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La iglesia de corazón puro

Por qué necesitamos integridad para ver a Dios en acción

Ryan Post on July 7, 2021

En algún lugar de la orilla norte del Mar de Galilea, una multitud comienza a reunirse en torno a Jesús. Los informes de sus milagros se han extendido.

Jesús se aleja de la multitud y sube a un monte cercano. Al encontrar un lugar adecuado, se sienta para indicar que va a enseñar. Con sus discípulos recién elegidos reunidos a su alrededor, Jesús comienza lo que se conocería como el Sermón del Monte.

Esta no es una sesión de enseñanza ordinaria. Es el sermón más completo de Jesús registrado en las Escrituras. Es su manifiesto. Y para los que nos llamamos seguidores de Jesucristo, debemos prestar especial atención a este famoso discurso. No debemos ignorarlo, ni suavizarlo, ni domesticarlo de ninguna manera.

A través de este magnífico sermón, Jesús revela la verdadera intención de Dios para la vida humana y la sociedad. Comparte su visión de una nueva cultura del pueblo de Jesús.

Jesús abre su sermón con una colección de ocho afirmaciones que llamamos las Bienaventuranzas. En contra de la opinión popular, las Bienaventuranzas no son consejos o instrucciones. No son mandamientos. Tampoco son fórmulas para el éxito. Las Bienaventuranzas son simplemente anuncios.

A través de estas ocho afirmaciones, Jesús identifica el tipo de personas que recibirán la llegada de este Reino como una buena noticia. Y justo en medio de ellas, Jesús hace un anuncio que se convertirá en un tema recurrente a lo largo de todo su ministerio: «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5:8 rvr1960).

Dios obra a través de Jesús

La confesión de la divinidad de Cristo es esencial para la fe cristiana ortodoxa. Jesús de Nazaret no fue simplemente un gurú religioso, un profeta, un maestro iluminado o un ejemplo moral ideal a seguir. La afirmación consistente del Nuevo Testamento es que Él es el único, eterno y divino Hijo de Dios.

Jesús dijo: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14:9). En Hebreos 1:3 (nvi) se afirma que Jesús es «la fiel imagen» del ser de Dios. Pablo lo expresa de esta manera: «Cristo es la imagen visible del Dios invisible» (Colosenses 1:15 ntv).

La palabra «encarnación» proviene de la combinación de dos palabras latinas: in (que significa «en») y carnis («carne»). De la palabra latina carnis se deriva la palabra española «carne». Jesús es Dios en la carne, Dios encarnado.

Cuando Jesús lanzó su ministerio y comenzó a viajar por toda Galilea, la gente se maravilló de la inusual obra de Dios que estaba ocurriendo a través de este hombre misterioso. Sin saber muy bien qué hacer con Jesús, las multitudes no dejaban de especular sobre su identidad y su papel en el ámbito de la historia profética de Israel. Muchos concluyeron rápidamente que la mano de Dios estaba sobre él.

Pero no todo el mundo fue capaz de ver a Dios obrando a través de Jesús. Había un partido religioso en particular en el Israel del primer siglo conocido como los fariseos. Los fariseos eran una facción considerable que promovía la pureza moral y religiosa dentro del mundo judío. Creían que este estado de pureza sería de alguna manera el impulso para que Dios liberara a Israel de la ocupación enemiga y restaurara su identidad soberana. En todo Israel, los fariseos gozaban de la más alta consideración por su compromiso de honrar a Dios. Sin embargo, curiosamente, cuando Dios encarnado se presentó en medio de ellos, se opusieron ferozmente.

En un ejemplo particularmente memorable, la gente llevó a Jesús a un hombre ciego y mudo que estaba poseído por un demonio. Según Mateo 12:22-24: «Jesús sanó al hombre para que pudiera hablar y ver. La multitud quedó llena de asombro, y preguntaba: “¿Será posible que Jesús sea el Hijo de David, el Mesías?”». Pero los fariseos, al oírlo, dijeron: «Con razón puede expulsar demonios. Él recibe su poder de Satanás, el príncipe de los demonios».

Considere la ironía aquí. La acusación de que Jesús estaba endemoniado reveló la ceguera espiritual de sus acusadores. Y ocurrió en respuesta a que Jesús curó a un verdadero endemoniado de la ceguera física. ¿Cómo pudo este grupo con reputación de devoción religiosa no reconocer la obra de Dios a través del Hijo divino?

Lo que mantenía a los fariseos espiritualmente ciegos no era el pecado en sí. Después de todo, todos los que se encontraron con Jesús eran pecadores de alguna manera. De hecho, muchos de los que eran considerados pecadores celebraron su llegada y recibieron las buenas noticias del Reino. Lo que impedía a estos expertos religiosos ver a Dios obrando a través de Jesús era una categoría particular de pecado. Los suyos eran pecados de exterioridad: hipocresía, juicio y orgullo religioso.

Externalismo religioso

Durante la Gran Depresión, un hombre buscaba alguna manera de complementar sus ingresos y salvar su granja.

Un fin de semana, un circo ambulante se detuvo en su pueblo. El granjero se dirigió al director del circo y le dijo: «Haré todo lo que usted quiera. Es que necesito ganar un dinero adicional».

El director del circo no dudó.

«Voy a convertirte en una estrella», dijo. «Nuestro gorila murió la semana pasada y era una parte importante del espectáculo. Y en estos duros tiempos económicos, no podemos importar otro. Así que nos gustaría que te pusieras un traje de gorila y realizaras el número del gorila».

Desesperado por el dinero, el agricultor aceptó.

Cada noche, una cuerda colgaba cerca de la jaula del león. En el momento culminante del espectáculo, el falso gorila debía agarrar la cuerda y balancearse sobre el león varias veces mientras lanzaba bananas. Al público le encantaba.

Después de un par de noches, el granjero empezaba a disfrutar de los aplausos. Una noche, decidió mejorar el acto y se golpeó el pecho como un verdadero gorila. Pero el gesto hizo que su mano se soltara de la cuerda, y cayó al suelo de la jaula. El león se abalanzó inmediatamente sobre él y soltó un rugido.

El granjero aterrorizado gritó: «¡Ayúdenme! ¡Sáquenme de aquí que voy a morir!».

Entonces el león se inclinó hacia delante y susurró: «¡Cállate, tonto! Vas a conseguir que nos despidan a los dos».

Al igual que subir la cremallera de un traje no puede convertir a una persona en un animal de circo, el mero hecho de ponerse los adornos de la religión nunca ha hecho a nadie piadoso. El peligro siempre presente para los que inician el camino de la fe es la posibilidad de encarnar una especie de cristianismo de imitación, en el que uno lleva todas las marcas externas del compromiso cristiano, pero descuida la atención a las cuestiones más profundas del alma. Seguir este camino es aventurarse fuera de la senda del Calvario y adentrarse en el amplio camino del orgullo religioso y la hipocresía.

Este cambio hacia el externalismo es casi imperceptible para la persona implicada, pero es tóxico. Mientras que todo puede parecer exactamente como debería en el exterior, hay un virus latente bajo la superficie. Y una vez que echa raíces, puede ser espiritualmente devastador.

Jesús tenía la costumbre de exponer el externalismo que existía en la vida de muchos de los líderes judíos de su tiempo. Cada una de sus mordaces reprimendas eran intentos amorosos de despertarlos a su ciega condición:

«¡Qué aflicción les espera, maestros de la ley religiosa y fariseos! ¡Hipócritas! ¡Pues se cuidan de limpiar la parte exterior de la taza y del plato pero ustedes están sucios por dentro, llenos de avaricia y se permiten todo tipo de excesos! ¡Fariseo ciego! Primero lava el interior de la taza y del plato, y entonces el exterior también quedará limpio. »¡Qué aflicción les espera, maestros de la ley religiosa y fariseos! ¡Hipócritas! Pues son como tumbas blanqueadas: hermosas por fuera, pero llenas de huesos de muertos y de toda clase de impurezas por dentro. Por fuera parecen personas rectas, pero por dentro, el corazón está lleno de hipocresía y desenfreno» (Mateo 23:25-28 NTV).

Jesús también habló del externalismo en el Sermón del Monte. En un momento dado, aplicó el término «hipócritas» a los que llamaban la atención a sus prácticas de oración, ayuno y ofrendas generosas para que otras personas los alabaran (Mateo 6:1-8,16-18).

En Mateo 15:7, Jesús utilizó la palabra «hipócritas» para describir a los líderes que elevaban las tradiciones religiosas por encima de la responsabilidad suprema de amar a los demás. Luego citó a Isaías: «“Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. Su adoración es una farsa porque enseñan ideas humanas”» (versículos 8-9).

Los enfrentamientos de Jesús con estos líderes por sus objeciones a sus actos de sanidad en el sábado exponen repetidamente este virus mortal de la hipocresía religiosa. Jesús enseñó que la suma de la «Ley y los Profetas» se reduce a los mandatos de amar a Dios y al prójimo (Mateo 22:37-40). Sin embargo, estos líderes utilizaron la adhesión a las normas religiosas para promover sus propios intereses a expensas de los demás.

Los fariseos, que decían tener una percepción espiritual impoluta, eran incapaces de identificar al Hijo de Dios incluso cuando estaba delante de ellos.

Esta condición de ceguera espiritual no es algo que Dios les haya infligido. Por el contrario, Jesús, que encarnaba perfectamente la voluntad de Dios, siguió suplicándoles con la esperanza de que acabaran reconociendo su estado pecaminoso y se arrepintieran.

Vista espiritual

Imagine que su vida interior tiene una ventana. Las ventanas logran dos cosas. En primer lugar, una ventana deja entrar la luz. En segundo lugar, una ventana permite ver el mundo más allá de las paredes del edificio. Así, una ventana nos permite ver tanto el interior como el exterior.

Pero si la ventana no se limpia nunca, y se deja que la suciedad se acumule hasta el punto de que se llene de mugre, dejará de tener una función útil. Los habitantes vivirán en la oscuridad y no podrán ver a través de ella hacia el exterior.

Lo que aprendemos de la interacción de Jesús con estos expertos religiosos es que la hipocresía, el juicio y el orgullo religioso nos mantienen en la ceguera espiritual.

En Juan 9, uno de esos enfrentamientos se produjo después de que Jesús sanara a un hombre ciego de nacimiento. En aquella cultura, se suponía que la ceguera era una señal del juicio de Dios. (Véanse los versículos 2 y 34.) Cuando algunos de los fariseos se enteraron de la sanidad de este hombre, intentaron desacreditar a Jesús e incluso lo llamaron pecador (versículo 24).

En respuesta, Jesús declaró: «Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados» (versículo 39 rvr1960).

Todo este incidente ilustra el punto de vista de Jesús. El hombre que había nacido ciego recibió una nueva visión, tanto física como espiritual (versículo 38). Sin embargo, los fariseos, que decían tener una percepción espiritual impoluta, eran incapaces de identificar al Hijo de Dios incluso cuando estaba delante de ellos.

Una vez que el virus de la hipocresía religiosa echa raíces en el corazón de una persona, tiene el potencial de destruir completamente su capacidad de percibir y cooperar con la obra de Dios. Lo que hace que este virus sea particularmente insidioso es que, a medida que crece en la vida interior de un individuo, todo puede parecer exactamente correcto en el exterior. Mientras tanto, la incongruencia entre la vida interior y la exterior se amplía.

Ver a Dios en acción

Hace varios años, nuestra iglesia puso en marcha un programa residencial de larga duración para hombres con adicciones. Desde entonces se ha convertido en un esfuerzo increíblemente fructífero que Dios ha bendecido de muchas maneras. Una vez que un hombre entra en nuestro programa, le proporcionamos comida y alojamiento durante todo un año, lo equipamos a través de un discipulado personalizado, y lo entrenamos en habilidades vocacionales con el objetivo de colocarlo en un trabajo adecuado y un arreglo de vida después de la graduación.

Al principio de nuestro programa, uno de los jóvenes participó en la filmación de un video informativo para el ministerio. Sentado frente a una hermosa cruz, compartió brevemente parte de su historia. Durante varios años, había luchado con la adicción. Perdió su trabajo, se alejó de su familia y pasó un tiempo en la cárcel. Desesperado, finalmente tomó la decisión de buscar ayuda. Tras pasar un año en nuestro programa y aceptar a Cristo como su Salvador, la trayectoria de su vida empezó a cambiar drásticamente.

En el vídeo, este hombre apenas podía contener su emoción mientras describía la restauración que estaba ocurriendo en su vida personal. Estaba radiante mientras daba gracias por la misericordia de Dios. Luego expresó su deseo de que Dios lo usara para ayudar a otros.

Cuando compartimos el vídeo en las redes sociales, la mayoría de las personas que comentaron se emocionaron al conocer el cambio de este joven.

Sin embargo, un individuo tenía una objeción. Esta persona era conocida en la comunidad local como un autodenominado vigilante teológico. Tenía fama de atacar a otros cristianos, predicadores e iglesias que no estaban de acuerdo con su punto de vista sobre cualquier tema. (Por supuesto, el problema de los vigilantes es que a menudo no saben distinguir entre un ladrón y un cartero).

Al ver el breve vídeo de dos minutos, este crítico se dio cuenta de lo que consideraba un aparente fallo en la expresión de fe del adicto reformado, concretamente, la falta de terminología como «el arrepentimiento», «la sangre de Jesús» o «el nuevo nacimiento». Por lo tanto, aunque nunca había conocido al hombre del vídeo, el criticón escribió un largo post en el que cuestionaba públicamente el camino de este nuevo creyente con Cristo.

La intención del vídeo era simplemente promover el programa. Los hombres de nuestro ministerio tienen otras oportunidades de compartir sus testimonios, sobre todo en su bautismo. El vídeo cumplió su propósito de dar a conocer el programa para que otras personas y familias que sufren la adicción puedan encontrar ayuda.

Hasta el día de hoy, el hombre de ese video está caminando en libertad de la adicción. Todavía es joven en Cristo, pero la gloria de Dios sigue brillando en su vida. Puede que no sea tan articulado teológicamente como otros, pero la obra de Dios en su vida ha sido increíble de presenciar.

Hay mucha más esperanza evangélica en historias como la de este joven que la que se puede encontrar en el prejuicio de aquellos que son capaces de definir términos como «expiación» y «propiciación», pero que no pueden ver la obra de Dios que está ocurriendo delante de ellos.

A lo largo de los años, me ha dolido ser testigo de amigos y conocidos que, por cualquier razón, se aferran a una predicación malsana y tóxica que propaga una manera similar de externalismo religioso. Mientras que todos los marcadores externos pueden estar presentes, el fruto que se produce no se parece a la vida ejemplificada por Jesús colgado en la cruz orando por sus verdugos.

Casi al final del Sermón del Monte, Jesús dio esta advertencia: «Cuídense de los falsos profetas. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos? Del mismo modo, todo árbol bueno da fruto bueno, pero el árbol malo da fruto malo» (Mateo 7:15-17 nvi).

Jesús se basó en el estilo de Isaías, que utilizó con frecuencia imágenes relacionadas con el fruto en sus declaraciones proféticas. Y según Isaías, los frutos que Dios desea son la rectitud y la justicia (Isaías 5:1-7).

En otras palabras, Dios nos llama a vivir en una relación correcta con Él y con los demás. Este es exactamente el tema de todo el Sermón del Monte, encapsulado en las bienaventuranzas.

Hay falsos profetas que trabajan en contra del sistema de valores establecido en las bienaventuranzas. Estos «lobos feroces» ignoran despiadadamente los gritos de los mansos y los oprimidos, buscando ganar poder e influencia demonizando a otros líderes. Y su característica distintiva es el orgullo religioso.

Jesús nos advierte que tengamos cuidado con aquellos cuya vida muestra una fachada de religiosidad, pero no producen los frutos de la rectitud y la justicia. Si nos alimentamos constantemente de influencias contaminadas por la justicia propia y el orgullo legalista, el virus de la arrogancia religiosa echará raíces en nuestros corazones e incluso comenzará a extenderse entre las personas que nos rodean.

Tómese unos minutos para reflexionar sobre las siguientes preguntas:

  • ¿Quiénes son las principales influencias en mi vida (autores, predicadores, líderes, podcasters, etc.)?
  • ¿Me inspiran a anhelar más la presencia de Dios, o solo me hunden?
  • ¿Son capaces de ver a Dios trabajando en otras iglesias, ministerios y líderes, o han confinado a Dios en su propia caja rígida?
  • ¿Me capacitan para vivir una vida satisfecha con Cristo, o inyectan ansiedad e inseguridad en mi vida espiritual?
  • ¿Me animan a seguir el camino de Cristo de vivir en humildad, andar con misericordia y amar a mis enemigos?
  • ¿Me motivan a vivir una vida más orientada a los demás?

En aras de la salud espiritual, debemos rodearnos intencionadamente de personas de corazón humilde, que den vida, que estén genuinamente comprometidas con Jesús, y que comparten su carga de reconciliar todas las cosas y todas las personas con el Padre.

La sexta bienaventuranza nos enseña que nuestra capacidad de ver a Dios está relacionada con la pureza de nuestro propio corazón. Si las ventanas de nuestro corazón están limpias, podremos percibir la obra de Dios en los demás. Pero si nuestro corazón se ha contaminado con el orgullo y la hipocresía, todo lo que notaremos son sus defectos.

No se requiere una aguda percepción espiritual para mirar a otras personas y señalar sus deficiencias. Para usar el término de Jesús, cualquier hipócrita puede hacer eso. La visión espiritual es la capacidad de mirar a otras personas, otros lugares y otras iglesias e identificar la obra de Dios.

Al permitir que el Espíritu Santo purifique nuestro corazón del orgullo espiritual, comenzaremos a ver la obra redentora de Jesús con ojos nuevos. Y cada lugar donde Él está obrando se convertirá en una hermosa visión panorámica de la gloria de Dios.

Adaptado de Jesus People: Communities Formed by the Beatitudes [Comunidades formadas por las bienaventuranzas], de Ryan Post. Copyright ©2021. Utilizado con permiso del autor.

Ryan Post es el pastor principal de Village Church en Burbank, California.

Este artículo aparece en la verano 2021 de la revista Influence.

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