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 the shape of leadership

La Gran Comisión en la luz de la Segunda Venida

Cinco imperativos para los ministros del evangelio

George O Wood on April 20, 2022

El novelista Lloyd Douglas contó acerca de un hombre que visitó a su profesor de violín y le preguntó: «¿Qué hay de nuevo?».

«Te diré qué es lo nuevo», dijo el profesor.

 

Tomó su diapasón y lo golpeó.

«Ése es un Do», le dijo. «En este momento, hay una soprano allá arriba que ensaya sin parar y siempre desafina. En la sala de al lado tengo a un chelista que toca su instrumento muy mal. Aquí mismo hay un piano desafinado. Día y noche estoy rodeado de ruidos espantosos».

Golpeando el diapasón de nuevo, el profesor prosiguió: «Ése es un Do hoy. Será un Do mañana. Nunca cambiará».

Yo quiero golpear el Do de la enseñanza bíblica acerca del regreso de Cristo en relación con el cumplimiento de la Gran Comisión.

El estudio de cada pasaje del Nuevo Testamento acerca de la Segunda Venida nos revela que es una bendita esperanza y ayuda para la Iglesia. Esa esperanza ministra fuerza a los creyentes para que nuestro corazón no decaiga, para que nuestras manos no se cansen y para que no nos derrumbemos ante el peso de la vida y la oposición del mundo. El glorioso mensaje de la manifestación de Cristo energiza a la Iglesia y nos ayuda a ser diligentes en la tarea del evangelismo.

Cada pasaje del Nuevo Testamento acerca de la Segunda Venida cae en una de las siguientes categorías. La esperanza del regreso de nuestro Señor...

  1. Provee un poderoso incentivo para vivir con rectitud cada día;
  2. Nos estimula a arriesgar mucho por el Rey y su reino;
  3. Afianza nuestra determinación a perseverar hasta el fin;
  4. Nos llena con la expectativa de una recompensa;
  5. Y nos hace anhelar un encuentro con Él, a quien servimos y amamos.

Bebamos en abundancia de la fuente de ayuda que provee la doctrina de la bendita esperanza para que seamos alentados a ponernos de pie y alzar la cabeza porque se acerca nuestra redención (Lucas 21:28).

 

Vive con rectitud

La esperanza del regreso de nuestro Señor nos provee un incentivo poderoso para vivir con rectitud cada día.

Jesús dio un ejemplo de los pentecostales que no entrarán en el Reino eterno:

«No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?” Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!”» (Mateo 7:21–23).

¿Por qué esas personas no estarán calificadas para el Reino? Porque confunden hacer la voluntad de Dios con estar en Su voluntad. Piensan que sus obras externas los acreditan, pero el Señor estaba buscando la rectitud en la vida interior. Aunque tienen un ministerio carismático, Jesús les dice que se alejen por ser «hacedores de maldad».

Todos hemos conocido a alguien que entra en esa categoría. Predican a grandes multitudes y hacen obras poderosas, pero su estilo de vida no lleva las marcas de Cristo. Se llenan de orgullo y llevan un estilo de vida desmesurado. Aceptan las ofrendas sacrificadas de las viudas, pero ellos mismos viven como reyes. Predican la vida crucificada, pero usan las joyas y prendas de vestir más costosas, hablando como si fueran ciudadanos de Jerusalén, y viviendo como aquellos de Sodoma.

La esperanza del regreso de nuestro Señor nos provee un incentivo poderoso para vivir con rectitud cada día

El carisma sin carácter lleva a la catástrofe.

Jesús nos amonesta a mantenernos alertas ante Su venida: «Por lo tanto, manténganse despiertos, porque no saben cuándo volverá el dueño de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga de repente y los encuentre dormidos. Lo que les digo a ustedes, se lo digo a todos: ¡Manténganse despiertos!» (Marcos 13:35–37).

Consideremos algunas de las maneras en las que los cristianos se duermen y no se mantienen despiertos:

  • Un estilo de vida materialista que acumula tesoros en la tierra y no en los cielos (Mateo 6:19–21).
  • Un estilo de liderazgo que maltrata a los compañeros de trabajo, abusando de ellos con palabras y acciones duras mientras el líder vive indulgentemente (Mateo 24:45–51).
  • Una mentalidad caprina que identifica la vida cristiana con el éxito en lugar de un corazón de oveja que valora el servicio: alimentando al hambriento o dando de beber al sediento, acogiendo al forastero, vistiendo al desnudo y visitando a los enfermos o a los que están en prisión (Mateo 25:31–46).
  • Negarse a decir que no a la impiedad y a los deseos mundanos, viviendo una vida que carece de control, rectitud y piedad mientras esperamos nuestra bendita esperanza: la gloriosa manifestación de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo (Tito 2:11–14).

Por contraste, ¿cómo se vive a la luz de la verdad santificadora de Su manifestación?

  • No tenemos falta de ningún don espiritual mientras esperamos anhelantes que se manifieste nuestro Señor Jesucristo (1 Corintios 1:7).
  • Nuestro corazón es fortalecido, irreprochable y santo en la presencia de Dios cuando el Señor venga con sus santos (1 Tesalonicenses 3:13).
  • No nos avergonzamos de Él o de sus palabras, y Él no se avergonzará de nosotros cuando venga en la gloria de su Padre (Marcos 8:38; Lucas 9:26).
  • Comprendemos el tiempo presente. Nos despertamos del sueño porque nuestra salvación está más cerca que cuando inicialmente creímos. Dejamos de lado las obras de la oscuridad y nos ponemos la armadura de la luz porque el Día está a las puertas (Romanos 13:11–12),
  • Sabiendo que los elementos serán destruidos por el fuego, vivimos una vida santa y piadosa mientras esperamos el Día de Dios y apresuramos su venida (2 Pedro 3:10–13).

La expectativa del regreso del Señor nos pone en puntas de pie en torno a la preparación. El apóstol Juan resume el efecto que nuestra espera tiene en nuestro estilo de vida: «Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Todo el que tiene esta esperanza en Cristo se purifica a sí mismo, así como él es puro» (1 Juan 3:2–3).

En los últimos años, nuestro Movimiento ha sido abatido a los ojos del mundo por la falta de rectitud. Los escándalos han afectado nuestros esfuerzos en todo el mundo para cumplir con la Gran Comisión. En muchos lugares, hemos perdido nuestro buen nombre... y llevará años restaurar nuestra credibilidad.

Pero repetimos el error del pasado si pensamos que tales escándalos fueron causados por el traspié de unos pocos. Nuestro sistema permitió que prosperaran sin tener que rendir cuentas mucho antes de que sus pecados fueran descubiertos. No hicimos frente a sus excesos, a su orgullo o a los ataques fulminantes contra otros creyentes. Los invitamos a nuestras convenciones, les dimos lugares de honor, y secretamente codiciamos su estilo de vida lujoso y posiciones de poder. Confundimos la grandeza con la piedad, el volumen con el poder, la autopromoción con la unción.

Necesitamos líderes piadosos que sean siervos. Terminemos con la vida ostentosa y pongamos al frente a aquellos que son siervos en nuestro medio, que no ven con gula los alfolíes de las ofrendas. No tengamos una doble moral, donde se espera que algunos sacrifiquen para el evangelio mientras que otros viven de la abundancia de la tierra. «¡Que fluya el derecho como las aguas, y la justicia como arroyo inagotable!» (Amós 5:24).

Preguntas para la reflexión personal: Si Jesús viniera hoy, ¿querría yo encontrarme con Él? ¿Hay alguna relación que buscaría sanar primero? ¿Alguien a quien perdonar? ¿Algún pecado al cual renunciar? ¿Alguna omisión que corregir? ¿Necesito un bautismo más profundo en su amor?

 

Arriesga mucho

La esperanza del regreso de nuestro Señor nos impulsa a arriesgar mucho por su Reino.

Jesús contó acerca de un hombre que no se arriesgó. Sabiendo que su amo iba a regresar y pedirle cuentas del talento que le había dado, se paralizó con miedo y escondió lo que tenía en la tierra. No ganó nada del talento, así que el amo tomó lo que era suyo y echó fuera al siervo indigno (Mateo 25:14–30).

Un día, Jesús nos preguntará lo que hicimos por Él. ¿Qué explicación daremos? Cuanto mayor el riesgo, tanto mayor la recompensa.

Como movimiento, nos estamos acercando al fin de nuestra onceaba década. Algunos se han arriesgado mucho por Dios. Plantaron la bandera del evangelio en lugares difíciles, sacrificando su vida y la de su familia. Basta con mirar cualquier lugar donde existe la obra de Dios, y encontraremos una historia de aquellos que arriesgaron mucho.

Un ejemplo es J. W. Tucker un misionero de las Asambleas de Dios. Sirvió en el Congo Belga desde 1939, residiendo en la ciudad de Paulis. (Hoy esa ciudad se llama Isiro y es la capital provincial de Haut-Uele en la región Noreste de la República Democrática del Congo.)

En noviembre de 1964, durante la rebelión simba, una banda capturó a Tucker. Lo atacó con palos, garrotes, botellas quebradas y puños. Sus gritos se podían oír por cuadras en los 45 minutos que le llevó a la multitud matarlo.

La banda tomó su cuerpo, lo tiró en la cajuela de la camioneta, manejó 50 millas y lo arrojó en las aguas plagadas de cocodrilos del río Bomokandi.

Un día, Jesús nos preguntará lo que hicimos por Él. ¿Qué explicación daremos?

Tucker lo había arriesgado todo. ¿Qué había ahí para demostrarlo?

Solo el tiempo lo diría.

El río Bomokandi corre a través de la región Nganga, habitada por el pueblo Mangbetu. En ese tiempo, ellos prácticamente no tenían el evangelio. Durante décadas, se hicieron esfuerzos para alcanzarlos, incluso los del célebre misionero británico C. T. Studd, que aun así no convirtió a nadie. Desanimado, Studd se fue a otro lugar, entregando sus esfuerzos a la misión africana del interior, que de modo similar trabajó ahí durante décadas con pocos resultados.

Afligidos por la violencia de la rebelión simba, los líderes de Mangbetu convencieron a un oficial de policía bien conocido y competente, cuyo sobrenombre era «el brigadier», a mudarse de Isiro a Nganga y ser su jefe de policía. Sucedió que Tucker había ganado a este hombre para el Señor antes de que lo mataran.

Cuando el brigadier fue a Nganga, empezó a declarar al pueblo Mangbetu el evangelio, el único camino a la paz. El pueblo Mangbetu tiene un dicho: «Si la sangre de cualquier hombre fluye en nuestro río, el río Bomokandi, debes escuchar su mensaje». El brigadier usó el siguiente dicho para persuadirlos:

Hace un tiempo, un hombre fue matado y su cuerpo fue echado al río, el río Bomokandi. Los cocodrilos del río se lo comieron. Su sangre fluyó en el río de ustedes. Ahora bien, antes de morir, él me dejó este mensaje.

Este mensaje concierne al Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, que vino a este mundo para salvar a gente pecadora. Él murió por los pecados del mundo; Él murió por mis pecados. Yo recibí este mensaje, y cambió mi vida.

Si este hombre, Tucker, estuviera aquí hoy, les comunicaría el mismo mensaje. Él no está aquí, pero su mensaje es el mismo. Y dado que éste es el mensaje del hombre cuya sangre fluyó por el río de ustedes, deben escuchar mi mensaje.

Este mensaje fue la clave para producir un avivamiento entre el pueblo Mangbetu. Al poco tiempo, las iglesias en Isiro estaban enviando pastores y evangelistas a Nganga. El evangelio echó raíces, acompañado de señales y prodigios, y muchos empezaron a seguir a Cristo.

Hoy, entre el pueblo Mangbetu, miles de creyentes de las Asambleas de Dios y decenas de iglesias remontan el origen de su linaje espiritual al mensaje poderoso acerca de un hombre cuya sangre fluyó en el río Bomokandi.

Volviendo a la parábola de Jesús acerca de los talentos, la única persona que siempre pierde es la que nunca se arriesga. Incluso un mártir como Tucker aparentemente se arriesgó en vano; pero cuando se abran los registros de la eternidad, se verá un resultado muy diferente.

Preguntas para la reflexión personal: Si Jesús viniera hoy, ¿me encontraría enfrentando riesgos? ¿En qué riesgos estoy involucrado ahora mismo por causa del nombre de Cristo? ¿He retrocedido, temeroso, ante algo que estaba en su corazón para que yo hiciera, en vez de aventurarme a avanzar con fe? ¿Estoy dispuesto a ser incomodado por causa de su nombre? Los riesgos que tomo, ¿están diseñados para producir resultados a largo plazo, o son reacciones instintivas y necias que responden a impulsos del momento? ¿Me estoy arriesgando mucho por mi Rey hoy?

 

Determina perseverar

El 4 de julio de 1952 sucedió algo dramático cerca de la costa del sur de California.

Una joven llamada Florence Chadwick se metió en el océano Pacífico e intentó nadar un trecho de 26 millas entre la Isla Catalina y la costa de California. La natación de largas distancias no era nuevo para ella; de hecho, fue la primera mujer en nadar el canal de la Mancha en ambas direcciones.

Ese día el agua estaba terriblemente fría. La niebla era tan densa que ella apenas podía ver los botes en su grupo. Muchas veces los tiburones tuvieron que ser ahuyentados con disparos de rifles. Nadó más de 15 horas antes de pedir que la sacaran del agua... a solo media milla de la meta.

No fue el frío, el temor y el agotamiento que hicieron que Chadwick no llegara; fue la niebla. Más tarde, ella dijo: «No estoy inventando excusas, pero si hubiera podido ver la costa, lo habría logrado».

Dos meses después, ella caminó por la misma playa, se metió en el mismo canal, y nadó la distancia. Estableció un nuevo récord de velocidad porque podía ver la costa.

Nuestro Señor sabía acerca de la niebla. A continuación, hay algunos términos que Él y sus apóstoles usaban para describirla:

El odio tan grande y el incremento de la maldad hará que el amor de muchos se enfríe y solo aquellos que permanezcan firmes hasta el fin serán salvos (Mateo 10:22; 24:12–14).

El peso del sufrimiento aparentemente será mayor que la gloria venidera que se revelará en nosotros (Romanos 8:18).

Las pruebas tan candentes requerirán la protección del poder de Dios hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos (1 Pedro1:3–9).

Será una prueba tan tremenda que parecerá sorprendente y extraña, y su noche oscura será eclipsada solo por el gozo interior de participar en el sufrimiento de Cristo y la alegría externa que vendrá cuando su gloria sea revelada (1 Pedro 4:12–14).

La expectativa del regreso del Señor llena de alegría nuestro corazón en los días de cansancio y abandono.

¿Quién va a derrotar el cumplimiento de la Gran Comisión? Los creyentes desanimados y deprimidos. Los hijos de Dios que han perdido su esperanza en la medianoche de las sombras de la tierra.

La expectativa del regreso del Señor llena de alegría nuestro corazón en los días de cansancio y abandono. Nos da la determinación para continuar.

Pablo nos recordó que no carecemos de esperanza (Efesios 2:12). Los ojos de nuestro entendimiento serán iluminados para conocer la esperanza a la que Cristo nos ha llamado, las riquezas de su gloriosa herencia en los santos, y la incomparable grandeza de su poder a favor de los que creemos (1:18–19).

Sabemos que después de la prueba viene la corona de la vida; por tanto, podemos empezar a regocijarnos, incluso ahora (Santiago 1:12). Así como el agricultor que espera a que su cosecha madure, somos llamados a la paciencia, dado que la venida del Señor está cerca (Santiago 5:7–9).

Dado que recibiremos lo que nos ha sido prometido, no echamos por la borda nuestra confianza como aquellos que retroceden y son destruidos; en vez de eso, estamos entre aquellos que perseveran, creen y son salvos (Hebreos 10:35–39).

Tomamos la palabra del Señor a la iglesia en Filadelfia como un mensaje personal: «Vengo pronto. Aférrate a lo que tienes, para que nadie te quite la corona» (Apocalipsis 3:11).

En el Espíritu, recibimos la amonestación de aferrarnos a la esperanza que se nos ha dado y de recibir mucho aliento. Tenemos esta esperanza como un ancla para el alma, firme y segura. Esta esperanza penetra hasta detrás de la cortina del santuario, donde Jesús, quien fue antes de nosotros, ha entrado por nosotros (Hebreos 6:18–20).

Poner nuestra esperanza en Él (2 Corintios 1:10) nos da la determinación para permanecer fielmente, con el fin de continuar en nuestra tarea. No nos convertimos en escapistas por creer en su pronto regreso. Más bien, somos fortalecidos y reactivados para la acción. La gran noticia de su venida dinamiza nuestras acciones y nos llena de expectativa.

C. S. Lewis describe con exactitud el efecto de la esperanza en Mero cristianismo:

«Si leemos la historia, veremos que los cristianos que más hicieron por este mundo fueron aquellos que pensaban más en el otro… Desde que los cristianos dejaron de pensar considerablemente en el otro mundo, se han vuelto ineficaces en éste. Si nuestro objetivo es el cielo, la tierra se nos dará por añadidura; si nuestro objetivo es la tierra, no tendremos ninguna de las dos cosas».

Preguntas para la reflexión personal: ¿He resuelto perseverar hasta el fin? ¿Son mis pruebas actuales incluso más intensas porque he perdido la esperanza viva de su venida? ¿He estado mirando hacia abajo en vez de mirar hacia arriba?

 

Espera una recompensa

Mi tío, Victor Plymire, fue un misionero pionero a China y Tíbet. Viajó allí en 1908 y sirvió por 16 años antes de ganar a su primer convertido. La mayoría hubiera abandonado todo por desánimo, pero él se determinó a perseverar.

En su décimo noveno año de servicio misionero, su único hijo de seis años y su esposa murieron de viruela en el plazo de una semana. El cementerio le negó una sepultura, así que compró una pequeña parcela de tierra sobre una colina fuera de la ciudad. Era pleno invierno. Solo tuvo suficiente fuerza para cavar un sepulcro para ambos en ese suelo congelado.

¿Cuál fue su recompensa por todo esto?

En Occidente, especialmente, vivimos en una época de gratificación instantánea. Esperamos recompensa inmediata por el trabajo realizado, por el servicio prestado y por nuestra inversión.

En Occidente, especialmente, vivimos en una época de gratificación instantánea. Esperamos recompensa inmediata por el trabajo realizado, por el servicio prestado y por nuestra inversión.

Pero la Biblia habla de recompensa tardía. «Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio la salvará» (Marcos 8:34–35).

Mi tío Victor murió en 1956 sin jamás saber qué propósito tuvo la muerte de su esposa e hijo en la economía de Dios.

En 1988, la iglesia que había plantado Victor Plymire quiso volver a abrir sus puertas oficialmente. El permiso fue denegado, dado que quienes solicitaban el permiso no tenían prueba de que la propiedad comprada y el edificio construido por mi tío habían sido usados como iglesia. Los funcionarios sabían la verdad, como también todos los habitantes de la ciudad. Pero los funcionarios tramitaron innecesariamente al pastor, el hijo del líder mártir que Plymire había dejado a cargo de su trabajo en 1949.

Desesperado, el pastor le preguntó a mi primo misionero, David Plymire, si había alguna evidencia escrita que comprobara que los edificios y la propiedad pertenecían a la iglesia. David buscó en los documentos de su padre en Springfield, Missouri. Encontró una escritura, pero no era la escritura de la propiedad de la iglesia. Era la escritura de la tumba sobre la colina.

Por razones que solo Dios sabe, Victor Plymire había escriturado esa tumba en nombre de la iglesia. Cuando David Plymire regresó a China y entregó la escritura al pastor, las autoridades locales la aceptaron como evidencia indisputable de que la iglesia había existido. La propiedad fue restituida y la iglesia volvió a abrir sus puertas.

Así que, después de un siglo, entendemos un poquito más acerca de la noche oscura. Dios no causó la muerte de la primera esposa y el hijo de Victor Plymire. No obstante, usó esa pérdida para establecer esa iglesia en esa ciudad. Plymire nunca supo lo que le sucedió a esa iglesia; pero ahora podemos ver una recompensa terrenal por su sacrificio.

Y viene un día de incluso mayor recompensa. El sepulcro mismo se abrirá y los muertos saldrán para recibir una recompensa de la mano del mismo Jesús. Esa recompensa hará desaparecer todo dolor.

El pueblo de Dios puede encontrar gran consuelo en el último mensaje de Jesús en la Biblia: «¡Miren que vengo pronto! Traigo conmigo mi recompensa, y le pagaré a cada uno según lo que haya hecho» (Apocalipsis 22:12).

Preguntas para la reflexión personal: ¿Cuál será mi recompensa en aquel día? ¿He llevado mi cruz voluntariamente cada día, he cargado con el sufrimiento en mi propia vida por causa del evangelio (no porque tenía que hacerlo, sino por elección propia)? ¿He sido fiel y auténtico? ¿Puede realmente contar conmigo hoy?

 

Anhela ese encuentro de todo corazón

La última vez que la Iglesia fue lo suficientemente pequeña para caber en un salón fue en el día de Pentecostés. Ciento veinte personas estaban reunidas. Una vez que el Espíritu fue derramado, la Iglesia creció a 3000 en un día. Nunca más pudieron reunirse en ese espacio.

Recordemos esto mientras reflexionamos en lo que sucedió durante la última cena. Jesús tomó la copa y dijo: «Les digo que no beberé de este fruto de la vid desde ahora en adelante, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre» (Mateo 26:29). Después de decir esto, Jesús cantó un himno con sus discípulos y salió al monte de los Olivos (versículo 30).

Nada peculiar que nos impresione respecto a esta secuencia: copa, himno, salida.

AL participar en una celebración de Pascua, debemos saber que está intercalada con la acción de beber cuatro copas en intervalos específicos. Las copas simbolizan la promesa cuádruple de Éxodo 6:6–7...

  • «Voy a quitarles de encima la opresión».
  • «Voy a librarlos de su esclavitud».
  • «Voy a liberarlos».
  • «Haré de ustedes mi pueblo; y yo seré su Dios».

Cada copa se bebía en un momento específico: la primera, al principio; la segunda, después de comer las hierbas amargas y la fruta en compota, y antes de compartir el cordero; la tercera, a veces denominada la copa de la redención, después de comer el cordero.

Era común quedarse juntos a la mesa por varias horas después de la comida, teniendo una conversación profunda acerca de las acciones redentoras pasadas y futuras de Dios. La conversación terminaba con cantos selectos de los Salmos 113 a 118, el hallel (o los himnos de alabanza).

La Pascua terminaba cuando todos bebían la cuarta copa, la de la consumación. Esta copa anticipaba el futuro cuando las acciones redentoras de Dios terminaran, con su juicio sobre los incrédulos y su reunión de los redimidos en Jerusalén.

Según el texto en Mateo 26, había de una copa antes del hallel, y se suponía que debía haber una copa que la sucediera. Pero después de cantar, Jesús y el pequeño grupo que estaba con Él simplemente «salieron» (versículo 30).

¿Qué sucedió? Jesús terminó la comida antes de tiempo. Cuando dijo: «No beberé de este fruto de la vid desde ahora en adelante» (versículo 29), estaba sosteniendo la tercera copa. Nunca tomó la cuarta.

La tercera copa es la de la liberación o redención. La bebemos en todas nuestras reuniones de Santa Cena, conmemorando la muerte redentora del Señor hasta que Él venga (1 Corintios 11:26).

¿Cuándo terminaremos la cena y tomaremos la cuarta y última copa, la de la consumación? Jesús dijo: «hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el reino de mi Padre» (Mateo 26:29). Esto sucederá cuando la Iglesia se reúna otra vez en un mismo salón en la Cena de las Bodas del Cordero.

Imagina ese salón de banquetes, tan amplio que se extiende hasta donde el ojo humano alcanza a ver, pero con una intimidad tal que todos se sienten parte de la celebración. Mira las mesas preparadas con mantelería, platos y utensilios del cielo, decoradas con elegancia y hermosura deslumbrante. Las banderas caen de los techos abovedados, y el deleite visual estimula los sentidos con un despliegue de colores dispuestos por el Artista Magistral.

Jesús dijo que el problema no es que los campos no estén listos para la cosecha, sino la falta de obreros dispuestos a trabajar.

Las orquestas tocan los instrumentos en una sinfonía de alabanza. Las arpas cantan, los címbalos destellan, las trompetas suenan y las campanas de viento tintinean. Campanillas y cuernos, laúdes y violines, dulcémeles y clarinetes. De vez en cuando, los instrumentos dejan de sonar y el enorme coro de ángeles irrumpe con melodías de gozo que disipan todo recuerdo de la dolorosa noche en la tierra.

Las mesas son para los invitados que han sido lavados en la sangre del Cordero. Están vestidos de blanco... aunque, si uno mira con detenimiento, nota que el blanco cambia milagrosamente por un instante a una vestimenta terrenal, y la mayoría de los que están sentados a la mesa visten sencillos atuendos marrones y negros propios de campesinos y prisioneros.

Un ángel pasa al estrado y anuncia: «Por favor, permanezcan en su lugar. La cena empezará en breve».

Un silencio cae sobre el salón. Contemplamos la extraordinaria y rica complejidad de los invitados en la gran asamblea. A nuestro alrededor, vemos rostros de alegría.

A la mesa de honor se dirige la compañía de apóstoles, profetas y mártires que llevaron la carga durante el agobio del día y permanecieron fieles.

Luego, llega el momento. El último invitado de la tierra está de pie. Otro ángel presenta al Anfitrión: «Ante ustedes, el Rey de reyes y Señor de señores, ¡Jesús de Nazaret!».

Las trompetas irrumpen en fanfarria, y millares de ángeles cantan aleluyas en armonía. Una guardia de honor celestial alza banderas, y el salón se llena de guirnaldas.

Luego, entra Él, majestuoso en su hermosura. El Hijo del Hombre e Hijo de Dios avanza hacia su lugar de honor. Todos callan. Su voz rompe el silencio: «Bienvenidos a mi Cena de Bodas. Bebamos la copa de la consumación».

Y junto con Él, los santos de toda edad, nación, lengua y cultura, de toda aldea y ciudad, valle y desierto, todos levantamos la copa y brindamos por Él. Y en ese momento, mientras bebemos la cuarta copa, la saga de la redención termina, y la eternidad se abre ante nosotros.

En este momento presente, todavía hay invitaciones que enviar. La lista de invitados no está completa. A través de una parábola, el Señor nos ha dado el privilegio de invitar a todos a la cena de bodas. «Ve por los caminos y las veredas, y oblígalos a entrar para que se llene mi casa» (Lucas 14:23).

Nuestro conocimiento de esa gran reunión con Cristo debería llenarnos con tal urgencia a obedecer la orden de llevar el evangelio a toda persona, más allá de lo que haya hecho, de la edad, del idioma que hable, del color de la piel, de su condición de salud, de su género, de su nivel económico, de su necesidad o incluso de los falsos dioses a los que sirva.

Preguntas para la reflexión personal: ¿Realmente añoro este momento o me he asentado y me he rodeado de demasiada comodidad? ¿Me duelo de tal manera por aquellos que hoy están fuera de la familia de Dios que redoblaré cada esfuerzo para que estén presentes en esa gran reunión?

Yo quiero estar en la cena de las bodas del Cordero, y no quiero que ni ninguna persona se la pierda.

¡Qué día tan feliz será aquel!

 

¡Maranata!

¿Qué relación tiene la Segunda Venida con la Gran Comisión?

Jesús dijo que el problema no es que los campos no estén listos para la cosecha, sino la falta de obreros dispuestos a trabajar (Mateo 9:37–38). Gran parte de la iglesia se ha dormido porque no cree que Jesús viene.

La doctrina de la Segunda Venida se dirige directamente al obrero, y no al mundo. En vista del regreso inminente de nuestro Señor, el mensaje para el obrero es:

Vive con rectitud, listo para Su venida.

Arriesga mucho, pues valdrá la pena.

Determina perseverar, persiste en ello.

Espera una recompensa, la cual lo acompañará cuando venga.

Anhela ese encuentro de todo corazón, y estaremos para siempre con el Señor.

¡Maranata! Amén; ¡sí, ven, Señor Jesús!

 

George O. Wood (1941–2022) fue el superintendente general de las Asambleas de Dios los Estados Unidos (2007–2017) y presidente de la Fraternidad Mundial de las Asambleas de Dios (2008–2022).

Nota de los editores: Este artículo apareció primero como una serie de cinco partes en la revista Pentecostal Evangel publicada en enero de 1993. Ha sido editado en aras de concisión y claridad, las citas bíblicas se han cambiado a la Nueva Versión Internacional (2015), y la cronología y los nombres de los lugares se han actualizado. Lo volvemos a publicar aquí para honrar el legado del Dr. George Wood y para fomentar la misión evangelística de la Fraternidad a la que él sirvió durante seis décadas como maestro de Biblia, capellán de la universidad, pastor de una iglesia local, dirigente de la denominación y presidente de una universidad.

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