Influence

 the shape of leadership

Ministerio sin muros

Evidencia bíblica para las mujeres en el liderazgo

Debbie Lamm Bray on August 18, 2021

El Muro de las Lamentaciones de Jerusalén es un lugar sagrado no solo para la oración, sino también para las ceremonias judías, como los bar mitzvahs. Pero algunos tienen que verlo desde lejos, porque un muro mantiene a hombres y mujeres en lados separados. Para ver el bar mitzvah de la familia, las mujeres deben pararse sobre sillas y asomarse por encima de ese muro.

Esto me recuerda una triste realidad aquí en casa, en la Iglesia cristiana: algunos han construido muros que mantienen a las mujeres a distancia de la obra de Dios.

Las Asambleas de Dios afirman que Dios llama a las mujeres y les da dones para el ministerio. Encontramos apoyo para este punto de vista en las Escrituras, donde las mujeres sirven en una amplia variedad de roles de liderazgo.

Sin embargo, esta no es la conclusión de todos los cristianos. En los últimos años, varios evangélicos influyentes han expresado fuertes objeciones a que las mujeres lideren, prediquen y enseñen. Afirman que las Escrituras exigen que las mujeres vivan sometidas a los hombres en todos los ámbitos de la vida.

Entonces, ¿cómo responde usted cuando alguien dice que las mujeres no deben enseñar a los hombres adultos, servir en su personal, o calificar para las credenciales? ¿Cómo responde a los que preguntan por qué creemos que el llamado de Dios es tanto para hombres como para mujeres?

Las preguntas honestas no son una amenaza para Dios, y tampoco debemos tener miedo de ellas.  Tales preguntas exigen una buena interpretación de la Escritura, que es la historia de la redención de Dios.

Con una visión redentora en el punto de mira, hay otras tres lentes que ayudan a enmarcar el debate sobre las mujeres en el ministerio: la creación, Jesús y Pablo.

Creación

En el Génesis 1, Dios creó el mundo natural y vio que era bueno. Pero en Génesis 2, algo «no era bueno» (versículo 18). Adán estaba solo. Así que Dios creó una «ayuda ideal para él».

En hebreo, esas palabras son ezer kenegdo. Ezer significa «ayuda fuerte». Esta palabra se utiliza en el Antiguo Testamento muchas veces, normalmente refiriéndose a Dios. Salmos 121:2 es un ejemplo: «¡Mi ayuda viene del Señor, quien hizo el cielo y la tierra!». Está claro que no se refiere a la ayuda de un ser inferior o de una persona subordinada al que recibe la ayuda.

La otra palabra aquí, kenegdo, significa «correspondiente a» o «cara a cara»; sugiere que uno es como el otro. Estas palabras nos dicen que Dios diseñó a las mujeres y a los hombres como compañeros iguales. La asociación es lo que Dios pretendía.

Pero entonces el pecado entró en escena. La maldición del pecado incluye la ruptura de nuestra relación con Dios, con los demás e incluso con la propia naturaleza. En Génesis 3 vemos, en la maldición, la ruptura de la relación de igualdad entre el hombre y la mujer. Este es el resultado del pecado.

Jesús

Jesús redime, restaura y reconcilia nuestro quebranto, incluidas nuestras relaciones rotas. Las normas que se habían desarrollado para apuntalar estructuras y relaciones fracturadas no impidieron su misión. Jesús sanó en el día de reposo, atendió a los leprosos, tocó a los muertos y comió con los recaudadores de impuestos.

Sus interacciones con las mujeres fueron de las más contraculturales. El encuentro de Jesús con la mujer junto al pozo en Juan 4 habría sido chocante para los lectores originales. Jesús habló de teología con una mujer, que también era samaritana, y que estaba aún más marginada por el hecho de que se había casado cinco veces y vivía con alguien fuera del matrimonio. Sin embargo, fue ante esta mujer marginada que Jesús se identificó por primera vez como «Yo soy», revelando que Él es el Dios de Moisés (versículo 26).

Jesús también mantuvo una importante discusión teológica con Marta, la hermana de María y Lázaro, a pesar de que ese tipo de conversaciones normalmente solo se daba entre hombres (Juan 11:21–27,39–40).  Los Evangelios registran muchos más casos en los que Jesús se relacionó con las mujeres de una manera que contradice la valoración y las limitaciones típicas de la cultura hacia ellas.

Tal vez la demostración más clara de la perspectiva de Jesús sobre el papel de las mujeres en su misión es que encargó a una mujer que fuera la primera en contar a la gente el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad: Su resurrección. En aquella época no se permitía a las mujeres actuar como testigos, porque se las consideraba poco fiables. Pero Jesús resucitado se apareció primero a María Magdalena y le encargó que diera testimonio a sus discípulos varones de que acababa de vencer a la propia muerte (Juan 20:11–18).

Si queremos estar centrados en Jesús y seguirlo, debemos tomar nota de que Jesús encargó a las mujeres, diciéndoles que hablaran en la asamblea de sus seguidores y proclamaran las buenas noticias.

Pablo

Mucha gente piensa que Pablo es el autor bíblico que prohibió el ministerio a las mujeres. Pero en Gálatas 3:28 (ntv), Pablo hizo una afirmación radical que definió toda una nueva cosmovisión para los seguidores de Jesús: «Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús».

Tal como lo veía Pablo, la Cruz lo había cambiado todo. En Génesis 3, la maldición interrumpió la asociación igualitaria entre hombres y mujeres y fracturó las relaciones humanas. Pero Jesús rompió la maldición.

Por supuesto, esto no significa que ya no reconozcamos ninguna diferencia. Pero sí significa que la raza, el estatus y la condición de mujer no nos descalifican para que seamos plenas herederas con Cristo. El amplio fundamento teológico de Pablo para el pueblo de Dios debería informar nuestra interpretación de otros pasajes del Nuevo Testamento que se refieren a las mujeres.

Objeciones comunes

A pesar de la convincente evidencia bíblica a favor de las mujeres en el ministerio, hay cuatro objeciones comunes que crean muros para muchas sseguidoras de Jesús.

Objeción nº 1: «No hay ejemplos de mujeres que lideren o prediquen en la Biblia». Esto es falso. Empezando por el Antiguo Testamento, la lista de mujeres líderes incluye, entre otras, a Miriam, una profetisa que dirigió a los israelitas junto con Moisés y Aarón (Éxodo 15:20; Miqueas 6:4); Débora, una profetisa, juez y líder militar que sirvió como oficial al mando de Barak (Jueces 4:4–10); Hulda, una profetisa que proclamó el mensaje de Dios al sacerdote y otros líderes (2 Reyes 22:14–20); y Ester, que salvó al pueblo judío (Ester 8).

En el Nuevo Testamento, Ana es llamada una profetisa (Lucas 2:36). Y aunque algunos señalan que los discípulos de Jesús eran hombres, Marcos 15:40–41 nombra a mujeres entre los que siguieron a Jesús y apoyaron su ministerio. De hecho, los Doce eran hombres, pero también eran judíos. Por lo tanto, si el modelo de liderazgo se basara en las identidades de los Doce, todos los gentiles quedarían también excluidos.

Priscila enseñaba teología a los apóstoles junto con su marido, Aquila. Cuando se mencionan en su función docente, el nombre de Priscila aparece en primer lugar. En griego, la colocación de los nombres significa el orden de énfasis. Es probable, pues, que Priscila fuera la principal maestra.

En Romanos 16:7, Pablo saluda a otra pareja, Andrónico y Junias, y dice que son «destacados entre los apóstoles», nombrando así a una mujer (Junias) como apóstol.

Objeción nº 2: «Pablo no permitía que las mujeres predicaran o hablaran en la iglesia». Excepto que sí lo hizo.

Consideremos a Febe, la diaconisa. Romanos 16:1–2 revela que era la mensajera de la carta de Pablo. Varios estudiosos han señalado que los mensajeros tenían la responsabilidad no solo de entregar las cartas, sino también de leerlas en voz alta, explicarlas y responder a las preguntas. En otras palabras, Febe fue la primera en predicar, enseñar y exegear este importante texto.

Pablo también esperaba que las mujeres oraran y profetizaran en la iglesia. En 1 Corintios 11:5 (nvi), escribió que «toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra al que es su cabeza». La preocupación de Pablo no era que las mujeres participaran verbalmente en la reunión, sino que lo hicieran sin la cabeza cubierta, una cuestión cultural propia de aquella época y lugar.

Objeción nº 3: «Pablo dijo que las mujeres debían guardar silencio en la iglesia». Primera de Corintios 14 es un pasaje familiar para los pentecostales debido a sus instrucciones sobre el mantenimiento del orden en los servicios mientras se ejercen los dones espirituales. Dentro de este contexto, los versículos 34–35 abordan un problema de algunas mujeres que hablan en el servicio de la iglesia.

Algunos citan esto como prueba de que Pablo pretendía silenciar a las mujeres en todos los lugares, en todo momento, limitando su servicio en la iglesia a funciones no públicas. Sin embargo, esto no pudo haber sido la intención de Pablo. Después de todo, tres capítulos antes, Pablo asumió que las mujeres oraban y profetizaban en voz alta en la iglesia y no les dijo que dejaran de hacerlo.

Muchos estudiosos creen que Pablo se refería en el capítulo 14 a las mujeres corintias que hacían preguntas de forma disruptiva. Apuntan a la falta de educación de las mujeres en la antigüedad, que puede haber provocado lagunas de comprensión en las reuniones de la iglesia. Hablar y hacer preguntas a sus maridos durante el servicio habría sido perturbador. Dado que el contexto de este pasaje es el culto ordenado, y dadas las declaraciones de Pablo en otros lugares, esta interpretación tiene sentido.

Si el Espíritu da dones, ¿quiénes somos nosotros para decir que algunos no pueden usarlos?

Objeción 4: «Pablo no permitía que las mujeres dirigieran a los hombres». Algunos han interpretado algunas de las declaraciones de Pablo como prohibiciones generales contra las mujeres que dirigen a los hombres. Las implicaciones de este punto de vista, que descalificaría a la mitad de la Iglesia para usar sus dones en el liderazgo, exigen una evaluación cuidadosa y honesta.

En 1 Corintios 11:2–16, Pablo instruyó a los hombres para que no se cubrieran la cabeza cuando oraran o profetizaran, y a las mujeres para que hicieran lo opuesto cuando oraran o profetizaran. Una vez más, Pablo asumía y esperaba que las mujeres participaran verbalmente en la reunión de culto.

El versículo 3 dice: «La cabeza de todo hombre es Cristo, la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios». Las interpretaciones de este pasaje que concluyen que las mujeres no deben dirigir a los hombres se basan en la frase «la cabeza de la mujer es el hombre». La palabra griega traducida como «cabeza» aquí es kephale. Esta palabra no significa normalmente «autoridad» o «jefe», sino más bien «fuente».

Pablo menciona tres relaciones: Cristo y el hombre, el hombre y la mujer, y Dios y Cristo. Si kephale significa «autoridad», la definición debe aplicarse a los tres ejemplos. Tiene sentido decir que Cristo tiene autoridad sobre los hombres. Pero si aplicamos este significado a Dios y a Cristo, tenemos un problema.

Históricamente, el cristianismo ortodoxo ha sostenido que las tres Personas de la Trinidad son iguales; no hay jerarquía de autoridad. Si kephale significa «líder» o «autoridad» en el versículo 3, la teología trinitaria necesita una revisión.

Sin embargo, si significa «fuente», el versículo tiene sentido, y el trinitarismo ortodoxo permanece intacto. En este caso, el pasaje significa que Cristo es la fuente del hombre; el hombre es la fuente de la mujer (ya que Dios formó a Eva a partir de la costilla de Adán); y Dios es la fuente de Cristo (no como un ser creado, sino como Aquel que vino al mundo desde el Padre, como afirma Juan 1:14).

También hay otra pista en el contexto. Pablo apeló a la creación, cuyo orden cronológico fue primero el hombre y luego la mujer (versículos 8–9). No se trata de un argumento de prominencia, sino simplemente de un argumento cronológico, lo que también apunta a la probabilidad de que Pablo estuviera usando kephale para significar «fuente», no «líder».

Sin embargo, todo esto no viene al caso. Este pasaje no se refiere al liderazgo, sino a la cobertura de la cabeza. Cualquiera que crea que este pasaje prohíbe a las mujeres el liderazgo para todos los tiempos y en todos los lugares tiene que tomar literalmente, para todos los tiempos y en todos los lugares, las instrucciones sobre el cubrimiento de la cabeza. Por supuesto, el versículo 13 deja la conclusión sobre este asunto culturalmente específico a los lectores, invitándoles a «juzgar» por sí mismos si es «apropiado que una mujer ore a Dios con la cabeza descubierta».

Efesios 5:22–6:9 (nvi) es otro texto que la gente suele utilizar para argumentar a favor de la sumisión femenina. A pesar de lo que sugiere la colocación del título de la sección en algunas versiones inglesas, el pasaje incluye el versículo 21: «Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo». La instrucción de someterse se aplica a todos, como sumisión mutua.

Además, esta larga frase griega comienza en el versículo 18, vinculando todas las acciones (cantar salmos e himnos, dar gracias a Dios, someterse los unos a los otros, y que las esposas se sometan a los maridos) a estar llenos del Espíritu. Vivir diariamente en la plenitud del Espíritu Santo se ve así, parece sugerir Pablo.

El versículo 22 inicia una forma literaria conocida en el mundo antiguo: un código doméstico. Fuera del Nuevo Testamento, los códigos domésticos describían las responsabilidades de cada miembro de la casa ante el jefe de familia, que solía ser un hombre. (Cabe señalar que no todos los hombres ocupaban puestos de poder, y que las mujeres a menudo ejercían autoridad sobre los hombres, incluidos los sirvientes domésticos.)

Pablo habría sorprendido a los lectores con su versión del código del hogar, que abordaba las responsabilidades no solo de los subordinados dentro de ese sistema, sino también de los que tenían el poder. Pablo también definió «sumisión» como «respeto» en el versículo 33, lo cual era una nueva manera de entender la sumisión.

Pablo escribió en un contexto cultural muy diferente al nuestro. Pero el principio espiritual de este pasaje sigue siendo válido, es decir, que vivir al ritmo del Espíritu debe traducirse en un trato cariñoso y respetuoso de los demás.

Por último, está 1 Timoteo 2:8–15 (ntv). Pablo pidió a los hombres que dejaran de discutir y empezaran a orar, e imploró a las mujeres que evitaran hacer alarde de su situación económica. Luego, en los versículos 11–12, escribió: «Las mujeres deben aprender en silencio y sumisión. Yo no les permito a las mujeres que les enseñen a los hombres ni que tengan autoridad sobre ellos, sino que escuchen en silencio».

A primera vista, esto parece ser una prohibición inequívoca de que las mujeres hablen en la iglesia y enseñen o dirijan a los hombres. Sin embargo, Pablo permitió que las mujeres enseñaran y tuvieran autoridad. Permitió y encargó a Febe que llevara su carta a los romanos, lo que habría incluido leerla (en voz alta) y explicarla (predicar) a todo el grupo, incluidos los hombres. Pablo alabó el ministerio de enseñanza de Priscila y su marido, Aquila. Pablo reconoció a las mujeres como apóstoles y diáconos, incluyendo a Junias y Febe. En 1 Corintios 11, asumió que las mujeres orarían y profetizarían en la iglesia. Y, en Gálatas 3:28, declaró a las mujeres iguales a los hombres por medio de Cristo. ¿Se contradice Pablo a sí mismo?

«Autoridad» se traduce aquí del griego authentao, lo cual es poco común en cualquier fuente antigua. Este es el único uso de la palabra en las Escrituras. La escasez de su uso complica la tarea de determinar el significado de Pablo.

Fuera de las Escrituras, authentao suele significar usurpar la autoridad o asumir un papel, pero también puede significar autoridad por medios legítimos. Cuando Pablo escribió en otro lugar sobre la autoridad en cualquier contexto jerárquico, utilizó la palabra exousia. Su elección de una palabra diferente y poco común aquí sugiere que tenía un tipo diferente de autoridad en mente.

El contexto de la labor de Timoteo en Éfeso ofrece una idea. Los problemas teológicos habían surgido en la iglesia allí, y Pablo estaba guiando a Timoteo en la labor de responder a la herejía. Pablo volvió al problema de la falsa doctrina varias veces en sus dos cartas a Timoteo. Las mujeres de la iglesia eran especialmente vulnerables a la falsa enseñanza, como indicó Pablo en 2.ª de Timoteo 3:6. Había un problema con los falsos maestros que convencían a las mujeres sin educación de que sus herejías eran verdaderas.

La dificultad de este pasaje, la falta de claridad en cuanto a los significados de las palabras, la contradicción con declaraciones claras que el autor hizo en otros lugares, y una declaración misteriosa sobre el parto, sugiere que el contexto es la clave para entenderlo. Si efectivamente las mujeres aceptaron la falsa enseñanza y luego intentaron enseñar a otros en la iglesia, eso habría sido devastador para la misión de Pablo. Había que detenerlo. Esas mujeres debían guardar silencio y aprender, y no arrogarse la autoridad de enseñar.

El claro apoyo de Pablo a las mujeres en el liderazgo y el ministerio en otros pasajes nos indica que este pasaje poco claro es una excepción. Esta instrucción es específica para la situación. El principio aquí es dejar de disputar y discutir, y buscar capacitación y entendimiento antes de enseñar a otros.

Sin límites

Dentro de la historia redentora de Dios, su intención en la creación, su carácter revelado en Jesús y el significado de la Cruz, estos pasajes son excepciones a los principios generales establecidos en otros lugares. Las excepciones se refieren a situaciones específicas, y no son obligatorias para todo el pueblo de Dios en todos los lugares y tiempos.

Algunos pueden pensar que esto es irrelevante. Pueden argumentar que no es el núcleo del Evangelio. Pero si Jesús ha roto la maldición del pecado y nos ha redimido, y si nos reconcilia consigo mismo y con los demás, la Iglesia debe reflejar esa realidad. La obra redentora de Dios debe estar a la vista en nuestra vida, relaciones y ministerios.

Como pentecostales, creemos que el Espíritu Santo da dones espirituales a todos. Si el Espíritu da dones, ¿quiénes somos nosotros para decir que algunas personas no pueden usarlos? Dones como la enseñanza y el liderazgo no están bíblicamente limitados a un solo sexo. Las mujeres que tienen dones de enseñanza deben enseñar. Las mujeres que tienen dones de liderazgo deben dirigir. La Biblia no dice que las mujeres dotadas deban enseñar y dirigir solo a los niños y a otras mujeres.

¿Qué pasaría si el cuerpo de Cristo ejemplificara Gálatas 3:28, incluyendo las relaciones redimidas entre hombres y mujeres? ¿Qué impacto tendría eso en el mundo?

¿Y si la generación de mujeres que viene detrás de nosotras no encuentra muros que escalar? Si no tienen que escalar ningún muro, ¿en qué otro lugar del Reino podrían emplear su tiempo, su energía y sus dones? ¿Qué diferencia eterna podría suponer eso?

Dios da el Espíritu sin límites (Juan 3:34). Por tanto, vivamos sin muros.

Este artículo ha sido adaptado de un mensaje que la Dra. Debbie Lamm Bray predicó en un evento para mujeres de la Red Ministerial de Oregón. Este artículo aparece en la verano 2021 de la revista Influence.

Debbie Lamm Bray, Ph.D., es una ministra ordenada de AD y decana del programa e instructora en Biblia, Teología y Llamado en la Universidad del Noroeste de Oregón en Brooks, Oregón.

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