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 the shape of leadership

Predicar donde duele

Tres preguntas que debemos hacer cuando sufren los miembros de la iglesia

Matthew D Kim on April 14, 2021

Todos los pastores les ministran a personas que sufren. Por ejemplo, cuando yo servía como pastor, el niño pequeño de un matrimonio murió de una enfermedad genética poco usual. Varias parejas sufrieron el dolor de un aborto natural y de la infertilidad. Muchas personas de la congregación perdieron su trabajo y tuvieron penurias económicas. Otros se hallaban en medio de un desorden en sus relaciones en el hogar, en la iglesia o en el trabajo. Y también había quienes llevaban una vida aparentemente feliz, pero sufrían en secreto de alguna enfermedad mental.

El ministerio comprende la responsabilidad de pastorear a personas que sufren y la de predicarles. Dentro de todas las congregaciones hay angustia, dolores físicos, traumas emocionales, tensiones, depresión, ansiedad e incluso pensamientos suicidas.

Es probable que usted pueda recordar numerosas maneras en las cuales sus congregantes se lamentaran de algún aspecto de la vida en los últimos doce meses. Se han enfrentado a una pandemia global, a las injusticias raciales, a la agitación política y a varias crisis personales.

En nuestra calidad de pastores, necesitamos actuar de manera más deliberada en cuanto a predicarles a las personas que están sufriendo en nuestras congregaciones. Cada uno de nosotros se debe hacer tres preguntas mientras prepara sus mensajes:

  • ¿Cómo determino cuáles son los puntos de sufrimiento en mi congregación?
  • ¿Cómo podemos compartir este sufrimiento en la comunidad cristiana?
  • ¿Cómo usará Dios nuestros sufrimientos para transformarnos y darse gloria a sí mismo?

No estoy sugiriendo que todos los sermones se deban centrar en el sufrimiento. Esto no estaría de acuerdo con la gran gama de géneros y de emociones en las Escrituras. Tal como nos recuerda Eclesiastés 3:4, hay «Un tiempo para llorar y un tiempo para reír. Un tiempo para entristecerse y un tiempo para bailar».

Sin embargo es posible que nuestra predicación esté tan centrada en la celebración y la positividad, que no nos llegamos a dirigir a toda a amplitud de experiencias del ser humano, o que evitemos hablar de las penas y los sufrimientos evidentes en determinados pasajes bíblicos.

Cuando el texto base del sermón se refiere al dolor, esto puede ser una oportunidad para conectarnos con los que están sufriendo. Esto exige de nosotros estar pastoralmente conscientes de las luchas por las que se pasa en nuestra congregación.

Los puntos del dolor

Una de las primeras preguntas que suele hacer un médico al encontrarse con un paciente es: «¿Qué le trae por aquí hoy?»

Saber los síntomas ayuda al médico a determinar un diagnóstico y un plan de tratamiento. De manera similar, los pastores querremos saber qué está pasando en la vida de nuestros congregantes, incluso cuando están sufriendo.

No les podremos preguntar de forma directa cuando entren a la iglesia, pero sí podemos pensar en sus puntos de dolor durante la preparación de nuestro sermón.

Las personas responden de diferentes maneras al dolor. Hay quienes necesitan expresarlo con palabras, mientras que otros se muerden la lengua y gimen en silencio.

Puesto que vivimos en un mundo caído, podemos dar por seguro que nuestros feligreses están sufriendo de diferentes maneras La revelación por parte del Espíritu Santo, el clima espiritual de la congregación y el conocimiento directo de situaciones de vida, sucesos y tragedias nos pueden ayudar a discernir las clases de sufrimientos de las que necesitamos hablar en nuestros sermones.

Durante el tiempo de preparación de su sermón, reflexione sobre diversas formas de dolor, como las decisiones difíciles, la penuria en las finanzas, las cuestiones de salud dolorosas, las pérdidas angustiosas, las relaciones difíciles y los pecados dolorosos.

Una de las formas de tener todas estas cosas en consideración consiste en sentarse con una lista de los miembros de la iglesia una o dos veces al año y escribir algunas de las formas en que sufre su gente. Cuando predique sobre un texto determinado, piensa si el autor bíblico o sus personajes estaban pasando por experiencias similares de sufrimiento.

Por ejemplo, supongamos que usted predicará un sermón sobre la historia de Agar, en Génesis 16. ¿Cuáles son las dolorosas circunstancias por las que pasan los personajes bíblicos en este texto? ¿Cómo se relacionan estos sufrimientos con el dolor que está sintiendo su congregación? Los relatos bíblicos sobre Agar y su hijo Ismael podrían parecer como acontecimientos secundarios o extrañas tangentes dentro de la narración principal de lo prometido por Dios a Sarai y Abram. Y sin embargo, Dios está obrando incluso en la vida de los personajes secundarios.

La vida era difícil para Agar. La esclava egipcia de Sarai. Puesto que Sarai no podía tener un hijo suyo, le entregó su esclava egipcia, Agar, a su esposo Abram. Agar, considerada como una propiedad, no podía ni opinar en aquel asunto. Nadie le preguntó si quería tener un hijo de Abram. Para mayor injusticia, Saraí se resintió de que ella tuviera relaciones sexuales con su esposo y terminara dando a luz un hijo suyo.

Según Génesis 16:6, «Sarai comenzó a tratar a Agar con tanta dureza que al final ella huyó». Se desconocen las formas concretas de abuso, pero nos podemos imaginar que por lo menos, Sarai abusó verbalmente de ella.

En su sermón, usted también podría mencionar el dolor que sufrió Sarai mientras Abram tenía intimidad sexual con su sierva. Aunque la idea había sido de Sarai, aquella situación le causaba angustia emocional (Génesis 16:5). Después de años de infertilidad y de esperanzas sin realizar, es probable que Sarai sintiera que Dios la había abandonado a ella también y la había rechazado. Puesto que tener descendencia era algo tan importante en su cultura, es probable que Sarai pensara que ella podría escapar en algo a la vergüenza cultural haciendo que Abram tuviera un heredero incluso cuando ese heredero no procediera de su propio cuerpo.

Este relato podría tocar de maneras diferentes a los miembros de la congregación que estén sufriendo. En primer lugar, está el dolor de la infertilidad. Esta historia también podría resonar en el interior de los que hayan sufrido la traición que significa la infidelidad de su cónyuge. Además de esto, hay temas de vergüenza y desilusión con los cuales muchos se podrán identificar de alguna manera.

El reconocimiento de las crudas emociones que aparecen en las Escrituras, tanto humanas como divinas, ayudará a las personas a conectarse con el texto y a abrir el corazón a la esperanza y la sanidad que se halla a nuestro alcance en Cristo.

Compartir las luchas

Gálatas 6:2 indica: «Ayúdense a llevar los unos las cargas de los otros, y obedezcan de esa manera la ley de Cristo».

No obstante, en nuestra cultura tan individualista consideramos muchas veces el sufrimiento y el olor en aislamiento con respecto a los demás. Por consiguiente, muchas iglesias de hoy no tienen una mentalidad comunal.

Necesitamos cultivar una atmósfera en la cual la carga de una persona se pueda convertir en carga de todos. Eso comienza cuando se acaba con el estigma que rodea a cuestiones como las enfermedades mentales, los abusos y los problemas matrimoniales, de manera que las personas puedan mencionar su sufrimiento y buscar el apoyo del cuerpo de Cristo.

Necesitamos crear ambientes seguros y libres de vergüenzas en los cuales las personas puedan reconocer sus sufrimientos y orar unas por otras en los cultos de adoración, los grupos pequeños y otros ambientes.

Dentro de todas las congregaciones hay angustia, dolores físicos, traumas emocionales, tensiones, depresión, ansiedad e incluso pensamientos suicidas.

El hecho de abrirnos acerca de nuestras propias experiencias dolorosas les puede dar esperanza a otros y recordarles que no están solos mientras atraviesan momentos de sufrimiento. El maligno trata de desalentar a los creyentes a base de decirles que nadie comprende su situación, y que ellos no le importan a nadie.

Cuando un pastor se niega a hablar del dolor, Satanás puede usar ese silencio para prolongar el sufrimiento. Los que sufren, pueden llegar a la conclusión de que solo son ellos los únicos que se sienten así, o que su pecado o situación es tan terrible, que Dios no dice nada sobre ellos en las Escrituras.

Mark Talbot, Profesor del Wheaton College que había quedado paralítico en su adolescencia, dice que la adversidad les puede abrir las puertas del ministerio a otros, lo cual a su vez produce un consuelo personal. En When Suffering Is Redemptive («Cuando el sufrimiento es redentor»), Talbot ofrece esta revelación:

Deje de preguntarse «¿Por qué permitió Dios que esto me sucediera a mí?» En vez de hacerlo, esté alerta a aquellos a quienes les puede dar ánimo por la forma en que usted está sufriendo, recordando que muchas veces solo cuando nos centramos en aliviar el sufrimiento de otros es cuando nosotros mismos hallamos un alivio significativo.

Una de las principales maneras en que las congregaciones pueden crecer en libertad para compartir sus luchas en comunidad consiste en ver cómo sus líderes son modelo de esa vulnerabilidad. Al ser discreto en la oración, hable con sinceridad de sus propias pérdidas llenas de dolores, de luchas y de errores.

Las pruebas que transforman

Por último se encuentra la cuestión sobre la manera en que Dios usará el sufrimiento para transformarnos a nosotros y darse gloria a sí mismo. Es probable que esto no es lo primero que se les venga a la mente a las personas durante sus momentos de sufrimiento; al menos, no de inmediato.

Sin embargo, una de las metas de la predicación consiste en llamar a las personas a una transformación espiritual y una vida que dé ejemplo de quién es Cristo realmente y le dé honra. Algunos cristianos tal vez piensen: ¡Qué cruel y egoísta es Dios, que permite o dispone que haya sufrimiento en mi vida, solo para que yo le pueda devolver gloria a Él!

Dios nos quiere transformar, y a veces la mejor manera de lograrlo es permitir que haya sufrimiento en nuestra vida. ¿Cómo nos transforma Dios por medio de esta circunstancia o dificultad constante y de largo plazo? Cuando contemplamos el hecho de que Dios haya creado todo el universo, incluida la humanidad, para su gloria, llegamos a reconocer que todas las partes de nuestra vida son oportunidades para glorificarle a Él. Nosotros reflejamos la gloria de Dios por medio de la manera en que reaccionamos, tanto en nuestros momentos de celebración como en los de prueba.

Cuando usted predique sobre el sufrimiento, dedique un tiempo a explicar de qué manera Dios puede usar nuestros sufrimientos para producir transformación en la vida, y cómo nuestras aflicciones le pueden dar gloria a Dios.

Volviendo al ejemplo de Génesis 16, tal vez Dios reciba gloria cuando los humanos perdonamos a aquellos que nos han maltratado verbal, física o sexualmente. Esto no tiene nada de fácil. Solo el Espíritu Santo nos puede capacitar a los cristianos para que perdonemos a alguien que nos haya herido de maneras tan devastadoras.

Tal vez la aplicación de este sermón sea animar a las parejas para que alaben a Dios y le estén agradecidas, aunque sigan siendo estériles y no puedan tener hijos biológicos. En vez de sentir amargura contra Dios, pueden tomar la decisión de alabarle y confiar en su soberanía. Una vez más, solo el Espíritu de Dios puede realizar algo que es humanamente imposible.

Quizá haya quienes se puedan sentir identificados con la disfunción que se describe en Génesis 16 porque son ellos los que han cometido algún abuso. Dios también recibe la gloria cuando las personas confiesan sus pecados y reciben la ayuda que necesitan para abandonar una forma de conducta tan destructiva.

Además, tener un buen conocimiento de nuestra congregación nos ayudará en este proceso de guiar a nuestra gente a glorificar a Dios, incluso en medio de esta desafiante clase de temas, circunstancias y formas de conducta pecaminosas.

Predicarles a las personas que sufren no es una tarea fácil ni sencilla. Es algo que exige sabiduría, discreción, humildad, valor y una gran cantidad de amor y de gracia.

Todos sufrimos de maneras diferentes. Mi hermano más joven, Timothy D. Kim, fue brutalmente asesinado el 7 de noviembre de 2015 en las Filipinas, cuando celebraba sus treinta y seis años. No pasa un solo día en que yo no piense en él, de manera que guardo siempre en mi bolsillo una foto de su hermosa cara sonriente.

A pesar de todo, la angustia sigue siempre presente en algún nivel. La angustia hace erupción como un volcán durmiente todos sus días de cumpleaños, y no solo en su cumpleaños, sino también en el mío, cuando recuerdo cómo él me solía llamar desde el lugar del mundo en que se encontrara.

Los angustiosos recuerdos se vuelven a presentar también cada vez que llegan la Navidad y el Año Nuevo. Reaparecen cada vez que algo me lo recuerda: su inteligencia, su creatividad, su arrojo, su generosidad, su calidez, su buen humor, su sonrisa, sus miles de talentos… El dolor de haberlo perdido vuelve a aflorar y a despertar incluso en momentos inesperados. El trauma sigue estando dolorosamente vivo y abierto, a pesar del paso de los años. Y sé que el dolor causado por el sufrimiento es infinitamente más intenso para nuestros padres; en especial para nuestra madre.

Confieso que seguiré sintiendo dolor por la muerte de Tim en esta vida. Ya sería lo suficientemente duro el que hubiera muerto por causas naturales. Nadie se merece que lo asesinen y que le quiten la vida tan temprano. No tenemos toda la información y todas las respuestas de los hechos que rodearon su muerte, puesto que la justicia terrenal cesó de actuar después de unas pocas semanas debido a la corrupción del gobierno local.

En medio de este sufrimiento, encuentro consuelo en las palabras de Pablo en 1 Tesalonicenses 4:13:

«Ahora, amados hermanos, queremos que sepan lo que sucederá con los creyentes que han muerto, para que no se entristezcan como los que no tienen esperanza».

Me sostiene una paz sobrenatural procedente del Dios de lo alto, el que me susurra que Él comprende el dolor que se siente por haber perdido a alguien amado, en su caso, su Hijo unigénito, que vivió una vida perfecta y, aun así, fue llevado a una muerte inmerecida, solo que a una escala infinitamente mayor.

Con frecuencia, la angustia nos llega por oleadas. Es muy probable que muchos entre su gente estén pasando por un verdadero tsunami de traumas. ¿Cómo responderá usted pastoral y homiléticamente a sus difíciles circunstancias?

Les puede predicar a los que sufren para consolarlos, pero también es necesario que se mantenga cerca de ellos en sus sufrimientos. Predíqueles en su dolor al mismo tiempo que los pastorea para guiarlos en su dolor.

Mientras prepara su próximo sermón o serie de sermones, piense en las formas en que su gente está sufriendo, y pídale a Dios que lo use para ministrarles a los quebrantados de corazón.

Nosotros adoramos al Dios único y trino que cuida de manera íntima a los suyos. El Padre nunca nos dejará ni nos desamparará (Deuteronomio 31:6). El Hijo nos consuela al recordarnos que Él ya ha vencido al mundo (Juan 16:33). El Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8:26).

Les predicamos a los nuestros donde les duele, porque Dios no los quiere abandonar revolcándose en la angustia. Lo que Él quiere es transformar su vida para el bien de ellos y para la gloria de Él mismo.

Matthew D. Kim es el catedrático George F. Bennett de predicación y teología práctica del Centro Haddon W. Robinson para la Predicación en el Seminario Teológico Gordon-Conwell. Es autor o editor de numerosos libros, entre ellos Preaching to People in Pain: How Suffering Can Shape Your Sermons y Connect with Your Congregation [Predicarle a gente que sufre: Cómo el sufrimiento les puede dar forma a sus sermones y conéctese con su congregación], Baker Academic, que saldrá al público en mayo de 2021. Este artículo está sacado de ese libro y se ha utilizado con autorización.

Este artículo aparece en la edición de abril–junio 2021 de la revista Influence.

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