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 the shape of leadership

El futuro es pentecostal

… si seguimos el ritmo del Espíritu

Doug Clay on August 2, 2023

Cuál es el futuro del cristianismo?

Si observa las tendencias estadísticas, la respuesta es variada.

Hay señales de esperanza, especialmente para los creyentes llenos del Espíritu. Gina Zurlo, codirectora del Gordon-Conwell Theological Seminary’s Center for the Study of Global Christianity [Centro para el Estudio del Cristianismo Global del Seminario Teológico Gordon-Conwell], reconoce el rápido avance del pentecostalismo.

“El cristianismo pentecostal/carismático es el segmento de más rápido crecimiento del cristianismo mundial en la actualidad,” escribe Zurlo en Global Christianity [Cristianismo Global].

Ese segmento incluye a los pentecostales clásicos (como las Asambleas de Dios), carismáticos dentro de iglesias históricas y carismáticos independientes. Según Zurlo, estos grupos comparten el interés por el bautismo en el Espíritu, los dones y las experiencias espirituales.

Durante el siglo XX, el cristianismo lleno del Espíritu creció un 6,3% anual. Como señala Zurlo, esto es cuatro veces la tasa de crecimiento tanto del cristianismo en general como de la población mundial.

La tendencia se ha desacelerado desde el año 2000. Sin embargo, Zurlo predice que entre 2020 y 2050, los movimientos pentecostales y carismáticos seguirán creciendo el doble de rápido que las poblaciones cristiana y mundial.

La mayor parte del crecimiento durante el último siglo tuvo lugar en el Sur global. Los africanos ahora constituyen el 35,7% de todos los cristianos llenos del Espíritu, los latinoamericanos el 30,3% y los asiáticos el 19,5%, según Zurlo. Esto es motivo de regocijo.

Desafortunadamente, también hay tendencias estadísticas preocupantes, especialmente la expansión demográfica del islam y la continua disminución de la afiliación cristiana en los Estados Unidos.

Según el Pew-Templeton Global Religious Futures project [Proyecto Futuros Religiosos Globales de Pew-Templeton], los musulmanes comprenderán el 29,7% de la población mundial para 2050, creciendo desde un 23,2% en 2010. Mientras tanto, los investigadores esperan que el cristianismo se mantenga estático en un 31,4%. Desde una perspectiva demográfica, no está claro qué religión reclamará una mayoría a mediados de siglo.

Más cercano a nuestra realidad, el número de estadounidenses que se identifican como cristianos continúa cayendo en picada. En 2007, el 78% de los estadounidenses afirmó ser cristiano, en comparación con el 63% en 2021, informa el Pew Research Center.

Estas pérdidas no representan conversiones a otras religiones. Cada vez más, los estadounidenses se están desafiliando por completo de la religión. Entre 2007 y 2021, los no afiliados a ninguna religión, o “nada,” casi duplicaron su participación en la población de los Estados Unidos, pasando del 16% al 29%.

Entonces, ¿cuál es el futuro del cristianismo?

La respuesta no puede provenir de tendencias estadísticas, que apuntan en direcciones contradictorias. En lugar de mirar esto, el pueblo de Dios debe buscar las verdades de las Escrituras.

––––––––––

Hechos 1:8 es un versículo clave para entender el futuro del cristianismo. Jesús dijo: “recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra.”

Note el tiempo futuro de los verbos. Esta es una promesa, no solo una predicción. El Espíritu Santo vendría y los creyentes llenos del Espíritu irían.

Hechos 2 cuenta la historia de cómo Jesús comenzó a cumplir esa promesa. Sin embargo, esto es más que una lección de historia. Junto con todo el Libro de los Hechos, este pasaje ofrece un paradigma para la salud de la iglesia en cualquier tiempo, en cualquier lugar, en cualquier cultura.

Ese paradigma consta de tres elementos: poder carismático, proclamación Cristocéntrica y prácticas comunitarias.

 

Poder carismático

Mi predecesor, George O. Wood, predicó un sermón memorable titulado “Cómo ser un fracaso.” Se basó en la alimentación de los cinco mil, un milagro descrito en los cuatro Evangelios. Para ser un fracaso, solo se necesita mirar el tamaño de la tarea, concentrarse en lo poco que se tiene y dejar a Dios fuera de escena.

Imagine a los creyentes de Jerusalén antes del Día de Pentecostés. Jesús les había encomendado la gran tarea de evangelizar al mundo (Hechos 1:8), pero ellos solo eran ciento veinte (1:15), muchos en los peldaños más bajos de la escala socioeconómica. Peor aún, su líder, Pedro, había abandonado a Jesús después de su arresto (Lucas 22:54–62) y se había escondido con los demás apóstoles después de la crucifixión (Juan 20:19).

Sin embargo, en Hechos 2 inesperadamente encontramos a Pedro a la cabeza de los Once proclamando valerosamente el evangelio a la multitud. ¿Qué había cambiado?

En el Día de Pentecostés, el Espíritu Santo entró en escena (2:1–13).

El Espíritu Santo es la fuerza multiplicadora en las misiones. De hecho, Él es el Primer Misionero, siempre guiando a la Iglesia hacia adelante para abrir camino y sembrar las semillas del evangelio. Fíjese en el papel crucial del Espíritu en el movimiento de la Iglesia desde Jerusalén hacia Samaria (Hechos 8:14–17), Cesarea de los gentiles (10:44–46) y Éfeso en Asia Menor (19:1–6).

El Espíritu de Dios ordenó los pasos de los primeros misioneros. Guio a Felipe al eunuco etíope (Hechos 8:29) y a Pedro a casa de Cornelio (10:19; 11:12). El Espíritu comisionó a Bernabé y a Pablo en Antioquía (13:2). Y dirigió a Pablo y sus compañeros en sus viajes (13:4; 16:6–7). Finalmente, el Espíritu obligó a Pablo a ir a Jerusalén (20:22).

Cuando pensamos en el poder pentecostal, nos vienen a la mente demostraciones dramáticas. Ciertamente aquellas estuvieron presentes en el Día de Pentecostés. Hubo “un ruido desde el cielo parecido al estruendo de un viento fuerte e impetuoso” y “lenguas de fuego” se asentaron sobre cada creyente (Hechos 2:2–3). Posteriormente, los apóstoles realizaron “muchas señales milagrosas y maravillas” (2:43).

Sin el Espíritu, nuestra tarea es simplemente demasiado grande y nuestros recursos demasiado pequeños.

Pero en Hechos 2, el habla se convirtió en la principal expresión de poder. “Y todos los presentes fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otros idiomas, conforme el Espíritu Santo les daba esa capacidad” (2:4).

Además de las lenguas de alabanza (Hechos 2:4,11), Lucas describe la predicación cristocéntrica (2:14,36) y el don de profecía (2:17–18) como resultado del bautismo en el Espíritu.

Esta conexión entre el Espíritu y el hablar continúa a lo largo de los Hechos. “Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo ... ” (4:8) resume el patrón que sigue (4:31; 6:10; 7:55; 11:28; 13:9).

No es de extrañar que nuestra Declaración de Verdades Fundamentales vincule el bautismo en el Espíritu con “una investidura de poder para la vida y el servicio y la concesión de los dones espirituales y su uso en el ministerio” (Artículo 7). Y la recurrencia de las lenguas en momentos cruciales de la narración de Lucas, ya sea explícita o implícita (Hechos 2:4; 8:17; 10:44–46; 19:6), es la razón por la que decimos que las lenguas constituyen evidencia con la señal física inicialdel bautismo en el Espíritu Santo (Artículo 8).

¿Alguna vez se ha preguntado por qué Dios escogió las lenguas como evidencia del bautismo del Espíritu? Hechos 2:11 proporciona la respuesta. Cuando los peregrinos judíos de todo el mundo escucharon a los creyentes hablar en lenguas, dijeron: “¿Cómo puede ser? Todas estas personas son de Galilea, ¡y aun así las oímos hablar en nuestra lengua materna!” Como señal, las lenguas apuntan a “los confines de la tierra” (1:8), a las naciones que Cristo nos manda a discipular (Mateo 28:19).

La pregunta más importante es por qué Hechos 2 vincula el Espíritu y el habla (incluyendo la predicación y la profecía) tan estrechamente. La respuesta parece ser que Dios nos atrae sobre la base del amor y la persuasión en lugar de la autoridad y la fuerza. El versículo 40 describe la conclusión del sermón de Pedro de esta manera: «¡Sálvense de esta generación perversa!». Dios quiere que recibamos a Jesucristo voluntariamente.

Dios invita a las personas a tener una relación con Él; no les impone una relación.

Si el Espíritu es la fuerza multiplicadora en las misiones, ¿cómo lo recibimos? Jesús les dijo a sus discípulos: «No se vayan de Jerusalén hasta que el Padre les envíe el regalo que les prometió» (Hechos 1:4). Sin embargo, los discípulos no interpretaron esto como una excusa para la pasividad, sino como una ocasión para la oración. “Todos se reunían y estaban constantemente unidos en oración” (1:14).

Debemos orar por un derramamiento fresco del Espíritu Santo sobre nuestros ministerios, y para que las personas en nuestras iglesias reciban el bautismo en el Espíritu Santo.

Incluso Jesús, la Palabra de Dios encarnada (Juan 1:14), confió en el Espíritu Santo como la fuerza impulsora de su ministerio.

El Espíritu descendió sobre Jesús durante su bautismo en el Jordán (Lucas 3:22), lo llevó al desierto para confrontar al diablo (4:1–2), lo ungió para proclamar el evangelio a los pobres (4:18), e inspiró su gozosa alabanza (10:21).

Si Jesús necesitó del Espíritu para cumplir la misión que el Padre le encomendó, ¿cuánto más necesitamos nosotros del Espíritu para cumplir la misión que Cristo nos ha encomendado? Sin el Espíritu, nuestra tarea es simplemente demasiado grande y nuestros recursos demasiado pequeños.

 

Proclamación cristocéntrica

En Hechos 2, el poder carismático (versículos 1–13) resulta inmediatamente en una proclamación centrada en Cristo (versículos 14–40). Este es el propósito del bautismo en el Espíritu en Hechos. La inmersión espiritual faculta a al creyente común para servir como testigo de Cristo “hasta los lugares más lejanos de la tierra” (Hechos 1:8).

¿Qué debemos decir? Hechos 2:14–40 registra el discurso de Pedro a su audiencia en Jerusalén. Este sermón proporciona un modelo para compartir el evangelio. La proclamación del evangelio empoderada por el Espíritu debe considerar contexto y contenido, y llamar a una respuesta.

Ningún sermón tiene lugar en el vacío. Cada mensaje es para un pueblo en particular en un momento y lugar en particular. Este contexto no cambia el evangelio, pero sí influye en la presentación.

Tome el contexto del sermón de Pedro. El Espíritu Santo cayó sobre los creyentes, se reunió una multitud y la gente preguntó: «¿Qué querrá decir esto?» (versículo 12). Algunos incluso acusaron a los discípulos de embriaguez (versículo 13).

Pedro comenzó su sermón respondiendo la pregunta y refutando la acusación (versículos 14–16). Al final de su sermón, Pedro abordó otra pregunta: “¿qué debemos hacer?” (versículo 37).

El prestar atención al contexto, incluyendo las preguntas honestas y las acusaciones hostiles, mantiene la proclamación del evangelio arraigada en el mundo real de los oyentes. Establece un punto de contacto, un acuerdo compartido con el que podemos comenzar, incluso cuando el mensaje termina con un desafío.

La contextualización apropiada es un sello distintivo de los discursos en Hechos. Cuando Pedro o Pablo hablaban con otros judíos, comenzaban con las Escrituras. Compare Hechos 2:16–43 y 13:13–52, por ejemplo. Ambos sermones son ricos en citas del Antiguo Testamento.

Sin embargo, cuando predicó a los atenienses (Hechos 17:22–31), Pablo usó un punto de partida diferente. Debido a que estas personas no reconocían la autoridad y la verdad bíblicas, Pablo comenzó con su religiosidad, que incluía la adoración de un dios desconocido. Pablo incluso citó a poetas griegos para exponer sus puntos.

Dondequiera que comencemos nuestra proclamación del evangelio, debemos guiar a los oyentes a Cristo. Él es el contenido de nuestro mensaje.

En Hechos 2, Pedro señaló a Jesús como el cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento. A través de su muerte, resurrección y ascensión al cielo, Cristo inauguró el reino de Dios y derramó el Espíritu Santo. Pedro dijo: «Por lo tanto, que todos en Israel sepan sin lugar a dudas, que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, ¡Dios lo ha hecho tanto Señor como Mesías!» (versículo 36).

Aunque Pablo comenzó desde la experiencia espiritual de los atenienses en Hechos 17, todavía hizo de Jesús el centro de su mensaje. Pablo dijo que Dios “ha fijado un día para juzgar al mundo con justicia por el hombre que él ha designado, y les demostró a todos quién es ese hombre al levantarlo de los muertos” (versículo 31).

Ya sea que estemos proclamando el evangelio a los bíblicamente alfabetizados o a los paganos funcionales, nuestro trabajo apunta a Jesús. Él es el cumplimiento de la profecía bíblica y la realización del anhelo humano. Dondequiera que la gente comience su viaje espiritual, Cristo es el destino.

Los creyentes llenos
del Espíritu hablan dondequiera que haya personas que necesitan escuchar el evangelio, no solo en la iglesia.

Finalmente, la proclamación del evangelio debe incluir un llamado que demanda una respuesta. Al escuchar el sermón de Pedro el día de Pentecostés, la gente preguntó: “¿qué debemos hacer?” (Hechos 2:37). Pedro ya tenía una respuesta: “Cada uno de ustedes debe arrepentirse de sus pecados y volver a Dios, y ser bautizado en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados. Entonces recibirán el regalo del Espíritu Santo” (2:38).

Al igual que Pedro, debemos proporcionar el próximo paso con claridad. Queremos que la gente se acerque más a Dios, y nuestras palabras deben iluminar el camino.

Por supuesto, un santuario no es el único lugar donde puede ocurrir la proclamación, y los ministros con credenciales no son los únicos que pueden difundir las buenas nuevas de Jesús. Predicar semanalmente a una reunión de feligreses es importante, pero no es la única forma de proclamación cristocéntrica.

En efecto, Hechos a menudo retrata a creyentes llenos del Espíritu que proclaman el evangelio en entornos no eclesiásticos, tanto públicos como privados.

Pedro se dirigió a una multitud de no cristianos el día de Pentecostés, en las inmediaciones del templo. Lo hizo de nuevo algún tiempo después en el pórtico de Salomón (3:11). Después de su arresto, Pedro proclamó a Cristo ante el Sanedrín (4:5–12; 5:27–32), al igual que Esteban (6:15–7:53). Además, Pedro evangelizó la casa de Cornelio (10:25–43).

Felipe habló públicamente a las multitudes de Samaria (Hechos 8:5,12) y en privado al eunuco etíope (8:30–39).

Pablo predicó a Cristo en las sinagogas de Damasco (Hechos 9:20) después de su conversión, estableciendo un modelo para el resto de su ministerio (13:5,13–41; 14:1; 17:2–3,10; 18:4,19; 19:8).

Sin embargo, Pablo también habló en una diversidad de foros, como las puertas de la ciudad (Hechos 14:13–17), al aire libre junto a un río (16:13–15), en la casa de un carcelero (16:30–34), en el mercado (17:17), en una reunión del Areópago (17:19–31), ante el Sanedrín (23:1–6), a líderes políticos en Cesarea (24:1–26), y desde su casa mientras estaba bajo arresto domiciliario (28:30–31).

Cito estos ejemplos para probar un punto muy sencillo: los creyentes llenos del Espíritu hablan dondequiera que haya personas que necesitan escuchar el evangelio, no solo en la iglesia.

La proclamación cristocéntrica no tiene que ser un monólogo en el que un orador habla activamente y una audiencia escucha pasivamente. Cuando los creyentes hablan en Hechos, a menudo lo hacen en diálogo con los no creyentes.

Por ejemplo, el sermón de Pedro en Pentecostés es una respuesta a las preguntas o desafíos de la audiencia (Hechos 2:12,37), al igual que su respuesta al Sanedrín (4:7; 5:28). Lo mismo ocurre con el discurso de Esteban (7:1).

El ministerio de Pablo a menudo involucró diálogo, literalmente. Hechos presenta constantemente a Pablo razonando con la gente acerca del evangelio (17:2,17; 18:4,19; 19:8). La palabra griega en estos pasajes es dialegomai, de donde obtenemos la palabra diálogo del español.

Así como los creyentes llenos del Espíritu hablan dondequiera que encuentren a alguien que necesita escuchar el evangelio, también hablan usando las maneras más efectivas para persuadir a otros a creer. Un sermón puede ser una forma efectiva de compartir el evangelio, pero también lo puede ser una conversación sincera. Proclamación cristocéntrica es cualquier forma de hablar, en cualquier lugar, a cualquier persona, donde Cristo es el contenido de la conversación.

 

Prácticas comunitarias

En Hechos 2, el poder carismático (versículos 1–13) se traduce en una proclamación cristocéntrica (versículos 14–40). Esto conduce a prácticas comunitarias (versículos 41–47), es decir, la Iglesia.

Hoy en día, a muchas personas les agrada Jesús, pero no les gusta la Iglesia. Dados los fracasos de algunos líderes eclesiásticos de alto perfil, este sentimiento no es sorprendente. La Iglesia necesita mejorar en su labor de representar a Cristo ante el mundo.

Lo que no podemos hacer es renunciar a la comunidad de creyentes. Jesús no solo está salvando individuos, sino que también está formando una comunidad. Él es la Cabeza, y cada creyente es un miembro del Cuerpo (1 Corintios 12:12–31). Realmente nos necesitamos unos a otros.

Ciertamente, los nuevos creyentes en el día de Pentecostés sintieron que necesitaban comunidad. La respuesta al sermón de Pedro fue asombrosa: “Los que creyeron lo que Pedro dijo fueron bautizados y sumados a la iglesia en ese mismo día, como tres mil en total” (Hechos 2:41).

De acuerdo con nuestras estadísticas más recientes, 86,3% de las iglesias de las Asambleas de Dios de EE. UU. informan menos de 200 personas en la asistencia semanal a los principales servicios de adoración. Solo 1,6% de las iglesias AD de los Estados Unidos tienen más de mil adherentes.

¿Puede imaginar que su iglesia crece de ciento veinte adherentes a tres mil en un día (Hechos 1:15)? Aunque la mayoría de los pastores probablemente estarían encantados, asimilar a tantos recién llegados a la vez sería un gran desafío.

¿Cómo logró la iglesia de Jerusalén este rápido crecimiento?

Hechos 2:42 dice: “Todos los creyentes se dedicaban a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión fraternal, a participar juntos en las comidas (entre ellas la Cena del Señor), y a la oración.”

La Iglesia instituyó cuatro prácticas comunes que dieron forma a la autenticidad de la fe de cada miembro, así como a la solidaridad que todos sentían entre sí:

1. Aprender. “Todos los creyentes se dedicaban a las enseñanzas de los apóstoles.”

Cuando asumí como superintendente general de las Asambleas de Dios, quería que nuestro Concilio sobresaliera en su compromiso con la Biblia. Un fruto de ese deseo es el Proyecto Compromiso Bíblico. Este plan de estudios gratuito está diseñado para ayudar a los congregantes de toda edad a interactuar con las Escrituras y aplicarlas a su vida.

Obviamente, hay otras formas de aprender acerca de la Biblia, como el estudio personal, la escuela dominical y los sermones expositivos. Debemos priorizar todas estas cosas, entendiendo la importancia de dejar que la Palabra de Dios forme cada aspecto de nuestras vidas.

2. Compartir. “Todos los creyentes se dedicaban … a participar juntos.”

Tendemos a pensar en el compañerismo como un tiempo juntos antes o después de un servicio de adoración, disfrutando de un café y donas en el vestíbulo o de una comida en el salón de compañerismo. Suponemos que el compañerismo simplemente significa estar con la gente.

En la iglesia de Jerusalén, el compañerismo incluía extender la generosidad a los pobres. La palabra griega para compañerismo en Hechos 2:42 es koinonia. Dos versículos más adelante, Lucas usa el adjetivo koinos (traducido como “en común”). “Todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común. Vendieron propiedades y posesiones para dar a cualquiera que tuviera necesidad” (versículos 44–45).

Toda la Iglesia debe llevar todo el evangelio de todo corazón a
todo el mundo.

Hechos 5:4 indica que esta fue una elección voluntaria hecha por ciertos creyentes. No está claro si otras congregaciones del Nuevo Testamento siguieron este ejemplo. Lo que está claro es que la generosidad sacrificial hacia los necesitados es una virtud del evangelio.

3. Conmemorar. “Todos los creyentes se dedicaban … a participar juntos en las comidas (entre ellas la Cena del Señor).”

Partir el pan puede referirse a las comidas de todos los días (Lucas 9:16; 24:30,35; Hechos 2:46; 27:35) o a la Cena del Señor, que los creyentes compartían cuando se reunían para adorar (Lucas 22:19–20; 1 Corintios 10:16; 11:23–26).

Primera de Corintios 11:17–34 parece indicar que la Cena del Señor era parte de los alimentos que los creyentes compartían todos los días cuando adoraban juntos. Esto puede ser lo que Judas 12 quiso decir con “comidas de compañerismo.”

Como ordenanza, partir el pan implica conmemorar y proclamar el evangelio (1 Corintios 11:23–26).

Al partir el pan, recordamos nosotros mismos que Cristo es nuestro fundamento. Y esto se hace realidad en una comunidad donde unos con otros comparten los recursos que tienen.

En la Iglesia alimentamos tanto el cuerpo como el alma.

4. Adorar. “Todos los creyentes se dedicaban … a la oración,” o literalmente en griego, “las oraciones.”

Durante el tiempo de Jesús, los judíos observaban tiempos fijos de oración a lo largo del día, práctica que la iglesia de Jerusalén continuó. Estos fueron tiempos corporativos de oración. Los cristianos debemos adorar individualmente, pero también debemos adorar juntos.

Note el énfasis del plural a lo largo de este pasaje: “Todos los creyentes … todos ellos” (Hechos 2:42–47). Aunque llegamos a la fe en Cristo individualmente, vivimos nuestra fe cristiana en comunidad. Cada uno de nosotros es parte del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27).

La pandemia nos enseñó el valor incalculable de la comunidad. Aislados del contacto humano, mirando el mundo a través de una pantalla, muchos redescubrieron la necesidad de las relaciones cara a cara.

Probablemente recuerde la alegría de reencontrarse con amigos el primer domingo que reabrió tu iglesia. Debemos procurar vivir como cristianos en comunidades saludables que continuamente produzcan ese tipo de alegría.

 

Unidos en hacer discípulos

Loren Triplett, director ejecutivo de Misiones mundiales de las Asambleas de Dios de 1989 a 1997, solía decir: “Su medida personal no la define su éxito, sino la tarea que no ha completado.”

Como pentecostales, celebramos el fenomenal crecimiento de la Iglesia en los últimos 123 años, especialmente en el Sur global. Lucas escribió: “Y cada día el Señor agregaba a esa comunidad cristiana los que iban siendo salvos” (Hechos 2:47). Asimismo, damos gloria a Dios por los centenares de millones que han llegado a la fe a través de los ministerios de creyentes llenos del Espíritu.

Pero también debemos comprometernos nuevamente a hacer “el mayor evangelismo que el mundo jamás haya visto,” como lo expresaron los delegados del Segundo Concilio General en 1914.

La tarea pendiente es enorme. Si 31,4% de la población mundial es cristiana, eso significa que el 68,6% no lo es. El islam está creciendo rápidamente. Y en América del Norte, el cristianismo está decayendo rápidamente.

Tenemos un trabajo muy difícil por hacer.

Para lograr lo que Dios nos está llamando a hacer, debemos darlo todo. Toda la Iglesia debe llevar todo el evangelio de todo corazón a todo el mundo.

Toda la Iglesia. Aunque los pastores, los evangelistas y los misioneros juegan un papel importante en la difusión del evangelio, todos los cristianos deben hacer su parte. El Principio de Pareto debe dar paso al Principio de Pentecostés. No necesitamos que el 20% de los trabajadores hagan el 80% del trabajo. Necesitamos el 100% de los creyentes llenos del Espíritu, independientemente del sexo, la edad, el estatus social, la raza o el origen étnico (Hechos 2:17–18), haciendo el trabajo.

Todo el Evangelio. Jesús es “tanto Señor como Mesías” (Hechos 2:36). Él ordena que seamos obedientes en todas las áreas de la vida. Además, Él cumple las promesas de Dios y los deseos más profundos del corazón humano. Al proclamar las buenas nuevas, debemos asegurarnos de que el mensaje toque todos los aspectos de la existencia de nuestros oyentes.

De todo corazón. Me encanta este verso del himno de William Pierson Merrill, “Rise Up, O Church of God[Levántate, Iglesia de Dios]:

¡Levántate, Iglesia de Dios!
Termina con las cosas menores;
De todo corazón y alma y mente y fuerzas
Sirve al Rey de reyes.

La Iglesia de Hechos 2 se mantuvo fiel a las cosas de Dios. ¿Estamos dando todo?

Todo el Mundo. Finalmente, debemos recordar a aquellos que aún no han escuchado. Somos testigos de Cristo “hasta los lugares más lejanos de la tierra” (Hechos 1:8). Él ha derramado el Espíritu sobre “toda la gente” (2:17). La promesa del Padre es “para los que están lejos, es decir, para todos los que han sido llamados por el Señor nuestro Dios” (2:39). Nuestra tarea urgente e incompleta es llegar a ellos.

Termino donde comencé, con una pregunta: ¿Cuál es el futuro del cristianismo?

Nuestra respuesta debe centrarse en las entradas, en lugar de las salidas: en el servicio fiel, no en el crecimiento numérico. Como dijo Pablo: “Yo planté la semilla en sus corazones, y Apolos la regó, pero fue Dios quien la hizo crecer” (1 Corintios 3:6).

Si recibimos el poder del Espíritu, proclamamos el mensaje de Cristo y practicamos una comunidad cristiana auténtica, hemos hecho todo lo que podemos. El resto está en las manos de Dios.

El futuro, entonces, es pentecostal. Todo lo que tenemos que hacer es seguir el ritmo del Espíritu Santo, quien nos está guiando hacia allá.

 

Doug Clay es el superintendente general de las Asambleas de Dios en E.U.A.

 

Este artículo aparece en de verano 2023 de la revista Influence.

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