¿Se avecina un gran despertar?
Cómo preparar a la Iglesia para un poderoso mover de Dios
El cristianismo estadounidense vive un invierno de insatisfacción.
La disminución de la asistencia a la iglesia y el aumento de la secularización en las últimas décadas han dado lugar a términos como «desvinculación de la iglesia [dechurching, en inglés]» y «nones» [sin afiliación religiosa alguna].
Según Gallup, en 1948, el 91% de los estadounidenses se identificaba como cristiano, mientras que sólo el 2% decía no tener afiliación religiosa alguna. En 2023, el cristianismo se había reducido al 66%, y la proporción de no afiliados era del 22%.
El setenta por ciento de los estadounidenses en 1992 eran miembros de una iglesia, frente al 45% en 2023.
La asistencia regular a la iglesia (semanal o casi todas las semanas) disminuyó del 46% en 2000 al 30% en 2023. Por su parte, el porcentaje de estadounidenses que nunca asiste a la iglesia aumentó del 13% al 31%.
Más allá de la caída de las tasas de afiliación, membresía y asistencia, algunos sugieren que hay un creciente antagonismo hacia el cristianismo.
En Life in the Negative World [La vida en el mundo negativo], el crítico cultural Aaron M. Renn sostiene que, antes de 1994, la mayoría de los estadounidenses veían el cristianismo de forma positiva y aceptaban sus normas espirituales y morales como propias.
De 1994 a 2014, Renn afirma que muchos percibían el cristianismo de forma neutral, como una alternativa espiritual y moral entre muchas otras. Después de 2014, las opiniones se tornaron negativas.
«Mantener puntos de vista morales cristianos, afirmar públicamente las enseñanzas de la Biblia o violar el nuevo orden moral secular puede acarrear consecuencias negativas», explica Renn.
Renn resume el estado de ansiedad de muchos líderes ministeriales.
¿Se ha perdido América para el cristianismo? ¿Ha iniciado la Iglesia un largo camino hacia la irrelevancia o, peor aún, hacia el conflicto social y político?
Ciclos de renovación
A pesar de las tendencias, declarar la derrota sería un error.
Tanto la Biblia como la historia de la Iglesia señalan ciclos de declinación y renovación en el pueblo de Dios. Aquellos que olvidaron las poderosas obras de Dios a menudo se alejaron de la fe hasta que una nueva generación buscó a Dios y surgió una nueva temporada de actividad divina.
La historia de Otoniel en Jueces 3 pone de relieve un patrón familiar en el libro y, de hecho, en el Antiguo Testamento: desobediencia, juicio divino, aflicción y liberación.
De acuerdo con los versículos 7 y 8, «Los israelitas hicieron lo malo ante los ojos del Señor» entonces «se encendió la ira del Señor contra Israel». En consecuencia, Dios permitió que un rey extranjero subyugara a los israelitas durante ocho años.
Pero «cuando los israelitas clamaron al Señor, el Señor levantó un libertador» (versículo 9). Como resultado, «la tierra tuvo descanso por cuarenta años» (versículo 11).
A pesar de los defectos de la humanidad, el plan redentor de Dios siempre avanza. Así pues, tenemos motivos para esperar que nuestro actual invierno de insatisfacción acabe, dando paso a una primavera de renovación.
Es fácil criticar la aparente falta de fe del antiguo Israel, pero la historia cristiana revela de forma similar una serie de altibajos espirituales.
Por ejemplo, el fervor religioso que trajo a los colonos puritanos al Nuevo Mundo acabó decayendo.
Durante el siglo XVIII, el Primer Gran Despertar llegó a Nueva Inglaterra gracias a la predicación de ministros como George Whitefield y Jonathan Edwards.
A medida que muchos se volvían a la fe, surgían nuevas iglesias en las colonias.
Al término de la Guerra de Independencia, la fe había disminuido y sólo el 7% de los estadounidenses asistía regularmente a los servicios religiosos.
Pensadores influyentes, como Voltaire en Francia y Thomas Paine en Estados Unidos, predijeron la desaparición inminente del cristianismo.
Estos sombríos pronósticos resultaron ser erróneos. El Segundo Gran Despertar comenzó a principios del siglo XIX, cuando estallaron los avivamientos en la Universidad de Yale en Connecticut y en la ciudad fronteriza de Cane Ridge, Kentucky.
Entre la multitud de Cane Ridge, racial y étnicamente diversa, había muchos esclavos afroamericanos que fundaron iglesias para satisfacer las necesidades de su comunidad.
En las fronteras del sur y del oeste, los pioneros bautistas y metodistas establecieron el cristianismo evangélico como forma dominante del protestantismo.
Sin embargo, la asistencia a la iglesia y la moralidad habían disminuido de nuevo para la Guerra Civil.
Durante la Reconstrucción, los ministerios de evangelización de D.L. Moody y otros dieron lugar a una serie de avivamientos que desencadenaron lo que algunos llaman el Despertar Misionero.
En los 20 años siguientes, unos veinticinco mil universitarios estadounidenses, enardecidos por el avivamiento, se convirtieron en misioneros en África, América Latina, China y otros lugares. Su labor contribuyó a preparar el terreno para el mayor período de expansión cristiana de la historia.
A principios del siglo XX surgió el movimiento pentecostal, y los misioneros de la calle Azusa pronto se extendieron por todo el mundo.
A pesar de los defectos de la humanidad, el plan redentor de Dios siempre avanza. Así pues, tenemos motivos para esperar que nuestro actual invierno de insatisfacción acabe, dando paso a
una primavera de renovación.
Mientras el nuevo Movimiento Pentecostal florecía durante el siglo siguiente, la sociedad estadounidense experimentaba simultáneamente la decadencia moral y las crisis.
En 1966, en medio de la guerra, los disturbios civiles y la expansión mundial del comunismo ateo, la revista Time se preguntaba en su portada: «¿Ha muerto Dios?».
En pocos años, el diverso y juvenil Movimiento de Jesús pareció responder a la pregunta. En todo el país, miles de adolescentes y jóvenes adultos se convirtieron a Cristo y se unieron a congregaciones evangélicas, cambiando la demografía de las iglesias y los estilos de adoración.
El compositor y cantante negro Andraé Crouch infundió al movimiento poderosas letras de avivamiento, moviendo a los evangélicos blancos hacia una mayor aceptación de la diversidad racial y étnica en la adoración.
El líder latino Nicky Cruz, que se convirtió gracias al ministerio del fundador de Teen Challenge, David Wilkerson, se hizo un nombre muy conocido entre los cristianos.
En el siglo XXI, cuando la Iglesia estadounidense se enfrenta de nuevo al declive y a interrogantes sobre su relevancia, Dios sigue obrando. Y el patrón de la historia sugiere que un nuevo despertar puede estar en el horizonte.
Despertar y avivamiento
Algunos observadores seculares explican el flujo y reflujo de la historia en términos cíclicos.
En su libro de 1991 Generations: The History of America's Future, 1584 to 2069 [Generaciones: La historia del futuro de América, de 1584 a 2069], William Strauss y Neil Howe trataron de identificar patrones generacionales predecibles.
Strauss y Howe propusieron que cada generación experimenta cuatro estaciones: un auge, un despertar, un deterioro y una crisis. Según este modelo, cada estación dura unos 20 años.
Un auge es una época de prosperidad social, como un boom económico. Esto lleva a un despertar, una búsqueda de un significado mayor, que puede incluir el descubrimiento espiritual.
A medida que el fervor del despertar se desvanece, comienza una época de deterioro moral, social y relacional.
Luego vienen las crisis. Acontecimientos perturbadores, como guerras o recesiones económicas, trastornan las instituciones. Si la sociedad consigue resolver sus crisis, el ciclo vuelve a comenzar.
Por supuesto, esta teoría de las ciencias sociales no es infalible. Y todos los acontecimientos humanos están sujetos a la voluntad soberana de Dios.
Sin embargo, si la teoría generacional es correcta, pronto habrá otro despertar.
Howe sugiere que Estados Unidos ha experimentado una fase de crisis durante los últimos 20 años, tal vez comenzando con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el inicio de las guerras en Irak y Afganistán poco después, o la recesión económica de 2007 a 2009.
Más recientemente, la pandemia de COVID-19, las perturbaciones de los mercados, las guerras en Ucrania e Israel y la amenaza de nuevos conflictos mundiales han sacudido al mundo entero.
Tal vez un nuevo ciclo acabe abriéndose paso a través de esta difícil estación invernal. Si la teoría se mantiene, podría producirse un despertar después de 2040, con su característica explosión de hambre espiritual y celo religioso.
¿Significa esto que los líderes de la Iglesia deben esperar impotentes durante 15 años hasta que amanezca el próximo gran despertar? Por supuesto que no.
En primer lugar, conviene definir los términos. Los cristianos suelen utilizar como sinónimos palabras como renovación, avivamiento, despertar y derramamiento.
Para Strauss y Howe, un despertar es un periodo prolongado de búsqueda, hambre espiritual y reforma social que sigue a una época de prosperidad y éxito. Su teoría explica este tipo de periodos en Europa y América desde la Edad Media.
Los despertares se producen cada 80 o 100 años y suelen dar lugar a un aumento de la observancia religiosa y la innovación.
Algunos en el llamado movimiento nacionalista cristiano de hoy imaginan sistemas políticos y líderes humanos estableciendo un dominio espiritual duradero. Sin embargo, las Asambleas de Dios siempre han sostenido que solo el regreso triunfal de Cristo marcará el comienzo de Su Reino eterno.
Hasta que Jesús regrese, la humanidad caída continuará su ciclo de fracaso y arrepentimiento. Y Dios mantendrá su programa de gracia para rescatar, redimir y revivir a las personas a través de Cristo.
A diferencia del despertar como fenómeno social, el avivamiento es un acto soberano de Dios que derrama de nuevo Su Espíritu sobre la Iglesia.
El libro de los Hechos describe lo que podemos esperar en esos tiempos. No solo experimentaremos señales y prodigios, sino que también veremos a más gente arrepentirse, volverse a Cristo, orar, aprender la Palabra, adorar, amar al prójimo, comprometerse con las misiones y dar generosamente.
Todos estos factores son observables en épocas de auténtico avivamiento a lo largo de la historia de la Iglesia.
Al mismo tiempo, un despertar no garantiza necesariamente que aumente el número de cristianos. Durante una marea alta de hambre de trascendencia, todos los barcos espirituales se elevan.
Junto con el Movimiento de Jesús durante los años 60 y 70, por ejemplo, se produjo un aumento del interés de los estadounidenses por las religiones orientales, las sectas, los cultos, las nuevas religiones y las drogas psicodélicas.
Mientras tanto, Europa asistía a un catastrófico abandono del cristianismo en medio de un despertar secular al postmodernismo.
Los resultados netos de un despertar dependerán de la gracia de Dios al enviar el avivamiento y de la respuesta de la Iglesia al aprovechar al máximo una nueva temporada de oportunidades.
Hambre espiritual
Durante siglos, los avivamientos han coincidido con los despertares. Sin embargo, los líderes ministeriales no pueden dar esto por sentado.
Mientras preparamos nuestras vidas y congregaciones para el próximo periodo de hambre masiva de significado espiritual, debemos darnos cuenta de lo mucho que está en juego. El futuro espiritual de nuestros hijos y nietos depende de que los creyentes estén a la altura de la oportunidad que se les presenta.
Nuestras acciones y actitudes de hoy ayudarán a determinar cómo será el próximo despertar. Debemos permanecer a la expectativa, en oración y diligentes mientras esperamos que el Señor se mueva como solo Él puede hacerlo.
Dios puede enviar un avivamiento en cualquier momento. También puede acelerar la llegada de un despertar nacional.
Podemos confiar en que Dios está trabajando hoy, preparándonos para una maravillosa temporada de victoria en los años venideros. Mientras tanto, tenemos mucho
trabajo por hacer.
En los años de posguerra que condujeron al último despertar en Estados Unidos, hubo muchos avivamientos notables.
En 1949, una cruzada en Los Ángeles se prolongó durante ocho semanas y contribuyó a lanzar el ministerio evangelístico de un joven predicador llamado Billy Graham.
Alrededor de la misma época, multitudes acudían a las reuniones de avivamiento de sanidad de Oral Roberts, William Branham, James Gordon Lindsay y otros.
Estos movimientos ayudaron a preparar el terreno para la renovación carismática en las iglesias católicas romanas y protestantes tradicionales, y avivaron las llamas del avivamiento entre los pentecostales.
Las organizaciones paraeclesiásticas florecieron a lo largo de la década de 1950. En esa década se fundaron muchas nuevas instituciones educativas cristianas, como el Evangel College (ahora Evangel University) de Springfield, Missouri, en 1955.
En 1953, el recién electo Presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, fue bautizado en agua en la Iglesia Nacional Presbiteriana de Washington, D.C.
Como baluarte contra el comunismo, Eisenhower animó a los estadounidenses a ir a la iglesia, y muchos aceptaron el reto.
Las iglesias afroamericanas lideraban el cambio social y cultural. Las historias seculares suelen pasar por alto las raíces profundamente cristianas del Movimiento por los Derechos Civiles. En muchos aspectos, este clamor contra la injusticia nació de la fe y fue moldeado por el avivamiento.
Los acontecimientos de los años 50 y 60 ayudaron a preparar a la Iglesia para una cosecha de almas durante el despertar que siguió.
La predicación, experiencias de salvación, sanidades, infraestructura y transformación sentaron las bases para el despertar del Movimiento de Jesús.
Podemos confiar en que Dios está trabajando hoy, preparándonos para una maravillosa temporada de victoria en los años venideros. Mientras tanto, tenemos mucho trabajo por hacer.
Abriendo camino
Lo más importante que podemos hacer para iniciar el próximo gran despertar es orar.
Ningún avivamiento ha surgido en un ambiente donde falta la oración.
Como en el Libro de los Hechos, debemos estar dispuestos a orar todo el tiempo que haga falta para que Dios derrame Su Espíritu sobre nuestros hijos e hijas (1:14; 2:17).
Necesitamos buscar a Dios con esperanza y anticipación una vez más, pidiendo con denuedo que se mueva entre nosotros como lo hizo en la Iglesia Primitiva.
Cuando aquellos creyentes se reunieron en el Aposento Alto y oraron, Dios envió Su Espíritu (2:4). Y cuando declararon la primacía y el señorío de Jesucristo, las vidas cambiaron.
Los que escucharon la predicación de Pedro el día de Pentecostés se conmovieron de corazón y preguntaron: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?». (versículo 37, NTV).
El llamado de Pedro al altar fue sencillo: «Cada uno de ustedes debe arrepentirse de sus pecados y volver a Dios, y ser bautizado en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados. Entonces recibirán el regalo del Espíritu Santo» (versículo 38, NTV).
Tres mil personas respondieron y se convirtieron en cristianos aquel día (versículo 41). Pero era solo el principio.
Profetizando la obra continua de Dios entre las generaciones venideras, Pedro dijo: «Esta promesa es para ustedes, para sus hijos y para los que están lejos, es decir, para todos los que han sido llamados por el Señor nuestro Dios» (versículo 39, NTV).
Los Hechos relatan además los resultados transformadores de este derramamiento. Tras el día de Pentecostés, los creyentes deseaban fervientemente reunirse para confraternizar y aprender a ser discípulos (2:42,46). Daban generosamente y se preocupaban por las necesidades de los demás (versículo 45).
Los seguidores de Cristo adoraban a Dios no solo con sus palabras, sino también con sus vidas, ganándose el favor de la comunidad (versículo 47).
Una gran carga por los perdidos espirituales se apoderó de la Iglesia primitiva (4:20). Dios llamó a los misioneros y ellos respondieron (13:2–5).
Cada vez que se produce un nuevo derramamiento del Espíritu Santo, aparecen estas señales. Pero siempre comienza con la oración.
Tertuliano, un teólogo cristiano que vivió en la Cartago del siglo II, ofreció esta descripción de las reuniones de oración durante su época:
Nos reunimos como asamblea y congregación, para que, ofreciendo oración a Dios como con fuerza unida, luchemos con Él en nuestras súplicas. Dios se complace en este esfuerzo. Oramos también por los emperadores, por sus ministros y por toda autoridad, por el bienestar del mundo, por la prevalencia de la paz, por el retraso de la consumación final.
En los albores de nuestro Movimiento, los pentecostales hablaban de dolores de parto en intercesión, de clamar a Dios con lágrimas y gemidos, y de orar en lenguas.
Quienes nos precedieron comprendieron que la oración es un trabajo que requiere compromiso y esfuerzo. Pero nada es más vital ni más fructífero.
Nunca ha habido un momento más importante para la intercesión que el actual. Esta generación necesita desesperadamente un encuentro con Dios.
Para que la Iglesia se levante, primero debemos caer de rodillas y orar.
A la pasión por la oración hay que unir un estilo de vida de arrepentimiento que conduzca a la santidad.
Encontrar la presencia de Dios en la oración producirá en nosotros una tristeza piadosa. Nuestros valores y comportamientos cambiarán. Dios no solo nos dará la victoria sobre comportamientos y hábitos pecaminosos, sino que Él también cambiará nuestras prioridades para que empleemos nuestro tiempo de manera diferente.
Nunca ha habido
un momento más
importante para
la intercesión que
el actual. Esta
generación necesita
desesperadamente un
encuentro con Dios.
El entretenimiento perderá su atractivo a medida que busquemos el rostro de Dios en lugar de deslizar el dedo por la pantalla de nuestros teléfonos inteligentes.
En el pasado, los cristianos a menudo convirtieron un cambio de prioridades en estrictos códigos de santidad, prohibiendo a sus hijos hacer cosas que no eran necesariamente problemáticas.
El legalismo en lugar de la santidad nunca consigue que el avivamiento pase de una generación a otra. Pero el avivamiento siempre refinará nuestros comportamientos, mejorará nuestro uso del tiempo, y dejará una impresión en los jóvenes que sean testigos de estas cosas.
La santidad no es una lista de comportamientos o prohibiciones. La verdadera santidad viene de experimentar el poder de Dios que cambia la vida de tal manera que expresamos Su carácter, especialmente amando y sirviendo a los demás.
A medida que los creyentes buscan a Dios, el Espíritu Santo forma Su carácter en ellos. Esto es lo que hace que una iglesia sea atractiva para las personas que buscan un significado y anhelan algo real.
Un rasgo distintivo de la santidad es el amor y la preocupación por las personas perdidas. Sin estas características, la Iglesia no estará preparada para el próximo despertar.
Los avivamientos nunca son impecables porque el poder de Dios atrae a personas que están heridas y necesitadas.
Cuando unos hombres rompieron un techo a golpes para acercar a su amigo a Jesús, probablemente se produjo un desorden. Sin embargo, el paralítico encontró la compasión, el perdón y la sanidad de Cristo (Marcos 2:1–12).
Una congregación sin amor nunca tolerará la afluencia de buscadores y nuevos creyentes ni las perturbaciones que traen consigo. Pero el hábito de orar por los perdidos prepara los corazones para recibirlos.
Otro elemento importante que debe preceder a un gran despertar es la pasión por la Palabra de Dios.
El compromiso con la Biblia está disminuyendo en Estados Unidos, dentro y fuera de la Iglesia. Muchos cristianos desconocen los fundamentos de las Escrituras y rara vez las leen por iniciativa propia.
Hay una necesidad desesperada de predicación y enseñanza bíblicas eficaces. Tal comunicación requiere pasión por el estudio de la Palabra.
Mientras nos preparamos para el próximo gran despertar, los líderes de la iglesia deberían comprometerse con este estudio y animar a las personas llamadas a seguir una formación teológica.
El estudio de la Biblia debe aumentar a todos los niveles: desde el devocional personal hasta los estudios académicos, y desde los bancos hasta los púlpitos.
Un corazón para los perdidos y el conocimiento de las Escrituras equipa a los creyentes para la evangelización, lo que contribuye a impulsar el avivamiento.
Durante el Movimiento de Jesús, los jóvenes cristianos estaban ansiosos por compartir sus testimonios e invitar a otros a aceptar a Cristo. Muchas canciones de esa época hablan de testificar y alcanzar a los perdidos.
Cuando el pueblo de Dios se apasione por compartir el Evangelio, estará preparado para aceptar un despertar espiritual como una oportunidad del Reino.
La Iglesia debe mantener un enfoque misionero de una generación a la siguiente. Los jóvenes de nuestros ministerios infantiles y grupos juveniles liderarán el próximo gran despertar.
El discipulado es esencial para transmitir el conocimiento bíblico, la sabiduría piadosa, la comprensión teológica y los distintivos pentecostales.
Los cristianos de más edad pueden allanar el camino para el próximo gran despertar invirtiendo en la Generación Z. Quienes clamarán por esperanza y verdad dentro de 20 años necesitarán pastores maduros que puedan formarlos en las virtudes históricas de nuestra fe.
Los miembros de la Generación Z pueden convertirse en los David Wilkerson que lleguen a los Nicky Cruz del futuro. Los niños y niñas que hoy asisten a las aulas de nuestras iglesias pueden un día llevar el evangelio hasta los confines de la tierra.
Hay cosas que podemos hacer ahora para equipar a los líderes de las iglesias del mañana.
Los pastores pueden orientar a los líderes emergentes, animándolos en su fe, compartiendo su sabiduría y creando oportunidades para el ministerio.
Los congregantes pueden apoyar a los jóvenes para que asistan a campamentos de la iglesia y participen en viajes misioneros. Cada congregación debe invertir económicamente en la educación de al menos un ministro en formación.
Cuando tenía 12 años y sentí el llamado al ministerio, me ofrecí como voluntario para limpiar la iglesia un sábado.
Después, el pastor me llevó a comer una hamburguesa y se hizo mi amigo. Salí de aquella comida sintiendo que mi fe y mi trabajo para Dios importaban.
A través de sus acciones y palabras de aliento, el pastor validó mi sentido del llamado.
Al hacer lo mismo con los jóvenes en nuestras esferas de influencia, los líderes ministeriales de hoy podemos ayudar a preparar el próximo despertar.
Contra el pesimismo de nuestro actual invierno de insatisfacción, creo que los años venideros podrían traer el mayor período de expansión cristiana que la Iglesia haya visto jamás.
Sin embargo, esto no está garantizado. Un despertar espiritual centrado en Cristo es el fruto del derramamiento del Espíritu de Dios en respuesta a las oraciones de Su Iglesia.
Si queremos recoger una cosecha futura, debemos poner de nuestra parte para preparar el terreno ahora. Es un trabajo duro, gran parte del cual se realiza silenciosamente y entre bastidores.
Pero no debemos cansarnos de hacer el bien «porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos» (Gálatas 6:9, NVI).
¡Que el Espíritu de Dios nos movilice ahora con una larga temporada de avivamientos que conduzcan al próximo gran despertar de América!
Joseph Castleberry, Ed.D., es presidente de Northwest University en Kirkland, Washington, y autor de The Sixth Great Awakening and the Coming Renewal of the American Church [El Sexto Gran Despertar y la próxima renovación de la Iglesia Norteamericana] (Northwest University Press).
Este artículo aparecerá en la edición de invierno de 2025 de la revista Influence.
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