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Lo que creemos sobre la Trinidad

Una serie sobre las Declaración de verdades fundamentales de las AD

Allen Tennison on March 1, 2023

El Antiguo Testamento proclama la unicidad de Dios como fundamento del testimonio y el culto de Israel como pueblo de Dios. El Nuevo Testamento proclama la buena nueva de Jesús como encarnación de Dios, y también como Hijo de Dios.

La proclamación del Nuevo Testamento depende del mensaje del Antiguo Testamento. Sin embargo, existe una tensión potencial entre esta declaración de monoteísmo y la revelación de Jesús como Dios con su Padre (y el Espíritu Santo). La Iglesia primitiva trabajó para resolver esta tensión desarrollando una gramática para hablar de Dios, que hoy reconocemos como la doctrina de la Trinidad.

 

La Iglesia primitiva

La Iglesia siempre ha insistido en la declaración de fe judía de que «el Señor es nuestro Dios, solamente el Señor» (Deuteronomio 6:4, NTV). La unicidad de Dios sirvió de fundamento a la fe cristiana y, en una cultura idólatra de muchos dioses, fue lo primero que proclamaron los apóstoles (Hechos 17:23-29).

Podemos amar a Dios con todo lo que tenemos (Deuteronomio 6:5) porque Dios no tiene iguales que reclamen nuestra atención. La unicidad de Dios enmarca nuestro culto, testimonio y ética como obediencia indivisa.

Al mismo tiempo, la Iglesia del Nuevo Testamento adoraba a Jesús como Dios encarnado. Los primeros cristianos se dirigían a Jesús como Señor, o kúrios (Juan 20:28; Hechos 2:36; Romanos 10:9; Colosenses 3:17; Apocalipsis 22:20). En el Antiguo Testamento, este título era Adonai, una palabra que sustituía a Yahvé, el nombre personal de Dios (Génesis 2:4; Éxodo 3:15; Salmos 23:1).

Los escritores bíblicos atribuyeron a Jesús las obras de Dios, incluida la creación (Juan 1:1-4; Colosenses 1:15) y el juicio (Mateo 25:31-36; Juan 5:22-30; Hechos 10:42; 17:31; 2 Timoteo 4:1; Apocalipsis 19:11). Utilizaban el título mesiánico «Hijo de Dios» como si existiera una relación Hijo/Padre antes de la encarnación (Juan 3:16-18; 10:36; 20:31; Romanos 8:29; Colosenses 1:15; Hebreos 1:3-8). Juan llamó a Jesús el Logos, o Verbo de Dios desde antes de la creación (Juan 1:1-14).

Los creyentes del Nuevo Testamento hablaban de Jesús como Dios, pero ¿eso convertía a Jesús en un segundo Dios después del Padre?

El Espíritu Santo también existía con Dios Padre antes de la creación (Génesis 1:2). El apóstol Pablo atribuyó al Espíritu Santo el don de la vida (Romanos 8:10-11). Jesús habló del Espíritu Santo en términos personales, como paraklétos o «abogado» de los discípulos (Juan 14:16-17). Pablo utilizó verbos personales para explicar la actividad del Espíritu, describiéndolo como intercesor (Romanos 8:26-27), dador (1 Corintios 12:11) y que puede ser entristecido (Efesios 4:30).

Si el Espíritu Santo es una personalidad distinta que comparte los rasgos de Dios junto con Jesús, ¿significaba eso que el Espíritu representaba un tercer Dios después de Jesús y el Padre?

A partir de la segunda generación de creyentes, los cristianos se esforzaron por comprender y explicar la revelación bíblica de Dios en medio de una cultura pagana. ¿Cómo es posible que no haya tres dioses si el Padre, Jesús y el Espíritu Santo son cada uno Dios? Si solo hay un Dios, ¿oraba Jesús a sí mismo? ¿Se envió a sí mismo a la Iglesia el día de Pentecostés? ¿Podría ser que Jesús y el Espíritu no fueran Dios de la misma manera que el Padre, de modo que solo el Padre es el único Dios verdadero?

Responder «sí» a estas preguntas condujo, respectivamente, a las primeras herejías cristianas del triteísmo (creencia en tres Dioses), el modalismo (creencia de que Dios es el Padre, el Hijo y el Espíritu en diferentes momentos) y el arrianismo (creencia de que Jesús y el Espíritu Santo no son verdaderamente Dios de la misma manera que el Padre).

La Iglesia primitiva creó una gramática para entender a Dios que guiaba el culto,
el testimonio y el discipulado de la comunidad.

Las herejías servían para mostrar cómo no se debía entender y explicar una doctrina. Los líderes de la Iglesia primitiva se esforzaron por desarrollar una gramática para proclamar la revelación bíblica completa de Dios que evitara esas herejías, reconociendo al mismo tiempo que el misterio de la naturaleza de Dios va más allá de la comprensión humana.

En el siglo IV, los líderes de la Iglesia elaboraron una manera de hablar que preservara el testimonio bíblico sin caer en la herejía. Describieron a Dios como un Ser en tres Personas, unificadas en cuanto a naturaleza divina, pero distintas como las Personas de la Trinidad.

Hablar del Ser de Dios significaba algo distinto que hablar de las Personas de Dios. Al distinguir los términos y especificar lo que podía y no podía decirse basándose en la revelación bíblica, la Iglesia primitiva creó una gramática para entender a Dios que guiaba el culto, el testimonio y el discipulado de la comunidad.

 

Las Asambleas de Dios

A principios del siglo XX, los pentecostales se dividieron en torno a su concepción de la Trinidad.

Los pentecostales se tomaban muy en serio la armonía de la Biblia, lo que suscitaba debates sobre la concordancia de ciertos pasajes. Un motivo de preocupación eran las diferentes fórmulas bautismales de Mateo 28:19 («en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo») y Hechos 2:38 («en el nombre de Jesucristo»). ¿Cuál era la fórmula bíblica para el bautismo en agua?

En 1913 se ofreció una solución novedosa, al parecer basada en una revelación personal. Las fórmulas bautismales podrían armonizarse si «Jesús» fuera el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Las implicaciones de esta revelación iban más allá de la práctica del bautismo en agua. Para algunos, Hechos 2:38 sustituyó a Mateo 28:19 en la práctica de la Iglesia, lo que los llevó a abogar por bautizar o rebautizar a los creyentes solo en el nombre de Jesús. Razonaban que Pedro debió darse cuenta de que el Espíritu Santo era Jesús el día de Pentecostés.

Estos pentecostales sugirieron que el bautismo en el Espíritu, con la evidencia de hablar en lenguas, era un bautismo espiritual en Jesús. Algunos comenzaron a enseñar que el hablar en lenguas era la evidencia de la conversión completa a Cristo.

Esta enseñanza creó controversia en todo el pentecostalismo, pero especialmente en las recién fundadas Asambleas de Dios (AD). Los pastores se preguntaban si debían rebautizar a los miembros, si alguien podía ser cristiano sin hablar en lenguas y cómo era posible que la Iglesia se hubiera equivocado sobre la Trinidad durante la mayor parte de su historia.

Lo que se denominó el «nuevo asunto» se desarrolló casi de la noche a la mañana, pasando de ser una cuestión sobre la fórmula aceptable para el bautismo en agua a convertirse en una controversia sobre la manera de recibir la salvación y la naturaleza del Dios trino.

En respuesta, los líderes de las AD durante el Concilio General de 1916 encargaron la redacción de una «Declaración de Verdades Fundamentales». La más importante de estas verdades fundamentales era la N.º 13, «La esencia divina de la Deidad». Afirmaba los límites históricos de la ortodoxia trinitaria, utilizando un lenguaje que se remontaba a los cuatro primeros siglos de la Iglesia.

Aproximadamente el 25% de los ministros se retiraron de la fraternidad por negarse a firmar esta declaración, lo que redujo el número de titulares de credenciales de las AD de 585 a 429 en un año. No obstante, la creencia en la Trinidad como verdad fundamental garantizaba la pertenencia de las AD al cristianismo histórico.

La doctrina de la Trinidad preserva la revelación bíblica, refleja la naturaleza del Evangelio y proporciona dirección y límites para nuestro culto, testimonio y discipulado. Las AD sostienen dieciséis verdades fundamentales, pero ninguna es más fundamental que la creencia en la Trinidad.

 

Un Dios verdadero

En 1920, se reorganizaron las Verdades Fundamentales. La declaración sobre la Trinidad pasó a la N.º 2, bajo el epígrafe «El único Dios verdadero». Esta verdad afirma lo que creemos y enseñamos sobre la naturaleza y la obra de Dios.

En cuanto a la naturaleza de Dios, Él es uno, eterno y autoexistente. No hay otro fuera de Él (Deuteronomio 4:35). No hay principio antes de Dios, ni fin más allá de Él, ni nada igual a Él. Además, no hay nada de lo que Dios dependa para existir.

Hay un límite ortodoxo a lo que los humanos pueden y no pueden decir sobre la Trinidad, porque solo podemos hablar de Dios basándonos en su revelación, no en nuestras especulaciones.

En cuanto a la obra de Dios, Él es el Creador, Redentor y Revelador de la verdad. Dios se ha revelado como el «Yo Soy», y como uno que existe en relación consigo mismo eternamente y en la creación históricamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Un Dios Trino

Se ha dicho que nadie puede hablar inteligentemente de la Trinidad durante más de cinco minutos sin cometer una antigua herejía cristiana.

Hay un límite ortodoxo a lo que los humanos pueden y no pueden decir sobre la Trinidad, porque solo podemos hablar de Dios basándonos en su revelación, no en nuestras especulaciones.

Si vamos más allá de la enseñanza de la Escritura, hablamos con arrogancia. Si violamos el significado de las Escrituras, hablamos falsamente. Si hacemos que el Evangelio sea imposible o significativamente menos probable, hablamos heréticamente (p. ej., tratar a Jesús como menos que Dios cambia el significado de la encarnación, lo que a su vez cuestiona la eficacia de la expiación). Si no hablamos de Dios por miedo a violar un límite, no tenemos ningún testimonio que ofrecer. Entonces, ¿cómo debemos hablar de Dios?

La sección sobre la divinidad dentro de la Declaración de Verdades Fundamentales contiene diez párrafos, de la (a) a la (j), que aclaran la enseñanza sobre la Trinidad de un modo que concuerda con la comprensión de la Iglesia primitiva. Los párrafos (a) a (d) tratan de la naturaleza de la divinidad, mientras que (e) a (j) abordan la naturaleza de Jesús. En conjunto, estas enseñanzas proporcionan una idea de lo que las AD pretendían afirmar y defender en relación con la Trinidad.

 

Padre, Hijo y Espíritu Santo

Como reconoce el apartado (a), el vocablo «trinidad» no se encuentra en ninguna parte de las Escrituras, y los escritores bíblicos nunca utilizaron el vocablo «personas» para describir a Dios. La Iglesia del siglo II desarrolló esta terminología para hablar de la triunidad de Dios. «Personas» delineaba a cada miembro de la Trinidad en su unicidad, mientras que «Ser» describía la naturaleza del Dios único.

La visión trinitaria de Dios como un Ser en tres Personas no niega ni la deidad ni el carácter distintivo del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Un error que hay que evitar es suponer que «Ser» se refiere a algún tipo de cosa divina y no a Dios mismo. Otro es el error de que «Personas» se refiere a individuos separados –como ocurre con los seres humanos– en vez de la distinción dentro del único Dios. Esta noción conduce a la herejía del triteísmo.

El apartado (b) afirma la distinción, no la separación, de las personas de la Trinidad. Sus nombres divinamente revelados son términos de relación. Sin embargo, esas distinciones no pueden ir más allá de lo que permite la Biblia. «No lo sé» es una respuesta bíblica para cuando no tenemos una respuesta clara de las Escrituras (2 Corintios 12:2-3).

Como explica el apartado (c), «el Padre es el Engendrador; el Hijo es el Engendrado; y el Espíritu Santo es el que procede del Padre y del Hijo». Lo que distingue al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo es cómo se relacionan entre sí.

El Nuevo Testamento proporciona la revelación de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero esas relaciones existen en la eternidad y no solo en la narración bíblica. Si suponemos que las acciones de Dios en la historia crearon esas relaciones de Hijo y Espíritu, caemos en la herejía del arrianismo.

Si el Hijo y el Espíritu no son eternos, no son Dios y sus acciones para la salvación no tendrán el mismo efecto. El Padre es el Padre del Hijo eternamente, el Hijo es el Engendrado del Padre eternamente, y el Espíritu es la Procesión de ambos eternamente.

El apartado (d) subraya aún más la distinción y unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No son la misma persona. Reconocer sus relaciones mutuas ayuda a preservar el carácter distintivo de cada Persona. Si eliminamos esas distinciones relacionales, cometemos la herejía del modalismo.

Al mismo tiempo, no hay oposición entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Se entienden, hablan y actúan en perfecta armonía. Están unidos en su relación y comunión.

La Trinidad obra cooperativamente
en toda la obra de
Dios, incluyendo
la creación, la redención y la revelación.

La Trinidad obra cooperativamente en toda la obra de Dios, incluyendo la creación, la redención y la revelación. El Hijo y el Espíritu estaban con el Padre durante el acto de la creación (Génesis 1:2; Juan 1:3; Colosenses 1:16-17). El Padre envió al Hijo para nuestra salvación (Juan 3:16), mientras que el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu para guiarnos a la verdad del Evangelio y capacitarnos para la misión (Juan 16:13; Hechos 1:8).

El Hijo es la revelación de Dios Padre (Juan 14:9). El Espíritu Santo es el agente de la revelación en la concepción de Jesús, la inspiración de las Escrituras y la profecía (Lucas 1:35; 2 Pedro 1:21).

 

El Señor Jesús

Hay algo único en la obra de las Personas de la divinidad. Solo el Hijo se encarnó, por eso el título de «Señor Jesucristo» le pertenece exclusivamente a Él.

Los apartados (e) a (j) explican la encarnación de Cristo que, junto con la Verdad Fundamental N.º 3, proporcionan nuestra declaración sobre la deidad de Jesús (un tema para otro artículo).

Baste decir que no necesitamos que Jesús sea toda la Trinidad para honrarle como Dios, ni necesitamos reducir la Trinidad a Jesús para ser monoteístas. Jesús no es el Padre ni el Espíritu Santo, pero Jesús es el único Dios verdadero, como lo son el Padre y el Espíritu Santo.

 

Por qué es importante

Nuestro testimonio, discipulado y culto están profundamente relacionados con nuestra comprensión y proclamación del Dios trino. A continuación, veremos tres razones para enfatizar esta enseñanza.

1. Por causa del Evangelio. Teniendo en cuenta las difíciles cuestiones que plantea el tema, puede resultar tentador evitar enseñar sobre la Trinidad. Sin embargo, es saludable que los ministros admitan que solo saben lo que revelan las Escrituras. Mostrar humildad respecto a las cosas de Dios edifica a toda la congregación.

El Evangelio depende de los tres miembros de la Trinidad para tener sentido. La historia de Jesús incluye Su concepción y nacimiento, bautismo y ministerio, muerte y resurrección, ascensión y regreso. El Espíritu desempeña un papel en cada uno de estos acontecimientos.

Sin el Padre, no podríamos dar sentido a la venida, el llamado, la ascensión o el regreso de Cristo. El Padre envió a Jesús para reconciliar al mundo consigo mismo (2 Corintios 5:19).

Como ministros del Evangelio, no podemos eludir la doctrina de la Trinidad. Comprender la revelación de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo es conocer las profundidades del amor de Dios por un mundo necesitado. Y comprender plenamente este amor de Dios es experimentar la transformación (Efesios 3:14-19).

2. Por amor a los creyentes. Si Dios existe eternamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo en perfecta unidad, entonces también existe por toda la eternidad en relación amorosa. En otras palabras, Dios es amor (1 Juan 4:8).

El Evangelio revela el amor de un Dios trino por el mundo mediante el sacrificio de Jesús (Juan 3:16; 1 Juan 4:10) y el amor de Dios antes de la creación del mundo mediante la revelación de la Trinidad (Juan 15:9-13).

Estamos llamados a reflejar el amor de Dios en nuestras relaciones. Jesús dijo a sus discípulos que los amaba como el Padre le amaba a Él. Luego pidió a sus discípulos que se amaran los unos a los otros de la misma manera.

Dar la vida ejemplifica el amor que Jesús tenía por sus discípulos, y el amor que sus discípulos deben tener los unos por los otros. Ese amor supera y sobrevive a todas las cosas. Si podemos compartir el amor eterno de Dios, podemos compartir la vida eterna de Dios. Esta es la promesa del Evangelio.

Nuestras iglesias deben ser comunidades del Dios trino, en las que cada miembro trabaje cooperativamente como Dios trabaja en unidad (1 Corintios 12:4-6). Las personas de cualquier comunidad estarán en desacuerdo, pero el desacuerdo no es lo mismo que la contienda.

El Evangelio depende
de los tres miembros
de la Trinidad para
tener sentido.

Los creyentes deben comprender que la discordia, el chisme, la calumnia y otras formas de comportamiento egoísta (2 Corintios 12:20) testifican en contra de nosotros como comunidades que Dios ha llamado a proclamar Su amor. Una comunidad que no refleja amor no puede ser testigo del Dios que ama por toda la eternidad.

Los pastores deben reflejar el amor de Dios a través de un liderazgo que no sea autoritario, manipulador o egocéntrico.

Algunos pastores dirigen desde su inseguridad, tratando de ejercer un nivel de control que no permite que otros miembros del equipo crezcan en sus dones. Algunos pastores dirigen utilizando los modelos equivocados, tratando de guiar a los congregantes a través de tácticas manipuladoras aprendidas de ambientes seculares donde el amor de Dios no es algo que se tiene en cuenta.

Otros lideran desde la arrogancia. Construyen una comunidad en torno a su carisma y crean jerarquías implícitas, dando a algunas personas un estatus privilegiado y excluyendo a otras.

El liderazgo pastoral debe comunicar el amor de Dios a través del servicio y el compartir los dones espirituales.

Los dos mandamientos más importantes son amar a Dios con todo nuestro ser y amar a nuestro prójimo como si fuera nosotros (Lucas 10:27). El amor a Dios está en el corazón de nuestro culto, y el amor al prójimo es el centro de nuestra ética. En la doctrina de la Trinidad, el culto y la ética se unen al representar al Dios amoroso que veneramos.

La creencia en la Trinidad nos lleva a una comprensión más profunda del amor como quienes proclaman el Evangelio, sirven a nuestra comunidad y adoran a Dios.

3. Para la gloria de Dios. La creencia en el Dios trino da forma a nuestra adoración porque Dios es el sujeto, el objeto, el foco, el centro y la sustancia de esta. Cuando adoramos juntos, adoramos juntos a Dios.

Es justo y apropiado honrar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en nuestra adoración y oraciones con la gloria que solo a Dios pertenece, y en reconocimiento de la gracia de Dios al entregarse a nosotros.

Gran parte del culto pentecostal en el pasado se ha dirigido a Jesús con exclusión del Padre. Gran parte del énfasis del culto de la Iglesia se ha centrado históricamente en el Padre y el Hijo con exclusión del Espíritu Santo. La doctrina de la Trinidad puede ayudarnos a mantener nuestro culto a Dios en línea con nuestra convicción acerca de Dios.

Una de las partes más confusas de la Verdad Fundamental N.º 2 es la frase «La Deidad Adorable». Un ejemplo de cómo el lenguaje cambia con el tiempo, hoy en día la palabra «adorable» se aplica más a menudo a niños, cachorros, muñecas o a aquellos con los que seríamos condescendientes. Tiene poco sentido en una afirmación sobre Dios. Sin embargo, cuando esto se escribió «adorable» era un término perfectamente apropiado para describir el culto más elevado. Aquel que es adorable es Aquel a quien adoramos.

La doctrina de la Trinidad nos enseña a adorar a Dios como Padre que envió a su Hijo único y al Espíritu Santo, como Hijo que nos reconcilia con el Padre y como Espíritu Santo que glorifica al Hijo.

Cuando comprendemos, aunque sea en una pequeña medida, el significado de la Trinidad como Dios en el Evangelio, solo podemos maravillarnos, alabar y adorar a Dios tanto por lo que es como por lo que ha hecho. ¡A Dios sea la gloria!

 

Allen Tennison es profesor de teología y decano del College of Church Leadership de la North Central University de Minneapolis. Preside la Comisión de Doctrinas y Prácticas de las AD.

 

Este artículo aparece en el invierno 2023 de la revista Influence.

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