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Perdonar como fuimos perdonados

Tratar a los demás con la tierna misericordia de Dios

En el 2009, un intruso que estaba bajo la influencia de la cocaína irrumpió en la casa del ministro de las Asambleas de Dios Kevin Ramsby. El hombre apuñaló a Ramsby 37 veces y lo dejó tendido en un charco de sangre.

Ramsby sobrevivió, pero tuvo problemas para perdonar. Fantaseaba con buscar venganza e incluso a luchar con pensamientos suicidas. En su desesperación, Ramsby suplicó a Dios que cambiara su corazón.

Con el tiempo, comenzó a ocurrir una transformación interior. Ramsby no solo superó finalmente su ira, sino que también desarrolló una relación con el agresor encarcelado. Los dos continúan manteniendo correspondencia, y Ramsby ya no siente ira ni resentimiento hacia el hombre que casi le quita la vida.

“Veo a un hombre que necesita un Salvador, como yo,” dice Ramsby.

La experiencia de Ramsby confirma la verdad de la declaración de Alexander Pope: “Errar es humano; perdonar es divino.” De hecho, el perdón refleja el corazón de Dios, porque su placer es mostrar misericordia (Miqueas 7:18).

Perdonar también es esencial para el evangelio. Sosteniendo la copa en la Cena del Señor, Jesús dijo: «Esto es mi sangre del pacto que es derramada por muchos para el perdón de pecados» (Mateo 26:28 NVI). La Expiación abrió un camino para que los seres humanos se reconciliaran con Dios. Esta es la dimensión vertical del perdón.

Sin embargo, una comprensión adecuada del perdón no termina ahí. La gracia reconciliadora de Cristo también tiene una dimensión horizontal, que se extiende a las dolorosas disputas y ofensas que dividen a los vecinos, amargan los corazones y encarcelan las almas heridas.

Ambas dimensiones del perdón se exponen en la parábola de Jesús de los dos deudores (o el siervo despiadado) (Mateo 18:21–35).

 

Motivación y naturaleza

El escenario de la parábola es una pregunta que Pedro hizo a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces? » (v. 21).  Pedro probablemente pensó que estaba siendo más que generoso. Algunas corrientes de la enseñanza rabínica proponían tres veces como el límite para perdonar a un ofensor. En el Libro de Amós, Dios contó cuatro pecados antes de emitir juicio contra cada nación (Amós 1–2).

La respuesta de Jesús debe haber asombrado a sus discípulos: «No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mateo 18:22 NVI).

El número 77 puede aludir a Génesis 4:24: «Si Caín será vengado siete veces, setenta y siete veces será vengado Lamec». Si es así, Jesús estaba revirtiendo esta maldición de venganza del Antiguo Testamento.

En cualquier caso, poner un límite numérico al perdón no era la intención del Señor. Dios que es rico en misericordia (Efesios 2:4) y ofrece en abundancia la gracia (Romanos 5:17; 1 Timoteo 1:14) llama a su pueblo a amar y perdonar generosamente también.

Para ilustrar su punto, Jesús relató una parábola acerca de un rey cuyo siervo le debía 10 mil talentos. Un talento era un peso de medida aproximadamente equivalente a 7.300 días de salario para un obrero.

Al multiplicar 7.300 por 10 mil, y se dará cuenta de que el siervo debía una suma enorme de dinero: 73 millones de días de salario. Si hace los cálculos, eso es 200 mil años. Claramente, Jesús hablaba de manera hiperbólica. La deuda del siervo era de proporción infinita o incalculable.

Cuando el rey ordenó la venta de este hombre profundamente endeudado y su familia, el siervo rogó por más tiempo. El siervo no podría haber cumplido su promesa de «lo pagaré todo» (Mateo 18:26 RV). Sin embargo, el señor «compadecido de él, le soltó y le perdonó la deuda» (versículo 27 RVC).

Nadie puede ganarse
la compasión de Dios,
pero los cristianos
pueden y deben imitarla en su trato con los demás.

El versículo 27 nos ayuda a entender el motivo y la naturaleza del perdón. La palabra griega traducida “sentir compasión” (splanchnízomai) indica una fuerte emoción, literalmente, “una agitación de los intestinos.” Mateo usa este mismo término para describir la compasión de Jesús por dos ciegos (Mt. 20:34). En Mateo 18:33, el rey usa el verbo griego “tener misericordia” (eleéō) para describir su motivo.

La tierna misericordia movió al rey a actuar como lo hizo.

El Nuevo Testamento usa dos verbos para aludir el “perdón,” y ambos están presentes en Mateo 18:27: aphíēmi y apolýō. Estos verbos son más o menos sinónimos, aunque aquí sugieren, respectivamente, la cancelación de la deuda del siervo y su liberación del encarcelamiento.

Por analogía, perdonar significa cancelar la deuda del pecado que tenemos con Dios o con otros, y nos libera de la esclavitud del pecado.

 

Orientación misericordiosa

Sin embargo, las acciones del rey no son el final de la historia de Jesús. El hombre liberado se encontró con un consiervo que le debía la modesta suma de cien denarios. Un denario era el salario de un día, por lo que la deuda de este otro siervo equivalía aproximadamente a tres meses de salario.

En lugar de extender la misericordia que acababa de experimentar, el siervo despiadado trató a su consiervo con dureza, lo agarró por el cuello y lo mandó a la cárcel. 

Cuando el rey se enteró de esto, se enojó. Condenando al primer siervo por su maldad, el rey lo entregó a los carceleros “hasta que pagara todo lo que le debía” (v. 34).

Jesús concluyó la parábola con una advertencia severa: «Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone [aphíēmi] de corazón a su hermano» (v. 35 NVI).

La parábola arroja luz sobre la enseñanza de Jesús del Sermón del Monte: «Porque si perdonan [aphíēmi] a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre perdonará a ustedes las suyas» (Mateo 6:14–15 NVI).

Esto no significa que haya condiciones previas relacionadas con las obras para recibir la salvación. Dios no retiene el perdón vertical hasta que las personas perfeccionan sus relaciones horizontales. El perdón de Dios viene a través del favor inmerecido, no de nuestras buenas obras.

En la historia, la deuda del siervo ya estaba cancelada cuando eligió no tratar a su consiervo con la misericordia que había experimentado. La ruptura ocurrió cuando el don de gracia que había recibido no produjo un cambio genuino de corazón.

Experimentar la misericordia de Dios debe conducir al creyente hacia la misericordia. Jesús resumió la ley y los profetas en los mandamientos semejantes de amar a Dios completamente y amar a los demás como a uno mismo (Mateo 22:37–40). Más tarde, Santiago señaló el amor al prójimo como la “ley suprema” de las Escrituras (Santiago 2:8). Nadie puede ganarse la compasión de Dios, pero los cristianos pueden y deben imitarla en su trato con los demás.

La parábola de Jesús también pone de relieve la diferencia entre lo que Dios perdona y lo que pide a la gente que perdone: una deuda infinita frente a una comparativamente infinitesimal. Hay una tendencia humana a pensar en el perdón como algo fácil para Dios, pero una carga imposible para todos los demás.

Esto subestima la gravedad del pecado. Para Dios, cualquier transgresión contra su norma justa es más que una ofensa. Es una rebelión abierta contra Él. Transgredir los mandamientos de Dios es oponerse a su propia naturaleza y carácter.

Sin embargo, Cristo murió para redimir a los pecadores «cuando éramos enemigos de Dios» (Romanos 5:10). La cancelación divina de las deudas de pecado no fue fácil o sin dolor. El precio fue la Cruz. Como opina Timothy Keller: “El perdón significa el costo de las injusticias pasa del perpetrador a usted, y usted lo asume.”

Eso es lo que Jesús hizo por medio de la Expiación. Como dice 1 Pedro 2:24: «Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia» (al parafrasear Isaías 53:4 LXX).

 

Dios es misericordioso
y justo. Perdonar una
ofensa no es lo
mismo que ignorarla,
mantenerla en secreto
o abstenerse de buscar
justicia.

Perdón y justicia

En cualquier discusión sobre el perdón, es importante tener en cuenta que Dios es misericordioso y justo. Perdonar una ofensa no es lo mismo que ignorarla, mantenerla en secreto o abstenerse de buscar justicia. Tampoco es lo mismo que la reconciliación. A veces, debido a que la ofensa es muy grave o el ofensor no se arrepiente, no se puede restaurar una relación a su estado anterior.

Lamentablemente, los abusadores y los autores de injusticias a veces utilizan las enseñanzas cristianas sobre el perdón para manipular a las víctimas y hacerlas guardar silencio, obligándolas a volver a reanudar relaciones injustas.

Steven Tracy, profesor de teología y ética en el Seminario Phoenix en Scottsdale, Arizona, habla de una adolescente que informó a su pastor que otro líder de la iglesia había estado abusando sexualmente de ella. En lugar de notificar a la policía, el pastor dijo a la niña, erróneamente, agrega Tracy, que Dios esperaba que ella perdonara y olvidara. Como resultado, el abuso continuó.

La respuesta desconsiderada de este pastor tergiversa completamente la enseñanza bíblica. Estas historias ayudan a explicar por qué algunos profesionales de la salud mental y sobrevivientes de traumas rechazan el perdón como un concepto dañino que revictimiza a las personas, les impone una carga imposible y prolonga su dolor.

Como explica Tracy, olvidar no es parte del perdón. Dios no borra la memoria de una persona de las experiencias pasadas, incluso cuando Él trae sanidad interior. 

Además, el pastor en la historia de Tracy de manera imprudente y pecaminosa ignoró el celo de Dios por la justicia, el cuidado de los vulnerables y la protección del rebaño de los ladrones que vienen a robar, matar y destruir (Juan 10:10).

El perdón no significa que no haya consecuencias por el comportamiento pecaminoso. En la cruz de Cristo, John Stott escribe: “Toda reconciliación cristiana auténtica exhibe el amor y la justicia, y por lo tanto el dolor, de la cruz.”

En el mismo capítulo en el que Pablo dijo a los efesios que perdonaran como Dios los había perdonado, instruyó a los miembros de la iglesia a hablar la verdad con amor (Efesios 4:15, 32).

En una historia del Antiguo Testamento citada con frecuencia sobre el perdón de una persona hacia otra, el patriarca José denunció las acciones de sus hermanos por lo que fueron: «Ustedes se propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para bien» (Génesis 50:20, NTV). 

El rey en la parábola de Jesús evaluó honesta y públicamente la cantidad de la deuda. Antes de que el siervo pudiera pedir perdón, alguien tenía que plantear el problema. Reconocer el daño es el primer paso hacia la sanidad, tanto para la víctima como para el ofensor. Enfrentar la verdad y las consecuencias da al ofensor la oportunidad de arrepentirse y rehabilitarse.

En el caso de actividad criminal, especialmente cuando incluye un comportamiento como la agresión física o el abuso sexual, utilizar el sistema de justicia es la mejor manera de prevenir más lesiones a la víctima y proteger a otros de ser victimizados. De hecho, los ministros deberían considerarse informantes obligatorios en casos que involucran a menores y adultos dependientes.

“Perdone mientras busca justicia,” aconseja Keller.

 

Perdón y arrepentimiento

Confrontar la injusticia plantea otro tema difícil: ¿Necesitan los cristianos perdonar cuando no hay señales de remordimiento o arrepentimiento?

Aquellos que abogan por el perdón condicionado al arrepentimiento podrían señalar que el rey en la parábola de Jesús no canceló la deuda hasta después de que el siervo había rogado por misericordia.

Lucas 17:3–4, NVI, parece suponer el arrepentimiento como condición para el perdón: «Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Aun si peca contra ti siete veces en un día, y siete veces regresa a decirte que se arrepiente, perdónalo» (énfasis añadido).

Además, hay amplia evidencia en las Escrituras de que Dios mismo no perdona sin arrepentimiento (2 Crónicas 7:14; Jeremías 36:3; Lucas 3:3; 13:3,5; 24:47; Hechos 2:38; 3:19; 2 Corintios 7:10; 1 Juan 1:9).

Sin embargo, también hay pasajes que enseñan el perdón de una persona a otra sin mencionar el arrepentimiento como requisito previo (Mateo 6:12–15; Marcos 11:25; Lucas 6:37; 11:4; Colosenses 3:13).

“Perdonar es liberar
a un prisionero y
descubrir que el
prisionero era usted.”
— Lewis Smedes

Jesús dijo a sus discípulos que debían amar a sus enemigos y orar por quienes los persiguen, a fin de ser imitadores del ejemplo de su Padre celestial, quien bendice a justos e injustos por igual (Mateo 5:44–45).

El Señor demostró esto en la cruz al orar por sus verdugos y morir por sus adversarios (Lucas 23:34; Romanos 5:7–10; 1 Pedro 2:23–24).  Esteban, un creyente «lleno del Espíritu Santo», oró de manera similar por aquellos que lo asesinaron. Al morir, las últimas palabras de Esteban reflejaron el corazón misericordioso de Dios: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (Hechos 7:60 NVI).

Retener el perdón hasta que alguien parezca lo suficientemente arrepentido convierte a los humanos en jueces y árbitros, colocándolos en el lugar de Dios. En cambio, Jesús llama a sus seguidores a mostrar Su amor y gracia compartiendo con generosidad lo que han recibido de Él (Mateo 10:8).

El apóstol Pablo instruyó a los creyentes a no tomar venganza, amar a sus enemigos y dejar el castigo en las manos de Dios (Romanos 12:19–21). «Si es posible», escribió Pablo, «en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos» (v. 18 NVI). 

Esta postura no viene naturalmente. Más bien, fluye de un encuentro genuino y diario con el perdón y el poder transformador de Dios. Jesús señaló la expresión de amor de una mujer como evidencia de que ella había experimentado el perdón (Lucas 7:47). Aquellos que entienden la profundidad de la misericordia de Dios se someterán más fácilmente a la obra de Su Espíritu en sus corazones, lo que resultará en un amor creciente por Dios y por los demás.

Permanecer en un estado de falta de perdón no ayuda a lograr la justicia. De hecho, solo profundiza el dolor de la víctima. 

Keller compara la falta de perdón con una especie de prisión que atrapa a las víctimas en un ciclo de revivir su victimización y dejar que esta determine su futuro. En vez de acercarse a la gracia de Dios y experimentar Su sanidad, la persona que no perdona se aleja de Dios y experimenta un endurecimiento del corazón.

Por lo tanto, es mejor perdonar, incluso en ausencia de arrepentimiento; incluso si el ofensor ha fallecido, es desconocido o inaccesible; incluso cuando la reconciliación relacional y la restauración no son seguras, prácticas o posibles; e incluso cuando es extremadamente difícil.

En términos psicológicos, el perdón tiene valor terapéutico para el perdonador. Incluso las ciencias sociales reconocen esto. Un estudio en el 2016 de Annals of Behavioral Medicine [Comentarios de Medicina del Comportamiento] resumió sus hallazgos: “Un mayor perdón se asocia con menos estrés y, a su vez, con una mejor salud mental.”

O como dijo Lewis B. Smedes: “Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir que el prisionero era usted.”

 

Fortaleza para perdonar

En el libro Amazing Love (Amor increíble), por Corrie Ten Boom, una cristiana holandesa que sobrevivió al confinamiento en un campo de concentración nazi, contó una conversación de posguerra que tuvo con un ex soldado nazi, Karl Heintz.

Después de escucharla predicar, Heintz enfrentó a Ten Boom. “Todo lo que usted habló fue débil,” dijo. “Usted habló del perdón. El perdón es debilidad.”

Ten Boom le respondió con una pregunta: “¿Puede imaginar, Karl Heintz, que el perdón requiere más fuerza que el odio?”

El evangelio es una demostración de la fuerza del perdón de Dios. Como dijo el apóstol Pablo: «Dios les ha dado vida juntamente con él, y les ha perdonado todos sus pecados. Ha anulado el acta de los decretos que había contra nosotros y que nos era adversa; la quitó de en medio y la clavó en la cruz» (Colosenses 2:13-14 RVC).

La gracia de Dios que venció el pecado es suficiente para sanar el dolor de la injusticia, y permite a los creyentes «perdonar así como el Señor los perdonó» (Colosenses 3:13).

 

Christina Quick es editora principal de la revista Influence.

George P. Wood es editor ejecutivo de la revista Influence.

 

Este artículo aparece en de otoño 2023 de la revista Influence.

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