Influence

 the shape of leadership

El ministerio en el exilio

Cómo prosperar en una cultura poscristiana

Heather Weber on February 1, 2023

En marzo de 2020, el espacio alquilado por nuestra iglesia en el centro de Iowa City, Iowa, repentinamente se cerró. El único lugar que teníamos para reunirnos era Zoom, una plataforma en línea que nunca había utilizado antes de la pandemia.

Se suponía que la interrupción duraría solo unas semanas. Pero el resultado fue que Zoom se convirtió en el hogar de nuestra congregación durante más de un año. Nos sentimos como una iglesia en el exilio.

El desplazamiento no fue único para nosotros, por supuesto. En todo el mundo, la gente dejaba sus oficinas para trabajar desde su casa. Los niños asistían a la escuela desde la mesa de la cocina. Los estudiantes universitarios abandonaron los campus y se trasladaron a los dormitorios de su infancia. Los trabajadores de primera línea se pusieron máscaras y se protegían detrás de barreras de plexiglás.

A pesar de lo desconcertante que parecía esta nueva realidad, encontré consuelo en las palabras del profeta Jeremías a los exiliados judíos en Babilonia:

«Esto dice el Señor de los Ejércitos Celestiales, Dios de Israel, a los cautivos que él desterró de Jerusalén a Babilonia: “Edifiquen casas y hagan planes para quedarse. Planten huertos y coman del fruto que produzcan. Cásense y tengan hijos. Luego encuentren esposos y esposas para ellos para que tengan muchos nietos. ¡Multiplíquense! ¡No disminuyan! Y trabajen por la paz y prosperidad de la ciudad donde los envié al destierro. Pidan al Señor por la ciudad, porque del bienestar de la ciudad dependerá el bienestar de ustedes”» (Jeremías 29:4-7).

Incluso durante las épocas de desplazamiento, el pueblo de Dios tiene un camino a seguir. Las exhortaciones de Jeremías a construir casas, plantar jardines, multiplicarse y buscar la paz de la ciudad recordaron a los exiliados que podían prosperar incluso como pueblo desplazado.

El exilio forma parte de nuestra herencia espiritual. De hecho, seguir a Cristo siempre ha significado vivir lejos del «hogar futuro» (Hebreos 13:14).

En este mundo, siempre estamos un poco fuera de lugar. Los escritores del Nuevo Testamento lo atestiguan, enmarcando a los miembros de la iglesia del primer siglo como ciudadanos del cielo y extranjeros (Filipenses 3:20; 1 Pedro 1:1).

Como los exiliados en Babilonia, la iglesia se encuentra en desacuerdo con un mundo que se siente extraño. Sin embargo, debemos mantenernos fieles a nuestra misión de predicar el Evangelio y de hacer discípulos.

 

La cultura cambiante

Es difícil ignorar la información. Los estadounidenses aunque asisten a la iglesia se identifican menos con el cristianismo que antes.

Mientras que los cristianos representan hoy el 64% de la población estadounidense, el Pew Research Center proyectó recientemente que para 2070 la proporción se reducirá entre un 35% al 54%.

Anecdóticamente, muchos líderes de la iglesia ya están viendo señales de declive. Sin embargo, no hay que perder la esperanza.

En los dos últimos milenios, el cristianismo por momentos gozó de una gran influencia social y cultural. Sin embargo, la iglesia del primer siglo no podía presumir de tal privilegio. A pesar de su condición de comunidad minoritaria, la iglesia prosperó.

Estados Unidos se está acercando a convertirse en una nación poscristiana, en la que el cristianismo ya no es la religión dominante. Podemos obtener una valiosa perspectiva si nos preguntamos por qué la Iglesia está menguando. Al mismo tiempo, debemos recordar que la iglesia siempre ha sido un pueblo en el exilio. Independientemente de que disfrutemos de una influencia social a gran escala, nuestros valores, anhelos y ADN espiritual están arraigados en un Reino que «no es de este mundo» (Juan 18:36).

Los exiliados judíos en Babilonia aprendieron a prosperar en una cultura que, en muchos aspectos, estaba en desacuerdo con su forma de vida.

Como los exiliados en Babilonia, la iglesia
se encuentra en desacuerdo con un mundo que se siente extraño. Sin embargo, debemos mantenernos fieles a nuestra misión de predicar el Evangelio y de hacer discípulos.

La iglesia estadounidense debe hacer lo mismo. La pregunta es: ¿cómo podemos florecer en este tiempo y lugar de menor influencia social y cultural?


Posturas poco útiles

Pedro animó a los cristianos que viven en una cultura no cristiana a cuidar bien su testimonio: «Procuren llevar una vida ejemplar entre sus vecinos no creyentes. Así, por más que ellos los acusen de actuar mal, verán que ustedes tienen una conducta honorable y le darán honra a Dios cuando él juzgue al mundo» (1 Pedro 2:12).

Sin embargo, la iglesia no siempre ha conseguido hacerlo. Con demasiada frecuencia, hemos asumido una de las tres posturas que van en contra de nuestro testimonio.

El aislamiento es la primera de estas posturas inútiles. Es un medio de conservación para la comunidad exiliada.

De niño, observaba con fascinación cómo los caballos y las calesas viajaban junto a los coches y los camiones en nuestras carreteras locales. En el pueblo, a veces veía a los ocupantes de esas calesas: Los hombres amish con largas barbas y las mujeres con sus gorros negros y vestidos sencillos y hechos en casa. Su modo de vida era un gran misterio para mí, pues representaba una manera extrema de aislamiento.

Mi educación evangélica me enseñó maneras más sutiles de aislamiento. El miedo al mundo nos hacía retirar y nos impedía relacionarnos con personas que necesitaban conocer a Cristo.

Con toda certeza los cristianos deben prestar atención a las advertencias de las Escrituras, ejercer el discernimiento y prestar atención a su conciencia. Pero las posturas basadas en el miedo que nos impiden relacionarnos con los demás son maneras erróneas de mantener la comunidad exiliada.

Si bien el aislamiento puede proteger a los cristianos de las influencias externas, también puede alejar a los no cristianos de la luz del evangelio. Esto es exactamente lo que Jesús dijo que no debíamos hacer (Lucas 11:33).

La segunda postura poco útil es acomodarse. He ayudado a mis hijos a navegar por todo tipo de tendencias adolescentes, la mayoría de las cuales eran inofensivas. Pero la presión para ceder en el momento que el Espíritu Santo dice «detente» es tremenda.

Guiar a mis hijas en la fe a veces significa enviarlas a la escuela sabiendo que pueden no encajar porque no tienen la última aplicación o no pueden ver la película que sus amigas están viendo.

Las filosofías antibíblicas también son una tendencia en las escuelas y en el ámbito público. Por ejemplo, la cultura secular de hoy enseña que todas las interacciones sexuales consensuadas son fundamentalmente buenas y que la venganza está bien siempre que la persona se lo merezca.

Acomodarse es la postura más fácil de adoptar. No requiere pensamiento crítico, interacción con las Escrituras ni fundamento teológico.

Sin embargo, Judas 3 nos recuerda que somos responsables de «defender la fe que Dios ha confiado una vez y para siempre a su pueblo santo». Por lo tanto, debemos evaluar activamente si un valor cultural se alinea con la fe que es bíblica.

La tercera postura poco útil es la guerra cultural. Cuando era adolescente, una amiga y yo publicábamos un boletín clandestino que distribuíamos en la escuela. The Whole Truth [Toda la verdad], como llamábamos a nuestra publicación, proclamaba escasamente el evangelio junto con artículos santurrones que condenaban a varios políticos y el estilo de vida de nuestros compañeros de clase.

Más que violencia física, las guerras culturales implican actitudes contenciosas, argumentos deshumanizantes, provocaciones moralistas y condenación sin compasión.

No es de extrañar que la guerra contra la cultura secular de los años noventa no sirvió para acercar a mis compañeros a la fe. Peor aún, mi tono altivo y sentencioso alejó a muchos estudiantes y profundizó su desconfianza hacia el cristianismo.

La comunicación sincera y con poder del Espíritu del Evangelio debe ser la primera prioridad de la iglesia. Y aunque no debemos tener miedo de hablar de nuestros valores, tampoco debemos esperar que las personas que no conocen a Cristo vivan como si lo conocieran.

Por eso el apóstol Pablo estaba más preocupado por la brújula moral de los creyentes de Corinto que por la inmoralidad desenfrenada afuera de la iglesia. En 1 Corintios 5, Pablo se enfrentó a la congregación por el pecado sexual descontrolado de un miembro. Al mismo tiempo, Pablo sugirió que no era asunto suyo juzgar a los no cristianos (vv. 12-13).

Nuestra principal preocupación deberían ser aquellas cosas que socavan la comunidad hermosa, santa y contracultural que el Señor pretende que sea la iglesia.

 

Ser ligeramente diferente

Sugiero una postura que no sea acobardada, transigente ni combativa: una que sea ligeramente diferente. «Ligeramente diferente», una frase acuñada por el teólogo Miroslav Volf, no significa que seamos inseguros o débiles. Con toda certeza, la iglesia debe seguir comprometida con la sana doctrina.

La diferencia ligera sugiere un rechazo
a la afirmación, la negación o la guerra contra la tierra de nuestro exilio. Desde esta postura, caminamos por fe y pedimos a Dios que
nos ayude a vivir con valentía y a amar
con gracia.

Más bien, la diferencia ligera sugiere un rechazo a la afirmación, la negación o la guerra contra la tierra de nuestro exilio. Desde esta postura, caminamos por fe y pedimos a Dios que nos ayude a vivir con valentía y a amar con gracia. Hacemos estas cosas incluso mientras buscamos «un lugar mejor, una patria celestial» (Hebreos 11:16).

Puede que nos sintamos como extranjeros en una tierra extraña, pero también somos embajadores de Cristo aquí (2 Corintios 5:20; Efesios 6:20). Como tales, nuestra postura hacia los no cristianos no debe ser de un aislamiento total, de una acomodación ciega o de una guerra cultural farisaica.

En un mundo social complejo, habrá áreas de acuerdo y desacuerdo entre la iglesia y la cultura. Reconocer las diferencias requiere una visión bíblica del mundo y un discernimiento espiritual en el que «sigamos la guía del Espíritu» (Gálatas 5:25). Solo entonces podremos vivir y demostrar nuestra fe dentro de la cultura más amplia.

Teniendo esto en cuenta, creo que hay cinco cosas que podemos hacer para prosperar como exiliados.

1. Seguir el ejemplo de la iglesia del primer siglo. El Evangelio se extendió en el primer siglo con poco apoyo de las estructuras de poder cultural. La iglesia avanzó no «por el poder ni por la fuerza» (Zacarías 4:6), sino por la obra del Espíritu Santo y la predicación de la Palabra.

Ante la persecución y la hostilidad, los miembros de la iglesia del primer siglo se dirigieron a Dios, orando: «… danos a nosotros, tus siervos, mucho valor al predicar tu palabra. Extiende tu mano con poder sanador; que se hagan señales milagrosas y maravillas por medio del nombre de tu santo siervo Jesús» (Hechos 4:29-30).

Haríamos bien en seguir su ejemplo, al cambiar nuestro enfoque de la cultura a Cristo. Así podremos afrontar un mundo cambiante con menos angustia y más fe.

2. Ministrar por medio de la invitación. El ministerio de Jesús fue una invitación al arrepentimiento, al discipulado y al agua viva del Espíritu (Mateo 16:24; Juan 7:37-38).

Cuando Jesús envió a sus discípulos a sanar a los enfermos y a proclamar el reino de Dios, les encargó también un ministerio de invitación. Debían buscar una casa que los acogiera, pero si no eran acogidos, debían seguir adelante, y sacudir el polvo de sus pies (Lucas 9:4-5).

La iglesia en el exilio debe adoptar una mentalidad de invitación y mantener la convicción de que, incluso sin la influencia cultural generalizada, nuestra conducta honorable (1 Pedro 2:12), nuestro amor mutuo (Juan 13:35) y nuestra confianza en el Espíritu (Mateo 10:19-20; Hechos 4:31) nos llevarán a las oportunidades de compartir el Evangelio, tal como lo hizo la iglesia del primer siglo.

Deberíamos evitar adoptar la mentalidad inmadura que Jesús denunció en Lucas 9. Cuando algunos samaritanos no los acogieron, Santiago y Juan sugirieron que hicieran caer fuego sobre esa aldea. Jesús reprendió a estos discípulos, y el grupo se dirigió a otra aldea (vv. 51-55).

La iglesia, ligeramente diferente, honra los rechazos a sus invitaciones. Sin embargo, incluso esto proporciona otra oportunidad para señalar a Jesús. Cuando la gente se burla y rechaza nuestro mensaje, ¿qué puede ser más contracultural que responder con amor, amabilidad, respeto y humildad? Una respuesta así invita de nuevo a los no cristianos a considerar el amor y la belleza del Evangelio.

3. Edificar casas. Dios instruyó a los exiliados a que «edifiquen casas y hagan planes para quedarse» (Jeremías 29:5). Debían construir viviendas, echar raíces, formar familias y vivir en comunidad.

Los líderes de la iglesia de hoy están igualmente llamados a proporcionar lugares para que la familia de Dios se refugie, para que puedan crecer y florecer en el contexto de la comunidad, el discipulado y la mentoría.

Como explicó Pablo en Efesios 4:11-16, este es el propósito de la Iglesia:

Ahora bien, Cristo dio los siguientes dones a la iglesia: los apóstoles, los profetas, los evangelistas, y los pastores y maestros. Ellos tienen la responsabilidad de preparar al pueblo de Dios para que lleve a cabo la obra de Dios y edifique la iglesia, es decir, el cuerpo de Cristo. Ese proceso continuará hasta que todos alcancemos tal unidad en nuestra fe y conocimiento del Hijo de Dios que seamos maduros en el Señor, es decir, hasta que lleguemos a la plena y completa medida de Cristo. Entonces ya no seremos inmaduros como los niños. No seremos arrastrados de un lado a otro ni empujados por cualquier corriente de nuevas enseñanzas. No nos dejaremos llevar por personas que intenten engañarnos con mentiras tan hábiles que parezcan la verdad. En cambio, hablaremos la verdad con amor y así creceremos en todo sentido hasta parecernos más y más a Cristo, quien es la cabeza de su cuerpo, que es la iglesia. Él hace que todo el cuerpo encaje perfectamente. Y cada parte, al cumplir con su función específica, ayuda a que las demás se desarrollen, y entonces todo el cuerpo crece y está sano y lleno de amor.

En la iglesia, nuestra propia vida debe convertirse en jardines que también bendiga a los que están fuera de la comunidad exiliada.

En los tiempos bíblicos, los hogares también eran lugares de hospitalidad para los viajeros. Nuestras iglesias deberían ser también lugares de acogida para los que no pertenecen a la familia de los creyentes, para que «prueben y vean que el Señor es bueno» y lleguen a comprender lo que significa: «¡qué alegría para los que se refugian en él!» (Salmos 34:8).

4. Plantar jardines. Dios dijo además a los exiliados que «planten huertos y coman del fruto que produzcan» (Jeremías 29:5).

Sin alimento y agua, morimos. El alimento y el agua de la iglesia son la Palabra y el Espíritu, y nuestra fecundidad proviene de la permanencia en Cristo, la Vid verdadera.

Jesús dijo: «Ciertamente, yo soy la vid; ustedes son las ramas. Los que permanecen en mí y yo en ellos producirán mucho fruto porque, separados de mí, no pueden hacer nada» (Juan 15:5).

El amor es un fruto de la permanencia en Cristo y de vivir en la plenitud del Espíritu Santo (Juan 15:9-17; Gálatas 5:22). Damos y recibimos amor dentro de la iglesia, y lo compartimos con quienes están fuera de la comunidad de fe. De hecho, el amor como el de Cristo es una señal para todos de que somos verdaderos discípulos de Cristo (Juan 13:35).

El verano pasado, cultivé tomates autóctonos, pero la cosecha fue más de lo que mi familia y yo pudimos comer. Así que los embolsé y los dejé en las puertas de las casas mientras caminaba por mi barrio.

Los jardines, al igual que los hogares, son para la hospitalidad, e Israel tuvo una historia que incluyó la alimentación de los marginados. En la iglesia, nuestra propia vida debe convertirse en jardines que también bendiga a los que están fuera de la comunidad exiliada. Esto puede significar proporcionar alimento físico. También puede implicar compartir cosas intangibles, como el ánimo y la amistad.

5. Buscar el bien común. Jeremías dijo a los exiliados que oraran y buscaran la paz y la prosperidad de la ciudad a la que Dios los había llevado (Jeremías 29:7).

La lógica divinamente inspirada era esta: «Si [la ciudad] prospera, ustedes también prosperarán». Lo que era bueno para la ciudad era bueno para todos, incluidos los exiliados.

Del mismo modo, los cristianos deberían estar dispuestos a buscar el bien común, orando por sus barrios, ciudades y países. Todo el mundo se beneficia cuando los barrios son seguros, las necesidades básicas de los pobres están cubiertas y la tierra está a salvo de invasiones y pérdidas por la guerra.

No son cosas que la iglesia deba buscar por razones egoístas. Más bien, las buscamos porque el Señor se preocupa profundamente por nuestro prójimo y por el mundo.

Además de construir casas, plantar jardines y buscar la paz de la ciudad, se les dijo a los exiliados que se casaran y se multiplicaran (Jeremías 29:6). Cuando una comunidad exiliada es fuerte, la multiplicación es un subproducto natural.

Del mismo modo, a medida que aseguremos nuestra esperanza en la obra del Espíritu, ministremos con la invitación del Evangelio a los demás, aferrémonos a la enseñanza ortodoxa, dependamos de Cristo para el crecimiento y la transformación personal, y busquemos la paz de nuestras ciudades, y veremos a la comunidad exiliada florecer y multiplicarse.

No nos desanimemos cuando los reinos de este mundo se opongan al Reino de los cielos. El Señor nos ha llamado únicamente a la santidad, a la hospitalidad y a la proclamación de la resurrección de Cristo.

Que el pueblo de Dios viva esta alta vocación con valor, humildad y profunda confianza en el Señor de la mies.

 

Heather Weber es escritora, entrenadora de liderazgo certificada y ministra ordenada de las Asambleas de Dios. Sirve como presbítera seccional para la Red de Ministerios de Iowa y directora de la Red para Mujeres en el Ministerio de Iowa y de la Región Norte Central de las Asambleas de Dios.

 

Este artículo aparece en el invierno 2023 de la revista Influence.

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