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Experimentar el poder de «Dios con nosotros» ... ¡de veras!

¿Cómo puedes ir más allá de una mera canción acerca de Jesús como el «Dios con nosotros» a experimentarlo verdaderamente de esa manera?

Gary J Tyra on December 2, 2020

A principios de mi ministerio pastoral, sucedió algo notable que hizo que la noción de Jesús como «Dios con nosotros» realmente cobrara vida para mí.

San Juan de la Cruz escribió acerca de una experiencia dolorosa, pero, en última instancia, beneficiosa, a la cual se refería como su «noche oscura del alma». Mi propia noche oscura del alma ocurrió a principios de los años 1980 y duró 18 meses.

Yo había estado bajo mucha presión, dando lo mejor de mí en mis veintitantos para pastorear una pequeña iglesia, un tanto disfuncional, y a la vez tratando de completar una maestría en divinidad a la carrera y esforzándome por ser un marido y un padre responsable. Luego, encima del estrés físico, emocional y mental con el que ya estaba lidiando, entré en una etapa de desolación tanto psicológica como espiritual.

Los análisis médicos rutinarios, el relato del historial médico de mi familia y los comentarios descuidados de un médico desencadenaron una crisis de salud mental. Básicamente, yo desarrollé una fobia intensa relacionada con el cáncer, la enfermedad que cobró la vida tanto de mi madre como de mi padre durante mi juventud.

Yo cumplía con todas mis responsabilidades. Sin embargo, mi vida espiritual estaba tensa, así como la cuerda de una guitarra que se ajusta al límite. Yo me preguntaba si a Dios realmente le importaba. De a momentos, incluso me preguntaba si Él estaba ahí.

En el seminario, yo había estado estudiando la teología de Juan Calvino y la doctrina del doble decreto de predestinación: la noción de que, antes de crearnos a cada uno de nosotros, la soberanía de Dios predeterminó quién recibiría salvación y quién no. En ese tiempo espiritualmente precario de mi vida, yo aplicaba esa doctrina a mi vida de la peor manera posible. Por lo tanto, además de experimentar una ansiedad fóbica en relación con mi salud física, comencé a preocuparme excesivamente por mi bienestar espiritual. Aunque ahora parezca irracional e ingenuo a nivel teológico, el temor era real y abrumador.

Luego, tuve lo que llamo mi «momento Emanuel»: una experiencia personal del «Dios con nosotros». Aunque no puso fin a mi noche oscura, ha afectado mi vida y ministerio profundamente desde entonces.

Sucedió tarde un sábado por la noche. Yo acababa de limpiar la iglesia y estaba arrodillado en el altar en oración, buscando un poco de alivio de mi sentido de ansiedad generalizada y creciente.

En la iglesia vacía, de luz tenue, literalmente clamé a Dios por algún tipo de palabra que confirmara que Él me amaba de verdad y me había elegido para estar entre sus escogidos. Mientras oraba, sentí que tenía que levantar la Biblia y leer Deuteronomio 7:6. Yo no era consciente de lo que decía ese versículo. Aun así, en obediencia a la guía del Espíritu, busqué el pasaje y leí las siguientes palabras:

Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la tierra.

De todos los versículos de la Biblia, yo oí una voz en el corazón que me decía en ese momento crítico que buscara y leyera ese pasaje en particular. ¿Qué se supone que debe hacer uno con una experiencia como ésa?

¿Qué hacemos con un Dios como éste, un Dios que es tan fiel que aparece en el momento justo? ¿Qué hacemos con un Dios que revela su amor de una manera tan personal que cambia el curso de nuestra vida?

La noción de que Dios está comprometido a estar con su pueblo permea el testimonio bíblico.

Tales momentos ilustran de manera poderosa el compromiso de Jesús de ser Emanuel, «Dios con nosotros». Mientras entramos en la temporada del Adviento de Cristo después de un año difícil y doloroso, vale la pena considerar de nuevo qué significa encontrarse con la realidad de la Encarnación en nuestra vida y ministerio.

Yo estoy convencido de que podemos ir más allá de solo cantar acerca de Jesús como el «Dios con nosotros» a realmente experimentarlo como tal. Mientras nos preparamos para la época de la navidad, es el momento perfecto para preparar nuestro corazón para recibir una vez más las bendiciones de presencia constante de Dios. Yo creo que hay cuatro ingredientes clave para esos momentos de tipo «Emanuel».

1. El realismo teológico

Es sorprendentemente fácil para los creyentes experimentados meterse en lo que yo llamo el deísmo funcional. En pocas palabras, el deísmo es la creencia que, aunque Dios existe, Él no está realmente con nosotros. El deísmo da por sentado que Dios creó el universo y luego se alejó de él, dejándolo para que funcionara según las leyes naturales que Él creó en el universo.

Tal vez los deístas oren, pero tienden a hablar de la idea de Dios en vez de hablarle a Dios mismo. Quizás participen en la adoración, pero no esperan realmente encontrarse con el Dios que se encuentra en las letras de sus canciones. La idea de que el Creador planea hacer algo en su vida —algo en que ellos deberían involucrarse en vez de resistir— nunca se les ocurre.

La verdad es que mucha gente que dice que cree en Dios se contenta con vivir cada día de una manera básicamente desprovista de la experiencia de su presencia poderosa. En su libro de 1971, $3.00 Worth of God (Tres dólares de Dios), el pastor y autor Wilbur Rees recalcó esta realidad lamentable cuando escribió lo siguiente con sarcasmo cortante:

Por favor, me gustaría comprar unos 3 dólares de Dios, que no hagan explotar mi alma ni hacerme perder el sueño, sino que se equiparen a una taza de leche tibia o a dormitar al sol. No quiero una cantidad de Él que me haga amar a un hombre negro o juntar remolacha con un inmigrante. Quiero éxtasis, no transformación; quiero el calor del vientre materno, no el nuevo nacimiento. Quiero medio kilo de lo eterno en una bolsa de papel. Por favor, me gustaría comprar unos 3 dólares de Dios.

Muy pocos norteamericanos que van a la iglesia se autodefinirían como deístas. Pero eso no significa que no haya un deísmo funcional operando en sus vidas día tras día.

La alternativa al deísmo funcional es el realismo teológico. Según esa perspectiva, que tiene fundamento bíblico, Dios es un ser real, personal, relacional y trinitario con quien podemos interactuar de maneras profundamente significativas.

Gracias a la encarnación de Cristo (Juan 1:14) y el derramamiento del Espíritu Santo, no solo podemos conceptualizar a Dios, sino que de hecho podemos experimentarlo. ¡Él realmente puede estar con nosotros!

Hay una gran diferencia entre una relación auténtica con Dios y una mera fe filosófica o una religión formalista basada en reglas y rituales. El realismo teológico es el que hace que sea posible que tengamos una verdadera relación con Dios y una experiencia personal con Él.

2. La teología de la presencia

Además del realismo teológico, también debemos convencernos de cuánto Dios desea interactuar con nosotros de maneras empoderadoras, transformadoras, que moldean la vida. La noción de que Dios está comprometido a estar con su pueblo permea el testimonio bíblico.

Primero, considera el Antiguo Testamento. Aunque algunos pasajes bíblicos parecen describir a Dios como una deidad solemne que siempre está distante, tal lectura pierde de vista el objetivo de las Escrituras. En cada época representada a lo largo del Antiguo Testamento,  y en cada libro, vemos el profundo deseo de Dios de morar con su pueblo de la alianza, en vez de estar lejos de él (por ejemplo, Génesis 26:24; Levítico 26:11–12; Deuteronomio 20:4; Josué 1:5; Jueces 6:12; 2 Samuel 7:9; Isaías 41:10; Jeremías 30:11; Ezequiel 37:27; Amós 5:14; Sofonías 3:14–15).

En particular, el libro de los Salmos señala reiteradas veces que Dios está presente con su pueblo (por ejemplo, Salmo 14:5). Más concretamente, hay pasajes en los Salmos que dicen que Dios rodea a su pueblo (125:1-2) y está siempre disponible como una fuente de guía personal y empoderamiento (73:23–24; 118:6–7; 139:7–10).

Una lectura detenida revela que la posibilidad de experimentar realmente la presencia de Dios es un tema importante en el Antiguo Testamento. Sin embargo, el relato está marcado por la exasperación. Trágicamente, el pueblo de la alianza de Dios siguió rechazándolo. Ellos se involucraron de continuo en actos de autosabotaje. Su corazón estaba endurecido y ellos eran propensos a desviarse. Como resultado, demostraron ser incapaces de experimentar a Dios con ellos de una manera duradera, como lo deseaba su Dios.

Pero la gracia de Dios fue mayor (Romanos 5:20). El profeta Isaías hizo referencia a la llegada del «siervo justo», cuyo sufrimiento sustitutivo expiaría los pecados y haría que la reconciliación con Dios fuera posible (Isaías 53:1-12). Isaías también habló del nacimiento de un futuro rey mesiánico que «reinará con imparcialidad y justicia desde el trono de su antepasado David por toda la eternidad» (Isaías 9:6–7).

La importancia que da el testimonio del Antiguo Testamento a la presencia de Dios aporta un sentido de expectativa prometedor.

La importancia que da el testimonio del Antiguo Testamento a la presencia de Dios aporta un sentido de expectativa prometedor. Anticipaba un tiempo en el que el Mesías aparecería en la escena y enmendaría las cosas. Según Isaías, este Mesías nacería de una virgen y sería llamado Emanuel (Isaías 7:14). El tiempo del advenimiento de Cristo trata acerca del cumplimiento del anhelo nostálgico de Israel por la aparición de Aquel cuyo nombre literalmente significa «Dios con nosotros» (Mateo 1:23).

No es de sorprender, entonces, que el Nuevo Testamento también nos presente una poderosa teología de la presencia de Dios. Además de los pasajes que se centran en la posibilidad que tienen los creyentes de experimentar la presencia y realidad de Dios como norma general (por ejemplo, Hechos 17:38; Hebreos 13:5; Filipenses 4:4-7; 2 Corintios 6:14–18; Efesios 3:16–19; Filipenses 4:4–7; 2 Tesalonicenses 3:16; Apocalipsis 21:1–3), hay textos que describen la gran importancia de la encarnación del Hijo eterno.

Esto es especialmente evidente en el capítulo 1 del evangelio de Juan. En el primer versículo, Juan revela que la Palabra, tan importante en la experiencia de vida y luz que fluye de nuestro Creador, no solo estaba con Dios en un principio, sino que era y es Dios. En el versículo 14, leemos que la Palabra se hizo carne (apareció en una forma encarnada) e hizo su tienda entre nosotros. En el versículo 18, Juan indica que una de las razones por la encarnación era precisamente lo siguiente: dar a conocer a Dios a su pueblo de la alianza, ser literalmente «Dios con nosotros».

Pero eso no es todo lo que el Nuevo Testamento tenía para decir acerca de Dios con nosotros. Otros pasajes describen a Jesús mismo asegurando a sus seguidores de su presencia perpetua (Mateo 18:19–20; 28:19–20). Y hay otros textos que hablan de la posibilidad asombrosa de una relación de guía y capacitación con el Cristo resucitado mediante su Espíritu que mora en los creyentes (por ejemplo, Juan 14:16–18; 16:12–15).

Considéralo: el Hijo encarnado continúa estando con sus seguidores de una manera reconfortante, otorgándoles poder a través de su Espíritu, incluso después de su regreso a la diestra del Padre.

El resultado final es que, según el Nuevo Testamento, los acontecimientos de la Navidad, la Pascua y el Pentecostés se combinan para crear el potencial para que nosotros experimentemos el poder y la presencia de Dios.

Pero para ser conscientes de este potencial, debemos abrazar un realismo que no solo es teológico en naturaleza, sino también neumatológico. Después de todo, como creyentes llenos del Espíritu Santo que poseen el potencial de experimentar momento a momento una relación de guía y capacitación con el Cristo encarnado y resucitado, no nos hace ningún bien si de hecho no somos sensibles al mover del Espíritu en nuestra vida. Por consiguiente, si queremos experimentar plenamente a “Dios con nosotros”, hay un tercer requisito.

3. El realismo neumatológico

El término griego para viento, aliento o espíritu es pneuma. Por lo tanto, la neumatología es simplemente el estudio de lo que la Biblia dice acerca del Espíritu Santo. El realismo neumatológico comienza con el reconocimiento de que, así como se ha concebido a Dios el Padre de una manera impersonal y se lo ha reducido a una mera idea, concepto o fuerza, lo mismo ha sucedido con su Espíritu.

Es más, es posible para los miembros de la iglesia —y líderes— asumir una postura de presunción con respecto al Espíritu de Dios, en vez de una actitud marcada por un sentido de expectación. Una cosa es creer en la obra del Espíritu, pero otra cosa es buscarlo, esperar en Él y tener la expectativa de que nos impacte de maneras significativas que transforman la vida y suscitan el servicio. Hacer lo primero sin lo segundo es como desenchufar el cable de corriente de nuestro recorrido con Cristo.

Incluso algunos evangélicos no pentecostales se han dispuesto a reconocer cuán crucial es el Espíritu de Jesús a la hora de seguirlo a Él. El erudito bíblico John Stott dijo una vez: «La vida cristiana es fundamentalmente la vida en el Espíritu, es decir, una vida que es animada, sostenida, dirigida y enriquecida por el Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo, el auténtico discipulado cristiano sería inconcebible, de hecho imposible».

La triste realidad es que es posible resistir la obra vivificante y transformadora del Espíritu (Hechos 7:51). Asimismo, el Espíritu puede ser contristado (Efesios 4:30), rechazado (1 Tesalonicenses 4:8) y apagado (2 Tesalonicenses 5:19).

Experimentar realmente a «Dios con nosotros» —encuentros con el Jesús encarnado y resucitado que cambian vida— requiere que asumamos una postura actitudinal de expectación hacia el Espíritu de Cristo en vez de sencillamente presumir su presencia en nuestra vida.

Esta es la razón por la cual el apóstol Pablo alentó a los miembros de la iglesia a ser «llenos del Espíritu» (Efesios 5:15-18) y a «andar» en el Espíritu (Gálatas 5:25). El realismo neumatológico consiste en aprender a vivir cada día siendo conscientes del Espíritu, en estar en contacto con Él y en ser sensibles a sus iniciativas en nuestra vida.

4. La cercanía

Finalmente, también debemos tomar la iniciativa de acercarnos a Dios. Esto es necesario en especial en tiempos de ataques espirituales intensos, cuando tal vez nos preguntemos si Él realmente está presente.

Nos guste o no, el diablo y las fuerzas demoníacas también son realidades. Conforme a pasajes tales como Hebreos 2:14-15 y 1 Juan 3:8, otra razón importante por la cual Cristo se encarnó era para empoderar al pueblo de Dios para vencer al maligno. No es de sorprender que la experiencia de «Dios con nosotros» sea clave.

El resultado final es que, según el Nuevo Testamento, los acontecimientos de la Navidad, la Pascua y el Pentecostés se combinan para crear el potencial para que nosotros experimentemos el poder y la presencia de Dios.

Yo aprendí esta lección mediante la noche oscura del alma. Lo que comenzó como un problema físico se transformó en un trastorno de ansiedad y, en última instancia, en una batalla espiritual. Sacando ventaja de la situación, el diablo lanzó un ataque insidioso. El resultado fue una etapa de sufrimiento que yo sabía que era irracional, pero que simplemente no podía controlar. Cuanto más oraba, más confundido y desorientado quedaba.

Mi momento Emanuel me abrió los ojos a la realidad de que Dios estaba conmigo en ese lugar oscuro, pero yo todavía debía dar pasos deliberados hacia Él.

A principios de mi crisis, sentía que Dios me decía que había permitido esta dificultad. Luego, me mostró cómo superarla. Si bien ese encuentro profético era reconfortante en ese momento, yo no actué conforme a él de manera responsable. Por ende, continuó la noche oscura. Persistieron mi lucha angustiante junto con un espíritu de temor. Así es el autosabotaje.

Finalmente, un año y medio después del comienzo de la crisis, experimenté otro encuentro profético con Dios. Estaba lejos de casa, asistiendo a una conferencia de pastores. Una noche, mientras estaba solo en mi habitación del hotel, se abalanzaron sobre mí los demonios de ansiedad. Sin poder dormir, me senté en el borde de la cama, en la oscuridad, con la cabeza entre mis manos, y mis codos descansando sobre mis rodillas. Frustrado, clamé a Dios: «¿Dónde estás? ¿Por qué no dices la palabra y me liberas de este espíritu de temor?».

Luego, en la tranquilidad de la madrugada, oí una palabra del Señor en lo profundo de mi corazón: «Gary, te dije al principio que tenía un propósito para esta adversidad, que quería enseñarte lecciones vitales acerca de enfrentar al diablo que tú, como pastor, puedes trasmitir a otros».

Al día siguiente, en la conferencia, Dios continuó hablándome, pero de manera poderosamente alentadora y reconfortante.

Había llegado a estar desesperado por un encuentro personal con Dios. En su tiempo, Dios se manifestó, comunicando un mensaje de verdad y gracia. Él dirigió mi atención a Santiago 4:7-10:

Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.

Regresé a casa y me concentré en acercarme más a Dios. Cuando finalmente me di cuenta de que la manera de vencer al diablo no era haciéndole la guerra yo mismo, sino acercándome a Dios, experimenté el empoderamiento que necesitaba con desesperación. En el trascurso de unas semanas, caí en la cuenta de que mi lucha espiritual había terminado.

No sugiero que mi experiencia sea la esencia de lo que significa vencer al diablo. La experiencia de Pablo en 2 Corintios 12:7-10 sugiere que a veces puede haber momentos en los que la respuesta apropiada es no seguir pidiendo por liberación, sino aceptar la prueba, permitir que se intensifique la manera en que nuestra vida hable a otros respecto de la realidad de Dios y su presencia empoderadora (véase también Apocalipsis 2:10).

Sin embargo, aprendí que la cercanía a Dios importa. Acercarme en desesperación y obediencia fue lo que me salvó la vida y el ministerio hace casi 40 años. Si queremos experimentar a «Dios con nosotros», a veces debemos «acercarnos» a Él de una manera proactiva, desafiando al diablo en el proceso.

Nuestro Dios es santo, pero no es severo ni distante. Es un Dios personal que tiene ansias de pasar tiempo con nosotros. De hecho, Él es un Dios que habla y se comunica a través de la encarnación de su Hijo y el derramamiento de su Espíritu, y quiere guiar y capacitarnos momento a momento a través de toda nuestra vida, aun en nuestros momentos más oscuros.

Pero para que podamos realmente experimentar a «Dios con nosotros», cuatro cosas son necesarias: el realismo teológico, la consciencia de la teología bíblica de la presencia, el realismo neumatológico y la disposición para seguir acercándonos a Dios.

Gracias a la encarnación de Cristo y el derramamiento del Espíritu Santo, no tenemos que conformarnos con 3 dólares de Dios. Realmente es posible experimentar el poder de «Dios con nosotros».

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