ninguna teoría cobre vida
propia al margen del testimonio íntegro de las Escrituras.

¿Deberíamos explicar la Expiación enfatizando a Cristo como Vencedor sobre Satanás, Vicario de Dios o Virtud para la humanidad? Aparte de otras consideraciones, cualquier teoría de la Expiación tiene limitaciones.

Por ejemplo, si destacamos exclusivamente a Jesús como Vencedor, ¿le estamos dando demasiado crédito a Satanás? Si enfatizamos a Jesús únicamente como Virtud, ¿su ejemplo de amor u obediencia es suficiente para apartarnos del pecado?

Las Asambleas de Dios, junto con la mayoría del evangelicalismo, han enfatizado la teoría de la sustitución penal. Como escribe John Stott en La Cruz de Cristo: “La esencia del pecado es el ser humano sustituyendo a Dios con su propia persona, mientras que la esencia de la salvación es Dios sustituyendo al ser humano con su propia persona.”

Las Escrituras enseñan que Jesús, quien nunca pecó (Hebreos 4:15), asumió la muerte, el castigo por el pecado (Génesis 2:17; Romanos 5:12). Cristo hizo esto en obediencia al Padre (Filipenses 2:8) y en lugar de los pecadores (Isaías 53:4–6; 1 Pedro 2:24–25), para que podamos estar bien con Dios (2 Corintios 5:21).

“La Salvación del Hombre” no promueve una teoría de la Expiación, pero sí enfatiza que la muerte de Jesús proporcionó nuestra única esperanza de redención. Al enseñar la Expiación, no debemos permitir que ninguna teoría cobre vida propia al margen del testimonio íntegro de las Escrituras. Debemos tener cuidado de no tergiversar la Cruz.

Por ello, es importante tener en cuenta los tres puntos siguientes:

1. Jesús no murió para apaciguar a un Dios que nos odiaba. La Cruz no fue donde Dios se tornó amoroso hacia la humanidad. Fue la respuesta de un Padre ya misericordioso que nos amó cuando aún éramos pecadores (Romanos 5:8).

Si no tenemos cuidado, la gente podría escuchar la historia como si Jesús fuera el hermano mayor que se interpone en el camino de un padre abusivo. Nada más lejos de la verdad. Jesús no cambió el corazón del Padre. Más bien, Jesús reveló el corazón de un Dios que ya amaba al mundo (Juan 3:16).

2. La Expiación depende de la Encarnación. La Expiación requiere de la Encarnación para tener sentido. Sin la Encarnación, la muerte de Jesús no es más significativa que la de cualquier otro personaje histórico.

Dios Hijo en carne humana entregó su vida por un mundo necesitado. Cualquier explicación de la Expiación que excluya la Encarnación es una representación inadecuada de la necesidad humana y la respuesta divina. El significado de la muerte de Jesús descansa en la historia del nacimiento de Jesús.

3. El significado de la muerte de Jesús requiere el resto de la historia. No hay esperanza para el perdón de los pecados sin que Jesús venza la pena por el pecado, la muerte. Su resurrección es la base de nuestra esperanza presente y futura (1 Corintios 15:14; 1 Tesalonicenses 4:14; 1 Pedro 1:3-5).

El Viernes Santo es bueno debido a la Pascua. Ambos requieren la Navidad, mientras que la entronización del Salvador resucitado es el centro de las buenas nuevas. Junto con el símbolo familiar de la cruz, la historia de la salvación incluye el vientre de una virgen, una tumba vacía, un trono ocupado y una trompeta resonante. Estas imágenes ofrecen un panorama más completo de la salvación.

El artículo 5 también destaca el papel del Espíritu Santo en la salvación. A través del Espíritu Santo, somos renovados y regenerados, lo que se simboliza como ser lavados porque estamos siendo limpiados de la mancha del pecado. Esta limpieza y novedad de corazón significan la libertad de vivir para Dios como miembros de Su familia. Nos convertimos en herederos adoptivos de Dios con la esperanza de la vida eterna (Tito 3:5–7).

El Espíritu Santo confirma a nuestros espíritus la realidad de esta adopción, proporcionando una evidencia interna de nuestra salvación (Romanos 8:16). Ahora podemos tener una relación tan estrecha con Dios como la que demostró Jesús cuando exclamó “Abba, Padre,” término arameo con el que se hace referencia a los padres (Marcos 14:36; Romanos 8:15).

Aunque Pablo estaba escribiendo en griego, probablemente utilizó el arameo en su carta para recordar a los lectores esta práctica de la vida de Jesús. El Espíritu da testimonio de que podemos hablar a Dios como si nuestra relación con Él fuera la de Jesús.

 

Disponible para todos

¿Quién puede reclamar la oferta de salvación de Cristo? Nuestra respuesta depende de nuestra teología de la elección divina.

El lenguaje de la elección y la predestinación procede de las Escrituras (Romanos 8:29-30; 2 Pedro 1:10), pero muchos lo asocian hoy con el calvinismo.

El calvinismo moderno incluye cinco puntos que forman el acrónimo TULIP (lit. tulipán, las letras de la palabra en inglés fueron usadas para formar el acrónimo: T – total depravity; U – unconditional election; L – limited atonement; I – irresistible grace; P – perseverance/preservation of the saints), que representa: depravación total de la humanidad; elección incondicional; expiación limitada; gracia irresistible; y perseverancia de los santos.

El primer punto, la depravación total, significa que no hay nada bueno dentro de la humanidad por lo que podamos experimentar la salvación al margen de la gracia de Dios. Podemos aceptar este punto sin aceptar los otros. Aquí es donde el arminianismo y el calvinismo están de acuerdo. Los últimos cuatro puntos van juntos de tal manera que es difícil aceptar uno sin el otro.

Si la gracia de Dios es irresistible, todo receptor de esa gracia responderá positivamente y recibirá la salvación. Si solo algunos han respondido positivamente, Dios no debe haber dado Su gracia a todos. Si Dios no dio Su gracia a todos, debe haber escogido salvar solo a algunos. Si solo aquellos que Dios escogió pueden ser salvos, Cristo murió solo por ellos. Si la promesa de la expiación se limita a los elegidos, la elección de Dios determina quién se salvará. Aquellos elegidos incondicionalmente para la salvación no caerán, sino que perseverarán en la fe durante toda su vida.

No hay esperanza para el perdón de los pecados sin que Jesús venza la pena por el pecado, la muerte. Su resurrección es la base de nuestra esperanza presente y futura.

En contraste, el arminianismo sostiene que Cristo murió por todos, pero que cada persona puede aceptar o rechazar libremente la gracia de Dios. La libertad de elegir la salvación no viola la soberanía de Dios, ya que nuestro libre albedrío fue la elección de Dios. Si la salvación está disponible para todos, pero no todos la reciben, los humanos tienen una opción al respecto, y deben existir condiciones mediante las cuales una persona pueda recibir la salvación.

Asambleas de Dios tiene una profunda conexión con el arminianismo a través de la tradición wesleyana. Reconocemos “condiciones para la salvación” por parte de la humanidad. El párrafo del Artículo 5 sobre estas condiciones se refiere a la recepción de la salvación, no a ganar la salvación.

 

La respuesta humana

Algunos se preguntarán por qué tendrían que hacer algo para salvarse. Si Dios quiere perdonar los pecados, ¿por qué no podría hacerlo sin más, sin necesidad de la Cruz ni de nuestra respuesta?

Para que el perdón de Dios tenga sentido, los pecados que perdona también deben tenerlo. Si nuestras elecciones tienen un peso moral, Dios no puede pasarlas por alto. El pecado tiene un costo porque aquellos contra los que hemos pecado tienen valor. Dios es demasiado amoroso para ignorar el pecado.

El objetivo de la salvación no es nuestra felicidad individual, sino el rescate de la creación del mal que la corrompe. Para que Dios salve, Dios debe vencer el mal. El perdón es para destruir el pecado, no para permitirlo.

La muerte de Jesús es un precio demasiado alto que pagar por una gracia que es más permisiva que redentora. En palabras de Dietrich Bonhoeffer: “Lo que le ha costado mucho a Dios no puede ser barato para nosotros.”

Pablo describió la salvación de esta manera: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Corintios 5:19, RVR1995). Si la salvación es reconciliación con Dios, requiere que ambas partes respondan mutuamente.

El restablecimiento de una relación rota por una mala acción requiere tanto el perdón por parte del agraviado como el arrepentimiento por parte del que cometió la injusticia. Aunque alguien se arrepienta, no hay posibilidad de reconciliación sin perdón. Aunque alguien perdone, debe haber un reconocimiento de la necesidad de cambio por parte del infractor.

Dios desea una relación restaurada con todos, pero cada persona debe arrepentirse para recibir Su perdón (2 Pedro 3:9). El arrepentimiento no gana la salvación; reconoce la necesidad de salvación (Lucas 24:47).

Confiamos en el perdón de Dios por la obra y la persona de Jesús, que ahora está sentado a la derecha de Dios. Cuando ponemos nuestra fe en Jesús, somos justificados a los ojos de Dios.

La justificación, otra forma de describir la salvación, implica que Dios nos declara en buena relación con Él. Somos justificados por gracia mediante la fe (Efesios 2:8).

La gracia, como favor inmerecido de Dios, es el medio objetivo por el que nos salvamos. No podemos salvarnos a nosotros mismos, sino que debemos confiar enteramente en la gracia de Dios, que hace realidad la posibilidad de nuestra salvación. La fe es el medio subjetivo por el que somos justificados (Romanos 3:28; Gálatas 2:16; 3:11,24).

Pistis, la palabra griega para fe, tiene una variedad de significados, incluyendo creencia, confianza, fidelidad, firmeza y lealtad. En español, fe puede entenderse como una mera creencia. En griego, puede referirse tanto a poner tu confianza en alguien como a ser fiel a aquel en quien has puesto tu confianza. Nuestro compromiso con Dios se produce por nuestra confianza en Él.

Decir que tenemos fe en Jesús como Señor significa que hemos puesto nuestra confianza en Él, y Dios acredita esa confianza como justicia (Romanos 4:5). También significa que nos hemos comprometido a servir fielmente a Jesús (Romanos 10:9).

Apartarse del pecado en arrepentimiento significa volverse hacia Dios. Cuando verdaderamente nos arrepentimos de nuestros pecados, nos volvemos hacia Dios en obediencia. Dios cuenta nuestra fe como obediencia, mientras que la obediencia también es el resultado de esa fe (Romanos 16:26).

No somos salvos por vivir rectamente. Más bien, nuestra fe y arrepentimiento nos llevan naturalmente a vivir rectamente como prueba de nuestra salvación. La santidad es evidencia de la salvación, no una condición para ella (Efesios 4:24).

Los cristianos expresan santidad a través de acciones amorosas hacia los demás, o “buenas obras.” El amor demostrado a través de acciones define una vida santa o justa. La expectativa de buenas obras como resultado de una vida salva es evidente en todo el Nuevo Testamento (Hechos 26:20; Efesios 2:10; 2 Tesalonicenses 1:11; Tito 2:7; Hebreos 10:24; Santiago 2:26; etc.).

Esto no significa que los nuevos cristianos muestren inmediatamente el mismo nivel de obediencia. Todos crecemos en Cristo desde el lugar donde empezamos, no desde donde empezó nadie más. Sin embargo, independientemente de nuestro punto de partida, ya sea cuando éramos niños pequeños o después de una vida de malas decisiones, todos estábamos lo suficientemente lejos de Dios como para necesitar el Espíritu Santo para crecer hacia una vida de obediencia.

 

Práctica Pastoral

Nuestro ministerio pastoral comienza y termina con nuestra esperanza en Jesús. Considere las siguientes tres implicaciones de la promesa de salvación para el ministerio.

1. Enseñanza de la gracia. El trabajo pastoral implica explicar, modelar y practicar la gracia. En un mundo lleno de pecado, es difícil apreciar hasta qué punto la gracia de Dios desafía las suposiciones, los sentimientos y las prácticas fuera y dentro de la Iglesia. La gente tiene mucho que desaprender para comprender la gracia de Dios.

La gracia de Dios debe seguir siendo la base
de nuestra salvación, incluso cuando Dios continúa obrando en nosotros.

Algunos cristianos luchan con sentimientos de insuficiencia y desesperación porque piensan que la gracia de Dios fue solo para la conversión. Asumen que vivir piadosamente ahora depende enteramente de ellos, y se quedan cortos. Algunos incluso podrían sentir que el cristianismo es una especie de “cebo y cambio”: ofrece gracia, pero genera culpa.

Otros creyentes miden su crecimiento por una cultura de iglesia en la que tienen éxito. Estos cristianos a menudo caen en una mentalidad basada en las obras, como si hubieran entrado por gracia, pero se hubieran ganado su lugar con el tiempo. Esta forma de pensar conduce a juzgar a los demás sobre la base de estándares humanos manipulados para el beneficio de algunos.

Aquellos con una comprensión adecuada de la gracia de Dios aprenden a dejar de lado su inseguridad, desesperación, fariseísmo u orgullo.

Una visión saludable de la gracia lleva a los cristianos a profundizar en el discipulado como personas semejantes a Cristo que viven por el poder del Espíritu y son plenamente conscientes de su dependencia continua de la gracia de Dios. Eugene Peterson escribe: “En cincuenta años de ser pastor, mi tarea más difícil sigue siendo la tarea de desarrollar un sentido entre las personas a las que sirvo de las implicaciones de la gracia que transforman el alma: una reorientación integral y fundamental del vivir ansiosamente por mi ingenio y músculos al vivir sin esfuerzo en el mundo de la presencia activa de Dios.”

Debemos enseñar la profundidad, amplitud, anchura y altura de la gracia de Dios. La gracia de Dios debe seguir siendo la base de nuestra salvación, incluso cuando Dios continúa obrando en nosotros (Filipenses 1:6). La gracia que nos trajo a Cristo es la misma gracia por la cual vivimos para Cristo, morimos en Cristo y viviremos nuevamente con Cristo.

2. Fomentar las buenas obras. Como pastores, queremos que nuestras comunidades hagan buenas obras como fruto de la salvación. Esto no sustituye a la evangelización, sino que es un ejemplo necesario del Evangelio en acción.

Las buenas obras no son la base para la salvación. Reflejan la gracia que Dios nos ha dado gratuitamente, que ahora podemos dar libremente a otros.

Tales obras incluyen cuidar a las personas, especialmente a los necesitados, por la abundancia de gracia por la cual seguimos viviendo. Compartimos las bendiciones que recibimos de Dios, incluso hasta el punto de dar haciendo un sacrificio.

Las iglesias de AD de todo Estados Unidos realizan buenas obras a través de ministerios de benevolencia, bancos de alimentos, albergues, programas extraescolares y ministerios a los enfermos y afligidos. Algunos de los ministerios más célebres de AD son conocidos por sus buenas obras, como el Orfanato Lillian Trasher en Egipto, Adult and Teen Challenge (Desafío Adulto y Juvenil), Project Rescue (Proyecto Rescate) y Convoy of Hope (Convoy de Esperanza).

Debemos continuar alentando a los cristianos a hacer buenas obras en sus vidas personales y brindar oportunidades para participar en esfuerzos a nivel local, nacional y global.

La Iglesia existe para el bien del mundo, y las buenas obras reflejan nuestra fe a los demás, que pueden ver una comunidad evangélica en acción. La gente está más dispuesta a escuchar lo que creemos cuando creen en lo que hacemos.

Los cristianos esperamos una salvación que no podemos lograr por nosotros mismos. Dado que el sacrificio de Cristo es el centro de esta esperanza, tenemos el poder de vivir con sacrificio nosotros mismos. Sabiendo lo que nos espera por la promesa de Dios, tenemos la libertad de dar nuestra vida por los demás. Nuestro “único mandamiento” no es sobrevivir, sino amar (Juan 15:12–13).

3. Declarar la salvación. Los ministros debemos permanecer comprometidos a declarar el mensaje de salvación a través de Cristo en cada plataforma que tengamos. Los elementos de nuestras reuniones semanales de adoración (sermones, canciones, oraciones, testimonios, etc.), las conversaciones durante nuestros alcances comunitarios y las reuniones más pequeñas de creyentes a lo largo de la semana son oportunidades para explicar las buenas nuevas de Dios reconciliando al mundo consigo mismo en Cristo.

Es posible quedar tan atrapados en los ritmos semanales de una comunidad formada por la Palabra de salvación que asumimos que la gente la escuchó sin declararla intencionadamente.

Al mismo tiempo, si nos concentramos en hacer de cada reunión un evento que llame la atención, nuestros métodos pueden convertirse en una preocupación más que nuestro mensaje. En nuestros esfuerzos por generar entusiasmo, podríamos enterrar la Palabra que debemos dar.

Debemos dar prioridad al mensaje de salvación en nuestras reuniones de adoración (que deberían ser más de gratitud que de entusiasmo), en nombre de los discípulos que necesitan que se les recuerde que viven en gracia, y por los que siguen perdidos sin el mensaje de Jesús.

Dios nos llama a declarar la salvación de forma clara, fiel y frecuente.

Pues “todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!»” (Romanos 10:13–15 RVR1995).

 

Allen Tennison, Ph.D., Sirve como consejero teológico del Consejo General de las Asambleas de Dios y preside su Comisión de Doctrinas y Prácticas.

 

Este artículo aparece en de otoño 2023 de la revista Influence.

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